Ni una Religión, ni una
Iglesia. Rotundamente, y desde el principio, NO. No quiso. Eso fue obra de
otros, mucho después.
Aunque la Iglesia Oficial siga convencida
y predicando que fue fundada por Jesús a través de sus apóstoles.
Lo que no puede negarse es
que, hoy día, el cristianismo es una nueva religión, como lo es el judaísmo, el
islamismo o el hinduismo.
Muchos modernistas, al
negarlo serían perseguidos y condenados porque, para Roma, nunca existió esa
duda y sentenciaba que Jesús había fundado la iglesia sobre Pedro, a quien dio
el poder de gobernarla y el “don de la infalibilidad” para no errar en su
contenido.
Así que, si es “infalible”,
quien no admita lo que la iglesia dice será un hereje y lo dicho una herejía.
Y el hecho de que no hubiera
sido fundada no merma el hecho de la importancia que dicha institución
religiosa y, en general, el cristianismo ha tenido y tiene en la historia,
sobre todo en el mundo occidental.
Hoy se admite que ha sido el
fruto de las primeras comunidades cristianas y de la concepción religiosa de
Pablo, a quien, en general, es considerado “el verdadero fundador del
cristianismo, tras haber hecho que el cristianismo primitivo, tan ligado,
lógicamente, a la sociedad judía se separara de esas sus raíces judías
originales”.
Precisamente, a Pablo se le
llama “el apóstol de los gentiles” (de los no judíos).
Jesús nunca tuvo en mente
fundar una Religión nueva, distinta de la que él había practicado y vivido en
su familia, y menos una Iglesia organizada, como lo es hoy la Iglesia Católica.
Y si lo hubiera querido no
sería, ni en la forma ni en el fondo, como está organizada, tan piramidalmente,
como una monarquía absoluta, con el voto de obediencia al superior en la
escala, gozando el primero de “infalibilidad” y con la sede central, el
Vaticano, cuyo estilo está copiado del de los emperadores romanos.
En el siglo XV, Santa Rita de
Casia, la abogada de las causas imposibles, de los casos desesperados, criticó
duramente los excesos de una Iglesia preocupada más por los ricos y poderosos
que por los desheredados, contaminada con/por los poderes mundanos y políticos.
Una Iglesia rica, llena de
privilegios otorgados por los poderosos y muchas veces intransigente e
inquisitorial.
“Si Cristo volviera” era/es
un pequeño libro, de apenas 18 páginas, y que leí en mi adolescencia, y en el
que se reflejaba la perplejidad de Jesús al visitar a su representante o
Vicario, en el Vaticano, rodeado de lujo y magnificencia, él que había llamado
bienaventurados a los pobres, a los hambrientos,…
Si Cristo volviera, decíamos
nosotros, no sería cristiano.
Esta dinámica desde las
primeras comunidades cristianas (a las que se les ha llamado el “primer
comunismo”) hasta el boato y el lujo actual comenzaría ya en sus orígenes,
cuando dejó de ser una secta perseguida por los emperadores romanos y pasó a
ser la religión del Estado del Imperio Romano, quien la cubrió de privilegios y
prebendas (Constantino y Teodosio)
El banquete imperial,
pantagruélico, que se celebró tras el primer gran concilio, el Concilio de
Nicea, en nada desmerece de los banquetes imperiales de todos los tiempos cuyos
invitados por el Emperador son los obispos participantes, todos ellos
masculinos, que comen reclinados en lechos, en compañía del propio Emperador y
que esperan ser servidos por otros.
De la pobreza a la riqueza,
de perseguidos a perseguidores, de siervos de Dios a señor de los hombres, de
la catacumba a la catedral, de
la caridad a la usura,…
¿Qué intentó, realmente, Jesús
cuando rodeado de un puñado de varones y mujeres, de gente sencilla, comenzó a
meterse con la élite religiosa y a criticar algunos aspectos de la religión
judía, anunciando un “nuevo Reino”?.
No era, por supuesto, lo que la Iglesia católica da por
supuesto: el anuncio de una nueva Religión y una nueva Iglesia, sino el anuncio
de la exigencia de una superación de la vida religiosa que mamó de sus padres y
que reinaba en el pueblo judío.
“Superar lo que hay” no es
“fundar algo nuevo”.
En este intento de “renovación
y superación” intentaba poner en el centro de la misma la dignidad del hombre,
el “espíritu de la ley” y no “la letra de la ley”. El “sábado para el hombre y
no el hombre para el sábado”.
