No podemos hablar de su
biografía, es imposible.
Pero desde los evangelios
canónicos, desde los apócrifos, desde lo que veían en Él las primeras
comunidades cristianas, algo podemos intuir de Él, sobre todo si lo que de Él
se dice se repite, es recurrente y que no encuadra en los esquemas de los
mesías al uso que pululaban por Israel.
Frente a esa Teología del
sufrimiento tan arraigada en la Religión
Judía , de sacrificio, de culpa, de expiación de los pecados,
del castigo de Dios a su pueblo, de las persecuciones y humillaciones…Jesús se
nos aparece como lo contrario, como un “psicólogo de la felicidad”.
En una sociedad donde abundan
tanto los pobres, los enfermos, los olvidados y castigados por Dios, los
leprosos y endemoniados, viviendo en las cunetas de la vida. En un pueblo
humillado por ocupación romana y que parece que su Dios se ha olvidado de él,
aparece Jesús como el “profeta de lo imposible”, de la liberación global del
hombre.
En una sociedad machista,
androcéntrica, en la que los niños y las mujeres eran poco más que cosas,
patrimonio del varón, hasta casi el derecho de vida y muerte (porque el mismo
repudio, exclusivo del varón, era una condena a muerte social de la mujer).
En una sociedad teocéntrica
en la que es moneda común que son los dioses los que intervienen en la
historia. Como diría Agustín, “Dios obra como quiere, cuando quiere y donde
quiere” por lo que sólo queda la salida de pedirle, de rogarle, con
sacrificios, ayunos y abstinencias que ocurra lo que se le pide.
En esas circunstancias Jesús
se presenta no como “hijo de Dios” (ese el título que le darían, después, sus
seguidores) sino como “hijo del hombre”, como un hombre, sin adjetivos, siendo
esa su mayor dignidad, “ser hombre auténtico, un auténtico y sólo hombre”.
En un mundo en el que habita
la múltiple esclavitud, el miedo, la opresión por el peso de la ley, siempre
expuesto a arrodillarse ante el poder, ante
la falta de libertades,.. Jesús se presenta como el “libertador”, el que
no soporta las cadenas, el que cura a todos sin distinción alguna, el que
libera los demonios y perdona los pecados, acabando con el sentido de culpa y
dándole un hachazo a la esclavitud del sábado.
En una sociedad en la que
prima el poder y la gloria, el agasajo y el despotismo,… Jesús se presenta como
“alérgico a cualquier sombra de poder”
Él es el que propone las
nuevas relaciones humanas entre los hombres, sin enemigos, todos iguales, todos
igualmente hijos de Dios.
Él, que moriría sin quererlo
ni buscarlo, y que observa a su alrededor la muerte por hambre, por exclusión,
por revolucionario,… anunciará que “nunca se muere para siempre”
O sea: sabiendo, por historia,
cómo era, cómo estaba, la múltiple situación (política, social, moral, religiosa,…)
de Israel, si son más o menos verídicas las respuestas de Jesús a esas
situaciones, algunos rasgos psicológicos, pues, podemos intuir o inducir de Él.
Jesús nunca amó el dolor, ni
lo buscó y, como todo hijo de vecino, lo soportaría e intentaría erradicarlo lo
antes posible.
No lo soportaba para él ni
para nadie. Jesús no era un masoquista ni un sádico. Siempre que podía
intentaba erradicarlo de sí y de los demás (ahí están todos los milagros que se
le atribuyen)
Jamás obligó ni aconsejó a
los suyos el dolor y cuando alguno, con dolor, se le acercaba para que lo
curase nunca le dijo: “sufre, aguanta, Dios lo quiere, haz méritos, porque el
dolor es meritorio…”
Y “curaba a todos”, aunque fueran gentiles y paganos,
que estaban excluidos hasta de poder sentarse a la mesa con un judío.
Jesús se salta todas estas
normas a la torera.
Los paganos, para los judíos,
eran impuros e indignos de ser tratados, y menos curados.
Él sabia que el dolor, tanto
externo como interno, acompaña siempre al hombre hasta la tumba, pero intentaba
aliviarlo si no podía erradicarlo.
Cuanto menos dolor hubiese en
el mundo, mejor, y si no había ninguno, mejor que mejor.
Nunca fue un asceta, como el
Bautista, aunque sí un desprendido, no atado a las cosas.
