Hace no muchos días mi amiga Mayte se lamentaba en “La inocencia pulverizada” de la escena del autobús, en que normalmente usa para subir a clase a El Ejido, de dos adolescentes.
Sin criticar (sólo extrañada de) la moderna indumentaria de las adolescentes y admirando sus cuerpos esbeltos, se le retorcía el alma al oír el vocabulario que usaban (“pura pornografía”) que (suponiendo que fuera un lenguaje apofántico) estaría manifestando lo que en su interior pensaban y había.
Ya, entonces, le recordaba a Mayte que nuestros esquemas mentales y morales, como personas mayores que somos, estaban ya casi fijados y que los márgenes de los mismos apenas daban para procesar el vocabulario y la conducta de esta adolescencia.
Como acostumbro a vivir en verano en la Carihuela, paseo a diario hasta la zona de ocio del Puerto de Benalmádena, y sorteo a l@s boteller@s, sobre todo los fines de semana.
Intento procesar lo que veo y me cuesta. Y se me viene a la mente esa especie de revolución oculta que está practicando la juventud y que es una subversión de valores.
No es que yo haya sido un angelito, en mis tiempos mozos, pero no tanto ni así.
Estamos en plena crisis económica y el gobierno, hoy mismo, acaba de aprobar usa serie de medidas (entre ellas mi “congelación”) y con éstas y otras medidas saldremos y superaremos la crisis. Pero ¿y esa otra crisis de conciencia?.
Los occidentales, tan bien protegidos por el sistema asistencial y sanitario, padecemos una enfermedad de la que no sé cómo diablos podremos curarnos y superarla, me refiero a “la enfermedad de la abundancia”.
Abundancia de cosas para alegrarnos el cuerpo al tiempo que padecemos la enfermedad de la pobreza de nuestro mundo espiritual.
Nunca hemos tenido tanto pero, creo que, nunca hemos sido tan mediocres. Los reinos del ser y del tener.
De verdad que somos contradictorios. Yo mismo, en los recreos, voy a tomar café descafeinado, y cuando pido un cerveza la pido sin alcohol o cocacola sin cafeína, y en casa procuro ingerir comida sin calorías, y la mahonesa que sea ligh, y cuando fumaba eran, ya, al final, cigarrillos sin nicotina,…. Todo ligh. Me pregunto si seré yo, como persona, también una persona ligh, y mis hábitos son el reflejo de mi ser interior, como las adolescentes del autobús con su vocabulario. Y, la verdad, me asusto.
Observo, filosóficamente, a la sociedad y deduzco que hemos convertido lo accidental en substancial, lo epidérmico en medular, lo fenoménico en nouménico, lo adjetivo en substantivo, lo periférico en epicéntrico,….
Y cuando veo a esa juventud, que convierte un medio en fin, entregada y persiguiendo el éxito, el poder, el gozo, el dinero (con el que todo puede comprarse porque a todo le hemos puesto la etiqueta del precio), vislumbro ahí a un hombre sin substancia, pura apariencia, mucho hueco, mucho vacío.
Vamos por la vida enarbolando, muy alta y orgullosos, la bandera tetracolor del “hedonismo”, el “consumismo”, el “relativismo” y la “permisividad” (confundida con la “tolerancia” y, peor aún, con el “respeto”) y todos ellos sobre un fondo de materialismo y nihilismo.
Como nada hay, ya, absoluto, todo es relativo, no existe la Verdad, ni la Bondad, ni la Belleza, ni la Justicia, ni… ni…. ya todo vale (como si todo valiera igual), hay que ser tolerante y permitirlo todo (como si toda idea y toda conducta fuera permisible), y lo que más vale es el cuerpo, al que hay que alimentarlo con placeres materiales (hedonismo) y con cosas, con muchas cosas, con cuantas más mejor, porque ellas, su posesión, su uso y su consumo son la felicidad.
Por si todo esto fuera poco, la alta y última tecnología viene, teóricamente a ayudarnos y a hacernos la vida más fácil, pero prácticamente nos nubla la mente y nos confunde.