Además con espíritu
universalista y no particularista. Era para el futuro y para todos y no para el
presente (arrojar a los romanos de las tierras de sus padres) y para algunos
(el pueblo judío).
¿Era ésta una idea nueva,
inventada por él o estaba enraizada en las Escrituras?
Pero el proponía a un Dios
Padre en contraposición a un Dios Juez del Antiguo Testamento, un Dios de la
compasión frente a un Dios de la venganza, un Dios no del “ojo por ojo” sino el
Dios que se alegra cuando ve el retorno del hijo pródigo.
Pero este mensaje ya estaba
en Isaías, cuando afirma que “Dios es más compasivo que una madre” (prototipo
del cuidado y del amor) y que si una madre, alguna vez, puede abandonar a su
hijo, Dios nunca lo haría.
En el pasaje del coqueteo con
la samaritana que iba a sacar agua del pozo de Jacob (y que hemos comentado en
otra parte) y con la animadversión, no sé si odio, entre judíos y samaritanos
(considerados por los judíos “paganos al no reconocer la religión de Israel”),
cuando va camino de Galilea, ante la provocación de la mujer de que sus
antepasados habían adorado a Dios en aquel monte, mientras que los judíos
decían que había que adorarlo en el templo de Jerusalén, dos iglesias
disputándose el lugar de culto de Dios, Jesús sentencia al momento: “Créeme,
mujer, se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al
Padre…Llega la hora, y ya estamos en ella en la que los verdaderos adoradores
adorarán en espíritu y en verdad”.
Si estas palabras fueran
históricas, en la religión que propone no van a tener importancia alguna los
lugares físicos de culto y adoración.
En esa nueva religión que
propone, ni en iglesias, ni en templos, ni en catedrales, sino dentro de sí
mismo, en el corazón, en ese gran templo interior, que es lugar en el que mejor
va a encontrase uno con Dios.
Una “religión del corazón”
sin necesidad de lugares externos.
Una crítica al Templo de
Jerusalén y una mayor crítica, hoy, a esa majestuosidad de iglesias y
catedrales, de palacios episcopales.
¿Iba a tener Jesús, ante
estas declaraciones, intención de crear una iglesia que le quitaría el oro a
los pobres para enriquecer sus templos?
¿La disputa de si la Basílica de San Pedro
debe ser la que más extensión tenga y ninguna otra catedral puede superarla?
(como me cuentan los sevillanos, que los papas no permitieron que la catedral
de Sevilla se construyera según lo proyectado, porque rebasaría en extensión a
la de San Pedro
Uno se pregunta qué diría
Jesús, si volviera, ante tal aberración.
¿Cogería el látigo otra vez
pero ahora para correr a obispos y cardenales, a los pastores espirituales?
Pero si eso es así, respecto
al lugar de culto, al dónde, ¿qué decir del qué, de la doctrina?
Bonhoeffer, el teólogo
protestante, que murió en un campo de concentración nazi, dejó escrito que
“Jesús no llamó a una nueva religión, sino a la vida”
Para Jesús, la verdadera
religión era la vida, la forma de vivirla, la forma de comportarse con los
demás.
Y, sin salir de nuestra
España, nuestro teólogo Juan José Tamayo, afirma que “Jesús fue un creyente
judío, sincero, radical, que frecuentaba las sinagogas, donde oraba y
predicaba, que participaba en las fiestas religiosas de su tiempo y que no hizo
otra cosa que introducir correctivos de fondo en la legislación y en las
instituciones religiosas, proponiendo una “concepción alternativa de la vida
religiosa, orientada a la liberación integral del ser humano.
Hoy diríamos que Jesús vino a
liberar a los hombres del peso de las religiones, empezando por la suya, la
judía, que imponía a la gente “pesos que no podían soportar” y que, quienes los
imponían, eran los primeros en desentenderse de ellos.
No creo que estuviera en su
mente la fundación de una nueva religión, con unas nuevas estructuras, que,
como toda religión, haría cargar sobre los hombros de sus fieles pesos que ni
ellos mismo podrían soportar.
La religión, toda religión,
ahoga la espontaneidad, hay que rezar de rodillas, con la cabeza descubierta (o
con velo las mujeres), con ropa no provocativa, siguiendo la orden del
oficiante, rezando esta o aquella oración, tales días a tales horas y en tales
sitios…
Los cultos y los ritos de
toda religión, de cualquier religión, acaban siendo una esclavitud, mientras
que la verdadera espiritualidad, la religión del corazón, es liberadora de
cadenas.
