La propia expresión de
religión no existe en todas partes: hay muchos pueblos que tienen culto, pero
no saben que ellos tienen una religión.
En el paganismo las
tradiciones religiosas estaban ligadas a cosas, instituciones, lugares,
árboles, fuentes, a la familia... a cosas concretas que tenían como una
dimensión simbólica.
La religión, por ejemplo, de
los romanos, que era de tipo cívico, un refuerzo espiritual de las
instituciones.
Los emperadores que
perseguían el cristianismo lo hacían escandalizados porque los cristianos, en
vez de limitarse a tener un Dios como todo el mundo, y a no dar la lata,
negaban los dioses de los demás, y sobre todo los aspectos divinos de las
instituciones, y eso era lo intolerable.
El gran mérito, por decirlo
así, del cristianismo fue separar definitivamente el mundo de lo objetivo, de
lo cívico, del mundo de lo espiritual y lo religioso.
De ahí que uno no entienda
muy bien cuando hoy en la UE
hay algunos que en la
Constitución quieren mencionar las raíces cristianas de
Europa...
Es que precisamente las
raíces cristianas de Europa son la desaparición de la religión del espacio
público: ése fue el mérito del cristianismo. Reintroducir la religión como
justificación del espacio público sería paganizar el cristianismo
La gran acusación contra los
cristianos en el siglo II y III es que eran ateos.
Porque no se atenían a lo que
se consideraba como creencia en Dios o religión.
Y si adoraban a un
crucificado, era la blasfemia más fuerte, todavía.
Los cristianos descartaban a
todos los demás dioses. Eran ateos de todos los demás dioses menos de uno, el
suyo propio.
Lo más peligroso que
tienen los monoteísmos es que creen en dioses excluyentes: mi Dios es el único,
y por tanto los demás están fuera de la legalidad, de la verdad, y del camino
de salvación.
Porque ya es una violencia
decirle a alguien que está en un error, o que está en camino de perdición.
Eso ya es una forma de
humillarle
La mayor aportación del
cristianismo fue presentar un Dios encarnado.
El Evangelio de Juan dice que
Dios se ha hecho carne, “la
Palabra se hizo carne” y eso, en aquella cultura, era una
debilidad, el trastorno más fabuloso en la historia de las tradiciones
religiosas.
Un “Dios encarnado, hecho
hombre”.
El cristianismo nació con esa
originalidad, que duró hasta el siglo IV.
A partir del invento de que
Constantino I, Constantino el Grande (“San Constantino” para las iglesias
ortodoxas orientales y para la Iglesia
Católica Bizantina Griega) vio en el cielo la cruz, en la
batalla de Puente Milvio, contra Majencio, y la sentencia: "Con este signo
vencerás", y, así, se hizo la peor perversión de la cruz.
Constantino, había sido
educado en la religión del dios Sol y fue bautizado momentos antes de morir,
Y a partir del edicto de
Teodosio, en el 381, cuando declaró al cristianismo como la única religión verdadera,
todas las demás pasaron a la clandestinidad.
Y eso es lo que explica que
el continente más cristiano, Europa, haya sido el más violento.
Amamos lo perecedero
precisamente porque va a perecer; no amamos lo eterno, lo invulnerable, nadie
ama el universo, todos sabemos que el universo se pasa muy bien sin nuestros
cariños.
Amamos a aquellas personas
que quisiéramos perpetuar y no podemos; es su fragilidad lo que suscita nuestro
amor.
Y claro, Dios es lo
contrario: la idea de amor
A Dios, por ejemplo en el planteamiento
tan hermoso de Spinoza (del que he escrito bastante) en su Ética, él
habla del amor a Dios, que sólo puede ser un “amor intelectual”, pero no
podemos esperar que Dios nos ame.
Esa vinculación afectiva que
introduce el cristianismo necesitaba que Dios hiciera una concesión a la carne,
a la muerte, a la fragilidad, al temor, al abandono...
Esa idea del “Dios hecho
hombre” es una aportación de la religión cristiana, pero también un paso hacia
la salida de la religión, porque en cuanto divinizamos la figura frágil,
doliente, del hombre, estamos acercándonos a empezar a divinizar sencillamente
al hombre, sin necesidad de lo sobrenatural.
De ahí que algunos expertos
hablen del cristianismo como de la religión para salir de la religión.
Así que, para que la figura
de Cristo adquiera toda su capacidad de identificación con nosotros,
suprimámosle esa otra dimensión mágica que le aleja aún de nosotros.
Jesús de Nazaret, para los
cristianos Cristo, no fue una persona pacífica sino enormemente conflictiva.
Pero resulta que su conflicto
fue con los dirigentes de la religión judía, de su religión y, de algún modo,
con la religión.
También fue conflictivo con
el poder político.
