La pregunta típica: ¿fue un
revolucionario político o un pacifista revolucionario?, porque lo condenaros a
muerte de cruz los romanos y a éstos sólo
les importaba la estabilidad política en la provincia romana de
Palestina.
Y de Jesús, como de otras
grandes figuras históricas, puede decirse algo y lo contrario de ese algo,
sirve de comodín para seguidores opuestos.
Los dictadores lo ven y lo
representan como un defensor del orden constituido, mientras sus opuestos, los
revolucionarios de todos los tiempos: maoístas, marxistas, castristas,
zapatistas,… lo ven exactamente al revés, un desestabilizador del orden
establecido por injusto, por corrupto, por…
También los pacifistas, los
verdes, los ecologistas, hasta los budistas se apuntan a atraérselo hacia ellos
y hacérselo suyo.
Quienes más han usado y
abusado del nombre (y de la doctrina y de la persona) de Jesús han sido los
poderes conservadores y dictatoriales y, con ello, defender no sólo el orden,
sino también la propiedad, la patria y la familia (precisamente el que nada
tenía, el que predicaba un “nuevo reino” y el que, siempre que tuvo ocasión,
daba desplantes a la familia, a su familia).
Todos los dictadores, de
todos los continentes, han sido/son grandes devotos e hijos de la Iglesia (alguno hasta
entraba bajo palio y el cura rezaba, en público, en la misa, por él, por el “duce”) y así se mostraban ante
sus súbditos.
Los Concordatos favorables y
de las comuniones recibidas en público, en vivo y en directo, por obispos y
cardenales están llenos los archivos fotográficos.
Bien hayan sido los papas
viajeros visitando dictaduras, bien los dictadores visitando y siendo recibidos
por el Papa era algo normal, sobre todo dictadores hispanoamericanos, llámese
Videla o Pinochet (nuestro Francisco, como lo más lejos que viajaba era a
Galicia a pescar y a la frontera francesa, a Hendaya, a recibir a…) pero España
era la “reserva espiritual de Occidente” y el Vaticano tenía las manos libres
para hacer y deshacer a su antojo.
Todos los dictadores han
sido/son de misa dominical y comunión, adoran la religión y se han sentido
siempre apoyados y protegidos por el consuelo de la fe católica.
Hasta “cruzada contra el
marxismo” llegó a denominarse nuestra guerra civil. Con las bendiciones del
Cardenal Segura y los rezos en la
Iglesia durante gran parte de la guerra y durante toda la
postguerra. Y que nadie se desmadrara, porque se pasaba lista.
Pero, si hay algo seguro, es
que Jesús no fue un hombre de orden, del sistema, del conservador status quo.
¿Cómo iba a ser conservador
siendo judío y estando Palestina bajo el poder romano, como una provincia más?
Era un buen judío y siempre
fue un inconformista contra el poder religioso, al que atacaba en cuanto podía
y, sabiendo que los romanos no se andaban por las ramas con los revolucionarios
políticos procuraba nadar y guardar la ropa, sin encontronazos frontales.
Se opuso a la religión tal
como la entendía el Sanedrín, se opuso al sábado, a las leyes opresoras de los
más débiles, al peaje de los sacrificios en el templo.
No fue ni sacerdote, ni
miembro de la clase dominante, ni amigo de los poderosos (llegó a calificar a
Herodes de “zorra”), no soportaba el peso de un orden político y social que
estaba al servicio de los pudientes dejando abandonados en la cuneta a los sin
recursos.
Demonizó a la sociedad que
consideraba impuros a todos los enfermos y lisiados como castigo a sus pecados,
suyos o de sus padres y antecesores.
Recordemos que fue Mussolini
quien, en los tiempos modernos, hizo del Vaticano un Estado independiente y al
Papa, en la práctica, un Rey y Jefe de Estado, con poderes absolutos.
