He dicho y repetido, en
infinidad de ocasiones, que si no distinguimos entre “Jesús” y “Cristo” y entre
“Iglesia” y “Cristianismo” estamos condenados a ahogarnos en un galimatías.
Se pregunta Hans Küng en el
capítulo primero, “Los inicios de la iglesia”, ¿Fundada por Jesús?, de su obra La Iglesia Católica y se responde
él mismo que, “en el breve tiempo de su vida pública (máximo tres años, o tal
vez sólo unos meses) Jesús no pretendía fundar una comunidad separada y
distinta de Israel, con su propio credo y su propio culto, ni fomentar una
organización con una constitución y una jerarquía, y mucho menos un gran
edificio religioso. NO, Según todas las evidencias Jesús no fundó una iglesia
en vida.
Pero –continúa- debemos
añadir, inmediatamente, que SÍ se formó una iglesia, en el sentido de comunidad
religiosa, distinta de Israel, inmediatamente después de la muerte de Jesús”
Y aquí entra la Magdalena.
Si el cristianismo primitivo
hubiese seguido el rumbo de los primeros treinta años después de la muerte de
Jesús, con mucha probabilidad María Magdalena podía haber sido considerada la fundadora
e inspiradora de la secta que seguía las enseñanzas de Jesús de Nazaret.
En sus comienzos las mujeres
tuvieron protagonismo en los primeros movimientos religiosos y, sobre todas
ellas, la Magdalena ,
más que los mismos apóstoles.
El papel fundamental de las
mujeres no sólo consta en los evangelios, tanto en los canónicos como en los
apócrifos, sino en los adversarios mismos del cristianismo.
Un escritor pagano, Celso, se
burlaba del cristianismo por ser una religión de mujeres que sólo atraía a la
gente simple y sin cultura, como los esclavos y los niños.
Afirmaba Celso que el hecho
de la resurrección, en el que se basaba la primitiva fe, había sido inventado
por un puñado de mujeres histéricas, entre ellas, María Magdalena.
Pero no es verdad que todas
estas mujeres procedieran del mundo rural y sencillo. No es verdad que todas
fueran campesinas ignorantes.
Sí es verdad que pudo ocurrir
que muchas mujeres, que no eran admitidas en otras religiones se sintieran
atraídas por la nueva doctrina cristiana, basada en aquel que había roto los
moldes y reglas sociales de la religión y sociedad judía asoció a las mujeres a
su aventura religiosa.
Aquellas mujeres que eran
ignoradas en las instituciones y sociedad judía es normal que se sintieran
respetadas en la nueva religión.
Las Cartas de Pablo fueron
escritas en los años 50-60 d. C, antes que los evangelios y ya consta en ellas
que las mujeres ejercían, igual que los varones, como dirigentes de
comunidades, obispos, diaconisas,…
Y fue este primer Pablo (no
el 2º Pablo, machista como los apóstoles) el que declaraba que ni para Jesús ni
para él había distinción alguna entre varón y mujer, entre libres y esclavos,…
Las primeras iglesias o
templos cristianos, en realidad, fueron las casas de estas mujeres que, como
antes la Magdalena ,
ayudaban económicamente con sus bienes a los misioneros y predicadores.
En ellas se celebraban las
primeras eucaristías y algunas de esas casas acabaron convirtiéndose en
capillas propiamente dichas.
Pero, si al principio no,
poco a poco fue relegándose el papel de las mujeres, prohibiéndoles ejecutar la
eucaristía, bautizar,…y ubicarlas como “servicio” a obispos y presbíteros, como
lo que ocurre hoy.
Pero hubo un tiempo en el que
ejercían las mismas funciones que los varones.
“Fueron las cristianas más antiguas,
las que siguieron a Jesús hasta el calvario, las fundadoras de la Iglesia , entre ellas María
Magdalena” – afirma un biblista español.
En principio no dependían de
Pedro y de ningunos de los 12.
Al inicio del cristianismo la
iglesia tuvo varios puntos de partida y no sólo el que propugnaron Pedro y los
demás apóstoles, varones.
Un doble punto de partida, en
sus inicios, el femenino y el masculino.
Ellas nunca traicionaron a
Jesús, ellos sí, negándolo o escondiéndose, atemorizados y desilusionados, al
comprobar la muerte violenta del Maestro en la cruz.
¿Qué habría podido ocurrir
sin la Magdalena
y sus esfuerzos en convencerlos que había resucitado?
