¿Fueron los judíos o fueron
los romanos?
De la respuesta a esta
pregunta han dependido siglos de resentimientos, de rencores, de odios y
persecuciones.
El término “judío” connotaba
“una mala persona”. “Eres un judío”,
“eso es una judiada”.
Hasta en mi pueblo, en Semana
santa, cuando callaban las campanas, de luto por el Dios muerto, recorríamos
las calles con las carracas, cual alguaciles, indicando la hora de los oficios
en la iglesia. Y usábamos y tocábamos lo más fuerte que podíamos “para aturdir
a los judíos, los asesinos de Dios”.
Casi desde el siglo II
comenzó a descargarse exclusivamente sobre los hombros de los judíos del tiempo de Jesús, el peso del proceso, la
tortura y la condena a muerte de cruz del gran inocente de la historia.
Y así siguió, siglos y
siglos, hasta Juan XXIII y el Concilio Vaticano II, a mediados del siglo XX,
para borra de sus libros litúrgicos de Semana Santa la horrible frase en la que
los cristianos rezaban, cada Viernes Santo, “por los pérfidos judíos”, los
“asesinos de Dios”
“Pero ¿cómo pudieron Uds.
hacer lo que hicieron con Jesús si él era tan bueno”? – le espetaron unas
monjitas a un escrito judío, cuando iban en un tren.
A lo largo de la historia
estuvo vigente esa visión negativa que de los judíos fue inoculando la Iglesia aunque ésta no
fuera la única causa que llevó a la persecución en masa de los hebreos y que
acabó en el infierno de los campos de concentración y en los hornos
crematorios.
Pero, lo cierto y verdad, fue
la pasividad por una parte de la
Iglesia y de los cristianos que demostraron ante semejante
horror nazi.
Porque el nazismo y la
persecución de los judíos tuvo lugar dentro de la sociedad y la cultura
fundamentalmente cristianas y no en otros lugares de la tierra por otras
creencias y culturas religiosas.
Fueron los ROMANOS que
entonces ocupaban la tierra de Palestina
los que condenaron a muerte y ejecutaron a Jesús y no los judíos. Hoy nadie lo
pone en duda.
Así fue históricamente, aunque
literariamente se haya dicho otra cosa.
Además, los judíos tenían
otra manera de ejecutar la pena capital, que no era la crucifixión, sino la
lapidación o apedreamiento, con fuego y por decapitación. Sólo más tarde fue
introducida una cuarta forma de ejecutar, el estrangulamiento, cuando algunos
grupos judíos empezaron a creer en la doctrina de la resurrección de los
muertos con los mismos cuerpos que tuvieron en vida.
Si uno se imagina cómo
quedaba el cuerpo tras las tres primeras formas de ejecución, nada de extrañar
que introdujeran la cuarta. Con ésta el ejecutado iba a llegar a la
resurrección menos mutilado que con las otras tres (por apedreamiento, quemados
o decapitados)
Si fue crucificado fue obra
de los romanos, forma que en aquel tiempo infligían a los rebeldes políticos.
Que los judíos conocieron la
crucifixión es algo normal ya que los romanos, ocupantes de Palestina, la
usaron, a veces a masas de condenados, pero nunca la practicaron.
No confundir con la
crucifixión la práctica de los judíos de colocar el cuerpo del ejecutado, una
vez fallecido, sobre un palo o sobre un árbol, para que pudiera ser visto por
todos como escarmiento.
Crucifixión de un cuerpo
vivo, hasta su muerte, no es igual a exposición de un cuerpo ya muerto.
Suspender hombres vivos no es suspender hombres muertos.
La pregunta, entonces, es por
qué los evangelios no cuentan la verdad histórica sobre la pasión de Jesús.
Detención, proceso, las
torturas sufridas, la condena a muerte de cruz y la ejecución de la sentencia...
De estos episodios los
evangelios hablan largo y tendido, lo cuentan todo, con pelos y señales, pero
apenas cuentan algo sobre su nacimiento, su niñez y su adolescencia.
Es por lo que alguien dice
que lo importante, que la verdadera finalidad de los evangelios era narrar
detalladamente la pasión y muerte y todo lo demás era sólo una simple
introducción.
Y es que, para sus primeros
seguidores, el desenlace inesperado y cruento de la vida del profeta que les
había prometido implantar en la tierra un reino de prosperidad y de libertad
tuvo que ser un drama enorme.