Y si fue perseguidora,
acosadora, de las demás religiones, se vería perseguida desde dentro, por las
masas de pobres que consideraban que la Iglesia había tergiversado y traicionado el
mensaje de Jesús, como defensor de los parias y de los desvalidos y no como
compañera y amancebada con poder político, defendiéndose mutuamente.
Hubo que esperar a mediados
del siglo XX, con el Concilio Vaticano II, para que la Iglesia pidiera perdón al
mundo por la traición cometida y preguntándose: “si habría existido el
comunismo si la Iglesia
no se hubiera desviado de su misión fundamental: la de ser la abanderada de los
pobres y perseguidos y no de los poderosos y acomodados”.
Jesús fue un agitador de las
conciencias pero ¿quiere eso decir que fue un revolucionario político y social,
que era uno de tantos mesías revolucionarios que intentaba levantar a los
palestinos contra el yugo de los romanos, que pertenecía a la secta de los
zelotes (el grupo más extremista y revolucionario de su tiempo), que su misión
fue más política que religiosa?
Pues, a pesar de lo que
algunos crean y defiendan, yo opino que NO.
Y es verdad que no ha habido
movimiento revolucionario de izquierdas que no haya mostrado, al menos,
simpatía por la figura de Jesús.
Dentro de la Iglesia llegó a hablarse
de “teología de la revolución”, algo muy diferente y mucho más politizado que
la “Teología de la
Liberación ”
Es verdad que alguno de sus
discípulos había formado parte del grupo extremista de los Zelotes.
Y es verdad que, como buen
judío, no debía estar muy contento viendo su país invadido y gobernado por los
romanos.
En su “nuevo reino” que
anunciaba, y en el que soñaba, estaba libre de opresores y era un reino
tranquilo y feliz.
Alguna vez se le escapó lo de
“vine a traer la espada y no la paz” y a crear disensión entre los miembros de
una misma familia y, a veces, hasta rozar los límites de una contestación
política para acabar siendo condenado a muerte de cruz como un subversivo
peligroso para el sistema.
Pero él no fue un simple
agitador político o social, aunque, alguna vez, sus discípulos así lo pensaran
y se enfrentaran a quienes querían atacarle o cuando rechazados en un poblado y
estaban dispuestos a prenderle fuego y acabar con todos ellos, y Jesús tendría
que decirles que él no había venido a traer la revolución que ellos pensaban,
que no se habían enterado de nada.
Y cuando les comunica que va
a ser detenido y condenado a muerte le responden que allí tienen ellos las
espadas (y, es que, alguno iba armado) y Jesús tiene que decirles, de nuevo,
que las envainen.
Pero tampoco es que fuera un
pacifista, al modo moderno de entenderlo, al estilo Gandhi, aunque, es verdad
que criticó la máxima judía de “el ojo por ojo y diente por diente” proponiendo
lo contrario, el amor a los enemigos, aunque este mandamiento ya estaba en
algunas sectas judías más liberales.
Jesús está contra la venganza
más que contra la violencia. Estaba sólo contra la violencia de las armas (no
de las palabras) por eso no fue un terrorista como los zelotes o como hubiese
deseado algunos de sus discípulos y contra la violencia que oprime a los más débiles.
Su lenguaje era duro,
cortante, provocador. Insultaba a los poderosos, a Herodes (“zorra”), a las
autoridades del Templo (al poder religioso) al que llamó “raza de víboras”,
“hipócritas”, “lobos con piel de oveja”.
Quizá lo mataran más por lo
que dijo que por lo que hizo.
Es verdad que predicó un cambio radical, pero no violento, y un cambio que iba más allá de la simple revolución política y social.
A Jesús no le hubiera bastado
que los romanos abandonasen Palestina. Le hubiese gustado, pero eso no era
suficiente. Eso sería lo que habían hecho todos los profetas que pululaban por
allí y desaparecieron de la historia sin dejar huella.
