Como todo estado pues la polis griega tenía sus
instituciones legislativas, ejecutivas o de gobierno y judicial.
Las polis griegas eran, pues, “autónomas”, “autárquicas” y
“autosuficientes”, aunque después,….
Cada ciudad era “polis”, lo que significa que había tantas
formas de gobernarse como polis.
Sin embargo, la polis por excelencia, era Atenas. Cuna del
saber y de la democracia.
Es, pues, un invento griego cuando todos los hombres libres
tuvieron la oportunidad de intervenir activamente en la vida común.
En las reuniones de esos hombres libres se trataban los
problemas de la ciudad y modos de resolverlos, buscaban el bienestar de todos,
entre todos se tomaban las decisiones y lo decidido en asamblea tenía fuerza
vinculante para la autoridad construida, que debía ponerlo en práctica.
Sólo los hombres libres eran los que intervenían y
gestionaban los asuntos públicos pero, en el conjunto de la polis, eran
minoría, ya que también vivían en ella los esclavos, los metecos o extranjeros
domiciliados y los periecos o sometidos.
A tener en cuenta que ni las mujeres, ni los muy ancianos,
ni los niños intervenían en las asambleas decisorias, lo que quiere decir que
no más de un 15% de personas eran los “políticos”.
El gobierno de la polis es un proceso degenerativo desde la
Monarquía (la mejor) que cuando degenera pasa a manos de una Oligarquía (los
más ricos) para degenerar en el gobierno de todos (Democracia) la cual acabará
degenerando en Demagogia o caos social.
Pero, cíclicamente, saldrá alguien excepcional que tome el
poder (Monarquía) que, a su vez, degenerará….
El interés de Platón por su polis, Atenas, es lo que le
llevó a fundar la Academia, primer centro de estudios políticos donde se
formaron gobernantes para toda Grecia.
Los planes de Enseñanza/Educación que propone en La
República, con unos procesos selectivos para poder pasar de nivel hasta llegar
al último, el de los filósofos-gobernantes es digno de admirar.
La enseñanza/educación era común a niños y niñas, aunque
éstas, posteriormente, lo abandonaban y se instruían en las labores típicas de
la mujer, en lo que, con el tiempo, se denominaría “sus labores” (casa, cocina,
niños, mercado,…), administración de la casa.
Los niños que no pasaban el primer grado selectivo quedaban
en el nivel social de artesanos o trabajadores, que serían los encargados de
“alimentar” a la polis.
Los que pasaban la selección se instruían en Ciencias que
tuvieran que ver con los números.
Tras el posterior proceso selectivo, los que no lo
superaban, se quedaban en el segundo nivel o clase social, el/la de soldados o
guardianes o guerreros o /militares,.. a cuyo encargo quedaba “la defensa” de
la polis, tanto de enemigos internos como de enemigos externos.
Los que superaban el corte de selección se preparaban,
teórica y prácticamente, para dirigir la polis hacia el bien común. Era la
clase más alta, la de los gobernantes o filósofos.
Toda su teoría política se muestra tanto en La República
como en la posterior y menos ideal, más pragmática, Las Leyes.
Esa polis o ciudad ideal debe construirse a imagen del
hombre y como en el hombre hay tres almas o tres funciones del alma con
residencia o localización en una parte del cuerpo (alma racional-cerebro, alma
irascible-pecho y alma concupiscible-abdomen) debe haber tres clases sociales.
Que nadie crea y admita que así se gobernaba y se vivía en
Atenas. Toda esta estructura ideal es una utopía, de cómo debería ser una polis
perfecta. No es una descripción de Atenas. Todo es muchos más imperfecto, tanto
en el hombre como en la polis.
Pero esta sociedad ideal, integrada por clases sociales, con
sus funciones correspondientes inspirará la organización estamental de la
Europa Medieval y Moderna.
En Aristóteles las Ciencias Prácticas estudian al hombre
como individuo (Ética) y como ciudadano (Política) y, siguiendo la tradición
griega, la Ética queda subordinada a la Política. La polis está por encima de
tanto la familia (Economía) como del individuo.
Sólo en la polis el hombre puede realizarse y actualizar
(poner en acto) todas las potencialidades que encierra (tiene en potencia). Las
demás instituciones le vienen cortas. Porque el individuo es, sobre todo, una
parte de la polis.
El ciudadano se realiza plenamente cuando su vida es útil
para sus conciudadanos, para la prosperidad de la sociedad en que vive.
A su vez, la polis alcanza su plenitud cuando educa a todos
sus ciudadanos por medio de leyes, usos y costumbres.
Al respetar esa normativa común el hombre no obedece a otro
hombre sino a la misma razón, manifestada a lo largo de los siglos.
Aristóteles, como cualquier griego de su época, considera a
la mujer inferior al varón, admitiendo, además, la esclavitud, como “algo
natural”.
“La naturaleza ha hecho a unos libres y a otros esclavos”
Lo que ha supuesto siempre y su pone una merma o mancha en
su pensamiento social con tan elevada racionalidad en su filosofía.