Todo se les desplomaba como
un castillo de naipes viendo a su maestro morir vilmente clavado a un madero
como un malhechor cualquiera y sin que Dios moviera un dedo para impedirlo. Y
tuvieron miedo, Y huyeron y se escondieron temiendo acabar ellos también
sacrificados.
Los apóstoles, que podrían
haber sido testigos directos, no estuvieron presentes, por miedo, siendo ellos
los que podrían habernos transmitido un recuerdo histórico vivo y que nos los
habrían transmitido con absoluta objetividad.
Pero no fue así.
Los cuatro evangelistas
tuvieron mayor preocupación en hacer coincidir las antiguas profecías de la Biblia con lo ocurrido en
la pasión de Jesús que en contarnos cómo ocurrieron de verdad los hechos.
Igualmente, se preocuparon
más de filtrar los hechos para acomodarlos a las necesidades de las primeras
comunidades que de su veracidad histórica.
Y es que, cuando fueron
redactados los evangelios (no antes de 40 años después de la muerte de Jesús, y
algunos 60 y 70 años más tarde) por autores que ya no habían conocido a Jesús
y, por tanto, no habían sido testigos oculares de los hechos, existían ya
disputas muy fuertes entre las primeras comunidades sobre los nuevos rumbos del
cristianismo primitivo, que se había abierto ya a los gentiles y que se veía
perseguido por los romanos, al mismo tiempo que iba alejándose, cada vez
más, de sus raíces judías.
Todo eso estuvo muy presente
a la hora de escribir los evangelios y, sobre todo, los episodios de la pasión
y muerte de Jesús.
Estaba presente la disputa de
quienes habían sido los responsables de aquella muerte: si los judíos (que
habían vuelto a perseguir a los primeros cristianos que estaban llevando las
enseñanzas y la fe de las primeras comunidades formadas exclusivamente de
judíos, a otras gentes fuera de Israel) o los romanos (que estaban persiguiendo
a la nueva secta de origen judío, al mismo tiempo que empezaban a interesarse
por ella)
Los estudiosos de los
evangelios ven hasta 7 versiones diferentes. Y es que, los evangelistas
escribieron sus narraciones con finalidad religiosa y no histórica.
No pretendieron dejarnos un
documento de investigación histórica sino, más bien, comunicarnos un mensaje
religioso.
¿Acaso hubo testigos oculares
durante el interrogatorio durante el proceso que lo condenó a muerte?
Ni siquiera el de Marcos, el
primero, el más antiguo, el más cercano a los acontecimientos y que debería ser
el menos contaminado por las disputas entre judíos y nuevos cristianos se puede
considerar un documento histórico.
“La tradición que llega al
evangelio ya era una tradición interpretada y, por tanto, filtrada por la fe”
–dice un estudioso de los evangelios.
Surge, también, otra
pregunta: ¿podían las autoridades judías condenar a muerte en tiempos de Jesús
o era una prerrogativa sólo de los romanos?
Porque un judío sería de
religión judía, más o menos ferviente, de mayor o menor rango en la jerarquía
eclesiástica, pero TODOS eran, igualmente, ciudadanos romanos, aunque fueran de
segundo orden, por ser Palestina una provincia romana, aunque estuviera en la
periferia.
De que el proceso a Jesús y
de su condena fue un hecho histórico, que ocurrió (tuvo que ocurrir, a nadie se
condenaba sin haberlo interrogado, procesado, antes) lo cierto es que, después,
fueron escritos en función de la interpretación religiosa de esos hechos.
Una cosa es que ocurrieran y
otra cómo ocurrieron o cómo fueron interpretados.
Porque siempre seguirá
presente el dicho: “no existen hechos (puros, neutrales, asépticos, independientes)
sino interpretaciones.
No es lo mismo un homicidio
que un asesinato aunque el hecho sea el mismo, el fallecimiento violento de una
persona.
1.- Los tres evangelios
sinópticos afirman que el proceso y la condena de Jesús llegaron sólo tras un
año de la predicación pública, durante el cual Jesús estuvo sólo UNA vez en
Jerusalén, mientras que Juan dice que Jesús predicó durante tres años y que
cada año iba a Jerusalén en las festividades de la Pascua.
¿En qué quedamos, un año o
tres, una visita a Jerusalén o tres?
2.- Desde que Jesús fue
detenido hasta que fue clavado en la cruz duraron apenas 24 horas, según unos
evangelios, mientras según otros habrían sido necesarios varios días.
Y hay autores que defienden
que todo el proceso pudo durar varios meses, incluso un año entero, durante el
cual Jesús pudo ser interrogado varias veces, y por diferentes autoridades,
tanto romanas como judías.