Era una revolución contra
toda religión que consideraba a Dios como vengador y justiciero, que
esclavizaba a los hombres, que amarraba a las conciencias, un Dios que
atemorizaba y justificaba las clases sociales.
El Dios, en cambio, que él
predica es el que hace salir el sol todos los días para justos y pecadores, que
no hace distinción entre varón y mujer, entre fiel e infiel, entre puro e
impuro, ese Dios de Isaías que afirmaba que aunque una madre, en el colmo de su
locura, o de la desesperación, o de la maldad, pueda llegar a abandonar a un
hijo, Dios nunca lo hará.
Es un Dios del amor, un Dios
Padre, más que Juez, más que Guerrero.
La revolución de Jesús es una
revolución desde dentro, no del rito y la liturgia, de los actos externos, sino
interior, de la conciencia, del corazón.
Tomando conciencia de la
dignidad de la persona, la que entenderían mejor que nadie aquellos excluidos
de la sociedad, los “indignos sociales”, que eran los esclavos, los pobres, los
enfermos, los humillados.
Mejores que los poderosos que
se sirvieron de la religión para imponer a sus fieles cargas, pesos, yugos, que
ellos eran incapaces de soportar y porque se sentían por encima de la ley.
Lo que hace Jesús es romper
con todos los esquemas vigentes, opresores, afirmando que “el mayor tiene que
servir al menor” y que lo que la sociedad despreciaba, desde las prostitutas a
los endemoniados pasando por los leprosos (los sidosos de hoy), los mendigos,
los sin techo, los sin trabajo,.. Ésos eran los que tenían más valor, los
preferidos de Dios, como los débiles y necesitados, los indefensos, son los más
queridos de sus padres.
Una revolución que no sólo
atañía a las estructuras sociales y políticas, sino sobre todo a las
conciencia, al hombre interior, un cambio de mentalidad, y que abarcaba a todo
tipo de hombres, todos estaban llamados a esa revolución, nadie debía estar ni
sentirse excluido.
Una revolución de todas las
liberaciones, interiores y exteriores, del miedo y de las falsas seguridades.
Si Marx diría que la primera
virtud del verdadero revolucionario no era la prisa sino la paciencia, también
Jesús les decía a sus apóstoles del peligro de arrancar la cizaña porque podían
arrancar también el trigo.
Tenemos un refrán al uso:
“vísteme despacio, que tengo prisa”
Una revolución de ese tipo,
global, debe ir paso a paso, sin prisa, pero sin pausa, la madurez, el
asentamiento no es de hoy para mañana, como el aprendizaje y el desarrollo de
la inteligencia de un niño.
La planta que no echa raíces
o estas son poco profundas siempre está en peligro de ser arrancada y
arrastrada por el viento. Y la raíz es el amor. San Agustín dirá “Ama y, luego, haz lo que
quieras
“Nadie construye una
fortaleza sobre una base de arena”
El foco que debe guiar la
revolución es la recuperación de la dignidad humana, no así las falsas
revoluciones de fascismos, nazismos, estalinismos, proletarismos,… que ahoga,
secuestran, arrancan de raíz esa dignidad humana, creando súbditos, zombis
humanos programados.
“La revolución no es quemar
el ayuntamiento”, aunque sí sea necesario “echar al alcalde”.
El valor es a las cosas como
la dignidad es a las personas.
“El reino de los cielos sufre
violencia y sólo los violentos lo conquistan” (¡Joer!, que esto me suena a
Pablo Iglesias)
Los perseguidos por la
justicia (los bienaventurados) son aquellos que desenmascaran y denuncian a los
poderosos y explotadores, los que crean las situaciones de injusticia que
oprimen a los más débiles.
¿No era violento verbal el
Bautista que se atreve a decirle a Herodes, a la cara: “no te es lícito
acostarte con la mujer de tu hermano” (con Herodías, la mujer de su hermano
Filipo) y cuya cabeza sería servida en bandeja?