¿Cuál es la mejor forma de gobierno? Pues depende de cada
polis (de su número de habitantes, de su ubicación, de su economía,…
Las formas de gobierno son puras cuando buscan el bien común
de la polis, gobernando Uno (Monarquía), Varios (Aristocracia, los mejores) o
Todos (Democracia, el pueblo).
Serán impuras cuando busquen intereses privados en vez del
Bien público y degeneran en Tiranía, Oligarquía y Demagogia.
Si hubiera Una persona excepcional, o si hubiera VARIAS,…la
cosa quedaba clara, ellos gobernarían, pero como estas condiciones no son
frecuentes, lo mejor suele ser un régimen mixto: democrático en las
instituciones inferiores, aristocrático en las minorías selectas y monárquico
en el poder supremo.
Después de Atenas llegaría el período Helenístico de
Alejandro Magno.
Posteriormente Roma y su Imperio.
Y en el siglo V, caída del Imperio Romano de Occidente que
queda en poder de los grupos bárbaros.
Es cuando comienza el poder de la Iglesia como Institución,
que ocupará toda la Edad Media, hasta el Renacimiento y la Época Moderna.
Las clases sociales medievales serán tres: los que trabajan,
los que rezan y los que guerrean.
La Iglesia detenta, en la práctica, los dos poderes: el
poder religioso y el poder civil.
La teoría vigente de que “el poder viene de Dios” pone en
evidencia que el poder religioso lo tiene por donación de Dios y el poder civil
tiene que pasar por el reconocimiento y visto bueno de la Iglesia, por lo que,
en la práctica, ella quita (con excomuniones) y pone (con coronaciones) el
poder civil en manos del Rey o del Emperador.
La Edad Media es un período geocéntrico. Todo (la vida, la
política, la economía, la ética, la familia,….) pasa por una concepción
religiosa, geocéntrica.
Hasta el siglo XIV en que con Guillermo de Ockham va a
romperse ese monopolio y, poco a poco, a través de una nueva clase social, la burguesía,
la sociedad va a pasar a ser antropocéntrica (Renacimiento y Época Moderna).
Por si esto fuera poco la Iglesia, que en sus primeros
momentos coincidía con los límites del Imperio Romano, perdió, desgajándose,
todo el Imperio Oriental, con capital en Constantinopla (posteriormente
Bizancio) con una religión ortodoxa y una cultura bizantina.
Con sólo dominio, durante la Edad Media, de la parte
Occidental del Imperio, comienza a romperse desde dentro, con Lutero y la
Reforma, que logra, con apoyo de la burguesía alemana, separarse de Roma.
Sólo le quedaba a la Iglesia Romana el dominio del cuadrante
sur-occidental del Imperio.
El Regalismo, los nuevos estados, el triunfo de la Ciencia,
la Revolución Francesa, La Ilustración, la Diosa Razón, La democracia,…
secularización creciente.
Si analizamos nuestro siglo XXI comprobamos que nuestra
concepción de la política está determinada por nuestra herencia greco-latina.
La política, hoy, es “el arte de tomar (llegar) al poder, de
conservarlo (si ya se tiene o de intentar conseguirlo si se está en la
oposición) y de utilizarlo”.
Pero también es “el arte de compartirlo”, porque no hay otra
forma de conquistarlo que apoyándose en grupos sociales.
La verdad es que la Política es por defecto, porque si lo
que reinase entre los hombres fuese la Ética sobraba toda la Política, sobraban
las leyes, la policía, los tribunales, el ejército,….
Pero como esto es una Pura Utopía, porque los hombres son
hombres y no ángeles, es por lo que hace falta la Política.
Si la Ética nos dice que debemos ser justos y todos y cada
uno lo fuéramos ¿para qué iba a hacer falta la Política?
Pero como eso nunca ha sido, no lo es y, a no ser
hipotéticamente, nunca lo será, de ahí la necesidad de la Política, que va más
allá de la Ética y que te sanciona si no eres justo.
La política no es el reino de la moral, ni del amor, sino el
ámbito de los conflictos de intereses que han de ser resueltos de forma
pacífica...
Si la obligación Ética pretende validez universal (para
todos los hombres, en todos los sitios, en todas las épocas,…) la Política se
ciñe a lo particular (esta sociedad, aquí, ahora,…).
La Ética nos dice que “todo hombre tiene derecho al trabajo”
y la Política pretende evitar el desempleo y crear puestos de trabajo para que
se realice ese derecho que todo hombre tiene. Ella es la que proporciona y pone
en funcionamiento los mecanismos para combatir el desempleo.
La Paz es un ideal Ético, y todos deseamos que entre
palestinos e israelíes reine la paz y cada uno reconozca al otro como país,
pero esa paz sólo puede conseguirse con negociaciones políticas. De la noche a
la mañana ninguno de ellos sufrirá un ataque de Ética y reinará la paz. Como no
se dará, de la noche a la mañana, milagrosamente, los puestos de trabajo.