No hacen falta sacrificar
animales ni dar dinero al templo para conquistar la benevolencia de Dios.
Jesús proponía un nuevo tipo
de relación personal del hombre con Dios, sin necesidad de sacrificios (no
dejaba ayunar a sus discípulos) como si se tratara de un Dios sediento de
sangre y de dolor, sino de un Dios del amor en el respeto a todo y a todos, y
no sólo a los privilegiados y poderosos.
¿Sufrir por qué, para qué?
¿Desde cuándo el sufrimiento es un mérito ante Dios? ¿Es que Dios es un sádico
que disfruta con el dolor de sus fieles y que sirve de mérito para la vida eterna?
¿Es que a Dios le agrada el humo, el fuego y el olor a quemado de animales?
¿Qué tipo de Dios sería ese al que adorar?
“Adorar a Dios en espíritu y
en verdad”, ese es el mensaje y, para eso, son innecesarias las religiones.
Quizá la nueva religión que
Jesús propone sea la no-religión, la ausencia de toda religión, porque el
mensaje es humano y universal. Mensaje en el que los privilegiados tienen que
ser los excluidos (los pobres, los parias, los despreciados, los humillados por
el poder…) por ser los que ocupan el lugar privilegiado de ese Dios Padre.
¿Qué pasó, entonces, para que
este puñado de ideas revolucionarias, sencillas y universalizables, acabaran
convirtiéndose en una nueva Iglesia institucionalizada, a la manera, o más, de
la sinagoga judía de hace 2.000 años?
Los avatares posteriores de
esas revolucionarias ideas, a lo largo de la historia esconden el secreto de
por qué se ha llegado donde se ha llegado si se partió de donde se partió.
¿Sería porque las primeras
comunidades cristianas no tuvieron pretensiones de orden político y casi ni
sociales, sino, más bien, espirituales y místicas y, posteriormente, la
querencia al poder, la contaminación política, fueron difuminándolas hasta
hacerlas desaparecer, e imitando en todo al poder romano, desde las catedrales
y palacios, copias de las residencias imperiales, las vestimentas papales,
cardenalicias y episcopales, imitaciones de la clase política romana, la forma
de vivir (no de exigir a sus fieles) como vivían los reyes y demás jefes políticos,
la exigencia de diezmos y primicias, religiosos, copia e imitación de los
impuestos civiles,…
Jesús (y menos Cristo) nunca
habría aprobado una iglesia institucional como la que, hasta hoy, se denomina
“cristiana”
Aunque haya quien siga
considerando a Jesús como un revolucionario político-social, simpatizante con
los movimientos de liberación, como los zelotes, los guerrilleros de su tiempo,
que creía que Dios iba a liberar a Israel del yugo de los romanos.
Es lo que tiene un personaje
como el de Jesús, las muchas lecturas que pueden hacerse de él.
También es verdad (y hoy se
sabe) que el judaísmo del tiempo de Jesús no era un bloque uniforme y
monolítico, sino que estaba contaminado (¿) con el mundo griego.
En él pululaban movimientos
mesiánicos y políticos de todo tipo, por lo que no sería raro que, también, las
ideas de Jesús estuvieran entrelazadas con dichos movimientos, que iban desde
los más radicales y políticos (los zelotes, nacionalistas y antirromanos) a los más espiritualistas (como el de los
esenios de Qumrán). Algo que se nota en la composición del mismo grupo de
Jesús, por lo que, a veces, interpretaban de manera distinta las palabras y las
acciones del Maestro.
También, pues, las primeras
comunidades cristianas tirarían hacia un lado o hacia otro en la interpretación
de la doctrina de Jesús aunque, hay que recordar que, todos dieron su vida en
defensa de la fe en Jesús, hasta Judas Iscariote, suicidándose.
Por ejemplo, la disputa entre
los mismos apóstoles sobre si los judíos convertidos a Jesús, al que
consideraban el nuevo Mesías anunciado a Israel, debían o no circuncidarse,
seguir o no seguir los ritos judaicos y frecuentar o no frecuentar la sinagoga.
