SOCIEDAD, CULTURA Y RELIGIÓN.
En mis últimos cursos de
educador/enseñante, como alternativa a la materia de Religión Católica se
enseñaba Cultura Religiosa, el hecho religioso pero desde una perspectiva
cultural (no religiosa) y social, artístico,…laico.
Solía decirles a mis alumnos
que la Semana Santa
Malagueña, con sus impresionantes e impresionables tronos era (y es) mucha más
que un hecho religioso en sí y que yo, agnóstico y laico, disfrutaba de la
puesta en escena de las procesiones, a las que acudía siempre que podía,
porque, a pesar de ser un detractor de la Teología del Dolor, lo veía como un fenómenos
social, artístico, cultural, incluso musical muchas veces… y me emocionaba
(aunque no compartía) la respuesta sentimental y llorosa de las personas
creyentes, así como disfrutaba observando los ojos pleniabiertos de los niños
al paso de los tronos con toda su parafernalia delante, detrás y bajo ellos.
No hay sociedad o cultura
humana conocida sin religión, es decir, sin creencias e instituciones relativas
a una relación con lo “sagrado”, con lo “misterioso”, con lo “divino”, con lo
“transcendente o sobrenatural”.
La religión es parte esencial
de nuestra “civilización” y de nuestra “cultura”.
La “cultura sobre las
religiones” es parte de la “cultura general”, se trate de los pueblos llamados
“primitivos” o sin escritura, o de pueblos modernos, de culturas rudimentarias
o de culturas tecnificadas, la religión aparece como un elemento nuclear.
Incluso en los estados
“aconfesionales”, la religión persiste como sistema de creencias, como fuente
de moralidad y como elemento ritualizador de gran parte de la vida de los
ciudadanos.
La religión es un “fenómeno
cultural” y, como tal, no constituye un fenómeno autónomo o aislable del resto
de las manifestaciones culturales de una sociedad, tales como la política, la
economía, la familia, el arte, la tecnología,…
Hasta tal punto es apreciable
este dato, que las creencias y prácticas sociales de la religión sólo se
comprenden y explican cuando se las integra en la sociedad donde se producen.
Las religiones se enraízan
tan profundamente en las culturas que resulta imposible comprender una cultura
determinada sin recurrir a su componente religioso.
Esencialmente la religión
consiste en una relación del ser humano con lo sagrado y con las reacciones que
lo sagrado suscita a nivel individual en él.
Pero en cuanto esta relación
ser humano-lo sagrado se exterioriza y se asocian los participantes de una
misma religión para compartir las celebraciones rituales a la divinidad, la
religión se transforma en un fenómeno social.
Nos encontramos, entonces, ya
ante los dos vectores que vertebran el hecho religioso: la dimensión individual
y la dimensión social de la religión.
En cuanto educador/enseñante
de “Cultura religiosa”, nada que decir
ni objetar al vector religioso individual y sólo tener en cuenta el vector
social y cultural del mismo, contemplado como un fenómeno que puede ser explicado
con el rigor que compete a las Ciencias Sociales.
Dentro del marco
constitucional vigente, en un Estado Aconfesional (y que desearía que fuera y
se denominara “laico”) el hecho religioso debe ser tratado desde una doble
perspectiva: científica y laica.
Y, al ser interpretado el
hecho religioso como un fenómeno científico debe ser válido para todos y
propiciar un talante laico que capacite un espacio de libertad para que todas
las creencias sean toleradas y todas las personas, creyentes o no, respetadas.
Ser y proclamarse “laico” no
es ser ni proclamarse “laicista”
Sólo en este espacio laico
será posible un diálogo interreligioso.
He dicho (y repetido) que la Cultura Religiosa
debería ser obligatoria para “todos” los alumnos, pues sin ella es difícil (si
no imposible) entender el arte en sus distintas y diversas manifestaciones a lo
largo de la historia, (pintura, escultura, arquitectura, literatura, poesía,…)
y que la “doctrina religiosa” debería impartirse en la iglesia del barrio en
que esté ubicado el centro de enseñanza.
La sociedad a la que tendemos
construir debe estar alimentada por una educación más abierta a la razón
crítica y a la solidaridad y, por tanto, decididamente superadora de la razón
instrumental como una realidad vivida.
DIOS.
Hay que superar la mentalidad
y el prejuicio infantil de que Dios puede hacerlo todo “cuando, donde y como le
dé la gana”.
Dios no puede alimentarnos
con una piedra o mojarnos con fuego.
La acción de Dios y la de la
criatura se ejercen en un plano distinto: en el orden trascendente y en el
orden categorial respectivamente.
Cuando en mis tiempos de
escuela le respondíamos al cura que Dios no podía hacerlo todo porque existe lo
contradictorio: una circunferencia cuadrada o una cuesta abajo sin una cuesta
arriba, por ejemplo.
A lo que el cura se nos
“escapaba” no poniendo el acento en Dios sino en la contradicción.
No es que Dios no pueda hacer
una “circunferencia cuadrada o un triángulo de cinco ángulos” es que éstos no
pueden existir, son absurdos, no pueden ser hechos, de lo contrario Dios sí
podría hacerlos.
No pongamos pues las cosas en
el Hacedor, Dios, sino en lo que puede ser hecho y en lo que no puede ser hecho
por ser contradictorio.
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