¿En qué quedamos?
3.- Algunas de las
narraciones de los evangelistas están en contraste con las leyes y costumbres
judiciales de aquel tiempo, aunque, tampoco en fuentes no cristianas de la
época sea excesivamente claro cómo funcionaba la justicia en tiempos de Jesús,
cuando Palestina estaba bajo la ocupación romana,
Porque una cosa es la norma,
la ley, cómo debería funcional y otra, muy distinta, es cómo realmente
funcionaba.
4.- ¿Los tribunales judíos
mantenían el poder de condenar de condenar a muerte por delitos religiosos,
como la blasfemia, porque, recordemos, una cosa es ser blasfemo y otra matar a
un ciudadano romano.
Pero tampoco es posible saber
si podían condenar los tribunales judíos o no, para poder dirimir quien lo
condenó a muerte, porque si fue condenado y los tribunales judíos no podían
hacerlo, la conclusión es clara, pero si sí podían se mantiene la pregunta de
quien de los dos fue, realmente.
Parece ser que, en tiempos de
Jesús, los tribunales judíos mantenían una cierta autonomía en asuntos legales,
exceptuados los casos de crímenes políticos, que estaban reservados,
exclusivamente, a las autoridades romanas. Lo cual parece lógico. Mantener el
orden externo, en la vida social (misión
romana) no es mantener la creencia ortodoxa en la mente y en la palabra.
Es decir, a los romanos nada
le podría importar si Jesús era blasfemo o no, si era pecador o no, si ellos lo
juzgaban era por ser un delincuente o un presunto delincuente.
Delincuente y pecador son
conceptos que ni se incluyen ni se excluyen.
Existía un compromiso, por
parte de Roma, de no mezclarse ni intervenir en los asuntos meramente religiosos
de los judíos bajo la ocupación romana.
5.- Según Marcos Jesús fue
condenado por el Sanedrín, es decir, por el alto tribunal judío, por el delito
(más bien pecado) de blasfemia. El Sanedrín habría decretado que Jesús debía
morir.
Pero aunque el Sanedrín
tuviera esa facultad de poder condenar a muerte, está claro que ese
pecado-delito debería haber sido por apedreamiento o lapidación y no por
crucifixión, método inflingido por los romanos y sólo en caso de rebeldía
política.
Es decir, a los romanos nada
le importaba que fuera blasfemo o no.
Pero si el Sanedrín mantenía
la facultad de condenarlo a muerte, entonces, ¿por qué lo envió a Pilatos,
sabiendo que la autoridad romana sabiendo que la autoridad romana no juzgaba
casos de blasfemia o rebelión religiosa?
Ni se entiende por qué fue
condenado a muerte por Pilatos si ya había sido condenado por el Sanedrín.
La versión de Marcos tiene
todos los visos de no ser histórica.
Entonces ¿por qué Marcos crea
esa historia, de la doble condena?
Y es que Marcos escribió su
evangelio en Roma, donde los cristianos estaban perseguidos y no querría echar
sobre las autoridades romanas el peso de la condena a muerte de Jesús y, por
ello, decidiría escribir que ya previamente había sido condenado por el
tribunal judío.
Por ello Marcos inventa la
sesión de un interrogatorio nocturno en casa del Sumo Sacerdote cuando es
sabido, históricamente, que el Sanedrín nunca se reunía en casa del Sumo
Sacerdote.
De hecho, ni Lucas ni Juan
hablan nunca de un proceso a Jesús ante el Sanedrín, en el que se le condenara
a muerte.
¿En qué quedamos?
Surge otra duda, otra
pregunta: ¿Es verdad que fue cruelmente torturado antes y después de la condena
a muerte –según cuentan algunos evangelistas?
Y es un problema, porque se
sabe que no existían tales torturas antes de la condena a muerte.
La costumbre era que, una vez
condenado a muerte el reo, los soldados romanos se permitían burlarse de la
víctima según viejos rituales antiguos, por ejemplo, vistiéndola de payaso o de
rey.
¿Por qué dicen los
evangelistas que fue torturado? Seguramente, como en otros episodios de la
pasión, por el deseo de hacer coincidir las profecías bíblicas, que decían que
el futuro Mesías iba a ser escarnecido y torturado, con la historia de Jesús.
Tampoco sabemos quiénes
ejecutaron la orden de detención en el Huerto de los Olivos.
Según los sinópticos fue
detenido por una multitud armada “por orden de los jefes de los sacerdotes, de
los escribas y de los ancianos”.
