Como si no hubiera sido
suficiente el “trabajito” que le ha costado a nuestro planeta en parir Agua,
Aire, Tierra y Fuego-Calor (curioso, pero son los cuatro elementos de los
presocráticos, de hace 2.600 años) para que, encima, el recién llegado, el
hombre, con la navaja de la sinrazón comience a darle “navajazos” en forma de
“efecto invernadero” ( calor-fuego), de “agujero de ozono” y de “contaminación
atmosférica” ( aire ), de “lluvia ácida” y de “contaminación del subsuelo”
(agua) o de “desertización galopante” y “aridez extrema” ( tierra).
A diestra y siniestra, el
recién llegado, mayor de edad, apenas ha entrado en el hogar, ha tomado
posesión (como si fuera un objeto de propiedad) del hábitat, formado durante
millones de años e, inconscientemente, está haciendo estragos.
Como si no hubieran sido
suficientes los desastres naturales que ha tenido que soportar y superar, en
forma de impactos de meteoritos, de glaciaciones extremas, de desplazamiento de
continentes,…
Es infantil e inconcebible en
mente humana que alguien, no sólo tire piedras sobre su propio tejado, sino que esté derribando su hogar, y
preparando su propia muerte a la intemperie.
En 1969, el bioquímico inglés
James Lovelock presentó oficialmente su “hipótesis Gaia”, que sería publicada
10 años después, en 1979, con el título “Una nueva visión de la Vida sobre la Tierra ”.
No encontró eco alguno entre
la comunidad científica, si exceptuamos a la bióloga norteamericana Lynn Margulis
(con quien luego colaboraría).
De “entelequia”, de
“ejercicio de imaginación”, de “alucinación”…. De todo, menos de “científica”,
fue calificada la Hipótesis /Teoría
Gaia.
Una cosa era el planeta
Tierra y otra los organismos vivos que en él (ella) habitan. Pero… ¿Considerar la Tierra como un
superorganismo con el que, a través de procesos químicos, toda la materia viva
terrestre interactúa para mantener unas condiciones de vida ideales?
Lovelock o era un escritor de
literatura fantástica o era un farsante, su hipótesis era peligrosa y su
defensa inquietante y preocupante.
Porque Gaia contradecía la
mayor parte de los postulados científicos entonces vigentes y ponía patas
arriba los modelos teóricos considerados válidos hasta ese momento.
Gaia ponía en tela de juicio,
nada más y nada menos, que la
Intocable y Sacrosanta Teoría de la Evolución de Darwin.
¡Demasiado osado el Lovelock¡
Porque, según Darwin, a lo
largo de los tiempos, la vida (los seres vivos) han ido adaptándose a las
condiciones del Entorno físico-químico.
Éste ya estaba allí, la casa
ya estaba construida, aunque deshabitada, y los seres vivos que iban llegando
iban adaptándose a las condiciones de esa casa, mejor o peor, pero siempre bajo
la Ley o
Mecanismo de la
Selección Natural.
Ahora NO.
Lo que proponía J. Lovelock
era, exactamente, lo contrario. La casa no existía, la construyeron y
reformaron constantemente los organismos (la biosfera).
Ésta es la que genera,
mantiene y regula sus propias condiciones medioambientales.
Es decir, la vida no sólo no
está influenciada por el entorno, sino que es ella misma la que influye sobre
el mundo de lo inorgánico a nivel físico y químico, de manera que lo que se
produce es una co-evolución entre lo vivo y lo inerte.
Una bomba para la comunidad
científica.
Un cambio de “paradigma”.
Aunque un cambio de este tipo
no es fruta de un día, necesita de tiempo para “calar” y asentarse en la mente
de los científicos, al tiempo que se despojen de la teoría anterior y necesita
espacio para desarrollarse.
Una teoría nace, crece, se
instala, explica, flaquea y, finalmente, es abandonada por otra que explique
más, que explique mejor y que lo haga de la manera más sencilla posible.
¿Qué sucedió?.
Pues lo que tenía que suceder:
desde el “rechazo” al “olvido” pasando por la “indiferencia”.
En los tiempos actuales,
contemplando la enfermedad y la sangría de nuestro planeta, a manos del hombre,
ha vuelto Gaia, desempolvándola, resucitándola.
Son coherentes las respuestas
que proporciona Gaia a las preguntas más inquietantes que el hombre se hace
sobre el planeta Tierra y las enfermedades varias que padece.
Y esto ha ocurrido cuando,
por primera vez, la tierra ha sido vista desde fuera, desde las naves y sondas
enviadas a Venus y a Marte para detectar la posible existencia de vida en
dichos planetas.
Ese color verde-azulado de la
tierra, de su atmósfera, contrasta con el color pálido de los otros planetas.
Señal y prueba de que sus atmósferas son
radicalmente distintas a la de la
Tierra.
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