EL GNOSTICISMO
La doctrina de Jesús fue
interpretada de muchas formas, de ahí que alguna de ellas fuera considerada
herejía (desviación) de la verdadera doctrina, que era la predicada por Pedro y
Pablo, por ejemplo el “Gnosticismo”, que tanta importancia tuvo en el
cristianismo primitivo durante el siglo I.
Hubiera quedado relegado al
olvido, tras la persecución que sufrieron sus seguidores, de no haberse
descubierto al final de los años 40, la famosa biblioteca gnóstica de Nag
Hammadi, en Egipto, en la que se hallaron los famosos 5 evangelios gnósticos
(el de Tomás, el de los Egipcios, el de la Verdad , el de María y el de Felipe).
El Gnosticismo era una mezcla
de filosofía y de religión que intentó injertarse y conciliar su doctrina con
la del naciente cristianismo, creando una doctrina ecléctica basada sobre todo
en el pensamiento y que sería como la primera elaboración teológica del
cristianismo.
Pero esta filosofía era
anterior al cristianismo y su importancia radica en que intentó injertarse en
la nueva religión, nacida de las raíces del judaísmo, dando lugar a un tipo de
religión ecléctica que se había apoderado de la doctrina de Jesús para
interpretarla a la luz de sus ideas.
Se veía, pues, venir el duelo
entre ambas corrientes, la gnóstica y la apostólica, con el resultado ya
sabido.
Los gnósticos eran
esotéricos. Veían a Cristo no como hijo del Padre, sino como emanación del
Pneuma o Espíritu del Padre.
Tanto el evangelio de Juan,
como el Apocalipsis, como las cartas de Pablo, están cuajadas de términos
gnósticos: Pléroma (plenitud), Aeon (emanación), Archonte (corona o dignidad),
Adonai (imperio), que es el décimo Sephirot de la Cábala o fuego consumidor.
Los Gnósticos también están
presentes en muchos de los evangelios apócrifos: El Libro de la Ascensión , de Elías, el
Evangelio, de Nicodemus.
Gnóstico fue Valentín,
egipcio, siglo II, que vivió en Roma, y hasta se le atribuye un evangelio, fue
uno de los primeros doctores de la
Iglesia y casi fue elegido Papa y que, si hubiera sido
elegido, hoy los evangelios considerados inspirados podrían haber sido otros y
no los actuales.
El Cristianismo acabó con la Gnosis siendo emperador
Teodosio, siglo IV, que ya era visto con buenos ojos desde Constantino, y que
se convirtió en la religión oficial del Imperio. Esto más los privilegios
concedidos hizo que se llevara a cabo la persecución de todo tipo de herejía.
Es en ese momento cuando
comienza el calvario de los Gnósticos y cuando los Obispos ordenan a los monjes
que quemen todas las obras que contengan herejías contrarias al cristianismo
oficial.
Pero muchos de los monjes,
que ya eran críticos con algunas actitudes de la jerarquía eclesiástica, en vez
de quemar aquellos manuscritos gnósticos, los enterraron, lo que hizo posible
que hayan llegado hasta nosotros.
Y quizá algunos elementos de
la doctrina de Jesús, que no pasaron a los evangelios canónicos, podrían ser
gnósticos.
Los Gnósticos, que eran
místicos, no creían ni en la resurrección ni en los sacramentos.
Pablo se enfrentó con los
gnósticos, que habían influenciado a los cristianos de Corinto, a quienes Pablo
considera seguidores de un Jesús diferente del que él predicaba.
El Jesús de estos cristianos,
como el de los gnósticos, es un personaje espiritual, más que terrenal, le
negaban valor alguno a la muerte en la cruz y, como hemos dicho, no creían en
la resurrección, le daban poca importancia a los sacramentos y mucha a las
experiencias místicas.
Un Jesús, pues, muy opuesto
al de Pablo que fundó su teología en el Jesús crucificado y en su resurrección
con el mismo cuerpo que tuvo en vida.
“Si Jesús no resucitó, vana
es nuestra fe”.
Enfrentamiento, pues, entre
dos teologías, dos visiones de Jesús y de su doctrina, pero que sería la de
Pablo la vencedora, siendo la gnóstica condenada y proscrita.
Por ello se ha hecho difícil
saber si en dicha teología condenada a la hoguera existían o no elementos
incluso más primitivos e históricos
sobre Jesús que en el cristianismo de Pablo, que se impuso como religión
oficial.
