A.- NATURALEZA Y CULTURA.
Racionalidad y cultura –gran
cerebro y manos, respectivamente, desde el punto de vista anatómico- esa parece
ser la diferencia, lo específico del ser humano en cuanto a su estructura.
¿Por qué difiere tanto la
conducta humana del comportamiento animal?
¿Por qué en el ser humano
–mientras que la evolución biológica parece, prácticamente, haberse detenido-
la evolución cultural, en cambio, mantiene un progreso vertiginoso?
Entre nuestros más lejanos
ancestros el tamaño del cerebro crecía rápidamente y, poco a poco, baja el
ritmo de crecimiento, tanto que entre el Homo Sapiens y el hombre actual no
hay, apenas, variación.
Desde los Neandertales el
cerebro, prácticamente, ya no cambia, la cultura, sin embargo, se desarrolla
masivamente y su aceleración es tal que las últimas culturas paleolíticas dan a
la curva de crecimiento un aspecto exponencial.
Todo parece indicar que los
animales no humanos están obligados a repetir siempre los mismos
comportamientos; y que, en cambio, el ser humano es capaz de inventar y crear
constantemente.
Este hecho está explicado de
la siguiente manera: “los animales están encerrados en su naturaleza
instintiva”, mientras que “el ser humano carece de naturaleza y es, únicamente,
historia, cultura, libertad”.
El animal es sólo
naturaleza - se rige por el instinto – y
éste es innato.
El ser humano es cultura – se
rige por el aprendizaje – y éste es adquirido.
Que el ser humano posea
“naturaleza” e “instintos” ha sido negado desde la Filosofía
y desde la Psicología , pero, en
la actualidad, la reciente ciencia de la Etología
ha dado un vuelco total a esta cuestión.
En la Filosofía ,
desde los presocráticos a Aristóteles se hablaba de “fisis” en el sentido de
“esencia” pero también en el sentido de “cosmos” o “universo”.
La “fisis” está regida/se
rige por leyes necesarias, por lo tanto no puede hablarse de “libertad” (la no
necesidad).
Todos los seres naturales
actúan siempre necesariamente “según su propia naturaleza (interna)”.
Entonces, si el ser humano es
un ser natural, no se ve cómo pueda ser libre. La solución será separar al ser
humano de la naturaleza.
El universo, pues, quedaría
separado en dos regiones: la naturaleza (necesaria) y el espíritu (libre).
Pero esta división no llevó a
la filosofía clásica a negar que el ser humano poseyera una esencia o
(naturaleza) permanente.
Este punto de vista,
esencialista y a-histórico fue substituido en la primera mitad del sigo XX por
dos poderosas corrientes filosóficas: el historicismo y el existencialismo. En
ambos llegará a afirmarse que el ser humano no tiene naturaleza.
Dice nuestro Ortega y Gasset:
“Si el sistema corporal del
ser humano es el mismo hoy y hace veinte mil años (….) quiere decirse que el
cuerpo no es lo humano en el hombre. Es lo que tiene de antropoide. Su
humanidad, en cambio, no posee un ser fijo y dado de una vez para siempre (…).
Resulta que el ser humano no tiene naturaleza: nada en él es invariable. En vez
de naturaleza tiene historia (…). La historia es el modo de ser propio a una
realidad, cuya sustancia es, precisamente, la variación; por tanto, lo
contrario de toda sustancia”
(“Historia como sistema”).
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