(4) EL DIABLO ES MUJER.
“El libro “Malleus
Maleficarum”, también llamado “El martillo de las brujas”, recomendaba el más
despiadado exorcismo contra el demonio que lleva tetas y pelo largo.
Dos inquisidores alemanes,
Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, escribieron, por encargo del Papa Inocencio
VIII, este fundamento jurídico y teológico de los tribunales de la Santa Inquisición.
Los autores demostraban que
las brujas, harén de Satán, representaban a las mujeres en estado natural,
porque “toda brujería procedía de la lujuria carnal que, en las mujeres es
insaciable”
Y advertían que esos seres de
aspecto bello, contacto fétido y mortal compañía, encantaban a los hombres y
los atraían, silbidos de serpiente, colas de escorpión, para aniquilarlos.
Este tratado de criminología
aconsejaba someter a tormento a todas las sospechosas de brujería.
Si confesaban, merecían el
fuego, y si no confesaban, también porque sólo una bruja, fortalecida por su
amante, el Diablo, en los aquelarres, podía resistir semejante suplicio sin
soltar la lengua.
El Papa Honorio III había
sentenciado:
“Las mujeres no deben hablar.
Sus labios llevan el estigma de Eva, que perdió a los hombres”.
Ocho siglos después, la Iglesia Católica les sigue
negando el púlpito.
El mismo pánico hace que los
fundamentalistas musulmanes les mutilen el sexo y les tapen la cara.
Y el alivio por el peligro
conjurado mueve a los judíos ortodoxos a empezar el día susurrando:
“Gracias, Señor, por no
haberme hecho mujer”
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