Liberarse de los dolores
suponía tener que liberarse de las falsas seguridades que proporcionan las
cosas.
Las parábolas (que parecen
ser más o menos auténticas) siempre hablan de “felicidad”, amasada con las
pequeñas cosas de la vida cotidiana (la vid, la siembra, los pájaros, las
plantas, las semillas, la levadura que hace crecer el pan, los animales del
campo…)
Pequeñas cosas que alegran la
vida, que son felicitantes y que ningún Dios puede aconsejarte u obligarte a
que prescindas de ellas.
Era alérgico al dolor.
Ya se encarga la vida de
traernos dolores como para que, encima, los busquemos y nos quedemos, felices,
en ellos como mérito para nada.
Nunca predicó el heroísmo que
te lleve hasta a sacrificarte por una idea, por un ideal.
Si amaba las fragilidades
humanas era para acompañar a los frágiles que tenían que soportarlas y, si
podía, se las curaba.
Si a algo son sensibles los
hombres es a la felicidad.
Ya lo había sentenciado
Aristóteles: “todo lo que el hombre hace, lo hace para ser feliz”
Es el objetivo más universal
y deseado de todos los hombres.
Pero es curioso que sólo haya
una Constitución en el mundo que sancione “el derecho de los ciudadanos a la
felicidad”. La de Estados Unidos.
El requisito previo para
llegar a ella, según Jesús, es perder el miedo a los dioses y tratar a los
demás como nos gustaría ser tratados por ellos.
Y hay demonios exteriores
(como el poder opresor) e interiores (el inconsciente, las preocupaciones, la
angustia, los deseos inalcanzables)
Su receta era la sencillez,
el desapego (no la renuncia) de las cosas, para no ser esclavo de ellas. Vivir
como los pájaros del cielo, que no siembran…
¿Recuerdan lo del endemoniado
de Gerasa y cómo los demonios, sacados del sujeto, se encarnan en los cerdos y
se precipitan, pereciendo todos ellos? ¿Le dan las gracias por haber liberado a
uno de los suyos? No. Le pidieron que se fuera cuanto antes del pueblo,
recriminándole por haberles hecho perder los cerdos.
Los cerdos preferidos a un
hombre des-endemoniado (¡palabro!)
La libertad y/o la seguridad.
El riesgo de la libertad y la
seguridad de la no libertad. Y habrá que elegir.
La receta de la felicidad de
Jesús es, teóricamente, fácil, prácticamente difícil: “no querer vivir por
encima de nuestras posibilidades” porque ello generaría angustia y frustración,
dos demonios interiores y, sobre todo, no a costa de la infelicidad de los
demás.
La felicidad, para Jesús, no
consiste en poseer y disponer de mucho, sino de no desear más de lo que eres
capaz de saborear en paz y en armonía compartiéndolo con los demás.
PROFETA DE LO IMPOSIBLE
¿Recuerdan los muros de la Sorbona y el eslogan:”sed
razonables, pedid lo imposible”?
Eso, pero de otra manera, lo
había dicho Jesús de Nazaret: “si tuvieseis fe como un grano de mostaza
podríais decirle a este monte:….” He ahí por qué se le llama, entre otros
títulos, “profeta de lo imposible”.
Incluso sus milagros nunca
los vio como algo extraordinario, estaban en la normalidad de Dios, su Padre,
que escucha a sus hijos.
Pero en la sociedad del orden
y del conformismo a lo más que se llega es a pedir, más que lo posible, lo
probable, incluso lo obvio
Hasta Calígula deseaba la
inmortalidad y decía que no estaba loco pidiendo lo imposible.
Julián Marías dice que “la
felicidad es el imposible necesario”, por eso hay que luchar, para hacerlo
posible.
Para Jesús no son los dioses
los que mueven las riendas del mundo, sino la fe personal de cada uno.
Dios le pedía que no le
temiera y que confiase en sus propias fuerzas.
Se dice que Dios hizo el mundo
y, una vez hecho, le dijo al hombre: “ahí te lo dejo. Tienes no sólo que
conservarlo, sino mejorarlo, seguir incrementándolo…”. Como diciendo: “yo he
empezado el primer capítulo y tu debes seguir la novela, Si ésta sale buena o
mala, responsabilidad tuya es. Se te pedirán cuentas por ello, por lo que hayas
hecho con el capital que he puesto en tus manos y por lo que hayas dejado de
hacer cuando podías haberlo hecho”.
