Aparece, en Jesús, un talante
poético, una visión poética de la vida, de las cosas, de los sentimientos, que
se ve reflejada en las parábolas, en las alegorías, en las comparaciones, en
sus dichos.
Si poeta es quien sabe expresar
con palabras el sentido oculto de las cosas y de los sentimientos más
escondidos del ser humano, Jesús fue un gran poeta. Poeta más que místico. Una
persona tierna.
La poesía está presente en
toda la literatura judaica y rabínica. La Biblia misma, gran parte de ella, está escrita en
verso.
Poesía tierna en el Cantar de
los Cantares o profunda, desgarradora, de denuncia, como en Isaías y Jeremías o
de nostalgia y esperanza como en los Salmos.
Toda la historia de Israel,
con sus dramas, sus persecuciones,…son como un gran poema escrito sobre las
piedras de sus lamentaciones.
Son los quejidos desesperados
de petición de ayuda a Dios, con quien han hecho un pacto, en el que confían
y del que se ven abandonados.
Hay quienes aseguran que los
lamentos más profundos del flamenco más puro no son otra cosa que las huellas
musicales de la angustia de los judíos, dispersos por todo el mundo y
humillados por todos los pueblos, siempre excluidos, siempre mal vistos porque
la historia, tendenciosamente, habían hecho de ellos los responsables de la
muerte de Jesús.
Pero Jesús era judío,
profundamente judío, tenía alma judía. Conocía la historia dolorosa de su
pueblo.
Ni sus discípulos lo
entendían muchas veces y, con ese humor judío, se divertía con ellos, que no
lograban entenderlo a fondo y diciéndoles que les hablaba en parábolas “para
que no entendieran”, cuando, en realidad, las parábolas, los ejemplos, las
alegorías, son para…
Su forma de hablar estaba más
cercana al habla del campesino que al del intelectual.
Lo cierto es que nada dejó
escrito y lo poco o mucho que de Él sabemos es por lo que otros nos han contado
(como Sócrates) y se nos aparece como un creador de imágenes y de metáforas,
dos recursos indispensables de o para un poeta.
La anécdota que nos cuenta Lucas,
cuando uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo se le echa a sus pies
rogándole que vaya con él a su casa porque su única hija de 12 años se estaba
muriendo. “Mientras iba hacia allí la gente lo apretujaba. Una mujer, que
padecía hemorragias (la hemorroísa) desde hacía doce años y que se había
gastado en médicos toda su fortuna sin que ninguno pudiera curarla, se acercó
por detrás, tocó la orla de su manto e, inmediatamente, cesó la hemorragia.
Jesús preguntó: “quién me ha tocado”. Pedro respondió: “pero si todos están
apretujándote”. Jesús le dijo: “no, alguien me ha tocado porque he sentido que
de mí salía una fuerza”. La mujer, al verse descubierta se acercó temblando y
se postró a sus pies”
Si ya la sangre, de por sí,
era un tema tabú (ligada como estaba a la vida, al alma (el muerto ya no tiene
sangre, ya no tiene alma), está muerto; si, además el tema denigrante de la
consideración de la sangre del período (de la regla) de la mujer, como la firma
de un dios, para recordarle que ella había sido la pecadora y culpable,
responsable de la expulsión del paraíso, o la sangre del parto, tras el cual
debía acudir al templo (iglesia) para purificarse (mi madre, siendo yo monaguillo),
pues imagínense la presencia de la sangre procedente del ano (las hemorroides).
Las hemorroides era una
enfermedad maldita. Y la mujer que está convencida de que el milagrero Jesús
puede curarla, sin que se entere, con sólo tocar su manto (ni siquiera la
posterior imposición de las manos.
La finura, la delicadeza, de
tratar esta enfermedad maldita y el tacto exquisito con el que trata a la
mujer.
(¿Pudo notar esa sensación o
fue, más bien, la exquisitez y finura de narrar la escena?).
En este episodio lo que menos
importa, quizá, sea el milagro sino la capacidad de Jesús para hacer entender
que alguien se le había acercado con sentimientos diferentes a los demás.
Ella no le había pedido nada,
como Jairo.
Ella busca algo de manera
discreta y para que nadie se enterase de la maldita enfermedad.