¿Qué entendía por “paz” y por
“guerra” cuando dijo aquello de “yo no he venido…” pero jamás lideró ni
participó en resistencia violenta alguna? ¿Y guerra contra quién o contra qué?
Se ha dicho que Jesús no fue
“ni un simple revolucionario” ni un “mero pacifista” así que llega a decirse,
al referirse a Él, de la “paz violenta” o de “la violencia pacífica”
Uno es el substantivo, el
otro es el adjetivo. El primero es el más fuerte y el que define.
No es una paz de poner la
otra mejilla ni es una violencia de las armas.
Nuestra sociedad, capitalista
o neoliberal, confunde e identifica la paz con el orden (y recuerdo la escuela
de mi pueblo y escrito con letras grandes “25 años de paz”, del franquismo.
Aquello no era paz, sino orden porque, “pobrecito del que se moviera y hasta
pisara la linde”
El orden lo impone el poder,
con la censura, con la no libertad de pensamiento ni de prensa, con el miedo, a
veces hasta con la fuerza, mientras la paz se conquista con la autoridad de las
conciencias y, por eso, no es necesario imponerla, se pone ella sola.
El dictador y el militar
(autoritarismos) imponen el orden con el poder del que disponen, el hombre
sabio y el maestro espiritual o el profeta o el buen maestro y profesor, sólo
con su autoridad interior convence a las conciencias que los siguen sin ser
obligados, sólo por invitación.
Autoritarismo y autoridad: “imponer
el orden y poner la paz”, “vencer y convencer”.
No es lo mismo la “ausencia
de guerra” que el “estado de paz”
Puede no haber guerra, pero
sí tortura, persecución, encarcelamiento, exilio, vencidos, censuras,
fusilamiento,… y eso no es paz, a lo más orden.
Vencer y convencer.
Es curioso que Franco
estuviera obsesionado con el brazo de Santa Teresa, siendo así que esta monja
castellana era una revolucionaria e inconformista de la historia de la Iglesia y que casi estuvo
a las puertas de la prisión.
Jesús también atentó contra
la sacralidad del Templo (“llegará el día –le dijo a la samaritana- que no hará
falta acudir….”) porque el templo está en el interior de cada uno, pero sobre
todo atacó a los cuidadores del mismo que lo habían convertido “en una cueva de
ladrones” con tanto obligar a sus fieles a comprar animales para el sacrificio
(de los que una parte era para ellos) o tener que pagar el tributo en moneda
nacional, y para eso estaban allí las mesas de los cambistas.
Porque él no se opuso a pagar
el tributo al César (“dad al César…”) y a Dios (“lo que es de Dios”), pero al
nuevo Dios, no a ese Dios secuestrado por los poderes religiosos.
El cambio que propiciaba
Jesús en aquella sociedad teocrática era que había que adorar al Dios que
llevamos dentro, no al que los sacerdotes querían y defendían con amenazas.
El Dios auténtico no era
vengativo, era “como una madre” y está instalado en el corazón de cada uno, no
ahí fuera, entre cuatro paredes, aunque sean muy altas y majestuosas.
La revolución que proponía
era total, afectaba a todas las estructuras, de la sociedad y de las personas,
era darle la vuelta como a un calcetín.
Porque, cuando una revolución
se hace sólo en una dirección suele acabar en “Integrismo”.
Si se hace en sentido sólo
cultural puede/suele acabar en “Ideología”.
Si sólo se hace en sentido
político acabará en “Fascismo”
Si se hace sólo en el sentido
moral acabará en “Evasión espiritualista”
La revolución de Jesús era
una revolución total.
Por eso no se puede/no se
debe echar vino nuevo en odres viejos (algo en lo que hoy los enólogos no
estarían de acuerdo) ni poner un remiendo en un vestido nuevo (algo en lo que
las madres, en precario, al menos lo coserían si el remiendo se notaba mucho)
pero ¿y las conciencias?
