DE UTOPIAS.
U-topía (no lugar, no existe
ese lugar)
Sinónimos suyos son: quimera,
fantasía, ilusión, sueño, invención, fábula, idealización, imaginación,
ficción, alucinación, ideal, anhelo
La utopía no se alcanza, pero
sirve para avanzar.
Nadie lo ha expresado mejor
que Galeano: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja
dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá.
¿Entonces para qué sirve la
utopía?
Para eso, sirve para caminar.
El ideal ha jugado, siempre,
un papel fundamental en la vida humana bajo variadas representaciones míticas,
religiosas, sociales, filosóficas,…
Desde el Reino Mesiánico de
Isaías, hasta la Jerusalén
celeste del Apocalipsis, desde “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, Ni
han entrado al corazón del hombre, son las cosas que Dios ha preparado para los
que le aman” (1 de Corintios. 2.9)
de Pablo de Tarso hasta “El cielo que me tienes prometido” del Soneto
religioso, desde Utopía de T. Moro, La Ciudad del Sol, de Campanella y la Atlántida de F. Bacon,
hasta el paraíso comunista, desde Un mundo feliz, de A, Huxley hasta Walden Dos
de Skinner,…
Sin contar con utopías de
tras culturas y civilizaciones.
Las utopías son
cristalizaciones de la apertura del hombre hacia un futuro imaginado o
proyectado, deseable, que supera todos los límites que atormentan la vida
humana.
Hasta el Mayo del 68 no dudó
en proclamar esa consigna paradójica: “Sed razonables, pedid lo imposible”, de
tinte juvenil universitario francés y que, aunque sea o parezca paradójica,
contiene una profunda verdad.
Porque la apertura del
espíritu humano no tiene límites, aunque las realizaciones no pueden ser más
que limitadas.
Pero, por desear que no
quede.
Porque si los ideales mueren,
si las utopías se marchitan, las personas, las instituciones humanas se convierten en pájaros con sus alas quebradas
que dejan de volar (y los pájaros son aves)
Toca hoy, a todos (no sólo a
los políticos, también a los filósofos) buscar razones para esperar, sugerir
proyectos críticos e impulsores de un futuro mejor, en esta sociedad dormida,
narcotizada, abrir y no cerrar horizontes, aumentar, en definitiva, el caudal
utópico de nuestra cultura que motive a nuestra sociedad.
Nietzsche, como tantas veces,
tuvo un acierto genial: “cuando se tiene en la vida un “porqué”, se vive sin
dificultad el “cómo”.
Los ideales, las utopías, nos
ayudan a superar las dificultades del camino de nuestra vida.
Y debemos ser conscientes de
que vivimos en plena crisis de las utopías porque, muchas veces, no sólo han
fracasado sino que han conducido al fracaso, a dictaduras totalitarias, a la acumulación
de horrores (campos de concentración, genocidios,…)
¿No parece, actualmente, el
universo de las utopías una esfera negra y vacía, incluso un temor?
Esto no significa que el
hombre actual tenga que renunciar a la utopía, es decir, dejar de ser, en
cierto sentido, hombre.
La crisis de ciertas utopías
no implica una crisis del hombre.
Renunciar al ideal, a la
utopía, supondría una amputación, un taponamiento de lo que es el hombre en su
realidad más auténtica y profunda.
Un pragmatismo alicorto deja
un hueco abismal de desesperanza en lo más íntimo del hombre.
Y, como nos recuerda la
tradición, “la esperanza es lo último que se pierde” así que si se pierde la
esperanza…
Nuestras utopías deben ser,
sobre todo, de corte ético (y no económico), aspirar a un mundo en que cada
persona ponga lo mejor de sí misma al servicio de las otras personas y reciba
lo mejor de éstas.
Hay que rechazar las utopías
que consisten en situaciones impersonales o en ideas abstractas a las que se
sacrifican las personas.
Debe divisarse, aunque sea al
final del túnel, no sólo la esperanza, sino también el punto de luz que guíe al
caminante.
Derecho a la utopía, al
ideal, secular (sin negar el trascendente), pues sólo lo inalcanzable es
necesario.
Derecho a la esperanza.
La historia no ha terminado.
Y dondequiera que exista un
hombre hay un surco abierto de posibilidades de más bondad y más belleza, cada
vez más ricas y mas perfectas.
Por desear, razonadamente,
que no quede.
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