“La imaginación al poder” era
que pudieran gobernar el mundo no los burócratas, los afirmados, los que tienen
miedo a perder los privilegios, los que, como hasta ahora, viven de la
explotación del prójimo, sino los quijotes, los artistas, los poetas, los
inconformistas, los que nada tienen que perder.
¿Qué pedía Jesús en sus
Bienaventuranzas sino algo muy parecido, que los hambrientos, los perseguidos,
los humillados, los excluidos,… fueran los creadores del “nuevo reino” donde la
felicidad fuera el pan de todos y cada uno y no el lujo de unos cuantos?
Las predilecciones del Dios
que Él predicaba iban en sentido contrario a las predilecciones del mundo. Lo
frágil, lo débil, lo sumido en el dolor,..
Creer en lo imposible es
alejar las ganas de suicidarse, alejar la desesperación, creer que nunca está
todo perdido, que hasta el árbol caído y seco puede reverdecer.
Es creer que no todo se acaba
en los campos de exterminio sino que de ellos puede salir poesía nueva y
distinta.
Hasta Jesús mismo no se creía
lo que estaba pasándole y, desde la cruz, muriendo como un fracasado, se
preguntaba sorprendido y doliente, por qué su Dios lo había abandonado si Él
había creído en la locura de convencer a los hombres que es posible ser felices
sin que sea al precio de hacer infelices a los demás.
EL HOMBRE
Freud interpretó bien al
hombre: en su fondo más oscuro están las dos fuerzas: las de la vida y las de
la muerte, y uno es el que tiene que luchar con ellas para que venzan las de la
vida.
Ni bestia ni ángel pero hay
que luchar para que sea el ángel el que venza, que el mundo sea mejor cada día.
Es desde el estudio del
hombre como se puede llegar a vislumbrar la cara de Dios y no al revés, como
han hecho los teólogos durante toda la vida a lo largo de la historia.
El hombre es el artista que
debe crearse a sí mismo desde el poder serlo todo y poder ser nada.
Su carta de presentación era
“hijo del hombre”. Él nunca se definió como “hijo de Dios” eso lo hicieron sus
seguidores, en competencia con otros creyentes en otros profetas.
¿”Y quién decís vosotros que
soy yo”? –le pregunta a sus discípulos- y Pedro responde “el hijo del Dios viviente”,
no lo llama “hijo del hombre”, un hombre.
También Diógenes, en pleno
día y con su linterna (que no existía) buscaba al hombre en el ágora, lo que
provocaba la risa de los oyentes, pero bien que sabía él lo que estaba
buscando.
Mejor lo entendió Pilatos
cuando, desde el balcón, les presenta a Jesús diciéndole a la turba que estaba
mirando: “Ecce homo”, He aquí al hombre, demacrado, torturado, humillado, sin
poder, condenado a muerte,..
Se consideraba como cualquiera
de nosotros, un proyecto inacabado de hombre, un montón de deseos
inalcanzables, una sed de infinito, una capacidad de producir felicidad e
infelicidad.
EL NIÑO.
Los niños y las mujeres, los
seres más indefensos del reino de la tierra van a ser los protagonistas en el
“nuevo reino”.
“Quienes quieran entrar en
ese nuevo reino deberán hacerse como niños”
Y cuando los discípulos
quieren quitárselos de encima para que no Le molesten les dirá: “dejad que los
niños se acerquen a Mí” y “quien escandalizare a un niño más le valiera…”
Y a Nicodemo le dice que
“tiene que volver a hacerse niño”
Porque ¿qué era un niño en
tiempo de Jesús?
Juntamente con las mujeres,
casi objetos, y todos sabemos lo que se hace con los objetos.
El infanticidio, aunque no
estaba permitido en Israel, si lo estaba en el Oriente, en Atenas y en Roma.
Pero en Israel los niños
estaban excluidos de la sinagoga, del Templo, de la comunidad.
¿Y qué son, hoy mismo, los
niños en ese tercer o cuarto mundo?
Esos niños, débiles,
indefensos, frágiles, excluidos y maltratados, son los preferidos por el nuevo
Dios para el “nuevo reino”.
