domingo, 29 de noviembre de 2020

HISTORIA DE LA MENTIRA ( y 12 ) EL IMPERATIVO DE VERACIDAD

 

 ¿Podemos prescindir del imperativo de veracidad, sin el cual la historia está condenada a caer necesariamente en la distorsión, la ocultación y la mentira?

Parece que no.

 

La sospecha de que alguien, apelando a ese imperativo, pueda ponerse al servicio de los poderosos no implica que debamos renunciar a él, sólo obliga a ser muy precavidos.

 

El marxismo fue incapaz de comprender esto y sus herederos, conmocionados con el fracaso del comunismo, han buscado una escapatoria en el «No hay hechos, sólo interpretaciones».

 

Puesto que la realidad complica las cosas demasiado, mejor prescindir de ella.

Es el denominado «giro lingüístico», un remake del nominalismo medieval, teoría que sirvió a sus creadores franciscanos para deducir de las limitaciones de la razón la necesidad de renunciar a ella y entregarse de nuevo a la fe.

 

Entonces, como ahora, la negación de la posibilidad de obtener un conocimiento verdadero de la realidad se utilizó como argumento para que el mito y la mentira se volvieran tan buenos, e incluso mejores, que la razón y la verdad.

 

Las masas son capaces de creer en todo.

La única condición es que halaguen sus pasiones.

 

No hay que ser veraz, ni siquiera verosímil, basta con repetir insistentemente un mensaje, por absurdo que sea.

Es la gran aportación teórica de Goebbels, el san Juan Bautista de la posverdad.

 

(Sobre plantilla del artículo de José María Herrera, en Cuadernos hispano-americanos)

El objetivo elemental ya no está tanto en el aprovechamiento de simular o disimular la verdad para robarle algo al otro, sino en poseer una verdad para uno mismo, poseer algo.

 

La aventura contemporánea es la infructuosa de Alicia en el País de las Maravillas (y su complementaria Alicia frente al espejo) o la delirante de Neo en Matrix, ambos diluidos en un mundo cavernario de oscuras percepciones.

 

Alicia, al introducirse en la madriguera y perseguir al conejo blanco descubre un mundo absurdo que pretende interpretar con lógica (Lewis Carroll era matemático).

Alicia discute infatigable con los disparatados personajes que se va encontrando intentando comprenderlos racionalmente.

 

Por el contrario Neo descubre estar en un mundo irreal y su empeño más bien consiste en una incesante lucha por salirse al otro lado, más allá de las apariencias.

 

Ambos, Alicia y Neo, reflejan la tensión neurótica y psicótica a la que invita el caos mundano.

 

Alicia es una neurótica atrapada en el intento estéril de racionalización de las ficciones que va encontrándose, mientras que Neo es un psicótico que pretende desdoblar el mundo, que pretende superar la realidad-ficticia o la ficción-realidad en la que necesariamente tiene que moverse.

 

Alicia opera como Miró, a brochazos, intentando descubrir una “buena forma”. Neo es un Kandinsky, un personaje iluminado por un plan geométricamente determinado, que habría de terminar loco de remate al descubrir que sin las ficciones generadas por Matrix no podría caminar hacia la verdad y que destruir Matrix es destruir el camino.

 

El autoengaño es la argucia delirante característica del sobrevivir en nuestros días.

 

Es la búsqueda de una identidad consistente, que trascienda la articulación de cada cual en el mundo.

 

El autoengaño opera, por tanto, un distanciamiento de la realidad y de la identidad personal para así escapar o evadirse de un funcionamiento irregular del entorno, para así evadirse irresponsablemente de la implicación que cada cual tiene al participar en la obra.

 

Un papel adaptado al que no quiere interpretar y que, sin embargo, paradójicamente, le obliga a interpretar como figurante, y que también consume y es consumido por su papel mundano de enfermo o de espectador, de Don Nadie.

 

Los figurantes también padecen las modas, las modas diagnósticas, las modas del espectáculo al que asisten.

Y también pagan sus cheques.

 

Por tanto, y a modo de conclusión, la estrategia vital realmente inteligente puede que no sea otra que entender, asumir y sufrir/gozar (vivir) la verdad de la ficción.

No cabe otra.

Si acaso con la mesura o prudencia que sea posible para no vivir en la ficción, para no encasillarnos en un personaje absurdo, pero sin renunciar a cómo son las cosas y sin renunciar a nuestra identidad de pícaros que es la que en realidad nos caracteriza y a la que estamos un poco obligados.

 

Resumen

 

Este ensayo recorre la historia de la mentira. Un curioso e interesante itinerario por distintas épocas en las que el engaño, el disimulo y la verdad manipulada describen el devenir y la cotidianeidad de las sociedades humanas.

 

Desde el principio, la mentira se convierte en un acto social, por tanto en una práctica que se transforma con las modas y circunstancias históricas.

 

El ser humano necesita de la verdad y de la ficción para vivir.

Lo difícil es saber distinguir una de otra sin perderse por el camino.

 

P.D.

 

(Las reflexiones anteriores habrían sido imposibles si no hubiera actuado así: utilizando la plantilla del artículo “LA MENTIRA. UN ARTE CON HISTORIA”, de  Rubén González Fernández. Mentiras prehistóricas: el pecado original. De los animales al hombre”.

 

Por lo que le estoy gratamente agradecido al haberme guiado y permitido reflexionar sobre ese mismo tema)

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