LAS RELACIONES DE JESÚS CON
SU FAMILIA.
Un verdadero quebradero de
cabeza, un sinvivir.
Ciertos textos de los
evangelios canónicos, y que parecen ser auténticos, le han dado a la Iglesia verdaderos
quebraderos de cabeza.
Un tipo como Jesús (y después
Cristo y Dios) y que mantenga con su
familia relaciones borrascosas y poco afables.
¿En tan poca estima tenía a
su madre y tan poca consideración tenía con ella y con toda su familia, con ese
tipo de desplantes hasta llegar a considerar que estaba loco y endemoniado?
“Llegan su madre y sus
hermanos…” (Marcos).
“Tu madre, tus hermanos y tus
hermanas….” (Mateo y Lucas), casi igual que Marcos.
Ya Lucas contaba el piropo
que le había echado una mujer. “dichoso el vientre que te llevó y los senos que
te amamantaron” y Jesús, en vez de sonreír y asentir con la cabeza y decir
“gracias”… suelta, a primera vista, casi un desprecio: “Dichosos, más bien, los
que escuchan la palabra del Señor y la siguen”.
Incluso, para alcanzar la
vida eterna hay que renunciar y abandonar a la familia.
“El que ame a su padre o a su
madre más que a mí, no es digno de mi. El que ame a su hijo o a su hija más que
a mí…”
“Yo no he venido a traer la
paz, sino la guerra. He venido a enfrentar al padre…..”
Jesús tiene en mayor
consideración y estima a su nueva familia que a la familia de sangre, que son,
incluso enemigos, no sólo obstáculos.
No son idílicas las
relaciones de Jesús con su familia.
Por un lado la muchedumbre
que lo arropa, los escribas y fariseos que creen que está endemoniado por lo
que dice y hace, contrario a la doctrina tradicional judía, su familia que
quiere verlo y hablar con él por ver si es verdad, para comprobar, lo que de él
se dice, loco y endemoniado,…
Uno puede imaginarse la
escena.
Y cuando le anuncian que “tu
madre y tus hermanos…”
La respuesta de Jesús,
también puede interpretarse al revés. Como decir: “ahora no puedo, ¿no veis
cómo estoy? O “decirle que esperen, que ahora no puedo”.
Y también puede significar:
“y vosotros, los fieles seguidores, no os preocupéis, que también sois mi
familia, la familia espiritual, aunque no sea de sangre”.
Lo que no implicaría
desprecio a la familia de sangre.
Sería un “os quiero y los
quiero, pero ahora no puedo”, lo que no implicaría desprecio, sino dos planos
distintos de afecto.
Los vecinos de Nazaret no se
creen que Jesús, sabiendo quién es y de donde viene, de una familia pobre y
humilde, pueda hacer prodigios.
Y como su familia no se
creería lo que de él decían los saduceos y fariseos, quiso comprobarlo en
persona, presencialmente.
Dice Marcos que “sus
familiares salieron a hacerse cargo de él, pues decían: ha enloquecido”.
¿Qué pensaría Jesús cuando le
dijeron que sus familiares habían venido hasta aquí para verlo y hablar con él?
¿Para decirle que estaba
loco, que abandonase esa locura, que tenía que dejarse de profecías y de
milagros y que volviese a casa porque su vida corría peligro porque los dos
grandes poderes lo tenían enfilado o sólo querían acercarse para comprobar qué
estaba pasando?
Nunca sabremos qué pensaría.
José no fue (¿ya habría
muerto?)
¿Y por qué sus hermanos?
¿Para reducirlo y conducirlo a casa porque les estaba arruinando la vida,
porque los comprometía con tantos dimes y diretes que se decían de un hermano,
en un villorrio pequeño, en que todos se conocían?
María no permaneció
indiferente y quería saber. ¿Confiaba pero, a la vez, dudaba?
María nunca se opuso a la
misión de su hijo, que suponía un desafío a los dos grandes poderes, el
político y el religioso.
Pero es curioso que a los
pies de Jesús, en la cruz, ninguno de los sinópticos la ubican, y sí y sólo lo
hace Juan.
¿Y si lo que se dice de las
“malas relaciones con la familia” se tratara de la pugna entre Pablo y Pedro?,
que tan mal se llevaban que llegaron a las manos en el Primer Concilio de
Jerusalén y que si no es por el conciliador Santiago, el hermano de Jesús, el
que consiguió que no fueran perseguidos los cristianos (seguidores de su
hermano, Cristo) y que pudieran ir y entrar en las sinagogas, frecuentarlas, sin
ser echados y que fue el que medió entre ellos (el defensor y el opositor a la
práctica o ritual de la circuncisión.
Para Pablo, que ni había
conocido a Jesús, pero que lo declaró Dios, y se declaró discípulo, también,
como los otros, las relaciones de sangre son poco importantes.
Los evangelistas están más
cerca de Pablo que de Pedro, partidario de la circuncisión.
¿Será verdad lo que dicen los
evangelistas sobre esas malas relaciones con la familia de sangre o lo que
intentan es llevar el agua al molino de Pablo, fundador del Cristianismo, de la Teología de la Cruz , del sufrimiento como
mérito, en detrimento de Santiago, su hermano, en la comunidad cristiana de
Jerusalén?
¿Y no era la opción de Jesús
por los lisiados, por los enfermos, por los leprosos, por las mujeres, por las
prostitutas….una Teología del amor, en la que Dios no es juez sino padre, un
Dios más partidario de la misericordia que del sacrificio?
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