¿Vería al niño como potencia
de ser y no como era considerado en la sociedad de su tiempo?
Siempre, Jesús, a
contracorriente.
Hasta Eleonor, la hija
predilecta del ateo Marx, recordaba cómo su padre le contaba historias de cómo
el judío Jesús amaba a los niños.
Jesús, no la Iglesia , capaz de inventar
el Limbo para ubicar a los niños sin bautizar, en pecado original, sin poder
disfrutar de la felicidad de los bienaventurados (menos más que del mapa del
cielo ha desaparecido el Limbo por obra y gracia del Concilio Vaticano II)
Los niños son seres liberados
de miedos. Sólo tienen los miedos que nosotros le damos y les infundimos. El
niño no le tiene miedo ni al león ni a la víbora. No le tienen miedo a Dios.
Sólo teme perder el amor de sus padres. Así quería Jesús a los hombres, como
niños, que no tienen acepción de personas ni saben de clases sociales.
Para un niño todos los niños
son iguales, ricos o pobres, todos son igual de amigos con los que poder jugar.
Lo primero que un niño le
pregunta a otro niño, al encontrarse en la calle es si quiere jugar, no si es
rico o pobre. Ni siquiera el hablar otra lengua los atemoriza. Los niños se
entienden sin hablar. Los niños no tienen miedo de los niños. Somos nosotros
los que…
Los niños no quieren acaparar
cosas, sólo quieren jugar con ellas, quieren su uso, no su propiedad, ven las
cosas como lo capaz de producir juego. Por eso ven normal coger el juguete del
amigo, no entienden por qué él no puede jugar con ese juguete, no quiere
apropiárselo, quiere jugarlo, jugar con él. Y cuando ha jugado lo abandona, ya
no le sirve. No tiene el sentido de la propiedad. Son los padres los que le
inculcan/le inculcamos el sentido de la propiedad, que tiene que conservar las
cosas, no darlas, a veces ni prestarlas, no siendo que, con eso las “pierdan” y
ya no sean suyas.
¿Cómo sería la sociedad si
los adultos nos comportásemos como los niños en nuestra sociedad? ¿Puede uno
imaginárselo? ¿Usar las cosas sin apropiárselas?
A los niños los acostumbramos
a ser caprichosos, egoístas, posesivos, desconfiados, acumuladores,
individualistas,… Eso lo aprenden de nosotros, los adultos, Ellos, en cuanto
niños, son todo lo contrario.
El muy leído escritor Paulo
Coelho dice que, con su estilo de escribir y el contenido de sus escritos, es
para despertar en los hombres el niño que todos llevamos dentro.
Quizá sea verdad.
LAS NUEVAS RELACIONES HUMANAS
¿Será verdad que la
humanidad, en su evolución, sólo ha llegado a la adolescencia porque, hasta
ahora sólo ha luchado para sobrevivir?
Estamos en la edad de la
comunicación instantánea con nuestros antípodas, podemos entablar una
conversación, viéndose, entre un neozelandés y un español pero, vemos a cinco amigos
que, en vez de estar hablando, están con su móvil comunicándose con los
ausentes, y a los presentes no les importa, porque los presentes también están
ausentes.
Yo no sé si es verdad que lo
había dicho Einstein, que nunca fue posible tanta comunicación y nunca hemos
estado menos comunicados, por el uso del aparataje que debería facilitárnosla.
Están mutando las relaciones
humanas.
Las relaciones humanas de
amor y de amistad, el mundo de los sentimientos, están siendo arrinconados.
Escribes mensajes al de al
lado cuando, en un momento, puedes estar con él personalmente.
Ahora disponemos de móviles y
de ordenadores, de luz eléctrica y de aire acondicionado, de…. Pero
sentimentalmente siguen ahí el amor y los celos, el odio o la piedad,… los
sentimientos de siempre.
Y es el nuevo aparataje el
que detiene, muta, mata, entorpece los sentimientos.
Está la humanidad cayendo en
la esquizofrenia. Mientras, por una parte, está conquistando los astros y
penetrando en las entrañas del genoma, mientras avanzamos geométricamente en
ciencia y tecnología, al mismo tiempo se incrementa el interés por lo
irracional, por la magia, por lo parapsicológico, por lo esotérico.
Dominamos la energía atómica
pero no sabemos dominar los instintos y tener una relación sexual pacífica o
una amistad duradera.