Una mujer creyente, que se
acerca no para que le dé algo, sino para que le quite o se le retire algo.
(¿Cómo puede saberse que
“cesó la hemorragia”?. Es lo de menos).
Jesús no fue el poeta de la
cruz, sino de la vida. No soportaba ver a nadie sufriendo: enfermos, ciegos,
paralíticos, leprosos, endemoniados,… “curaba a todos”
Nada que ver con la futura
“teología de la cruz” que le elaborarían sus sucesores, aunque sus hechos y sus
palabras acabaran con Él en la cruz.
No era de los que pensaban
que el sufrimiento humano era algo maravilloso, que salva y redime.
¿Considerar el dolor como
mérito?. ¿Mérito de qué, por qué, para qué?.
¡Qué dios, que no sea un
sádico, puede proponer el dolor como mérito?.
Hace no mucho colgué una
reflexión sobre “el dolor y la madre que lo parió”, sobre todo el dolor del
parto y el masoquismo de las mujeres que interpretaban la maldición de Dios a
Eva, previa a la expulsión del paraíso, una vez descubiertas, por el hombre,
las técnicas de evitarlo y los anestésicos.
Él, que tanto había luchado
contra los fariseos de piñón fijo y, sobre todo, contra los saduceos por su
interpretación literal de las Escrituras, respecto al descanso absoluto del
Sábado.
Su talante no era victimista
(algo que la Iglesia
futura recalcaría, haciendo una apología del dolor, soportándolo, para que
fuéramos conscientes del dolor de Jesús para redimirnos.
¡Como si Jesús hubiera ido,
voluntariamente a la pasión y a la cruz y no lo hubieran apresado, llevado,
procesado, condenado, crucificado y muerto a su pesar, sin pedirlo ni desearlo¡
El grito último en la cruz,
reprochándole al Padre el porqué ha permitido esa situación, sin merecerla,
siendo Él un Dios de Justicia.
No se sacrificó, por
nosotros. Lo sacrificaron.
Era un poeta de la vida. Le
cantaba a la vida. Como cuando lo acusaban de no imponer ayunos y sacrificios
corporales a sus discípulos, como lo hacía Juan el Bautista (el que bautizaba).
Al revés.
A Él le gustaba disfrutar de
las pequeñas cosas y sin correr detrás del dolor, sino al revés, siempre
rehuyéndolo, para Él y para los demás.
Ya tendrían tiempo de sufrir,
porque la vida, precisamente, no era una fiesta.
Como diciendo que no hay que
buscar el dolor (sino evitarlo) pues ya se encarga el dolor de buscarnos a
nosotros y, quizá, no podamos evitarlo. Habrá que soportarlo, si no se puede
evitar, pero no buscarlo y, menos aún, disfrutarlo, alegrarse,…como si Dios lo
aprobase como mérito a tener en cuenta en la otra vida.
¿Alguien sabe de alguna
escena del Evangelio en la que aparezca una loa al dolor, al sufrimiento, al sacrificio
buscado,…?
Recoger espigas en el campo
para no pasar hambre, aunque fuera el Sábado. ¿El hombre para el Sábado o el
Sábado para el hombre?
Tan poco se preocupaba de
aparecer como asceta y hombre de sacrificios, que llegaron a acusarle de
borrachín y comilón, porque no desdeñaba compartir mesa y mantel con sus
amigos, algunos de ellos fariseos ricos.
Lo que en otro lugar hemos
indicado “la connotación negativa de los fariseos en los evangelios y su
porqué.
Lo que no es normal es que te
invite a su casa, a comer y a beber, tu más encarnizado enemigo.
A Jesús, como a cualquier
persona sensata, le gustaban y disfrutaba de los sencillos placeres de la vida.
Todas sus comparaciones
estaban tomadas de los fenómenos de la naturaleza de la que, como cualquier
poeta que se precie, era gran observador y amante.
Y exhortaba, a quienes
estaban muy preocupados por el futuro, a contemplar la belleza de los lirios
del campo, que no tejen y están siempre vestidos de luz, y a los pájaros del
cielo, que no siembran ni recogen y que, sin embargo, nunca les falta de comer.
No les exhorta a que se
sacrifiquen ni a que sacrifiquen su presente por su futuro.
