jueves, 6 de agosto de 2015

MARÍA MAGDALENA (17) MÁS SOBRE LOS ESCRITOS GNÓSTICOS



Los Manuscritos SILENCIOSOS  o SILENCIADOS.

¿Por qué, hasta ahora, han tenido tan poca publicidad unos manuscritos de tanta importancia y que podrían ser considerados imprescindibles, más incluso que los de Qumram, para el conocimiento de los orígenes del cristianismo?
¿Por qué esa muralla de silencio en torno a ellos?

Pues, porque son mucho más peligrosos y, por ello, la Iglesia ha intentado minimizar su valor (también, hay que reconocerlo, por la vanidad de muchos expertos que no querían soltar la presa para que otros tomaran parte. Todos querían la paternidad de la correcta y completa traducción y análisis).

Este es material histórico, no teoría o hipótesis, y puede plantearle grandes y graves problemas a la Iglesia, comenzando por la importancia de María Magdalena, tanto en la primitiva comunidad cristiana como por sus posibles/probables relaciones sentimentales y amorosas con Jesús de Nazaret.

El gnosticismo comienza a verse como una verdadera corriente del cristianismo primitivo, como el primer intento de una teología alternativa a la teología de Pablo.
Y es que, durante mucho tiempo, se estudió el gnosticismo a partir de las críticas que los Padres de la Iglesia difundieron contra los gnósticos, a los que se les consideraba “herejes” una vez aceptado como único movimiento cristiano válido la corriente oficial y jerárquica de Pedro y de Pablo.
Así que, si sólo tenemos la visión que el enemigo tiene de uno la objetividad está, “in radice”, negada y la verdad se muestra sesgada.

Ahora ya, tras los escritos de Nag Hammadi, este movimiento cristiano puede estudiarse objetivamente, de primera mano y no sólo desde el sesgo de los adversarios.

Para los que veían en los gnósticos un simple movimiento cristiano herético, totalmente ajeno al cristianismo oficial, el descubrimiento del evangelio de Tomás ha quebrado todos los esquemas.
Porque se trata de un evangelio muy parecido al 4º, al de Juan, pero también a los otros tres, los sinópticos.

Este evangelio de Tomás debió de comenzarse a escribirse en el siglo II, aunque sólo se acabó en el siglo IV.
El texto griego, antes de su traducción al copto, fue escrito en Jerusalén, bajo la influencia de Santiago, el hermano de Jesús, con quien los gnósticos conectaron mejor que con Pablo.
La redacción final tiene también influencia de Tomás.

Este evangelio se le atribuye a Dídimo Judas Tomás, pero NO se trata del apóstol Tomás, el incrédulo que no creyó en la resurrección hasta que metió….
“Dídimo” es un nombre griego que significa “gemelo”
“Judas”, según los sinópticos, es el hermano de Santiago, el hermano de Jesús (en la tradición cristiana siria Judas era un hermano gemelo de Jesús)
“Tomás” es un nombre arameo y, también, significa “gemelo”

Lo que parece dar a entender que dicho evangelio contaba con la autoridad de la familia de Jesús.

Este evangelio, aunque aborda algunos temas de los sinópticos, sin embargo, los enfoca desde un punto de vista gnóstico.

Tanto en este evangelio de Tomás, como en el de Felipe y en el de la Magdalena, aparece muy clara la necesidad de la integración de lo femenino y lo masculino en cada ser humano.

En los documentos gnósticos Jesús no aparece como un Dios distante que viene a salvar al mundo del pecado.
Jesús es un sabio que camina junto a sus discípulos.
Es un maestro de Sabiduría (“gnosis”), y que nunca habla de sí mismo.
Es un resucitado, un viviente que pronuncia palabras que ayudan al discípulo a tomar conciencia de sí mismo.
“Quien conoce y sigue su palabra no conoce la muerte, siempre estará vivo”

Los evangelios gnósticos de Tomás y Felipe están tan cercanos a los sinópticos que algunos han querido considerarlos como no gnósticos.