Del mando a distancia para cambiar los canales de la tele (comodidad) y para abrir la puerta del garaje (comodidad), sin tener que molestarnos, aplicamos la analogía y queremos, también, adelgazar sin esfuerzo físico, aprender sin esfuerzo intelectual, amar y ser amado sin esfuerzo emocional,…. Nos autoengañamos creyendo que existe el cheap de nuestro cerebro, y que basta cambiarlo como se cambian las pilas del mando. Como si tuviéramos en nuestras sienes unos puertos USB al que poder conectar la información para obtener conocimiento y poder ser un poco más sabios.
Y, sencillamente, no es verdad, es una ilusión.
Esto nos hace livianos, débiles, inmaduros, flotantes, demediados, indolentes, …
Seguimos siendo tan simples y elementales que no tenemos otro método que aplicar la Filosofía del Esfuerzo, hoy tan en horas bajas. Porque hoy como ayer y como siempre, a nadar se aprende nadando (el conocimiento de técnicas sólo mejora lo ya sabido), como a andar andando y a escribir escribiendo. Lo que venga después sólo serán ayudas a la mejora, nunca a la existencia de ese hábito.
Nunca ha habido tanto ámbito de libertad y nunca hemos estado tan desorientados, tan desnortados. He ahí la causa de la renuncia a los propios principios morales y criterios personales en favor de la disolución en el anonimato del “se”. Digo lo que “se dice”, pienso lo que “se piensa”, hago lo que “se hace”. Hoy, más que nunca, muchos hombres, se llamen como se llamen, son “Vicentes”.
Renunciamos a encontrarnos a nosotros mismos, porque es más cómodo perderse en lo social, y no señalarse para no ser señalado.
Así nos sacudimos la ingrata tarea de tener que pensar, para luego decidir. Que otros piensen por mí. Me descabalgo, me apeo de mí mismo.
Hoy a cualquier problema le damos la solución del diálogo. Hay que dialogar. Hay que consensuar. Éste es hoy uno de las grandes pecados de la modernidad, el someterlo todo al diálogo. Pero el diálogo sólo toma el mínimo común múltiplo de todos los dialogantes. Es apuntarse a la mediocridad y renunciar a la excelencia.
La excelencia, si fuera común, dejaría de ser excelencia, como si todas fueran excepciones no habría regla.
La verdad no puede estar sometida al consenso. La mayoría podrá vencer pero no por eso tener razón.
Cuando se ha instalado la mediocridad, cuando hemos renunciado a nuestras propias armas y estamos desarmados de criterios gnoseológicos y de principios morales, por la dictadura del “se”, somos presa fácil para el demagogo de turno, que es un excelente dominador del lenguaje y que te hace ver lo negro blanco y los cuatro ángulos del triángulo.
Sólo él sabe que es un estafador, pero nosotros no sabemos que estamos siendo estafados por un manipulador del lenguaje, por un mago de la palabra, por un sofista encantador en su forma de decir las cosas.
El demagogo no es que te atraiga a él, es él el que se mete dentro de ti, el que piensa por ti, el que te domina, esclavizándote, en un asedio interior.
Y nosotros, tan distintos al sofista, por pereza y comodidad, sólo somos dueños de un vocabulario canijo, con un lenguaje simplificado, empobrecido, con sólo palabras comodines, somos incapaces de distinguir los matices de la realidad, que nunca es o blanca o negra, sino que se extiende en una amplia gama de matices grisáceos.
Nunca ha habido tanta información y, quizá por eso, nunca hemos estado tan desinformados. Porque tenemos que elegir qué emisora oír, qué periódico leer, qué cadena de televisión ver. Y siempre son de la misma cuerda. No me imagino a un lector de El País que no oiga la Cadena Ser y no vea la 4 o la 6 o quizá la 1ª, como al lector de La Razón oyendo Onda cero y viendo Antena 3. Y esa opción elegida, ese punto de vista, esa perspectiva, te imposibilita tener otras y ponerte en lugar del otro. Los otros, ya, serán adversarios (no digo enemigos).
Ese ruido ensordecedor, que hay ahí fuera, de los medios de comunicación te invita a ponerte los auriculares y las gafas. Te aíslan. Te amasan.
Tanta información que en vez de enriquecernos nos empobrecen y crean en nosotros la indiferencia, por saturación.
