Será la humanidad al
construir la cultura objetiva y su reversible, la subjetiva, las que abrirán la
puerta definitivamente al acto de mentir, pues el acto de mentir solo podemos
entenderlo sobre un fondo de verdad construido ya desde la cultura
antropológica y no desde las culturas animales.
Así pues la mentira
considerada función humana se vislumbraría por fin como un arte prehistórico,
por ejemplo, en el contexto de las técnicas de caza que intuimos utilizaban los
primeros hombres.
Las técnicas hoy llamadas de “aguardo”,
“trampeo” o “reclamo” parecen haber sido ya ejecutadas por los primitivos y
muestran características sin parangón en otras especies.
Muestran la ocultación a la
vista de la presa (el hoyo en el suelo y cubierto de ramaje para que la presa a
cazar no se dé cuenta y caiga dentro sin poder, ya, salir y no meramente la
huida de sus ojos cuando el cazador se disfraza y de muchos modos o cuando
permanece horas oculto y es capaz de hacerlo en muchos lugares, muestran el
conocimiento de la subjetividad al producir trampas o reclamos estandarizados
que no se resienten en su estructura formal por un mal resultado, atribuyendo
éste a los elementos subjetivos que están en juego: percepción operada por la
presa, comportamientos inadecuados de los cazadores, etc.
Los cazadores prehistóricos,
suponemos, podrían conservar o reproducir la esencia de la mentira adaptándola
a las diversas situaciones porque algunas cosas eran verdades incontestables
siempre y en todo lugar, y para mentir solo habría que disimular la verdad
(esconderse en su sombra) o simularla a los ojos subjetivos siempre ingenuos a
ella.
Las actividades de
subsistencia de la caza y la recolección y más adelante la economía de trueque
de las primeras colonias humanas, sin embargo, nos obligarán a acotar los
límites aun prehistóricos de un arte tosco que será ya clásico cuando aparezcan
en escena la agricultura, la ganadería y sobre todo las ciudades y el dinero.
La mentira clásica: ya en la
ciudad, con el dinero como valor de cambio, con el desarrollo de la escritura y
la complejidad religiosa, las ficciones podrán tomar ya masa crítica.
Las sociedades humanas serán
ya propiamente políticas y bajo la institucionalización y generalización de la
verdad como instrumento de relación entre los hombres, la mentira queda institucionalizada
y podrá habitar ya todos los rincones y con amplias texturas.
En los albores de la historia
comienzan a cuajar seguramente todas las formas de mentir y por tanto podemos
decir que se construye el canon de este arte clásico, recogido especialmente
durante la etapa de
Los parámetros de este arte
remiten al otro mundo, al Olimpo de
La mentira es, en la
mitología griega, casi un divertimento divino.
Los inmortales dioses se
mienten entre ellos, pero sobre todo, esto es lo relevante, a pesar de su
divinidad y poder sobrehumano, mienten a los hombres constantemente.
Toman formas animales para
arrebatar o seducir a mujeres, tientan a los hombres ofreciéndoles capacidades
que luego no dan, etc.
No, los dioses no tienen
poderes para dominar por la fuerza a los mortales, los dioses tienen poderes
para poder mentirles.
Al respecto es sumamente
interesante el diálogo que mantiene Sócrates con Hipias el Menor (afamado
sofista) donde se sostiene que miente el que puede, a los efectos, el que sabe
la verdad, y de muestra un botón donde Sócrates pone el saber astronómico como
ejemplo:
.- Sócrates: —Luego también
en astronomía, si alguien es mentiroso, el buen astrónomo lo será más; él es “capaz
de mentir”, porque sabe; no el incapaz, pues es ignorante.
.-Hipias: —Así parece.
.-Sócrates: —Por tanto,
también en astronomía la misma persona es mentirosa (puede mentir) y veraz
(puede decir la verdad, porque la sabe).
.-Hipias: —-Parece que sí.
El diálogo socrático en el
Hipias el Menor, de Platón, muestra los fundamentos clásicos del canon de la
mentira, del arte de mentir.
Los dioses y aún los humanos
más avanzados e inteligentes como Ulises pueden mentir porque saben jugar con
la verdad.
Sin duda son sabios, dejando
aparte valoraciones morales: el que miente con arte es el que sabe la verdad, y
el que miente sin la verdad, no tiene arte para mentir.
Este es el caso de las
bestias al que nos referíamos en el punto anterior, sus mentiras no tienen título
porque no conocen la verdad.
Sin embargo la mentira como
acto social, no puede prescindir de la nesciencia del que creyéndose poseedor
de la verdad la ignora.
La mentira tiene las patas
cortas ante la verdad dominada por el otro, pero camina ligera en los bastos
campos de la credulidad del engañado.
Los dioses se divierten
dándose un paseo por la caverna de Platón: el mundo de los mortales donde las
percepciones son primariamente sombras de luz proyectada, sombras solo
interpretadas por creencias sobre la verdad, no siendo la verdad misma.
El dios Hermes muestra el
perfil del problema de la ignorancia y del mito platónico.
Hermes es el dios de las
palabras, la elocuencia, la comunicación, el mensaje.
Es el dios mediador entre
inmortales y mortales.
Y, ¿qué es la palabra, el mensaje?
Es la sombra platónica
proyectada sobre la conciencia humana, y si bien el contorno de la verdad es
indudable en una proyección y en una palabra, la verdad en sí no se aparece, y
es por eso que el dios mensajero (que transmite la verdad) es también el dios
de la mentira, del engaño, del galanteo.
Es el dios de la concordia,
pero también el de los embusteros.
Por otra parte la dualidad
clásica no solo se manifiesta en cuanto a la ontología de la inteligencia, también
en cuanto a su axiología.
Aún Aristóteles, incansable
defensor de la verdad en su Ética, no dejará de reconocer en su Poética las
virtudes pedagógicas o didácticas de lo inexacto, pues más allá de carácter
falso de la mentira, no dejan de estar reconocidos en ella ciertos contenidos
universales.
El poeta, frente al historiador, usa la farsa
por su carácter flexible para hacer entender lo que hay mas allá de los hechos
ciertos.
La verdad concreta de los
hechos no transmite la verdad universal, pues la verdad habría de seguir siendo
una con otros sucesos.
La verdad universal es hija
de la metáfora.
Con todo, con la ciudad
común, diría Aristóteles en su Política, se manifiesta lo propio, lo particular,
no
La mentira prehistórica,
quizás acotada como una estrategia del grupo o del clan, pasa a ser cuestión de
gobierno personal o de gestión de uno mismo.
Habrá quien tome el camino de
la Ética (o la sinceridad) o el de
Tal vez en un mundo enredado
como el que desde entonces se ha construido, la virtud esté en su justo medio,
pues la sinceridad exige artimañas para lograr éxitos y queda dicho que la
artimaña no vive sin la verdad.
La verdad es, muchas veces,
oscura (el hábito no hace al monje).
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