Y si no se hubiera impuesto
la corriente masculina, asfixiando hasta hacer desaparecer la femenina, la
iglesia, hoy, habría sido muy distinta, quizá más gnóstica y mística y menos
aristotélica y racional.
Jesús nunca habría aprobado
un papel secundario, sino igual, de las mujeres con los varones, con los mismos
derechos y las mismas funciones.
Uno de los primeros
comentaristas cristianos, San Hipólito, así como la iglesia oriental, desde el
principio, consideraba a la
Magdalena no como un apóstol más, sino como “el apóstol de
los apóstoles”
Fue a finales del siglo III
cuando todo comenzó a doblarse, afirmándose el liderazgo principal de los
seguidores de Pedro y de los apóstoles varones, considerando apóstoles sólo a
los varones y creando la sucesión apostólica (que continúa hasta hoy)
A partir del siglo IV, cuando
el cristianismo deja de ser perseguido y sale de la oscuridad para convertirse
en la Religión Oficial
del Imperio Romano, es cuando la
Magdalena comienza a ser vista, no como la compañera
sentimental de Jesús, no como la persona de más confianza del Maestro, sino
como “la pecadora arrepentida”, la “prostituta” a la que Jesús le perdonó sus
pecados de sexo y de la que había arrojado siete demonios impuros.
Incluso fue considerada como
la patrona de las prostitutas.
Así fue como la Iglesia rebajó y humilló
la importancia decisiva de la
Magdalena.
Hasta hace pocos años, en que
se le ha devuelto su verdadera identidad, en la liturgia de su fiesta, el 22 de
Julio, se la seguía considerando “ramera arrepentida” y “endemoniada”.
La liturgia ha cambiado y ya
no aparece como exprostituta (lo que nunca fue), ahora se lee a Juan, como la
primer testigo ocular de la resurrección
Y la primera anunciadora del
prodigio.
Siglo IV, comienzo del fin
del papel fundamental de las mujeres.
Año 305, Concilio de Elvira,
celebrado en Granada, se exige a todos los sacerdotes que se abstengan de sus
mujeres so pena de perder el cargo.
Año 352, Concilio de
Laodicea, se prohíbe a las mujeres ejercer como sacerdotes.
Año 401, Concilio de Cartago,
al que asiste San Agustín, se decreta que los clérigos deben separarse de sus
mujeres definitivamente o serían apartados de la religión.
Fue así cuando y como la
virginidad y el celibato fueron considerados como categorías superiores al
matrimonio: la virtud se identificó con la castidad y el pecado con el sexo.
Y la Iglesia , que ya era una
Iglesia de varones, ahora, además, era (y sigue siéndolo) una Iglesia de
solteros, sin experiencia familiar alguna, pero que se considerarán expertos
para aconsejar a los demás cómo deben ejercer la sexualidad.
A la mujer, ya
definitivamente, se la aleja del altar, recordando que Eva, la primera mujer,
había sido la causa de que en el mundo reinara el pecado original.
A partir de ahora la mujer
será la gran tentación, el gran temor, el gran pecado para el clero.
Un clérigo bien podía ser un avaro,
glotón, borracho, egoísta, racista, vividor, ricachón,… que no sería apartado
de sus funciones, pero como tocara a una mujer…
Lo cierto fue que una cosa
era la teoría y otra la práctica del clero, que gozaba de los placeres del sexo
como un seglar cualquiera, o más.
En este contexto es de
imaginar que la Magdalena
cayera en el olvido absoluto, en todas sus facetas.
Hasta que se descubren los
manuscritos gnósticos y la jerarquía eclesiástica se inquieta, viendo resucitar
un fantasma que creía dormido y dominado, pero que no era verdad.
Y surgen preguntas, como: ¿no
debería considerarse a la
Magdalena como la verdadera fundadora de la nueva religión
nacida de las cenizas del judaísmo reformado, como la principal discípula del
Maestro,…?
El papel más importante, y
que así lo consideran los 4 evangelios, es el de la Magdalena.
Aunque “los apóstoles no
creyeron a la Magdalena ”
Pero ¿no pensó y trató Jesús
a las mujeres en igualdad con los varones? ¿Por qué, pues, los apóstoles
siguieron considerando a las mujeres como seres inferiores, poco creíbles, de
segundo rango en la jerarquía,…?
A pesar de ese desprecio por
la figura femenina (razonable desde el punto de vista social, pero incomprensible
tras las palabras y actitudes del Maestro) las mujeres siguieron desempeñando
un papel de primer orden en las primeras comunidades cristianas, quizá por la
fuerza moral de la Magdalena
cuando los apóstoles se convencieron de que no había mentido y que Jesús la
había elegido como mensajera de una revelación excepcional.
