UN HORIZONTE COMPARTIDO
Para que la mentira sea
efectiva es indispensable que alguien la tome como verdadera.
¡Cuántas veces no diría yo en
mis clases que si alguien, sin darse cuenta cree que 5x7 es igual a 45 y así se
lo “chiva” al compañero de mesa en un examen, no ha mentido, pero es falso o
contradictorio lo que ha dicho?.
Ha dicho una falsedad pero no
ha mentido porque ha comunicado lo que creía que era verdad.
E, igualmente repetido, si
alguien cree que 5x7 son 45 y le chiva al compañero, para engañarlo, que son
Lo esencial de la mentira no era la falsedad
dicha sino la intención del mentiroso pero que cuando se admitía la existencia
de un Dios, que lo sabe todo y al que no se puede engañar, sería pecado.
Pero, cuando se impone la
secularización, es la sociedad, para sobrevivir en paz y en concordia, la que
exige la verdad y la veracidad y sólo podrá ser condenado socialmente, con la
mala fama y la exclusión o, si produce efectos perjudiciales a la sociedad,
podrá ser juzgado por un tribunal, pero no por haber mentido, sino por les
efectos producidos al mentir.
Entre el plano de las
creencias y el plano de las ideas es el engaño en sí, y no la voluntad del que
engaña al mentir, porque la mentira opera en el plano de las creencias.
La mentira por antonomasia,
según Marx, es la “ideología como un conjunto de supuestos que sirven a una
clase social de hombres alienados para concebir
la realidad en la forma en que desean los poderosos”.
Pero donde no hay posibilidad
de mentira es donde no existe un horizonte compartido, el de la existencia de clases
antagónicas.
Todos hemos oído, dicho y
creído cómo los descubridores-conquistadores españoles, empezando por Colón,
“engañaron” a los indígenas del Nuevo Mundo al intercambiar “oro” por
“espejos-cristales” haciendo de éstos víctimas ya que su “cultura”, atrasada,
divergía enormemente de la “cultura avanzada” de los españoles.
Pero ese intercambio de
mercancías (oro y espejitos) no sería un fraude como tal sino una “transacción”
satisfactoria para ambas partes.
Ambas partes se consideraban
ganadoras y satisfechas con el intercambio.
Nada que ver con la argucia
que inmortalizó a Ulises, que fue un engaño en toda regla.
Ulises embaucó a los troyanos
aprovechando que “compartían” con él la creencia en los dioses y el papel
ritual de las ofrendas.
Tras diez años de guerra, un
gran caballo de madera fue abandonado en la playa por el enemigo, lo que sería
una trampa, pero el único que así consideró el caballo como trampa fue el
sacerdote Laoconte y sus hijos por lo que tuvo la mala suerte de que padre e
hijos fueran atacados por unas serpientes marinas cuando alertaba a los
troyanos del peligro.
Pero, para sus compatriotas,
los troyanos, considerar una trampa, un engaño, una ofrenda a los dioses fue la
prueba suficiente de que estaba equivocado y había sido castigado por los
dioses por su incapacidad para distinguir una ofrenda sagrada de una acción
bélica.
Es la por todos conocida la
historia del Caballo de Troya, en cuyo interior iban soldados con el objetivo
de abrir, de noche, las puertas de la muralla una vez que lo hubieran
introducido dentro….
Lo que ocurre con la mentira
ocurre con la verdad.
Una afirmación es verdadera
si lo que decimos en ella concuerda con lo que hay (“la verdad como
concordancia”), pero es que, lo que hay, la realidad, no es un absoluto
independiente de nuestra posición en la historia o en el mundo.
No es lo mismo lo que veía un
medieval observando las vidrieras que lo que veía un renacentista, un ilustrado
o un hombre de hoy, porque lo que hay tiene que ser visto desde el sujeto que lo
ve.
Las circunstancias, el
contexto, influyen en la percepción.
Kant lo había expresado: “en
la cosa conocida hay, siempre, dos elementos: uno subjetivo (que lo pone el
sujeto y que él lo llamaba las “formas a priori (independientes de la
experiencia) tanto de la percepción sensible (Espacio y Tiempo) como del
entendimiento (las 12 categorías) y otro es el elemento objetivo, el que
proviene de la realidad, las sensaciones.
De la suma de ambos elementos
tendremos los “fenómenos” y los “conceptos”.
Los conceptos “verdadero” y
“falso” son términos que adquieren significado dentro de un horizonte dado,
límite del que no se tiene conciencia y del que depende la inteligibilidad de
lo que sucede en el interior.
Ese horizonte es como el aire
que respiramos, que tiene que haberlo para no morir asfixiados pero del que sólo
nos damos cuenta cuando nos falta.
Las cosas en sí, los
“noumenos” son incognoscibles al no intervenir el elemento subjetivo.
Lo que las cosas sean en sí,
independientes de los sujetos cognoscentes, son ininteligibles.
Las crisis y los momentos de
transición, cuando el límite se hace visible y empieza a ser cuestionado, son
muy ilustrativos, precisamente, por ese motivo.
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