FE.
Decía el Catecismo del Padre
Astete que “fe es creer lo que no vimos”.
Considera la fe en referencia
a la realidad, a lo que hay.
Yo creo que existen los
marcianos si creo que existen, aunque no los vea.
Pero “creer” puede entenderse
de dos maneras distintas:
“Creer a” (yo creo “a” Juan
si dice que X existe y no creo a Pedro si dice que no existe) hace referencia a
cosas, acontecimientos, a realidades,..
“Creer en” (yo creo “en” mi
hijo y acepto como verdadero lo que dice y lo que hace si él me lo dice o si él
lo hace), hace referencia no a la realidad, sino a “la persona”, connota, pues,
“confianza en”.
Los dos prototipos de estas
dos formas fundamentales de fe o creencia han sido (son) el Cristianismo y el
Judaísmo.
Para el Judaísmo tener “fe
en”, “creer en” consiste en la “confianza” que una persona cotidianamente
deposita en otra persona o en Dios, aunque esta “confianza” no pueda ser
justificada totalmente.
Para el Cristianismo la “fe”
o la “creencia” consiste en reconocer como verdadero un estado de cosas, una
afirmación.
La “creencia en”, del pueblo
de Israel descansa en la relación de confianza, en el contacto del hombre
entero con Dios.
Incluso los judíos que se
encontraban en los campos de concentración, y mientras se encontraban, seguían
teniendo “confianza” en su Dios
La “creencia” del
Cristianismo consiste en admitir como verdadero, real y existente todo lo que
se afirma en el Credo, “creer a lo que la Iglesia dice que es verdad.
“¿Por qué lo creéis?”
preguntaba el Padre Astete y la respuesta era “porque Dios Nuestro Señor así lo
ha revelado y la Santa Madre
Iglesia así nos lo enseña.
“Creemos a ella”, a lo que
ella dice.
EUROPA.
Si queremos entender en
profundidad el ser de Europa, no basta con volver la mirada a Grecia (la
“Razón”, el “Logos”) y a Roma (el “Derecho”, el “ius”) para encontrar en ellas
sus raíces.
El mundo semita, en su
vertiente musulmana y judía, constituye una de las bases fundamentales de
nuestra historia, de nuestra cultura.
Estas raíces se detectan,
sobre todo, en la Edad Media.
En este período, el desnivel
cultural entre Europa y el mundo árabe fue patente.
(Expondré, al final, lo que
en otro tiempo y lugar he expresado, sobre la ciencia, la filosofía y la
cultura musulmana en le Edad Media).
Europa estaba sumida en los
restos empobrecidos de una tardía latinidad, mientras el Islam y el Judaísmo
recuperaban lo mejor del legado griego, lo asimilaban y lo perfeccionaban.
Tanto, que empieza un ingente
flujo de trasvase cultural hacia Europa, gracias al cual ésta rejuvenece,
adopta nuevas formas de hacer ciencia, filosofía y literatura, aprende estilos
nuevos de comportarse, de vivir la religión, de sumirse en los abismos
misteriosos de la mística, de practicar la ascética, de disfrutar de la
belleza.
Y este trasvase se operó de
múltiples maneras: una, indirecta, ambiental, y otra, directa mediante los
movimientos de traducción llevados a cabo en Toledo y su famosa Escuela de
Traductores, en las comunidades judías de la Corona de Aragón y Sur de Francia, en la corte de
Federico II.
Reconocer esta deuda,
agradecer a la Historia
este regalo y conocer este movimiento de comunicación cultural es indispensable
para conocer nuestras raíces.
(Invito a los lectores que
estén interesados en conocer la múltiple y variada aportación islámica al
nacimiento de Europa, entre en mi blog: http://blogdetomasmorales.blogspot.com
(mayo del 2.012)
Fue, pues, más allá de lo
hasta ahora dicho y repetido: “Europa es Grecia + Roma + más el Cristianismo.
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