Lo que ocurre es que el gnosticismo no era monolítico y dentro de él también había corrientes más paganizadas, más alejadas del cristianismo, mientras estos evangelios revelan el gnosticismo más cristiano, el de la comunidad de Juan y de la Magdalena.
En lo fundamental son cristianos y se ve que están inspirados en la misma tradición oral que emplearon los autores de los sinópticos, pero revela la corriente gnóstica de los primeros siglos, antes de que fuera condenada al olvido y a la persecución.

Nadie duda del papel fundamental de la Magdalena en las comunidades primitivas cristianas interpretando el mensaje de su Maestro desde el punto de vista gnóstico, en la “comunidad juanea” (de Juan y de la Magdalena).
Y nadie duda de la malvada estrategia de desvirtuar y falsificar la imagen de la Magdalena por parte de la Iglesia androcéntrica durante casi todos los siglos, con la firma de artistas, escritores, clero,…como la “prostituta” y “endemoniada” y, desnuda y con larga cabellera que cubre su cuerpo, haciendo penitencia en el desierto, por su “pecado de sexo” y todo cuando, por depravación sexual del clero, hubo que poner algo de orden en el mismo en el tema sexual.
Cuando se apostó por “el celibato y la virginidad” como valores superiores a “la actividad sexual, al matrimonio y a la maternidad”.

Tras el Concilio Vaticano II ya no se la considera como la “pecadora arrepentida” sino como “la primera testigo de la resurrección de Jesús”.

Este cambio de viraje de la Iglesia se inició con el descubrimiento, en 1.945 (como ya hemos indicado en otro post) de los escritos gnósticos, considerados también como evangelios apócrifos del cristianismo primitivo donde aparece con claridad el papel que debió tener la Magdalena en aquellos momentos iniciales del cristianismo.
Pero en la lucha entre comunidades por a disputa de ver cuál de ellas interpretaba mejor el mensaje del Maestro se impuso la corriente “ortodoxa” de Pedro y Pablo. Y todos sabemos lo que les ocurre a los vencidos en cualquier tipo de guerra, desde el silencio a la persecución hasta la exterminación de la doctrina vencida.

La “Iglesia de los comienzos” no era algo monolítico, pues se fue formando alrededor de los distintos apóstoles y, entre ellos, algunas mujeres, como la Magdalena y María de Nazaret, la madre del Profeta.

La Iglesia actual, con sus cismas protestantes varios y las variantes ortodoxas, es más compacta y unificada que aquella “Iglesia de los comienzos” en que no había, todavía, un cuerpo de doctrina, sino que estaba en formación, como los afluentes que van configurando el río.

Eran una serie de movimientos casi autónomos: unos influenciados por el judaísmo (al que habían pertenecido Jesús y sus discípulos), otros vinculados a religiones orientales de India y, los más, empapados de filosofía griega, primero, y romana, después.

Todas aquellas variantes del cristianismo gozaban de la misma dignidad y cualquiera de ellas podría haberse impuesto a las demás, pero acabó imponiéndose la que ya, todos, sabemos, la “jerárquica”.
El poder, pues, que en un principio estaba diluido, quedó en manos de los sucesores de los apóstoles, los obispos, siempre y todos varones y, bajo ellos, los sacerdotes o presbíteros, diáconos o servidores.
Todo el poder quedó “varonil”.
Así que el mundo femenino, que en un principio había participado del sacerdocio y hasta del episcopado (en palabras de Pablo) quedó fuera del poder. Y hasta hoy así sigue.

La corriente cristiana ganadora/vencedora decidió, pero ya en el siglo IV, que los más de cien evangelios y escritos que circulaban en los movimientos de la Iglesia primitiva, y de los que se nutrían y que contaban, a su manera, la epopeya y las palabras de Jesús, quedaban revocados, en su mayoría, porque se consideró que sólo CUATRO de aquellos más de CIÉN evangelios eran los auténticamente revelados e inspirados por Dios, a pesar de haber sido utilizados, hasta entonces, indistintamente, unos y otros en la múltiple y variada “Iglesia de los comienzos”. Y deberían ser destruidos en su totalidad o atenerse a las consecuencias al ser calificados de “herejías” los escritos y de “herejes” a quienes siguieran manteniéndolos.

