El Decamerón ofrece una historia límite de las dos tendencias.
En la novela primero se narran
las trampas últimas de un hombre de mala vida que miente astutamente a un
fraile antes de su muerte, siendo finalmente el pecador bendecido y tenido por
santo y sirviendo de mediador espiritual para el pueblo.
Y concluye el cuento que
“(...) grandísima hemos de reconocer que es la benignidad de Dios para con
nosotros, que no mira nuestro error sino la pureza de la fe, y al tomar
nosotros de mediador a un enemigo suyo, creyéndolo amigo, nos escucha, como si
a alguien verdaderamente santo recurriésemos como a mediador de su gracia”.
Es el crepúsculo medieval y los albores del
renacimiento.
Renacimiento de la mentira
¿Pero es que había muerto?
La falsedad que da lugar al
descubrimiento de América sirve metafóricamente para argumentar el nuevo brillo
del embuste.
El viaje, que no hubiese
tenido lugar sin los cálculos erróneos de Colón sobre la base de los de
Tolomeo, parece como presagiar el nuevo elogio a la mentira que renacerá
entonces.
La sociedad se decanta definitivamente
por el urbanismo y la mentira resulta necesaria en este ambiente y se convierte
en un arte nuevamente respetado.
Tomando como medida al
hombre, ha de reconocerse que es de su inteligencia mentir y, por tanto, digna
de consideración.
Ejemplo de obra renacentista
es El Príncipe de Maquiavelo, un auténtico tratado de filosofía política.
La mentira es, en El Príncipe,
una figura de contornos bien visibles, de claridad absoluta que responde a los
patrones artísticos de la época.
El elogio a la mentira está
justificado sobre la base del realismo.
Funciona y es necesaria.
Así como ya Platón
justificara en su República el engaño al pueblo por su propio bien, lo mismo
Maquiavelo, que recomienda a su Príncipe una serie de artimañas para el buen
gobierno, primero para conseguirlo y, después, para conservarlo.
No se trata de mentir para
engordar al gobernante, se trata de comprender la necesidad imprescindible de
dominar este arte ante la realidad cambiante y las veleidades del vulgo. (...)
el príncipe prudente, que no quiere perderse, no puede ni debe cumplir sus
promesas, sino mientras no le perjudique, y en tanto subsistan las
circunstancias del tiempo en que se comprometió.
“Tú, Príncipe, por prometer
que no quede, promete lo habido y lo por haber, pero si no puedes cumplir lo
prometido, por perjudicarte, no lo cumplas, siempre encontrarás argumentos para
justificar su incumplimiento (han cambiado las circunstancias, los súbditos son
más rebeldes de lo que eran antes, sería peor para el pueblo,…)
Ya me guardaría bien de dar
tal precepto a los príncipes si todos los hombres fuesen buenos; pero como son
malos y están siempre dispuestos a quebrantar su palabra, no debe el Príncipe ser
exacto y celoso en el cumplimiento de la suya.
El realismo renacentista
surge del pesimismo sobre la verdad.
El realismo pesimista toca
todas las capas sociales.
En todas se torna como
necesaria y habitual la mentira, y acaso los perseguidores de la digna verdad
son los seres más perdidos.
Al respecto aparece, y más
después en el barroco, el personaje del antihéroe en la novela renacentista
española y por supuesto en El Quijote en su protagonista principal.
Personajes que, atados por la
pretensión de valores verdaderos y eternos, están sumidos en la irrealidad y la
locura.
En este contexto los que malviven,
aunque sea en la miseria, son los pícaros (renacentistas aunque se hable de
ellos en tiempos postreros), acostumbrados al ir y venir de las cosas y las
circunstancias.
La realidad cotidiana plantea
un escenario donde mentir es ley de vida, si bien es un arte difícil en el
juego de engaños y contraengaños.
Al respecto, la archifamosa
escena de las uvas de El Lazarillo de Tormes plantea con la crudeza del
realismo de la naturaleza contingente y provisional de la picaresca mundana.
La mentira de Lázaro es tan
cotidiana y está tan en la calle que “hasta un ciego la ve”, de curtido que
está él mismo en estas tretas.
(“¿Sabes en qué veo que las comiste de tres en
tres? En que las comía yo de dos en dos y tú callabas.”)
La mentira renacentista se
caracteriza por la nitidez y hábito del mentir.
La mentira adquiere la
función de un plano general, un fondo, sobre el que transcurre la trama de la
vida de las personas y personajes, y no cabe más que sumergirse en las turbias
aguas para desenvolverse.
Aún así una no hará sino
introducir al personaje en otro charco, en un circuito indefinido donde unas
mentiras se lavan con nuevas y más gordas.
Con el barroco la mentira
habrá de depurarse hasta el punto en que permita nadar al tiempo que guardar la
ropa: “la mentira compleja”.
Sin duda una sociedad cada
vez más difícil y avisada sobre las artes diáfanas del engaño necesita formas
más complicadas de engañar.
Mientras que podríamos decir
que la mentira renacentista se arregla para salvar las circunstancias, la
mentira barroca consiste en arreglar las circunstancias para poder mentir.
Ya no son personas o
personajes que mienten episódicamente cada vez según convenga, son personas o
personajes que trazan un plano equívoco donde poner los pilares para sostener
sus mentiras a lo largo de todo un relato.