La llamada “comunidad juanea”
(pues tanto la Magdalena
como Juan procedían de una cultura gnóstica), se fue formando como uno de los
núcleos más importantes de las diferentes corrientes cristianas.
Movimiento que pronto
entraría en conflicto con la corriente oficialista en torno a Pedro y a Pablo y
de los apóstoles varones y que acabarían jerarquizando a la secta, todo lo
opuesto a la doctrina gnóstica.
En el libro gnóstico “Pistis
Sophia” Pedro se queja a Jesús de que María Magdalena hablaba demasiado cuando
discutían con él: “¿Será que la prefieres a nosotros”?
Y, en el evangelio gnóstico
de Felipe, Pedro vuelve a quejarse de que Jesús le preste más atención a ella
que a ellos, los varones.
En el evangelio de María
(único evangelio apócrifo escrito por una mujer) Pedro se muestra celoso de que
Jesús haya hablado en particular con la Magdalena y le haya revelado secretos que a él le
había escondido, y exclama: “¿Cómo es posible que le haya revelado a ella cosas
que a nosotros nos ha ocultado?, ¿Es que, de verdad, la escogió y la prefirió a
nosotros”?
Y, en el evangelio según
Tomás, Pedro se muestra aún más duro: “Que María salga de entre nosotros,
porque las mujeres no son dignas de la vida”
Estos evangelios apócrifos
recogen algunas de las tensiones entre los apóstoles varones y las mujeres.
Algo que ya se vio en el
diálogo, a solas, de Jesús con la samaritana, según los sinópticos.
No entendían esa liberalidad
de trato del Maestro con las mujeres, a las que ellos, en su mentalidad social,
consideraban inferiores.
Quizá por esa actitud
recelosa de los apóstoles y que no podían comprender una vínculo afectivo tal,
la relación entre la
Magdalena y Jesús permaneciera en un segundo plano, u oculta.
De hecho ellos (todos casados
excepto Juan (¿demasiado joven?) poca importancia les daban a sus mujeres y
nunca se habla de ellas en los evangelios.
Los evangelistas no dicen ni
una sola palabra sobre si Jesús estaba casado o no, era algo indiferente o
irrelevante.
De hecho, tras la muerte de
Jesús ya no aparecen las mujeres siguiendo a los apóstoles, como en tiempos de
Jesús.
Es como si hubieran
aprovechado la ocasión para desligarse de aquella costumbre del Maestro, que la
respetaban mientras estaba vivo, pero que…
Se crearon comunidades
cristianas en las que debió destacar especialmente la Magdalena , según consta
en los manuscritos gnósticos, y que aparece como la protagonista, la compañera
de Jesús, a la que le había revelado los secretos más ocultos de su doctrina.
Ahora es ella la que discute
con los apóstoles y quien les confía secretos que ellos no habían recibido de
Jesús.
Su fuerte presencia, como
protagonista, aparece en la mayoría de los escritos gnósticos: El Evangelio de
María Magdalena, el Pistis-Sophia, el Evangelio de Nicodemus, el Libro de la Resurrección de
Cristo del Apóstol Bartolomeo, el Diálogo del Salvador, las Preguntas de María, el Evangelio Árabe de
la Infancia
de Jesús, el Evangelio de Felipe, el Evangelio de Tomé y la Exégesis en torno del
Alma.
En todos ellos aparece como
la gran discípula de Jesús.
No es de extrañas que los
escritos gnósticos hayan creado polémica y preocupación en la Iglesia Oficial porque en ellos
María Magdalena no es la prostituta arrepentida que presentan los evangelios
canónicos, sino la compañera, la esposa y la mujer más amada de Jesús.
Es, también, la
personificación terrena de la gnosis o sabiduría.
Es el espíritu femenino que
se une al masculino (Jesús).
Aunque los escritos gnósticos
no son monolíticos, pues también en la corriente gnóstica del cristianismo
primitivo existían divergencias, incluso en la apreciación del matrimonio y de
la sexualidad.
Pero predomina la corriente
que consideraba que la perfección del hombre se alcanza cuando en él se
integran el elemento femenino y el masculino.
Ella aparece como “la mujer que
conoce el Todo”
Ella es la más interesada en hacer
preguntas.
En Pistis-Sophia aparecen
hasta 46 cuestiones que los discípulos plantearon a Jesús después de su
resurrección, de las cuales 36 son formuladas por ella, mientras María, la
madre de Jesús, sólo hace 2 preguntas.