Ya en el anterior artículo exponía las peripecias de los escritos de Nag Hammadi y, seguramente, a los monjes de San Pacomio como los encargados de conservarlos.

(En otro lugar he expuesto los argumentos (que hoy causan risa, más que extrañeza) de por qué eran sólo esos cuatro y ninguno más.

Uno de los movimientos teológicos más importantes del cristianismo primitivo lo configuraban los gnósticos, una variante cristiana a la que probablemente pertenecían tanto la Magdalena como Juan, el autor del 4º evangelio, “contaminado” de o por el gnosticismo.
No hay más que recordar su inicio: “En el principio existía (era) la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Todo se hizo por ella, y sin ella no se hizo nada. Lo que se hizo en ella era la vida” (Juan 1, 1-3)

Y es que los gnósticos daban una gran importancia a la palabra y al conocimiento, sobre todo al conocimiento intuitivo y a la poesía. Ellos eran grandes poetas y, a pesar de la destrucción de los escritos gnósticos, ha quedado, todavía, literatura abundante.

De haber salido vencedor/ganador el movimiento cristiano gnóstico sobre el “ortodoxo” de Pedro y Pablo, hoy tendríamos una Iglesia muy distinta a la que tenemos.
Nada que ver con la que se impuso y cristalizó en el catolicismo como Religión Oficial del Estado Romano.

Los gnósticos eran contrarios a la jerarquización, el yo y la divinidad se hacían una sola cosa a través del conocimiento, no hablaban de pecado ni de arrepentimiento, Jesús había venido al mundo “no para salvar al hombre del pecado”, sino “como guía espiritual, para abrir las puertas del conocimiento,..
(Póngase a cada una de estas afirmaciones las contrarias de la Iglesia actual).

El Jesús de los gnósticos parece más oriental que occidental, más budista que católico, por lo que surge la pregunta si los gnósticos conocieron el budismo.

Es decir, no existió UN cristianismo primitivo, sino muchos y distintos cristianismos.
Junto al cristianismo “ortodoxo” de Pedro y Pablo la corriente gnóstica también se mantenía vigorosa, hasta el punto que un gnóstico estuvo a punto de ser elegido Papa.
De haberlo conseguido quizá la Iglesia de hoy fuera menos jerárquica y más inclinada a la “gnosis” que, en griego, significa “conocimiento”, “sabiduría”.
Se intentaría buscar a Dios en el interior de cada uno y no más allá de las estrellas, un Dios interno, inmanente, frente a un Dios externo, trascendente.
Una religión con menos leyes y mandamientos, dándole protagonismo la conciencia moral de cada uno, sin necesidad de tanto tutor que guíe nuestros pasos.
Una religión menos política, menos amiga del poder, y más espiritualmente interior, más centrada en la búsqueda de la sabiduría que en la lucha contra el pecado.

Fueron aquellos primeros años convulsos y confusos, un hervidero de tendencias en pugna por imponerse a las demás, siendo la ganadora sólo una pequeña parte de un todo inicial.
Todas, en el principio, gozaban del mismo prestigio o sufrían del mismo desprestigio.
En el principio todos los cristianos eran legítimos.
¿Por qué, pues, el gnosticismo, considerado hoy como una especie de existencialismo filosófico-religioso, generó tanto miedo en la tendencia androcéntrica y jerárquica?
Y es que, hoy, conocemos mejor el gnosticismo, desde los escritos de Nag Hammadi, y tenemos una visión muy distinta a la que nos dejaron de él los adversarios cristianos en su lucha contra esa variante cristiana.

Si, para la Iglesia católica, la creación era buena (“y vio Dios que todo era bueno-todo estaba bien”) y fueron los hombres, con sus pecados, los que introdujeron el mal en el mundo, para los gnósticos la creación misma era/había sido imperfecta, desde el principio, y la raíz del dolor y del sufrimiento, en general, no era el pecado (del que habría que arrepentirse y prometer no volver a pecar, tras cumplir la penitencia), sino la Ignorancia. La solución, la curación, pues de todos ellos, era la “gnosis” o “sabiduría”.
Insistían, también, en el uso de las prácticas terapéuticas, del renacimiento interior, del autoconocimiento como percepción íntima. Lo que hoy llamaríamos “autoayuda”, autocuración, sin necesidad de recurrir a la oración para pedir que Dios haga el milagro y nos cure los dolores, las enfermedades.