Y, ante la pregunta tramposa,
endiablada y comprometida de un judío, si había que pagar tributo al César
además del tributo que se pagaba al Templo, Jesús se escapa por los cerros de
Úbeda, separando los dos planos y sin comprometerse con ninguno de los dos
poderes: el de la sujeción a las leyes civiles en el ámbito estatal y el de la
obediencia a la autoridad de Dios desde la fe religiosa.
No hay contradicción entre el
cristianismo, y por lo tanto la
Iglesia , y la laicidad, sino que la Iglesia tendría que ser, y
el cristianismo tendría que ser, la religión que fomentara la laicidad.
Porque a fin de cuentas Jesús
fue un laico, un laico que entró en conflicto con el poder religioso.
Cuando se habla de cómo los
países europeos han logrado escapar, en la medida que han logrado escapar (y
que tampoco es del todo cierto), de la tentación teocrática que vemos en países
musulmanes, que ésos sí que no han logrado separar las instituciones civiles de
las religiones, ahí está la aportación del cristianismo: gracias a él se
sentaron las bases; incluso cuando la Iglesia constituyó un poder terrenal, lo hizo
separado de otro poder que era el civil, mientras que eso no ocurrió en países
musulmanes, y eso lo lamentamos ahora todos.
¿Y las relaciones
ciencia-religión, razón-fe?
¿Hay contradicción entre
ellas?
Sólo hay contradicción si la
religión pretende dar lecciones científicas.
Para cualquier ser racional,
la idea de que los acontecimientos naturales tienen una explicación
sobrenatural es incomprensible; porque se pretende explicar una cosa que no
entendemos con algo que entenderíamos mucho menos todavía.
Einstein decía: "Yo sólo
creo en el Dios de Spinoza".
Quería, con ello, decir que
“si hay un Dios” es lo que llamamos “el conjunto de las causas naturales”.
Pero ése no es el Dios de las
religiones, el Dios de la salvación.
Pero creo que en Europa no
hay mucho enfrentamiento, normalmente, entre religión y ciencia, siempre que no
se pisen la manguera una a la otra, eso queda un poco para Estados Unidos.
El problema entre ciencia y
religión se ha introducido falsamente desde el momento en que la religión ha
querido meterse donde no tenía que meterse.
Por otra parte, la moral de
la religión se ve muchas veces amenazada por los avances científicos.
En el XIX el papa Gregorio
XVI prohibió las vacunas, por aquello de una “ley natural”: hay una ley natural
y según ese principio yo me debería quitar las gafas y tirarlas porque esto
contradice la ley natural, porque lo natural es que yo tenga la vista cansada.
Y el islamismo (¡qué
barbaridad¡) prohibió la imprenta.
En buena medida el retraso en
la aparición del pensamiento crítico en el mundo musulmán se debe a que hasta
muy avanzado el XVIII no autorizó la impresión de ningún libro.
Echémosle la culpa a Omán.
Hagamos un poco de Historia.
Tras la muerte de Mahoma, se
inicia el periodo de los “Califas Perfectos” (llamados así por ser familiares o
amigos íntimos del profeta).
Estos primeros califas fueron
cuatro (Abu-Bakr, Omar, Otmán y Alí).
El segundo de ellos, Omar, conquista e islamiza Siria,
Persia, Palestina, Egipto…
En el año 644 se toma
Alejandría en la que se encuentra la gran Biblioteca de los Ptolomeos compuesta
por miles de legendarios papiros.
Ante aquel tesoro y sobre qué
hacer, Omar dijo:
“No hay más que un libro
verdadero: el Corán. Si los libros de esa biblioteca contienen cosas opuestas
al Corán, son “impíos” y hay que quemarlos; y si dicen lo mismo que el Corán,
son “superfluos” y hay que quemarlos también”.
Cualquier excusa, pues, era
válida para quemar los libros, visto lo visto ya tenía decidido qué hacer con
ellos.
Se dice que sirvieron para
mantener, durante un tiempo, encendidas las calderas de los baños públicos.
Lejos de ser la religión la
que funda la ética, más bien parece que es la ética la que justifica las
religiones.
Si hoy elegimos entre una
religión y otra, y nos parece que la Madre Teresa de Calcuta es preferible a Osama Bin
Laden, es por razones éticas.
Y, cuando hablamos de
violencia, hay una violencia que es de las más peligrosas, “la violencia del
silencio”.
El silencio es de los
factores más terribles que ha habido en el siglo XX.
Si quienes debieron hablar
hubieran dicho lo que sabían, por ejemplo, de los campos de concentración nazi,
o en España de las atrocidades cometidas no sólo en la guerra, sino en años
inmediatamente posteriores...
¿Y es que en España, en
el País Vasco, en concreto, la
Iglesia no sólo ha guardado silencio durante tantos años,
sino que propició, en sus sacristías…
No sólo es la “violencia de
la palabra”, es la “violencia del silencio” y, muchas veces, en nombre de Dios.
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