TERCERA CONCEPCIÓN DE LA SUPERVIVENCIA
POST-MORTEM
En sentido estricto,
resucitar es que “un cuerpo, ahora cadáver, se regenere y vuelva a la vida”.
Era la concepción que tenían
los judíos cuando empezaron a creer en una supervivencia tras la muerte, hacia
finales del siglo II a. C. y era la concepción dominante entre los
contemporáneos de Jesús de Nazaret (por ello no podían aceptar la resurrección
sin la correspondiente tumba vacía, que fue lo que hicieron los apóstoles
cuando María Magdalena se lo anunció a los que estaban aterrorizados por ser
sus discípulos y por el temor de que también a ellos….por ser seguidores del
crucificado, muerto y sepultado…).
Esta concepción de supervivencia
post-mortem de los materialistas, para quienes la identidad de la persona viene
constituida no sólo por las propiedades cualitativas de su cuerpo sino por ser
“exactamente ese cuerpo”, es precisa la misma “identidad numérica”.
Para que Sócrates resucite es
menester no simplemente que reviva un individuo físicamente idéntico a Sócrates
sino que justamente los mismos átomos y las mismas moléculas que una vez
constituyeron a Sócrates vuelvan a reunirse todos, en el mismo orden y en la
misma disposición.
(Este corporalismo era el
dominante en el período patrístico, incluso en Santo Tomás).
Tamaña hazaña es posible para
un Ser Omnipotente, pero entender así la resurrección plantea varios problemas.
El primero que, pasado un
tiempo, mucho o poco, es posible que algunos o muchos de los átomos y moléculas
de un cadáver hayan llegado a formar parte de otro ser (pensemos en el
canibalismo, en la ingestión por unos animales o, simplemente, en la absorción
de los vegetales).
En ese caso Dios sólo podría
resucitar a uno de los dos, o al primer muerto o al caníbal, al animal o a la
planta a los que han ido parte del cadáver, una vez muerto Sócrates o cualquier
persona.
Sería imposible, pues, resucitar
a todo el mundo (sí, quizá, a alguna persona concreta).
El segundo problema es que si
las moléculas que componen cada ser humano están reemplazándose constantemente
pues, como parece ocurrir, cada siete años aproximadamente hemos renovado todas
nuestras moléculas, entonces un agente omnipotente podría resucitar a unos 10
individuos (7x10=70) por cada persona que haya vivido 70 años.
Así, por ejemplo, ese ser
omnipotente podría resucitar a un Sócrates bebé, a un Sócrates de 7 años, a
otro de 14,…y todos serían Sócrates.
Pero es manifiestamente
absurdo que puedan resucitar 10 Sócrates a la vez, cada uno de una edad
diferente.
¿Cómo resucitaríamos? ¿Con
qué cuerpo? ¿Con el mismo que teníamos a la hora de morir? ¿Con todos los
achaques de la vejez? ¿Con el que quedó destrozado en un accidente?, ¿con el
no-nato o recién-nato?
Recuerdo la anotación que nos
hacía aquel profesor cuando se preguntaba cómo recuperar aquellos cabellos
arrancados del peine después de bañarse en el Pisuerga (estábamos en Salamanca)
¿Con qué cuerpo? – se lo preguntaban
ya los teólogos medievales.
Según los corporalistas
estrictos, con el que teníamos a la hora de morir pues, para que el resucitado
y el muerto sean la misma persona, ha de haber una continuidad
espacio-temporal, el cuerpo del resucitado ha de ser físicamente continuo con
el del muerto en el momento de morir.
Pero, puesto que siempre hay
un hiato temporal entre el resucitado y el cadáver su identificación siempre
será problemática.
Santo Tomás, que era
corporalista, y que afirmaba que el principio de individuación para las
criaturas de este mundo provenía de la materia, sostiene que entre la muerte y
resurrección tiene que existir algo que enlace uno y otro cuerpo (o, más bien,
una y otra persona) y ese algo es el alma que, aún privada de ciertas funciones
esenciales, es portadora de la “identidad personal”.
Según él, el alma sin cuerpo
tendría entendimiento y voluntad pero no otras funciones cognitivas, como la
percepción, ni la memoria
Naturalmente, los
corporalistas actuales niegan la existencia de esa tal entidad llamada alma.
Aporías varias aparecen en
esta concepción: ¡vaya suerte para los que perezcan decrépitos, deformados,
arruinados físico-fisiológicamente,… porque al momento de resucitar volverían a
morir¡
Pero si la resurrección tomara
como punto de partida el “apogeo físico” (20 años), entonces los bebés, los
niños, incluso los adolescentes, se quedarían sin resurrección.
La estricta resurrección
(“volver a vivir con un cuerpo como el que tenemos”) lógicamente no es absurda,
pero para que sea posible es necesario, siempre, contar con la existencia de un
Ser Omnipotente (que es el supuesto de todas las grandes religiones).
La “resurrección” sería una
“re-creación” y lo que fue creado una vez por Dios vuelve a serlo otra vez
(nuevamente “re-creado” por Él.
Para ser “yo resucitado” debo
tener el mismo cuerpo que tenía antes de morir. Y el alma puede ser inmortal,
al ser inmaterial, pero el cuerpo, al ser material, se desgasta, y se
descompone con la muerte.
“Creo en la resurrección de la
carne (de los muertos) y en la vida eterna y perdurable”
Pero el cuerpo resucitado
–dicen los teólogos- no será un cuerpo material como el que ahora tenemos, sino
un “cuerpo espiritual” (que a mí no me cabe en la cabeza imaginármelo) y que
debería ser traslúcido (y no opaco), penetrable por los objetos físicos (y no
impenetrable), que pudiese traspasar objetos (como nos representamos a los
fantasmas y espectros atravesando paredes).
Pero –me pregunto- si no
tiene masa no le afecta la gravedad ¿vagaría y se movería aleatoriamente?
¿Podría comer o sólo fingirlo? ¿Le alimentaría la comida? ¿Tendría ese “cuerpo
espiritual” necesidades fisiológicas?
No creo que sea la mejor
definición de este cuerpo resucitado denominarlo “cuerpo” sin tener nada en
común con lo que entendemos por “cuerpo”
No hay comentarios:
Publicar un comentario