El kleenex nos invade por
doquier. Usar y tirar, desde las cosas a las personas, desde el amor al odio.
Nunca ha habido tanta ciencia
y, a la vez, tanta credulidad.
El éxito, la riqueza, el
reconocimiento social, el estatus, el prestigio,…todo el tiempo luchando por
conseguirlo pero sin disponer de tiempo para disfrutarlo, porque ya lo hemos
agotado, nos hemos agotado.
Coexistimos, cada vez más,
con los miembros de la familia, con los amigos, con los vecinos, pero somos incapaces,
hemos perdido la capacidad de convivir con ellos.
Si la vida es una carrera de
competición no puedes pararte para ayudar al competidor.
Los otros se han convertido
no en adversarios (sino en enemigos), no nos fiamos de nadie, percibimos a los
otros como peligrosos o como posibles peligros a evitar.
El hombre, triunfador de la
naturaleza, y pobre en las relaciones humanas.
La parábola del grano de
trigo que tiene que ser enterrado, que tiene que pudrirse, dejar de ser él para
poder ser espiga y dar el 100 por uno. ¿será eso lo que tenga que hacer el
hombre, “noli foras ire, redde te ipsum, in interiori homine habitat veritas…”
Nos hemos vaciado, estamos
derramándonos en el exterior, en las cosas, y nos hemos olvidado de que somos
personas, con dignidad, que valemos por lo que somos, no por lo que tenemos.
“Vendo mi amor por dinero,
por lujo, por placer”
El valor de las cosas
asfixiando la dignidad de la persona.
EL PODER.
O la Iglesia no se enteró,
durante miles de años, de la alergia de Jesús al poder o sí se enteró e
intentó/consiguió hacer lo contrario.
Y si Jesús mostró preferencia
por los pobres y humillados, la
Iglesia parece haber optado por los ricos y poderosos, los
responsables de las injusticias. Porque no basta con querer ser injusto, hace
falta poder serlo, para serlo.
Le ha gustado no estar a la
sombra del poder, no ser compañero del poder.
Alérgico al poder político y
al religioso, al revés que su futura Iglesia.
Y, sabiendo que una sociedad
sin leyes es un caos, también sabía que las leyes que proceden del poder encadenaban
a los ciudadanos, que quedaban convertidos en súbditos.
Porque el poder será
perverso, pero no es tonto. No legislan para tirar piedras sobre su propio
tejado.
A la pregunta tramposa si
había que pagar tributos al César, ya sabemos cómo contestó. Que en realidad es
salirse por los Cerros de Úbeda y no responder ni sí ni no.
Pero no dudó en calificar de
“lobos con piel de oveja”, “raza de víboras”, “sepulcros blanqueados” a quienes
usaban el poder para sus propios intereses haciendo recaer su peso sobre los
más indefensos.
Todos los movimientos
revolucionarios que en la historia ha habido veían a Jesús como ejemplo a
imitar.
El mejor detalle que mostró
contra el poder habría sido el lavatorio de los pies (que me trae recuerdos de
mi pueblo cuando el cura…), en que el sirviente se ve servido y el que está en
lo alto en la escala se humilla lavando las pies.
Eso es lo que debe ocurrir en
el “nuevo reino”, que quienes estén arriba y se consideren más importantes y
poderosos empiecen, humillados, a servir a los de abajo.
Es poner la sociedad de su
tiempo boca abajo. El esclavo, servido y el señor, servidor.
Ni un milagro de los narrados
en los Evangelios los realizó para complacer a un poderoso.
Y si era considerado Jefe no
era por el “poder” sino por “la autoridad” que mostraba.
El PODER se impone por la
fuerza bruta, por la fuerza organizada, por las leyes, por las armas, por la
guerra. El Vencedor se Impone.
El Poder Vence, pero no
Convence, al revés que la
Autoridad , que convence y no necesita vencer.
Al final, posee mayor
autoridad sobre los demás quien más los ama y sabe demostrárselo.
No es un poder que viene
desde fuera, sino desde dentro.
Pedro, a quien le encomienda
que “apaciente sus ovejas” no era el más listo, ni el más santo, además lo
había de negar tres veces, sino que le pregunta si lo ama, por eso le concede
la autoridad.
