La tendencia natural, a lo largo de toda la historia, es que la razón y sus explicaciones vayan sustituyendo, paulatinamente, a la creencia y sus justificaciones.
En todas las naciones, la razón ha ido imponiéndose, y el médico y el hospital han substituido al curandero y su cabaña; al tiempo que los productos farmacéuticos y la cirugía han substituido a los brebajes, cataplasmas, sangrías y sortilegios.
Igualmente las modernas tecnologías han arrinconado a los métodos tradicionales, por ser más productivos y requerir menos esfuerzo.
De la misma forma las ideas políticas y las formas democráticas de gobernarse las sociedades han arrinconado y guardado en el baúl de los recuerdos a los métodos dictatoriales y caciquiles.
La “aldea global”, cada vez más, respira el mismo aire. El clima de las libertades va respirándose y disfrutándose, mientras las religiones, sin tener que desaparecer, van retirándose al ámbito de lo privado, que es el que les corresponde.
Tras el siglo XVIII y el triunfo y apoteosis de la Razón Ilustrada, la Diosa Razón, la Razón Universal, llegaría el siglo XIX, el siglo de las Ciencias, que desembocará en el XX, el siglo de la Tecnología avanzada, con uso correcto de la misma, muchas veces, pero también con el uso impropio y sus consecuencias: las dos guerras mundiales.
Y, tras el XX, el XXI, en el que vivimos mejor que nunca, en el que vivimos más, y en el que disfrutamos de un envidiable “estado de bienestar”, pero el mundo árabe….
Tras la descolonización, sobre todo anglo-francesa, ha ascendido, meteóricamente, el islamismo, pero no sólo ni principalmente, en su versión religiosa, sino en su versión más rancia, el “Islamismo Político”.
Este islamismo político, en vez de ser una nueva y actualizada revisión e interpretación, en consonancia con los tiempos, constituye un retorno a un Islam primigenio y puro, que sólo existe en la imaginación de sus líderes religiosos pero que la no aceptación del mismo puede acabar en la muerte del discrepante, tanto teórico como práctico.
Este islamismo político, no es que haya contaminado a las sociedades árabes, es que se han constituido en los pilares y las estructuras, en la sangre, de sus sistema políticos, sin ser, ni mucho menos unas “propuestas” serias, ni económicas, ni sociales, ni culturales, pero que sí que hay que tomárselos muy seriamente por las terribles consecuencias que acarrea la vuelta a las cavernas, la mezcla de ideas anticuadas con armamento sofisticado a su disposición, dispuesto a ser utilizado contra “el otro” no musulmán.
Cuando no se lee, o se lee poco, o se lee mal, o se lee sólo un libro antiguo, del siglo VII, pero que se considera revelado y depositario no de verdades, sino de LA VERDAD, única, para siempre y para todos…. Cuando sólo se escuchan las arengas de un fanático líder…. Cuando la mente se cuadricula y se obtusa y cree, a “pies juntillas”, la llamada de su dios que lo invita al martirio asesino, en medio de una multitud, cuyo “delito” es no creer en lo que él/ellos cree(n), o no creer en ninguna religión, viviendo en su agnosticismo o ateísmo práctico y vital, prometiéndole(s) el seguro paraíso con no sé cuántas vírgenes a estrenar,…..
Y cuando la educación política, social, religiosa y familiar, van todas en la misma dirección, alentando y alimentando la consideración de elegidos si sacrifican su vida, llevándose por delante cuantos más infieles (los otros) mejor,….
La mentalidad moderna no sólo no ha prendido en los países islámicos, sino que ha sido arrancada y, en su lugar, de nuevo las formas antiguas de vida y costumbres, desandando lo poco o lo mucho que habían avanzado.
Mientras todas las sociedades, según van pasando los años, van avanzando, copiando, innovando, …los países árabes siguen estancados, exportando un bien natural, no cultural, que geográficamente les ha tocado en suerte, el petróleo, y financiando escuelas y grupos terroristas, contra sus buenos clientes occidentales y laicos que cometieron el error de montar toda su industria en esa fuente de energía de la que, por lo general, carecían.
Los ideales ilustrados de Liberté, Equalité y Fraternité no caben ni en sus mentes ni en sus sociedades ni en su cultura ni en su religión.
Si al menos la Fraternité (llámese, hoy, “justicia”) fuera por ellos, por los afortunados, puesta en práctica, aquellos países a los que no les tocó la lotería geográfica, pero que comparten con ellos lengua y religión, podían ser los destinatarios de sus petrodólares.
Pero se ve que el dinero no sabe de Fraternité y sí de Plusvalías y de inversiones con beneficios.
¿Por qué tenemos que ser los clientes, compradores, los destinatarios de su odio, cuando son los suyos los que nos tienen “cogidos por los huevos”?.
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