Es, no sólo etimológicamente,
también realmente, procedente de los griegos (como ya antes hemos indicado)
Herodoto la utiliza, aunque
sólo sea como “participio” al decir que Solón (uno de los sabios de Grecia) era
un “filósofo” porque recorrió muchos países a fin de examinarlos “por el gusto
de saber”.
Como substantivo, “filosofía”
surge dentro del círculo de Sócrates.
Un “sophos” (sabio) era alguien
que entendía algún menester u oficio (el “sophos” culinario era el que dominaba
perfectamente el arte de cocinar y podía enseñarle a los demás su “arte
culinario” (pero podía ser un zapatero o un albañil muy capacitados).
Pero los “sophoi” (los
sabios) también eran aquellos que sabían de lo más importante: acerca del
universo, de la vida de los ciudadanos.
La “Sophia” (sabiduría)
poseída les daba derecho al gobierno de la polis y no limitarse sólo a
comunicar sus conocimientos.
Solón fue uno de estos
“sophoi” o “sabios”.
Sócrates y quienes lo
acompañaban, en vez de creerse, como los anteriores, “poseedores de la verdad”
adoptaron una actitud distinta.
Sócrates decía “sólo sé que
no sé nada” (que no es que no supiera cosas, sino que nunca estaba totalmente
seguro de saberlas y que, cuanto más alto subía por el árbol del saber, más
amplio era el horizonte de la verdad que desconocía) por lo que se consideraba
“ignorante del saber”, no sabio.
Para él
La filosofía, en este
contexto, es más un talante vital que un cuerpo de doctrina.
Como no se puede vivir
cómodamente en la “opinión” (“Doxa”), en el “acaso esto no sea así, aunque me
lo parece) es necesario superarla para llegar a la “verdad” (“Aletheia”),
descubrimiento, descubrir lo cubierto, destapar lo tapado, desvelar lo velado.
Filosofar es un constante
huir de la “Doxa” encaminándose a la “Aletheia”, un desesperante renacer a la
verdad.
ANSIA DE SABER.
La filosofía es un saber, sea
éste verdadero o falso, real o ilusorio, correcto o ideológico.
El hombre se caracteriza por
el “ansia de saber” (el animal no, no vive afanoso por un “por qué” y menos aún
la planta o la piedra, todos ellos “seres” pero no como el hombre).
Y no es que el perro o el
pájaro no sepan cosas, claro que sí conocen cosas y las ponen en práctica
(hacer un nido), pero no experimentan “ansia” alguna por saberlas.
Ya el “homo habilis” se
formulaba interrogantes e interrogaba a la naturaleza porque ésta se le ofrecía
oscura, cerrada, compacta, enemiga, y fue su “ansia de saber” la que acribilló
a preguntas a todo lo que le rodeaba (la tormenta, la salida y puesta del sol,
el relámpago, la lluvia, la enfermedad, la muerte,…y quiso saber.
Así surgieron, en primer
lugar, los mitos y con ellos se le calmó, de momento, la angustia de “no
saber”.
El pensar mítico no es simple
leyenda, es un pensamiento arcaico que participa de la imaginación y de la
inspiración poética.
En él las palabras no son
símbolos de las cosas sino que se atan directamente a las cosas.
El hombre queda unido al
mundo a través del sentimiento y de la imaginación.
En la vida de cada individuo,
en la tuya y en la mía, se ha repetido esta fase del pensamiento mítico, es la
que se da en la infancia.
¿Qué niño no le pega a la
puerta porque cree que ha sido ella la que le ha hecho daño y no es que él haya
sido el que ha chocado con ella?
¿O pegarle patadas al suelo
porque ha sido esa piedra la que…?
La manera mítica de pensar es
una concreción histórica del ansia de saber que ahoga al hombre.
Sólo posteriormente, bastante
después, el ser humano pensó “lógicamente” (con la razón), ya no “mímicamente”,
con la creencia e imaginación.
Su pensar comenzó a ser
“razonable” (es el conocido “paso del “mito” al “logos”).
Continuó y continuó
preguntándose, en primer lugar por lo que tenía más cerca, por lo que tenía
alrededor, por el mundo.
El “pensar lógico” ha sido
una nueva concreción del “ansia de saber” que padece el hombre.
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