El Decamerón ofrece una historia límite de las dos tendencias.
En la novela primero se narran
las trampas últimas de un hombre de mala vida que miente astutamente a un
fraile antes de su muerte, siendo finalmente el pecador bendecido y tenido por
santo y sirviendo de mediador espiritual para el pueblo.
Y concluye el cuento que
“(...) grandísima hemos de reconocer que es la benignidad de Dios para con
nosotros, que no mira nuestro error sino la pureza de la fe, y al tomar
nosotros de mediador a un enemigo suyo, creyéndolo amigo, nos escucha, como si
a alguien verdaderamente santo recurriésemos como a mediador de su gracia”.
Es el crepúsculo medieval y los albores del
renacimiento.
Renacimiento de la mentira
¿Pero es que había muerto?
La falsedad que da lugar al
descubrimiento de América sirve metafóricamente para argumentar el nuevo brillo
del embuste.
El viaje, que no hubiese
tenido lugar sin los cálculos erróneos de Colón sobre la base de los de
Tolomeo, parece como presagiar el nuevo elogio a la mentira que renacerá
entonces.
La sociedad se decanta definitivamente
por el urbanismo y la mentira resulta necesaria en este ambiente y se convierte
en un arte nuevamente respetado.
Tomando como medida al
hombre, ha de reconocerse que es de su inteligencia mentir y, por tanto, digna
de consideración.
Ejemplo de obra renacentista
es El Príncipe de Maquiavelo, un auténtico tratado de filosofía política.
La mentira es, en El Príncipe,
una figura de contornos bien visibles, de claridad absoluta que responde a los
patrones artísticos de la época.
El elogio a la mentira está
justificado sobre la base del realismo.
Funciona y es necesaria.
Así como ya Platón
justificara en su República el engaño al pueblo por su propio bien, lo mismo
Maquiavelo, que recomienda a su Príncipe una serie de artimañas para el buen
gobierno, primero para conseguirlo y, después, para conservarlo.
No se trata de mentir para
engordar al gobernante, se trata de comprender la necesidad imprescindible de
dominar este arte ante la realidad cambiante y las veleidades del vulgo. (...)
el príncipe prudente, que no quiere perderse, no puede ni debe cumplir sus
promesas, sino mientras no le perjudique, y en tanto subsistan las
circunstancias del tiempo en que se comprometió.
“Tú, Príncipe, por prometer
que no quede, promete lo habido y lo por haber, pero si no puedes cumplir lo
prometido, por perjudicarte, no lo cumplas, siempre encontrarás argumentos para
justificar su incumplimiento (han cambiado las circunstancias, los súbditos son
más rebeldes de lo que eran antes, sería peor para el pueblo,…)
Ya me guardaría bien de dar
tal precepto a los príncipes si todos los hombres fuesen buenos; pero como son
malos y están siempre dispuestos a quebrantar su palabra, no debe el Príncipe ser
exacto y celoso en el cumplimiento de la suya.
El realismo renacentista
surge del pesimismo sobre la verdad.
El realismo pesimista toca
todas las capas sociales.
En todas se torna como
necesaria y habitual la mentira, y acaso los perseguidores de la digna verdad
son los seres más perdidos.
Al respecto aparece, y más
después en el barroco, el personaje del antihéroe en la novela renacentista
española y por supuesto en El Quijote en su protagonista principal.
Personajes que, atados por la
pretensión de valores verdaderos y eternos, están sumidos en la irrealidad y la
locura.
En este contexto los que malviven,
aunque sea en la miseria, son los pícaros (renacentistas aunque se hable de
ellos en tiempos postreros), acostumbrados al ir y venir de las cosas y las
circunstancias.
La realidad cotidiana plantea
un escenario donde mentir es ley de vida, si bien es un arte difícil en el
juego de engaños y contraengaños.
Al respecto, la archifamosa
escena de las uvas de El Lazarillo de Tormes plantea con la crudeza del
realismo de la naturaleza contingente y provisional de la picaresca mundana.
La mentira de Lázaro es tan
cotidiana y está tan en la calle que “hasta un ciego la ve”, de curtido que
está él mismo en estas tretas.
(“¿Sabes en qué veo que las comiste de tres en
tres? En que las comía yo de dos en dos y tú callabas.”)
La mentira renacentista se
caracteriza por la nitidez y hábito del mentir.
La mentira adquiere la
función de un plano general, un fondo, sobre el que transcurre la trama de la
vida de las personas y personajes, y no cabe más que sumergirse en las turbias
aguas para desenvolverse.
Aún así una no hará sino
introducir al personaje en otro charco, en un circuito indefinido donde unas
mentiras se lavan con nuevas y más gordas.
Con el barroco la mentira
habrá de depurarse hasta el punto en que permita nadar al tiempo que guardar la
ropa: “la mentira compleja”.
Sin duda una sociedad cada
vez más difícil y avisada sobre las artes diáfanas del engaño necesita formas
más complicadas de engañar.
Mientras que podríamos decir
que la mentira renacentista se arregla para salvar las circunstancias, la
mentira barroca consiste en arreglar las circunstancias para poder mentir.
Ya no son personas o
personajes que mienten episódicamente cada vez según convenga, son personas o
personajes que trazan un plano equívoco donde poner los pilares para sostener
sus mentiras a lo largo de todo un relato.
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