Era la fuerza de la palabra
la que le daba autoridad a Jesús. “Habla como quien tiene autoridad” –decían. Y
todos sabemos lo que significa “hablar con autoridad”, ser convincente.
Y Jesús ni era rico, ni de
familia noble, ni sacerdote, ni escriba,…pero, cuando hablaba, “hablaba con
autoridad”
Alérgico al poder pero
prudente para no enfrentarse a él cara a cara.
A sus discípulos y a los que
le seguían les hubiera gustado que hubiera actuado con poder, además de con
autoridad.
Solía decirles que el poder
de este mundo necesita de ejércitos, de riqueza, de prestigio,… para poder
mantenerse en pie.
Su poder era su autoridad, la
fuerza convincente de su palabra.
Cuando quisieron coronarlo
como rey, se opuso escapando.
A los escribas (poder
religioso) que se creían en posesión de la verdad y querían imponerla por la
fuerza a los demás con leyes que ni ellos mismo cumplían, por no poderlas
soportar, los llamaba “guías de ciegos” que acaban cayendo todos al pozo (“si
un ciego guía a otro ciego…”)
Y cuando los escribas le
replicaban que, con estas palabras, estaba ofendiéndolos, les decía que eran
ellos “los que se habían adueñado de las llaves de la sabiduría y que no sólo
no eran ellos capaces de entrar sino que impedían, también, entrar a los demás”.
Nunca fue ni tierno ni manso,
casi ni educado, con los detentadores del poder.
Es la suprema condena de todo
ser vivo, morir.
Es el acto más democrático de
la historia porque alcanza a todos. La guadaña no hace distinciones, nada sabe
de ellas.
Se podrá, un día, alargar la
vida, parar el deterioro, infundir nuevas energías,… pero nunca podrá acabar
con la muerte, nunca conseguirá destruirla.
¿Por qué el hombre tiene que
morir, siendo el único animal capaz de concebir y de aspirar a la eternidad?
Ninguna otra religión da más
que el cristianismo. Ofrece hasta la resurrección de los cuerpos, no sólo de
las almas.
El día del juicio final
(según el dogma) volveremos a encontrarnos con los mismos cuerpos que tuvimos
en vida, pero cuerpos “en estado glorioso, sin defectos, sin enfermedades, sin
muerte”, para toda la eternidad.
Los discípulos, tras el
fracaso del maestro con su muerte en la cruz, se escondieron temiendo no les
fuera a ellos a pasar lo mismo.
Sólo cuando estuvieron
seguros de que había resucitado lo creyeron y llegarían a dar su vida como él.
¿Por qué?
Entramos en el terreno del
misterio y aquí la ciencia tiene franqueada la puerta.
“Algo tuvo que pasarles a los
apóstoles, ¿pero qué para acabar tan transformados?” –se pregunta Hans Kung.
Y es que el dogma de la
resurrección de los muertos y la posible resurrección de Jesús no siempre ha
habido acuerdo entre los teólogos.
¿Ocurrió la resurrección de
Jesús como literalmente aparece en los evangelios?
Y lo mismo que ocurre con ese
dogma ocurre con el dogma de la virginidad de María o el de la
transubstanciación.
Hoy se interpreta la
resurrección como la presencia de su persona, no sólo de su doctrina, después
de su muerte.
Y de esa presencia en la
mente y en la vida de sus seguidores podría haberse pasado a la presencia real.
El argumento de que nadie
encontró su cadáver es muy pobre y nada prueba. De hecho la Iglesia nunca lo ha usado
ante el temor de que algún día la arqueología pudiera hallar sus restos
mortales.
Ya hemos hablado en otro
lugar que si lo bajaron de la cruz herido pero no muerto y que….la historia de
Cachemira.
O que los apóstoles robaron
el cadáver, lo escondieron en otro sitio y cuando la Magdalena fue al
sepulcro….porque lo del ángel que se le aparece y le dice que….y el “noli me
tangere”….son dulcificaciones.
El mensaje sería que tras la
muerte no todo se acaba, uno puede seguir viviendo ¿cómo?
¿Recuerdan lo de escribir un
libro, plantar un árbol y tener un hijo como formas de una inmortalidad menor
en los genes, en la mente de los lectores, en la naturaleza?
El hombre nunca muere para siempre
cuando muere. Siempre permanece la presencia en algo o en alguien.