Podría haber cantado, cual
poeta latino: “carpe diem, aprovecha el momento, disfruta del presente, vive la
vida,…”
Seguramente no es verdad, no
es histórico, el hecho narrado por Juan, el de las bodas de Caná, en las que se
acaba el vino (que alegra la vida) y el bochorno de los novios, que serían los
causantes de la no posterior diversión de los invitados.
Jesús no rechaza la
asistencia a bodas de parientes y amigos, bodas que, aún hoy, entre los judíos
son una auténtica fiesta, una explosión de felicidad, donde todo el mundo debe
estar y ser feliz, y donde no pueden faltar los cánticos, los bailes, los
brindis,… y a todo ello es el vino el mejor combustible.
A nadie le habría extrañado
que Jesús hubiera realizado el milagro de convertir el agua en vino, por la
felicidad de los invitados y por el bien del novio.
¿Qué es la Eucaristía (que,
seguramente, es un invento de Pablo, y no de Jesús) sino comer pan y beber
vino, que tras las palabras benditas se convierten, simbólicamente, en cuerpo y
sangre de Cristo, pero que siguen manteniendo los accidentes (color, olor,
sabor,…) del pan y del vino.
La transubstanciación cambia
la substancia (lo que es) no los accidentes sensibles.
La hostia, el pan, sabe igual
“antes de” que “después de”. Y lo mismo ocurre con el vino.
El cuerpo de Cristo te quita
el hambre, la sangre de Cristo te alegra el espíritu.
Es pura poesía agraria,
rural, no urbana.
Y es que la cultura de Jesús
es rural y no urbana, aunque hubiera visitado varias veces, a lo largo de su
vida, Jerusalén.
Su niñez y su adolescencia
(¿también su juventud “los años oscuros”?) los pasó en una aldea rural, Nazaret,
y conocía los ciclos de la naturaleza y de las estaciones. Conocería la vida de
los animales y el desarrollo del campo.
Nos habla del trigo y la
cizaña, de la viña y de los viñadores o trabajadores del campo, nos habla de
pastores, de corderos y de ovejas, de terneros asados al fuego ante la llegada
del hijo pródigo (parábola que nunca he entendido).
Conocía las tempestades del
Lago de Tiberiades, de la pesca y sus atuendos, de la labranza, de las semillas
(la de la mostaza, “la más pequeña de las que existen”, entendía de levaduras
que hacían crecer el pan (y que habría visto y ayudado a su madre en esa tarea
(en otro lugar he escrito sobe el ummiento o levadura natural y por lo que el
pan de la eucaristía, la hostia, debía estar hecha sin levadura (pan corrompido
o corrupto).
Su humanidad y ternura con
los más necesitados (enfermos, prostitutas, paralíticos, leprosos, ciegos,
desvalidos como los niños, las mujeres…) los más rechazados y excluidos de la
sociedad.
La viuda pobre y el óvolo
para el templo, la prostituta que rompe un frasco de perfume, carísimo, y lo
derrama sobre sus pies, cansados de andar, como relajante, la rabia contra los
mercaderes del Templo (a fin de cuentas de los Sacerdotes y su ambición por el
dinero. Hasta María (que no tendría que haber ido a la ofrenda obligatoria,
tras dar a luz, porque si fue virgen antes de, en y después del parto, no
derramaría sangre. Y tuvo que ofrecer, cual persona humilde y poco pudiente, un
par de tórtolas, lo mínimo que se despachaba, pero que había que hacer la
ofrenda y gastarse un dinero para Dios, para el Templo, y que sabemos lo que se
hacía y cómo se repartía la cantidad de lo ofrecido)
¿Qué son las
bienaventuranzas, sino pura poesía, un gran poema, alentando a los perdedores
en esta vida no para que sigan perdiendo y sufriendo, sino que ya que la vida
está tratándolos así, y si no pueden dejar de pasar hambre, sed,…que sepan que,
cuando todo esto acabe, le será sobremanera recompensado.
Pero no los invita a seguir en
esa condición, sino consolarlos con lo que les espera por haber soportado su
mala suerte en cómo está tratándolos la vida.
