sábado, 14 de noviembre de 2020

¿ES MALO MENTIR? ( 6 ) MÁS HISTORIA DE LA MENTIRA.

 

El ascenso de la burguesía requiere la consolidación de máscaras sólidas y creíbles que garanticen sus ahorros.

La mentira pasa de ser el fondo vital reconocido en el renacimiento a ser el motivo sobresaliente del cuadro.

 

La verdad se subordina para dar funcionalidad a la falsedad, limitada por la desconfianza durante la etapa anterior.

 

El personaje de Yago, en Otelo, representa fielmente esta complejidad.

 

Yago, hombre codicioso que quiere ascender en el escalafón militar, halla los peldaños en la verdad, de la que trata de separarse un poco para estafar la confianza amorosa que Otelo inicialmente deposita en Desdémona.

Poco importa el amor sincero de ésta, porque el amor como cualquier cosa solo puede verse en algunas de sus partes aparentes.

 

Yago procurará escoger las partes que más le interesen sin ser ninguna de ellas inventadas.

Así, con la evidencia del sesgo, dirigirá astutamente la vista a Otelo y moldeará su personalidad hasta convertirlo en un celoso asesino.

La mentira es un proyecto constante y coherente en Yago, un proyecto sólido, tanto que en su desenlace en la obra de Shakespeare muere de éxito.

 

La mentira barroca no muere por tener las piernas cortas, muere por caminar demasiado, por su desmesura.

 

Una nueva vuelta de tuerca en el modernismo romántico nos arroja a una estrategia de contención.

 

En esas tesituras Kant levanta su filosofía contra la mentira, contra toda forma de mentir.

Es la resistencia de un “cura de la verdad” que en sus pretensiones idealistas acabará por engendrar a un hijo bastardo: Schopenhauer, amigo de lo contrario.

La mentira aún habrá de radicalizarse.

La mentira romántica es un baile de máscaras.

 

 La sociedad burguesa estalla con la revolución francesa.

Adquiere especial importancia el concepto de plusvalía, no obstante presente ya desde los viejos tiempos.

 

Las cosas definitivamente valen más de lo que verdaderamente son.

La acumulación de determinada suma de dinero en manos de ciertas personas, con un alta capacidad para producir mercancías y la existencia de amplios grupos de población “liberada” del campo y de la propiedad, que les obliga a vender su fuerza de trabajo para sobrevivir, permite la explotación de la mano de obra con el fin de abaratar los costes sin por ello necesariamente abaratar los precios.

Este margen de ficción a costa del obrero repercute en un impulso a la mentira social, además de la económica.

Descubrir que se puede vender por más de lo que vale, y a partir de entonces de forma generalizada y palpable, no puede ser inocuo para las mentalidades de entonces.

 

El hombre nuevo, redescubierto en el Renacimiento, está, en estas fechas, definitivamente sobrevalorado.

 

Las emociones humanas se tornan exageradas (incluso adulteradas sentimentalmente), y en su exageración muy cercanas a las virtudes puritanas, reveladas como una característica personal, como un elección de personas respetables muy dadas a la vanidad por su correcta manera de comportarse.

Si ya desde el barroco empiezan a construirse verdaderas personalidades de ficción, ahora el carnaval es norma para todo el que mercadea, para todo el que posee, para todo el que tiene capital.

Allá seguirán, con sus astucias, los pícaros y celestinas en las clases sociales más bajas.

 

La careta personal, en cambio, es un arte refinado, signo de distinción, pero dificultoso y con avatares.

Cierto es que si bien la careta se lleva dignamente, en todo momento está el “actor” en riesgo de desnudar la cara y enseñar las vergüenzas de su verdadero rostro.

Yago está en riesgo de reconocerse finalmente ante el espejo público de los hipócritas, que no pasarán por miedo a reflejarse.

 

El giro del romanticismo es la vergüenza a la verdad, que a toda costa debe ser ocultada.

La sociedad está montada sobre mentiras y su revelación destruye la estructura misma del alma enmascarada, destruye a la persona que lo es gracias a su antifaz.

 

“Persona” viene de “per-sonare”, la máscara de los actores en el teatro, de ahí que el mismo actor pudiera hacer varios personajes en la misma representación.

Basta con cambiarse la “más-cara”

 

Las precauciones obligan al disimulo como técnica básica.

 

Las fuerzas no se ponen en hacer eficaz la mentira con sofisticadas estrategias (signo barroco), sino en hacerla impermeable a la verdad.

El personaje no se diseña para engañar, se diseña sobre todo para no ser descubierto.

 

En la complicada trama se suceden multitud de personajes, de sentimientos y pasiones a la vez distantes y linderas, multitud de argucias, de cotilleos, de intrigas, de secretos y evidencias; pero lo fundamental y original es el juego de espejos en el que consiste la Mentira sostenida en el escenario.

Lo básico no es tanto mentir, las mentiras parciales son las mismas de siempre, lo original está en la construcción dramática de la historia, con intención de ir venciendo las resistencias de unas personas que se protegen en sus disfraces.

 

Las tentaciones primarias son como verdades naturales disimuladas entre las ropas, pero que de un modo u otro han de mostrarse en algún momento.

 

La mentira consiste en hacer perder la referencia del “correcto envoltorio” en que deben servirse las pasiones.

Tal cosa es posible por la buena maña del autor, pero sobre la base de que cualquier envoltorio es distinto al contenido de lo envuelto.

 

La mentira romántica parte del reconocimiento por parte del artista de que el engañado a su vez engaña.

En este sentido el mentiroso se dedica a confundir las referencias del engañador engañado tal que su representación resulte torpe e insegura y finalmente se descubra que interpreta haciéndose insoportable su degustación en el escenario social.

Destruyéndolo como personaje quedará destruido como persona.

 

El artista no puede mentir sin referencia a la verdad, y en el mundo romántico la manipulación consiste en hacer evidente la verdad manipulada por los otros sin acusar directamente, pues nadie está libre de pecado, ni puede salirse del escenario, ni desea prescindir de la utilidad de una buena interpretación.

 

El teatro y la obra seguirán ya en el mismísimo presente, pero dado el número de actores, personajes y guiones, la obra toma nuevas dimensiones.

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