Hay que luchar, pues, contra las resistencias internas, causantes de nuestro malestar, sin necesidad de tener que recurrir a remedios externos divinos.

Muchos han visto en esta tendencia cristiana gnóstica la primera experiencia mística cristiana y el primer intento de búsqueda de la perfección a través de un proceso interno, de la mente y del corazón.

Además, para el gnosticismo, Dios no sólo era varón, también era mujer, no sólo padre, sino también madre, un Dios masculino-femenino a la vez.
Más que de “Dios” habría que hablar de la “Divinidad”.

Además, la resurrección de Jesús no se habría producido en el “orden físico” de las cosas (un muerto que vuelve a la vida, un cadáver que resucita), sino en el “orden simbólico”, algo que hoy defienden los teólogos católicos más modernos.

Además, utilizaban el simbolismo sexual para describir a Dios (lo que los teólogos modernos, hoy, también están analizando) considerando el orgasmo como la única forma de “experiencia” de la divinidad.
De todas las formas de goce, intenso y explosivo, nada como el orgasmo, algo así tiene que ser “la experiencia de Dios”.
De hecho, que cada uno piense qué palabra es la más pronunciada cuando uno está en pleno orgasmo, sino “Dios”, “Dios”, “Dios”.

¿Qué han hecho nuestros místicos, San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, sino describir sus experiencias religiosas más íntimas e inefables con un lenguaje amoroso y sexual?
¿Cómo se interpretan, a veces, los éxtasis de la santa castellana?

Nada de extrañar que esta manera de ver y sentir la religiosidad atrajera la atención del psicoanalista Jung al expresar, los gnósticos, “la otra cara de la mente”, “los pensamientos espontáneos, inconscientes, que toda “ortodoxia” exige que sus seguidores “repriman”.
El propio Jung, en su entusiasmo, tras el descubrimiento de Nag Hammadi, logró comprar uno de ellos, y hoy el gnosticismo es tema de estudio habitual en las escuelas psicoanalíticas.

¿Origen del gnosticismo? No hay unanimidad. Desde un origen judío a otro cuyo origen es el platonismo o las religiones orientales.
Pero era tal la diferencia en la manera de interpretar la palabra de Jesús, contrastaba tanto con la Iglesia “ortodoxa” de Pedro y de Pablo, que lo consideraron “herejía”, al monopolizar la visión propia como la única válida.

Pero, en un principio, todo era movedizo y variopinto, nada era sólido, hasta hubo disputas entre Pedro y Pablo sobre la necesidad o no de la circuncisión como requisito exigible a todo aquel que quisiera ingresar en el cristianismo.
Enfrentamiento que surgió en el primer Concilio de Jerusalén, disputa que fue creciendo hasta el punto de llegar a las manos entre ellos, teniendo que ser el “diplomático” Santiago, el hermano de Jesús, el que, con su gran influencia, consiguiera una mediación.

En esa ocasión se discutía acaloradamente la posibilidad de matrimonios mixtos entre judíos y convertidos al cristianismo (aunque, entonces, casi todos los cristianos eran también judíos) y la necesidad o no de la circuncisión, como lo hacían todos los judíos.
Al final, ganó Pablo, el “apóstol de los gentiles”, lo que hoy, a tantos siglos de distancia, uno se pregunta por qué, para ser cristiano, un no judío debía circuncidarse.


Pero ante la posición de Pablo al frente del cristianismo ortodoxo y oficial, que convirtió a “Jesús” en “Cristo”, en el Mesías prometido y esperado por los judíos, que lo convirtió en Dios y lo nombró segunda persona de la Santísima Trinidad, cuando aparecen los escritos de Nag Hammadi, con la nueva perspectiva, todo debería ser revisado.

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