No canta a los ricos, a los
saciados, a los que nada les falta,…Es,
un poco, el anticanto de la sociedad, ofreciendo el consuelo.
¿No son las bienaventuranzas
la poesía que siempre añoraron escribir y declamar todos los parias de la
historia?.
¿Y qué es el Padrenuestro
sino la consideración de Dios como Padre y ya no como vengador, celoso, juez…y
al que se le pide pan diario y se pide perdón por los pecados cometidos (las
dichosas y antiguas “deudas y deudores”?)
¿Escribió Jesús una poesía,
en el polvo de una baldosa del templo y con ello salvó la vida de la “mujer
adúltera?.
Siempre me gustó esta
anécdota (que supongo que cualquiera la recuerda y, sobre todo, ese añadido: “y
se fueron, uno tras otro, empezando por los más viejos”.
La escena y la pregunta era
una trampa. Contestara sí o no, iría contra Él. Ya no sería el Maestro Bueno o
sería un pecador que incumplía la
Ley de Moisés.
Pregunta trampa como la de si
había que pagar o no el tributo al César, diera la respuesta que diera iría
contra Él.
¿Solución?. No responder, en
un primer momento (garabateando en el suelo) y luego lanzarle a la cara: “el
que de vosotros esté libre…”, y, luego, agachándose otra vez, sigue
garabateando, hasta que se fueran los acusadores) o responder saliéndose por
los cerros de Úbeda (“dad al César lo que es….”)
Es la única escena en que se
ve a Jesús escribir (¿o garabatear?. Nunca lo sabremos). Únicamente pudo leerlo
(si es que era escritura) o verlo (si eran garabatos) la mujer amedrentada,
echada a sus pies, por sus acusadores, como si fuera un saco de inmundicia, de
pecado y con la cara pegada al suelo.
Y la respuesta: “Yo tampoco
te condeno”
A la mujer la salva de ser
lapidada, según la Ley
de Moisés, y Él se salva de ser acusado de no pagar y de incitar a que no se
paguen los impuestos al Estado.
Una pregunta que surge: ¿Lo
que escribió en el suelo (si es que escribió) iba dirigido a la adúltera o a
los acusadores?
La escena es un canto, un
poema a la compasión y, al mismo tiempo, una condena de la hipocresía.
¿Sería una poesía lo que
escribió? Entonces la poesía habría salvado la vida de una mujer a la que, como
a todas las mujeres de entonces, ni siquiera se les podía enseñar las
Escrituras.
¿Y el último grito, el de la
cruz, encarándose con Dios, echándole en cara por qué lo había abandonado, como
acusándolo de que, puesto que sabía que era inocente y no culpable, por qué
permitía lo que estaba ocurriendo?
Este grito parece ser uno de
los pasajes más ciertos de la narración de la pasión.
Es el grito de la humanidad
doliente.
¿Quién, ante una desgracia,
considerada inmerecida, no le ha echado en cara a Dios un “porqué”?
¿Por qué ha tenido que morir
mi hijo en una guerra contra la que estaba en contra?.
¿Por qué esta enfermedad?...
¿No es el grito de los judíos
en los campos de exterminio?. ¿Por qué?
¿No es el grito de los
condenados sin juicio por tantos dictadores?. ¿Por qué lo permite Dios?
¿No es el grito de los padres
ante el tener que ingresar a su hijo en un manicomio (o como ahora se diga
(frenopático)?.
¿No es el grito de los que
mueren sin saber por qué mueren?
¿Será el grito del miedo del
recién nacido, ante el misterio que la vida le deparará en el futuro?
El grito de Jesús, el grito
del profeta que se siente abandonado por su Dios.
Quizá ese último grito sirvió
para aliviar todos los gritos de la frágil humanidad a la que la vida no la
trata bien y que ve a su alrededor tanto dolor inútil, a tanto inocente perseguido,
acusado y condenado por un poder despótico e inclemente.
Aunque, hablando de poesía,
personalmente me gusta el arte de ligar, el diálogo de cortejo, de camelar a la
samaritana en la fuente. Entablar contacto, nada menos que con una samaritana,
Él que era galileo, y que nunca, a nivel de pueblo, se llevaron bien.
¿Lo recuerdan?
Muy maravilloso texto, muy interesante. Saludos.
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