El “hombre es social por naturaleza”, es verdad. Pero
también es verdad que es “egoísta por naturaleza” (y no sólo “egocéntrico”,
como el niño).
Es lo que Kant llamaba “la insociable sociabilidad del
hombre”, lo que hace que no pueda prescindir de los demás ni renunciar
enteramente a sus deseos.
Y ponía Kant el ejemplo de los árboles de una alameda, su
competitividad entre ellos para llegar más alto con sus ramas para tomar la luz
del sol, siendo los árboles más rectos, mientras los del exterior de la alameda
son los más retorcidos y los más bajos, porque no tienen que esforzarse para
tomar la luz del sol.
Por esta razón necesitamos la política.
.- Para que
los conflictos que surjan entre los hombres se resuelvan sin violencia.
.- Para que
nuestras fuerzas se sumen, en lugar de oponerse y contrarrestarse.
.- Para
librarnos de la guerra y del miedo a la barbarie.
.- Porque no
somos enteramente ni sabios, ni justos, ni buenos, ni solidarios, pero queremos
serlo, por eso necesitamos, también, un Estado.
La política es “la gestión pacífica de los conflictos, de
las alianzas y de las relaciones de fuerzas”
Es, pues, “el arte de vivir juntos en una misma ciudad y en
un mismo Estado, con gentes que uno no ha elegido sino con las que se ha
encontrado y que, muchas veces, son nuestros rivales, tanto o más que nuestros
aliados.
Lo que supone compromisos, acuerdos para zanjar los
desacuerdos, enfrentamientos pero regulados por leyes, una lucha por el poder
y, sobre todo, la aceptación de una autoridad común.
De otra forma sólo habría violencia, que es, precisamente,
lo que la política trata de evitar.
La política es la única paz posible, y esto dice todo sobre
su grandeza (otra cosa son los políticos y su forma de hacer política).
Sin un poder legítimo no hay política, sino violencia del
más fuerte.
Queremos un poder que garantice la convivencia pacífica y,
para eso, le obedecemos libremente.
Si hacemos política es para ser libres, para proteger
nuestras libertades fundamentales. Ella es la garantía no un obstáculo.
¿Alguien desearía vivir completamente solo, o en guerra
permanente de todos contra todos? ¿”Una vida solitaria, menesterosa, penosa,
casi animal y, además, breve” –como dice Hobbes?
Por eso es mejor una autoridad común, una ley común, un
Estado: es mejor la política.
Nos equivocaríamos si viéramos la política como una
actividad secundaria y despreciable, pues la verdad es lo contrario: ocuparse
de la vida en común, de los destinos de una comunidad humana, es una tarea
esencial en la que nadie, en menor o en mayor grado debe desentenderse, a pesar
de que los políticos, muchas veces, a ello nos inciten con sus comportamientos
tan poco ejemplares.
No participar en la
política, en la medida de las posibilidades de cada uno, es un gran error y una
irresponsabilidad.
Es verdad que, en nuestras democracias, es imposible la
participación directa en ella de una gran mayoría de nosotros, pero sí es
posible, es real, la participación indirecta y efectiva en ella, colaborando en
instituciones económicas, artísticas, culturales, deportivas, benéficas,
asistenciales,…
Sólo así se favorece lo que debe ser toda sociedad: un
ámbito pacífico de colaboración común; un conjunto de personas que, lejos de
ser títeres del Estado, son capaces de organizarse con inteligencia y libertad.
Sólo esa libre asociación, esa creación de instituciones
intermedias entre el individuo y el Estado protege a los particulares, pues
hace imposible la omnipotencia del Estado.
Las personas, al unirse entre sí y dar lugar a la sociedad,
no son simples súbditos o sujetos pasivos de los poderes estatales.
Tienen, por el contrario un papel activo que se concreta en
forma de derechos políticos y deberes cívicos.
La libre asociación y creación de instituciones es un
derecho y un deber ciudadano, una protección frente al peligro de un poder
burocrático, impersonal y arbitrario.
En este sentido los medios de comunicación desempeñan un
relevante papel político cuando defienden un espacio público libre para el
debate.
Al permitir la expresión de la opinión pública ejercen un
eficaz y deseable control de la autoridad.
Y todo ello, a pesar de la mala imagen dada de los políticos
de primera fila, los que están en puestos claves y significativos.
Habría que modificar la ley electoral para poder elegir a
los que, realmente, consideremos dignos y capaces de representarnos en los
órganos decisorios del Estado y no, como hasta ahora mismo, que tenemos que
elegir, por listas cerradas, a personas con las que discrepamos pero que es el
partido de turno quien lo decide.
“Si quieres votar este programa, tendrás que elegir a estos
candidatos, y por orden de lista”.
Votar o no votar, esa es la cuestión. No votar a ese o al
otro.
Un modo de mecanismo imperfecto sin tener que rendir cuentas
ante sus votantes, constantemente.
Y así, cada cuatro o menos años.
Esto es lo que, muchas veces, desanima.