Con todo esto la pregunta
sigue: ¿Quiso Jesús fundar una iglesia o, entre unos y otros, se la fueron
fundando, con la pugna entre diferentes pensamientos filosóficos y teológicos
que se fueron mezclando, que lucharon entre sí por su hegemonía y que acabarían
configurando el actual cristianismo?
Ante este variopinto panorama
es difícil imaginarse que Jesús transmitiera a sus apóstoles la base de la
iglesia que él quería fundar, porque no había una base, sino varias, y en
pugna, en competencia.
Las primeras comunidades
cristianas, que estaban conformadas de judíos, con los apóstoles, poco tienen
que ver con una nueva religión y una nueva iglesia, sino con un judaísmo
renovado, y observaban las leyes judías, los rituales y normas de higiene
judíos y todas las prescripciones judías.
Todos estaban circuncidados y
todos frecuentaban regularmente los cultos de la sinagoga.
Los primeros cristianos, pues
(que serían llamados así bastante tiempo después y que esa palabra sería
considerada como un insulto y desprecio por parte de los romanos) comenzarían a
cuestionarse, para diferenciarse de los judíos, si prescindir del cumplimiento
de alguna de las leyes judaicas, como, por ejemplo, la obligatoriedad de la
circuncisión y de los rituales higiénicos.
Más que seguidores de una
nueva religión eran seguidores de Jesús de Nazaret que había dicho que su
misión no era abolir la ley judaica de Moisés, sino “perfeccionarla”.
Seguir a Jesús no era seguir
a un profeta más, sino seguir al Masías que había sido anunciado por las
Escrituras.
Los primeros cristianos,
judíos, no eran igual que los posteriores cristianos, griegos, y a los que
Pedro quería que se circuncidaran antes de entrar en el cristianismo. Lo que
muestra que para los primeros cristianos el cristianismo no era más que un
judaísmo que se abría a los gentiles.
La verdadera ruptura se
produce con el judío fariseo Pablo que, de perseguidor, se convierte en un
apóstol más, dando un revolcón al judeo-cristianismo, al que acabaría separando
de sus raíces originales judías.
El primer cristianismo, pues,
compuesto por judíos, no era muy diferente del judaísmo. Era una rama de la
religión judía del segundo templo, tan legítima como podía serlo la de los
fariseos, los saduceos o los sectarios de Qumrán., de ahí su constante
referencia al Antiguo Testamento.
Lo más señalado del cristianismo,
entonces, sería que los gentiles podían ser cristianos sin ser primero judíos.
El entusiasmo de los
apóstoles en su predicación tras la muerte de Jesús, se lo atribuían a estar
imbuidos por el Espíritu que les era enviado por Jesús, ya resucitado. Esto sí
era novedad (porque todos los profetas anteriores también decían que el
Espíritu había descendido sobre ellos).
En estos primeros momentos,
ningún indicio de estar formando o querer formar una nueva Iglesia
jerarquizada, cuando ni siquiera existía el mecanismo para la sucesión de los
doce apóstoles.
La jerarquía era la posesión
de más y mejores dones recibidos del espíritu, que se manifestaría en tener más
o menos carisma, ser más o menos santo.
Fue ya en el siglo II cuando
el carisma cede ante el poder, que se impone y empieza a residir en los
obispos, que se constituyen en sucesores de los apóstoles.
Un poder totalmente masculino
y en el que las mujeres, que tanta importancia habían tenido, quedan relegadas.
Un poder copiado del del
Emperador romano, pero ahora religioso, jerarquizado y con la obediencia al
superior en la jerarquía.
De darle mayor o menor
importancia a un apóstol o a otro saldrían los Patriarcados, al principio con
idénticos poderes hasta que se hace con la primacía el de Roma, con la sucesión
de Pedro (los Papas, que copian a los Emperadores).
Pero la tirantez entre los
Patriarcados se acentúa sobre todo tras otorgarle al Papa de Roma la
infalibilidad pontificia y, por tanto, un poder real y concreto sobre todos los
demás patriarcados (Jerusalén, Alejandría, Antioquía y Constantinopla)
¿Pensó, soñó Jesús en fundar
una iglesia como la que estaba surgiendo o todo fue obra de los seguidores
posteriores, tanto su aparición como la estructura que está dándosele?
Y, la segunda pregunta: Si
Cristo volviera a la tierra, ¿reconocería como suya o como inspirada en lo que
el predicó, a la Iglesia
y su Vaticano?
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