Pero Juan dice que fue
detenido por una cohorte de soldados romanos. Y es raro que Juan que muestra
sentimientos más antijudíos que los otros tres y que escribió, conociendo ya
los otros evangelios haya podido inventarse esto, corrigiendo a los sinópticos,
afirmando que lo detuvieron soldados romanos.
Lo más probable es que Jesús
fuera detenido por los soldados romanos tras una denuncia de los guardias del
Templo, que mandaron conducir a Jesús ante el Sanedrín, pues la acusación que
le hacían era la de arremeter contra la sacralizad del Templo de Jerusalén
(“llegará el día en que no hará falta, para rezar…”), es decir, una cuestión
religiosa y no política.
¿Por qué, entonces, acabó
acusado y condenado por un delito político y no religioso?
Sería un rebelde político, un
delincuente, un revolucionario político peligroso.
De hecho, INRI, la
inscripción que Pilatos mandó escribir sobre la cruz, según la costumbre del
tiempo, era para que los que lo vieran crucificado supieran por qué lo había
sido, cual era su delito.
Es decir, por haber afirmado
que quería ser “Rey de los judíos”, amenazando, así, al poder de Roma sobre
Judea.
Y es que, para un Gobernador
de una nación ocupada militarmente, como lo era Palestina, era impensable dejar
de reprimir un movimiento mesiánico (ya había sido aclamado triunfalmente en
Jerusalén, el Domingo de Ramos) que podría conducir y desembocar en un
levantamiento político contra Roma que, seguramente, ya habría ocurrido antes,
por otros Mesías antes de Jesús.
Y es que Jesús había
predicado un nuevo Reino para los judíos y eso podría resultar peligroso si
muchos lo creían y ponían en marcha la venida del mismo.
La verdad es que Jesús era un
profeta radical e inteligente que estaba empezando a hacer mucho ruido.
Demostraba conocer bien las
Escrituras y podía discutir con los Doctores de la Ley , con los saduceos y los
fariseos. No era, pues, un profetilla más de los que surgían de vez en cuando,
y que desaparecían con la misma facilidad con la que aparecían.
Era una persona bien
preparada, que nunca dejó de profesarse judío y celoso de la ley y, al mismo
tiempo, profundamente crítico con la religión fosilizada de su tiempo.
Él nunca de proclamó ni
Mesías ni Dios, pero quienes lo seguían y ante los prodigios que realizaba, sí
lo veían y lo sentían como tal, o lo deseaban que así fuera, aunque más de una
vez dijera que no era Él el que realizaba los milagros, sino Dios y que su
reino no era de este mundo.
Pero quienes lo seguían, y
los apóstoles, creyeron al pie de la letra que el nuevo Reino que Él anunciaba
era también un reino temporal y concreto (de ahí la petición de la madre de los
Zebedeos y el cabreo de Pedro y demás apóstoles) que iba a devolver a Israel la
libertad perdida.
Y confiaban en Él.
Era más un profeta religioso
que político.
Él predicaba la purificación
de la religión judía, la que había mamado desde niño y creía en las profecías
bíblicas que anunciaban una nueva etapa de espiritualidad en la que todos los
hombres iban a ser más hermanos que lobos, en la que Dios iba a ser más Padre
que Juez con los hombres y en la que cada ser humano tomaría conciencia de su
propia dignidad como “hijo de Dios”, ya fuera leproso, prostituta o Doctor de
la ley.
Había que acabar, pues, con
las hipocresías de una religión que se había degradado y que los dirigentes
religiosos usaban en beneficio propio.
De ahí su condena de la
rigidez del Sábado y hacer del Templo un mercado (de “casa de oración” a “cueva
de ladrones”).
Pudiera ser que fueran los
mercaderes del Templo quienes denunciaran a Jesús ante las autoridades
religiosas (les “jodía” el negocio a ellos y al Templo (a los sacerdotes)).
Jesús estaba haciendo mucho
ruido y no aparecía claro si su predicación era puramente religiosa o también
de carácter político-social.
Y es que a las jerarquías
judías las nombraba, en aquel momento, el poder romano. No querían, por lo
tanto, enemistarse con el gobernador Pilatos que no era un hombre débil y
titubeante y que quiso salvar a Jesús de los judíos que querían que muriera (la
escena de Barrabás, lavarse las manos) como lo muestran los evangelistas (pero
ya sabemos por qué) sino un hombre cruel, duro y violento que imponía miedo a
todos.
Es probable que, ante tanto
ruido, Pilatos le diese un toque a las autoridades del Sanedrín para saber qué
estaba pasando con aquel profeta demasiado seguido por la gente y que decía que
quería proclamarse rey.