“Quien crea en mis palabras
no volverá a morir” querría decir que quien entre en esa nueva dimensión de las
relaciones humanas que él anunciaba en su nuevo reino no le tendría miedo a la
muerte, la miraría con otros ojos.
Quienes lo oyeron se lo
creyeron al pie de la letra y le espetaron: “¿Quién crees que eres? Hasta
nuestro padre Abrahán murió” y cogieron piedras para apedrearlo.
¿Por qué existe esa
aspiración humana a no morir?
¿Es posible que si el ser
humano nace con ese deseo profundo de eternidad acabe siendo uno de los seres
con una vida más corta de entre los de la tierra?
Savater dice que “si existe
la cultura es porque existe la muerte” ya que los hombres saben que tienen que
morir pero desean al mismo tiempo no morir sino perpetuarse y construyen
huellas de sí mismo para dejarlas a la posteridad. Es otra forma de decir que
al hombre le gustaría no morir, pero sabiendo que eso no es posible se consuela
construyendo arte y cultura para darse la ilusión de la inmortalidad.
La inmortalidad de Platón o
de Jesús o de Cervantes o de Miguel Ángel. Como el profesor espera seguir
siendo inmortal en la mente de sus alumnos.
Esa aspiración, ese deseo
profundo a no morir, a ser eterno es la denominada por Puente Ojea la “falacia
conativa”. No por mucho desearla y todos y muy intensamente vaya a/tenga que
cumplirse ese deseo o aspiración.
De la otra vida nadie ha
vuelto a contarnos que sigue vivo.
La resurrección cristiana es
solamente un tema de fe.
Si la felicidad pasa por los
senderos más que de la riqueza y del poder por los del amor y las relaciones
entre las personas entonces es cierto que el amor exige el ingrediente de la
eternidad, el “amor eterno”, el que nunca acaba, por lo menos en los deseos.
Nadie quiere que muera lo que
ama, nadie se imagina que pueda acabar algo que lo ha llevado a las estrellas
de la felicidad.
Para cada amante el compañero
es eterno, igual que ocurre entre los seres queridos de la familia.
Por eso soñamos con ellos,
que ya no están, pero que sí están, pero de otra manera y con los que hablamos
sin abrir la boca y con los que caminamos sin movernos de la cama, aunque,
racionalmente, sabemos que ya sólo son un puñado de polvo allá, en el
cementerio, y que si allí fuéramos allí estarían sus restos y que de ellos sólo
nos queda la memoria.
Pero eso no nos basta,
necesitamos engañarnos sintiéndolos vivos, y hablamos con ellos y les pedimos
cosas o le damos las gracias, seamos creyentes, ateos o agnósticos. Todos.
Forma parte de la Psicología Humana.
No nos resignamos a que los
que un día amamos y nos amaron hayan dejado de existir para siempre.
En todos los hombres, aun
teniendo que morir, en el fondo hay una chispa de fuego que no quiere morir del
todo, un deseo inapagable de lo eterno y lo inmortal.
Quizá eso sólo los niños lo
entienden, al no estar mediatizados por la razón. Desde su inocencia ven normal
salir de la muerte y resucitar cuantas veces se lo desee.
Jesús está presente hasta
cuando estornudamos.
Si Jesús, el Cristo,
volviera, ¿qué diría? ¿Cómo vería el retrato que durante tantos siglos hemos
hecho de Él? ¿Se reconocería o lo rompería en mil pedazos y nos llamaría…como
cuando entró en el Templo como elefante en cacharrería? ¿Se reiría o lloraría?
¿Y de cómo hemos hecho de Él
un comodín que cualquiera puede usarlo para su propio e interesado juego, desde
los dictadores a los esclavos?
¿Cómo es posible haberlo
convertido en un conservador del orden establecido? ¿Amante del dolor? ¿Por qué
la Iglesia se
cita a comer con los ricos y poderosos y deja, siempre, en la sala de espera, o
en la cuneta, a los pobres, a los desheredados, a los enfermos, a los
mendigos,…? ¿Por qué tanta miseria real conviviendo con tanto lujo y exceso
eclesial? ¿Por qué no hay pan para saborearlo en la boca y si tanto metal
precioso para ser visto?
Jesús siempre entraba
derecho, no había en Él dobles intenciones y era capaz de cantarle las cuarenta
al lucero del alba.
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