SOY AMADO, LUEGO EXISTO.
Parafraseando al Descartes
del “cogito, ergo sum”, el personalista y prolífico filósofo español Carlos
Díaz, con esa frase: “soy amado, luego existo” pretende ponerla como la piedra
angular de su filosofía.
No sólo es el simple cambio
de una frase sino que su puesta en práctica es un cambio de marcha en
filosofía.
El “conocimiento” cartesiano
como eje central de su filosofía superado por el “amor”, tanto en la relación
personal del yo-tú como en la relación en la dimensión ética del “nosotros”,
tanto la relación educativa con los valores, como la dimensión
político-religiosa.
En mi carrera profesional, en
aquel bachillerato de tres cursos, recuerdo la “Ética personal”, del “yo”, de
primer curso, la “Ética Interpersonal” del “nosotros”, en el segundo curso y,
finalmente la “Ética Social”, de “todos” de tercer curso.
Todo ello se ha esfumado.
Ahora el objetivo es la
creación, no de personas maduras, sino de “trabajadores” cualificados y
eficientes.
EL HOMBRE.
Somos “HOMO SAPIENS” pero,
para serlo, tenemos que ser, necesariamente, “HOMO VIDENS” Y “HOMO LOQUENS”.
Pero, en el hombre, no todo
es saber porque allá, en lo más profundo de cada uno, y antes que nada, somos
“HOMO DESIDERANS”.
Y, todos, tenemos la certeza
de que, sin “SABER”, el hombre dejaría de ser hombre.
EL GRAN JOSÉ LUIS SAMPEDRO Y
LA “EDUCACIÓN MORAL”
Hace unos años le preguntaron
a José Luis SAMPEDRO cómo deberíamos educar a los jóvenes, y certero y sabio,
como siempre, contestó:
“ENSEÑÁNDOLES LOS LÍMITES”.
“Porque el sentido del límite
es uno de los valores que ha perdido esta sociedad.
En la antigüedad, la diosa
Némesis era la suprema guardiana de los límites sagrados, aquellos que permiten
conservar el secreto orden del mundo.
Porque hay principios que no
deben ser transgredidos y, si lo hacemos, perdemos nuestra dignidad como
personas.
Hoy no se considera sagrada
la “Naturaleza” y por eso estamos maltratándola y matando nuestro propio mundo.
Ni se considera sagrada la
“Persona”, degradada por el sistema a la mera condición de mercancía o
mercader.
Ni es sagrado el “Amor”,
expuesto en los programas de televisión como espectáculo posible para saciar el
morbo de los espectadores.
Ni es sagrada la “Muerte”,
que se apresura desatinadamente porque no se respeta el cuerpo humano, o se
aplaza médicamente manteniendo una vida carente de dignidad”
Y, sin ser Sampedro un
psicólogo, ni un sociólogo de la juventud, plantea uno de los grandes problemas
en la educación moral: el descubrimiento de la conciencia del límite.
Más allá de la forma en que
debamos entender este límite, cuestiones como “nuestra relación con el otro”,
con la “naturaleza” y con “nosotros mismos” nos ponen delante de un límite que
no podemos precisar únicamente desde una teoría de la obligación moral, de la
corrección en las normas, o de la legitimidad de las leyes.
La “educación moral”, en
general, (sin tener que ser “religiosa”) y la “educación en valores”, en
particular, no son sólo un conjunto de propuestas normativas sobre las formas
posibles de llevar una vida digna.
En algún momento, el experto
en educación moral tiene que enfrentarse a problemas que, antes o después, le
obligarán a situarse ante este problema que José Luis Sampedro llama
“conciencia del límite”
No todo lo que “Puede Ser
Hecho, Debe Ser Hecho”.
Y habrá que preguntarse y
responderse por ese “porqué”.
¿Quiénes son los que deben
establecer esos límites?
¿Por qué no situarse más allá
de esos límites y traspasarlos?
¿Desde dónde establecerlos?
Son preguntas que invitan al
educador moral a considerarlas y a responderlas haciendo una ética menos
“normativa” y más “atractiva”.
Pero son varios y variados
los modelos de educación moral.
Las más conocidas y
estudiadas han sido:
1. La de PIAGET.
En la teoría del desarrollo
moral de Piaget, el autor propone la existencia de, tal y como hemos dicho, un
total de tres fases o etapas (si bien son las dos últimas las que serían
propiamente morales), las cuales el menor va pasando según va adquiriendo e
integrando cada vez más información y habilidades cognitivas.
Las tres etapas o estadios
propuestos son los siguientes.
1. Etapa pre-moral o de
presión adulta
En esta primera etapa, que se
corresponde a un nivel de desarrollo equivalente al propio del de un niño entro
los dos y seis años de edad, surge el lenguaje y empiezan a poder
identificar sus propias intenciones, si bien no existe una comprensión del
concepto moral o de las normas.
Los patrones de comportamiento
y las limitaciones a éste dependen por entero de la imposición externa por
parte de la familia o las figuras de autoridad, pero no se concibe la regla o
norma moral como algo relevante per se.
2. Solidaridad entre iguales
y realismo moral
La segunda de las etapas del
desarrollo moral se da entre los cinco y diez años, apareciendo las reglas como
algo procedente del exterior pero que se comprende como relevante y de obligado
cumplimiento, siendo algo inflexible.
La ruptura de la norma se ve
como algo enteramente castigable/punible y visto como una falta, siendo,
pues, mal vista.
Surge la idea de justicia y
de honestidad, así como la necesidad de respeto mutuo entre iguales.
La mentira está mal vista, y
se acepta el castigo por la disidencia sin tener en cuenta posibles variables
atenuantes o las intenciones, siendo lo relevante las consecuencias de la
conducta.
Con el tiempo dejan de verse
las reglas como algo impuesto por otros pero que siguen siendo relevantes “per
se” sin que se precise de una motivación externa.
3. Moral autónoma o
relativismo moral
Esta etapa surge
aproximadamente a partir de los diez años de edad, en la etapa de las
operaciones concretas e incluso en el inicio de las operaciones formales.
En esta etapa el menor ya ha
alcanzado la capacidad de utilizar la lógica a la hora de establecer
relaciones entre las informaciones y fenómenos que vive.
A partir de aproximadamente
los doce años ya existe la capacidad de operar con informaciones abstractas.
Ello hace que aparezca poco a
poco una mayor comprensión de las situaciones y de la importancia de diferentes
factores a la hora de tener en cuenta las normas como, por ejemplo, la
intención.
Es en esta etapa en la que se
alcanza una moral crítica, tomando conciencia de que las normas son
interpretables y que obedecerlas o no puede depender de la situación y de la
propia voluntad: ya no es necesario que la norma se obedezca siempre sino que
dependerá de la situación y de uno mismo.
También se valora la
responsabilidad individual y la proporcionalidad entre acción-castigo.
La mentira ya no es vista
como algo negativo “per se”, a menos que suponga traición
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