Y es posible que las
autoridades judías, ante el carácter de Pilatos, se echaran a temblar.
Y es posible, pues, que ellas
mismas hablaran con Jesús para oír de su propia boca qué estaba pasando.
Tras dichos interrogatorios
debieron llegar a la conclusión de que difícilmente se podía condenar a Jesús
por motivos religiosos (si es que el Sanedrín tenía ya o todavía poder para
condenar a nadie) ya que Jesús, en ningún momento despreció ni ofendió a la religión
judía, que era la de sus padres, sino que lo que pretendía era perfeccionarla y
dar cumplimiento a las profecías de las Escrituras, que anunciaban días mejores
para dicha religión y que, incluso, podría abrirse a otros pueblos.
Es en este punto cuando pudo
suceder que el Sanedrín, por miedo a Pilatos, le mandara a Jesús para que se
encargará él de interrogarlo y de ver si era culpable de otro tipo de rebelión
que no fuera la religiosa.
Y, a partir de ahí, sería el
poder romano quien quiso deshacerse del profeta incómodo por haberse
proclamado, según las acusaciones, Rey de los judíos.
Por eso, el proceso y la
condena a muerte de Jesús fue un gran error judicial ya que fue llevado a la
muerte como un rebelde político y revolucionario que pretendía sublevar a su
gente contra el poder romano cuando, en
realidad, nunca había intentado tal cosa, ni su intención era proclamarse Rey
de los judíos, sino anunciar un reinado de paz y respeto a todos, donde los más
humildes fueran reconocidos en sus derechos y los más poderosos se pusieran al
servicio de los más necesitados y olvidados de la sociedad.
La suya pudo ser una
“revolución religiosa y social, pero no política, que es por la que lo
asesinaron”.
¿Cuándo fue crucificado?
Pues, tampoco se sabe con
certeza.
Para Juan el jueves, 14 de
Nisán, el día antes de la fiesta de Pascua, que era el día más importante del
año para los judíos.
Para los sinópticos fue el
viernes, 15 de Nisán, el día de la gran fiesta que precedía a la Pascua.
Es probable que tenga razón Juan
pues, hoy, parece imposible que las autoridades judías hubieran permitido que
un pleito ante el gobernador romano, que podía acabar con una condena a muerte,
se celebrara el día festivo más importante del año para los judíos.
Tampoco ha sido posible calcular
el año de la crucifixión de Jesús, ni qué edad tenía a la hora de su muerte,
que podía variar entre 25 y 32 años.
Lo cierto es que Pilatos se
curó en salud porque la palabra “rey” en un provincia romana, sonaba a rebelión
e independencia.
Y el Sanedrín, encantado de
que le quitaran de en medio a esta persona tan crítica, tan molesta y,
económicamente, tan perjudicial para las arcas del Templo.
Pero la condena es de Pilatos
por algo que no era, un revolucionario político. Si que era un revolucionario
social y religioso.
A Pilatos, una muerte más o
menos, de los muchos crucificados, no le importaba.
El Sanedrín, con la
tranquilidad de conciencia de que él no había sido. Pero alegre y feliz por
haberlo hecho Pilatos.
Jesus fue ejecutado por Pilato por Laesa Maiestas Populi Romani (Sedición contra la majestad del pueblo romano). Era líder de un movimiento nacionalista revolucionario armado."El que no tenga espada, venda el manto y compre una" (Lucs 22: 36). Jesús había aconsejado proverese de una espada a cada uno de sus hombres, que no eran doce sino cientos. Agreguemos ahora aquí estos pasajes: " Los que están a su alrededor, viendo lo que iba a pasar,le preguntaron:"__Señor, ¿usamos las espadas?". (Lucas 22: 49. "Simón Pedro, que tenía uan espada, la desenvainó e hirió al siervo del sumo sacerdote cortándole la oreja derecha" (Juan 18: 10). Si aparecen armas y hechos armados, es que realmente los hubo: nadie, en la primera generación cristiana, hubiera inventado unos datos tan contrarios a las creencias profesadas.
ResponderEliminarEl poder religioso (Sanedrín) podía condenar y condenó (les estaba arruinando el negocio del Templo) pero no podían ejecutar (el tabú de la sangre) y convencen a los romanos del peligro de este predicador que afirmaba ser Rey de los judíos, cuando Judea era sólo una provincia romana, lo que suponía la independencia de Judea respecto a Roma. Poco le importaba a los romanos ejecutar a un revoltoso político, peligroso, pues
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