Era necesario cambiar de
registro.
Lo que Jesús proponía era
volver a correr la cadena en sentido contrario y empezar por el primer eslabón,
evitando los desvíos del recto recorrido de la cadena.
Empezar de nuevo, empezar
desde 0. A
José de Arimatea le decía que “tenía que volver a nacer… hacerse como niño otra
vez….
Jesús, ni era un suicida, ni
un loco, ni un desesperado, ni un exhibicionista.
Nunca se hubiese inmolado por
sus ideas ni dejado quemar en la plaza pública.
Contra lo que dice la Iglesia , “Jesús no se
entregó, lo prendieron, lo detuvieron, no pudo escapar, no murió por nosotros,
murió porque lo condenaron.
Él nunca quiso morir.
Presintió que lo matarían y
se cumplió su presentimiento. Y en ello participó uno de los suyos, que lo
traicionó, dándole un beso identificativo para los soldados.
Quizá sólo el “poverello de
Asís” intentó imitar a Jesús y desconcertó a los acomodados, en primer lugar al
rico mercader que era su padre, renunciando a la comodidad y abrazándose a la
pobreza.
Recorrer la historia de la Iglesia , de los papas y
obispos durante la alta, media y baja Edad Media invitaba a expulsarlos de la Iglesia y a correrlos a
gorrazos.
Tan radical era la revolución
del de Asís, que asustó a la misma Iglesia porque quedaba cuestionada como
seguidora del mensaje de Jesús.
Ni era una revolución
bucólica ni era poética, era integral, estructural, desde el comienzo, había
que hacer exactamente lo contrario de lo que se había hecho y estaba
haciéndose.
La regla de su orden sería “sólo”
el evangelio, pero “todo” el evangelio, a lo que la Iglesia , inmediatamente,
se le echó encima y le dijo que nanay de la China , que tenía que tener unas Reglas, aprobadas
por Roma, como todas las demás órdenes religiosas.
Y es que ¿qué iba a hacer la Iglesia , rica, cuando el
predicaba la pobreza total? ¿Qué iba a hacer cuando proponía la libertad de
conciencia a una Iglesia que se proclamaba guía del rebaño? ¿Cada oveja en
libertad, buscando sus pastos? “Extra ecclesia nulla est salus”.
El de Asís, a tener que oír y
ver la locución “guerra de religión” hacía que su cerebro se incendiara.
El de Asís también, como
Jesús, había roto todos los tabúes, vivía en otra dimensión a la que vivía la Iglesia y poseía tal
fuerza, tal autoridad (no autoritarismo), tal simpatía que llegaron a
considerarlo “un Jesús reencarnado”.
Y la Iglesia no podía
consentirlo. Ella se había apropiado de Jesús y de su mensaje.
Hasta tal punto era revolucionario
que no quiso ordenarse sacerdote porque –decía él- tampoco Jesús lo fue.
Esa reconciliación de los
hombres con Dios, directamente, de tú a Tú, sin intermediarios, esa
reconciliación entre todos los hombres sin discriminar a nadie por ningún tipo,
incluso esa reconciliación con la naturaleza (el hermano lobo, el hermano sol,
la hermana flor,…)
Jesús luchaba por un cambio
radical de la religión que había mamado, el judaísmo, y lo proclamaba. El de
Asís, también, aunque en silencio, propiciaba un cambio total de la religión
cristiana tal como era entendida, practicada y obligada por aquella Iglesia que
aprisionaba a los fieles.
Recuperar la libertad
perdida, secuestrada por la Religión Oficial ,
perder el miedo a Dios, que es más Padre que Juez vengativo.
Si el sol sale para todos,
justos y pecadores ¿Por qué esa desigualdad entre varón y mujer, entre rico y
pobre, entre judío y gentil, entre puro e impuro?
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