En el Evangelio de Pedro la Magdalena se presenta
abiertamente como discípula de Jesús.
Ella siempre aparece como la
persona más interesada en conocer el verdadero pensamiento de Jesús, por eso es
siempre la que más pregunta y acaba explicándoselo a los demás apóstoles,
incluido Pedro.
Hasta Pedro, que mantenía con
la Magdalena
una relación ambivalente, acaba reconociendo que “el Señor la amó más que a
ellos”.
Según su movimiento cristiano
no era necesaria una Iglesia oficial como mediadora para vivir la fe de Jesús,
cada uno podía o debía seguir su camino particular e interior.
La conciencia y la libertad
versus la jerarquía, el poder, las leyes y el dogma, la mística frente a la
dogmática.
Si hubiera triunfado la
corriente gnóstica no habría habido Iglesia Oficial, porque sólo desde ella
puede mantenerse el dogma y la disciplina, la obediencia, incluso con condenas
e Inquisiciones.
Iglesia jerárquica oficial
que incluso se atribuyó a sí misma el poder de la “infalibilidad”.
¿Cómo habría sido la Iglesia posterior si se hubiera
impuesto la corriente gnóstica?
Es difícil imaginárselo.
Pero todos los expertos están
de acuerdo en que la Iglesia Católica ,
tal como está hoy estructurada, no fue fundada por Jesús. Él nunca dio a
entender que deseaba inventar una religión diferente al judaísmo, que era su
fe, sino purificar la vieja fe de Abraham, hasta entonces reducida al ámbito
judío, para convertirla en una revelación universal.
Cuando el franciscano
brasileño Leonardo Boff y otros teólogos, se manifestaron en este sentido,
fueron condenados por la
Iglesia de Roma.
Después del Concilio Vaticano
II y tras el descubrimiento de tantos manuscritos la Iglesia se inclinó a
examinar la corriente bíblica y no sólo la puramente filosófica y teológica,
elaborada desde antiguo con las teorías de Aristóteles.
Cuando se conocieron las
lenguas semíticas y cuando los textos comenzaron a examinarse e interpretarse
en su contexto histórico, muchas teorías, doctrinas, pensamientos y actitudes,
que parecían inamovibles en la
Iglesia , comenzaron a tambalearse.
Así aparecieron en la Iglesia dos corrientes
bien delimitadas: la teológica (la línea de Ratzinger, el que había sido, antes
de Papa, Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe ) y la bíblica (más abierta, la del Cardenal
Carlos Martini, conocedor de las lenguas originales de la Biblia ), pero ya sabemos
quién y qué corriente salio ganadora del cónclave.
La corriente bíblica se
muestra más progresista y abierta, más cercana a los orígenes del cristianismo
primitivo y es la corriente que es consciente de la importancia de la Magdalena.
No sólo en los escritos
gnósticos, también en los canónico, la Magdalena se yergue como la protagonista del
primer cristianismo, ella que fue la compañera del Maestro.
Los manuscritos de Qumram,
que en un primer momento infundieron pánico en la Iglesia , fueron
trascendentales para conocer algunas disidencias de la Iglesia judía a partir de
la vida monacal de los esenios.
Igualmente los escritos
gnósticos, algunos de ellos escritos al tiempo que los canónicos, o antes.
Es posible o probable que
Jesús hubiera pensado en la
Magdalena como la mejor representante de aquellas comunidades
cristianas primitivas, mientras los apóstoles, palabras como “rey” o “reino”
las entendían en sentido literal, como un poder temporal o de simple liberación
de los judíos frente a la ocupación romana de ahí los codazos entre ellos para
ver quien ocupaba los asientos más elevados.
Si los evangelistas
oficiales, fieles a la Iglesia
oficialista de Pedro, cuando redactaron sus escritos, fueron incapaces de
obviar la presencia de la
Magdalena en la muerte y resurrección de Jesús es porque les
fue imposible obviarlo.
La tradición sería tan fuerte
y estarían tan convencidos de aquella verdad que conocerían los cristianos, que
no les quedó más remedio que dejar testimonio de ello.
Casi a regañadientes se
vieron obligados a confirmar que fue ella, una mujer, la que tuvo que
encargarse de convencer a los testarudos e incrédulos apóstoles de que no todo
había acabado para siempre, que con su condena como malhechor, crucificado
entre malhechores y con su deshonrosa muerte en la cruz no se acababa la historia,
sino que la historia acababa de comenzar en su nueva andadura.
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