viernes, 27 de diciembre de 2019

FLORILEGIO FILOSÓFICO: DE ESTO Y DE LO OTRO ( 5 - 2 )



SOY AMADO, LUEGO EXISTO.

Parafraseando al Descartes del “cogito, ergo sum”, el personalista y prolífico filósofo español Carlos Díaz, con esa frase: “soy amado, luego existo” pretende ponerla como la piedra angular de su filosofía.

No sólo es el simple cambio de una frase sino que su puesta en práctica es un cambio de marcha en filosofía.

El “conocimiento” cartesiano como eje central de su filosofía superado por el “amor”, tanto en la relación personal del yo-tú como en la relación en la dimensión ética del “nosotros”, tanto la relación educativa con los valores, como la dimensión político-religiosa.

En mi carrera profesional, en aquel bachillerato de tres cursos, recuerdo la “Ética personal”, del “yo”, de primer curso, la “Ética Interpersonal” del “nosotros”, en el segundo curso y, finalmente la “Ética Social”, de “todos” de tercer curso.

Todo ello se ha esfumado.

Ahora el objetivo es la creación, no de personas maduras, sino de “trabajadores” cualificados y eficientes.

EL HOMBRE.

Somos “HOMO SAPIENS” pero, para serlo, tenemos que ser, necesariamente, “HOMO VIDENS” Y “HOMO LOQUENS”.

Pero, en el hombre, no todo es saber porque allá, en lo más profundo de cada uno, y antes que nada, somos “HOMO DESIDERANS”.
Y, todos, tenemos la certeza de que, sin “SABER”, el hombre dejaría de ser hombre.

EL GRAN JOSÉ LUIS SAMPEDRO Y LA “EDUCACIÓN MORAL”

Hace unos años le preguntaron a José Luis SAMPEDRO cómo deberíamos educar a los jóvenes, y certero y sabio, como siempre, contestó:
“ENSEÑÁNDOLES LOS LÍMITES”.

“Porque el sentido del límite es uno de los valores que ha perdido esta sociedad.

En la antigüedad, la diosa Némesis era la suprema guardiana de los límites sagrados, aquellos que permiten conservar el secreto orden del mundo.
Porque hay principios que no deben ser transgredidos y, si lo hacemos, perdemos nuestra dignidad como personas.

Hoy no se considera sagrada la “Naturaleza” y por eso estamos maltratándola y matando nuestro propio mundo.

Ni se considera sagrada la “Persona”, degradada por el sistema a la mera condición de mercancía o mercader.

Ni es sagrado el “Amor”, expuesto en los programas de televisión como espectáculo posible para saciar el morbo de los espectadores.

Ni es sagrada la “Muerte”, que se apresura desatinadamente porque no se respeta el cuerpo humano, o se aplaza médicamente manteniendo una vida carente de dignidad”

Y, sin ser Sampedro un psicólogo, ni un sociólogo de la juventud, plantea uno de los grandes problemas en la educación moral: el descubrimiento de la conciencia del límite.

Más allá de la forma en que debamos entender este límite, cuestiones como “nuestra relación con el otro”, con la “naturaleza” y con “nosotros mismos” nos ponen delante de un límite que no podemos precisar únicamente desde una teoría de la obligación moral, de la corrección en las normas, o de la legitimidad de las leyes.

La “educación moral”, en general, (sin tener que ser “religiosa”) y la “educación en valores”, en particular, no son sólo un conjunto de propuestas normativas sobre las formas posibles de llevar una vida digna.

En algún momento, el experto en educación moral tiene que enfrentarse a problemas que, antes o después, le obligarán a situarse ante este problema que José Luis Sampedro llama “conciencia del límite”

No todo lo que “Puede Ser Hecho, Debe Ser Hecho”.

Y habrá que preguntarse y responderse por ese “porqué”.

¿Quiénes son los que deben establecer esos límites?
¿Por qué no situarse más allá de esos límites y traspasarlos?
¿Desde dónde establecerlos?

Son preguntas que invitan al educador moral a considerarlas y a responderlas haciendo una ética menos “normativa” y más “atractiva”.

Pero son varios y variados los modelos de educación moral.

Las más conocidas y estudiadas han sido:

1. La de PIAGET.

En la teoría del desarrollo moral de Piaget, el autor propone la existencia de, tal y como hemos dicho, un total de tres fases o etapas (si bien son las dos últimas las que serían propiamente morales), las cuales el menor va pasando según va adquiriendo e integrando cada vez más información y habilidades cognitivas. 

Las tres etapas o estadios propuestos son los siguientes.

1. Etapa pre-moral o de presión adulta

En esta primera etapa, que se corresponde a un nivel de desarrollo equivalente al propio del de un niño entro los dos y seis años de edad, surge el lenguaje y empiezan a poder identificar sus propias intenciones, si bien no existe una comprensión del concepto moral o de las normas.

Los patrones de comportamiento y las limitaciones a éste dependen por entero de la imposición externa por parte de la familia o las figuras de autoridad, pero no se concibe la regla o norma moral como algo relevante per se.

2. Solidaridad entre iguales y realismo moral

La segunda de las etapas del desarrollo moral se da entre los cinco y diez años, apareciendo las reglas como algo procedente del exterior pero que se comprende como relevante y de obligado cumplimiento, siendo algo inflexible.

La ruptura de la norma se ve como algo enteramente castigable/punible y visto como una falta, siendo, pues, mal vista.
Surge la idea de justicia y de honestidad, así como la necesidad de respeto mutuo entre iguales.

La mentira está mal vista, y se acepta el castigo por la disidencia sin tener en cuenta posibles variables atenuantes o las intenciones, siendo lo relevante las consecuencias de la conducta.

Con el tiempo dejan de verse las reglas como algo impuesto por otros pero que siguen siendo relevantes “per se” sin que se precise de una motivación externa.

3. Moral autónoma o relativismo moral

Esta etapa surge aproximadamente a partir de los diez años de edad, en la etapa de las operaciones concretas e incluso en el inicio de las operaciones formales.
En esta etapa el menor ya ha alcanzado la capacidad de utilizar la lógica a la hora de establecer relaciones entre las informaciones y fenómenos que vive.

A partir de aproximadamente los doce años ya existe la capacidad de operar con informaciones abstractas.
Ello hace que aparezca poco a poco una mayor comprensión de las situaciones y de la importancia de diferentes factores a la hora de tener en cuenta las normas como, por ejemplo, la intención.

Es en esta etapa en la que se alcanza una moral crítica, tomando conciencia de que las normas son interpretables y que obedecerlas o no puede depender de la situación y de la propia voluntad: ya no es necesario que la norma se obedezca siempre sino que dependerá de la situación y de uno mismo.

También se valora la responsabilidad individual y la proporcionalidad entre acción-castigo.
La mentira ya no es vista como algo negativo “per se”, a menos que suponga traición

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