Por higiene mental necesitamos poner un filtro, pero ¿qué filtro?. Un autofiltro. ¿Y eso cómo se hace?. Haciéndolo. Pero eso es muy complicado. Pues saldrás a comprarlo ya hecho en el mercado. ¿En qué mercado?. Son tantos que tienes que elegir uno. Estamos enredados en la maraña y no podemos romper la red.
Desde pequeñitos nos van vacunando para inmunizar nuestro cuerpo, creando anticuerpos, que nos predispongan ante los ataques a nuestra salud corporal, sin embargo qué poco nos preocupamos de los contagios mentales y emocionales del “se”.
Se quejaba la paloma de que le costaba esfuerzo el volar, por la resistencia del aire. Lo feliz que ella sería sin el aire. Y Kant tendría que recordarle a la paloma que sin aire no podría volar, ni poco ni mucho, nada.
Igual nos ocurre con la libertad. Si no hubiera tantas normas….Sólo se puede ser libre habiendo normas, como sólo se puede nadar entre las dos orillas del río.
El aplazamiento de los placeres ha caído en desgracia y nadie quiere tenerlo como compañero. Lo queremos todo aquí y ahora y, además, que no nos suponga mucho esfuerzo. Las gratificaciones, amplias e intensas, pero, además, inmediatas y fáciles. Queremos burra, buche y leche, pero son incompatibles la presencia de los tres.
Hace algún tiempo escribí un artículo que lleva por título: “Critica, Criterio y Crisis”. Y se me escapó que también tienen que ver con el término “crisálida”, que es la metamorfosis, la transformación. La crisálida se convierte en mariposa. Pero si brilla por su ausencia la Crítica, por lo tanto no aparecerá el Criterio, porque rehuimos la Crisis, ¿qué tipo de crisálida estamos incubando?. ¿Qué tipo de mariposa saldrá de ahí?.
No podemos hacernos con todo, no podemos hollar todos los caminos. Optar por uno es renunciar a los restantes. Pero no es verdad que lo que nos configura sea todo aquello a lo que renunciamos. Lo que nos transforma es lo que aceptamos y cogemos, no lo que dejamos.
¡Hay tántos productos ahí fuera que nos incitan a tomarlos¡. Pero nuestra ignorancia no nos permite distinguir los solventes de los disolventes. ¡Cuánto error en nuestras elecciones en esta cultura de la acumulación que nos rodea y que nos idiotiza¡.
Hago mío un pensamiento en forma de pregunta, de no sé quién: “El niño que fuimos ¿se sentiría orgulloso del adulto que ahora somos”?. ¿Hemos colmado nuestras expectativas de niño o hemos fracasado?. ¿En qué recodo del camino cambiamos de rumbo para mejor o para peor?.
Nosotros, los mayores de 55 años, que acudimos casi a diario allá arriba, a El Ejido, a impartir o a recibir clases, practicamos la higiene que nos mantiene, no sólo vivos, sino también, y sobre todo, sanos. Practicamos la gimnasia física, al obligarnos a andar; la gimnasia mental, al obligarnos a pensar; la gimnasia social, al obligarnos a la relación con los otros.
El hombre es un ser activo, que necesita hacer ejercicio. Ejercicio variado.
Pero ejercicio no tanto para tomar, para coger, como para saber qué debemos soltar, de qué no debemos depender.
“Si quieres hacer feliz a Pitocles, no le des cosas, quítale necesidades”, sólo así no se verá impelido a satisfacerlas. Se trata de soltar, no de agarrar, se trata de “ser feliz” no de “estar contento”.
¿Si fuéramos conscientes de que debemos sacrificar algo de lo que somos para poder llegar a ser lo que podemos ser, actualizar la potencialidad que somos?.
No debemos renunciar al pasado, que nos ha configurado y condiciona nuestro presente, como no debemos dejar nuestro presente en manos de nadie, porque en él está escrito el futuro, lo que seremos.
El día que nos muramos (porque las personas “nos morimos”, los animales sólo “terminan”,”fenecen”) será cuando los demás (nosotros ya no estaremos) echen la raya de la suma total y digan “esto fue esta persona”. Porque mientras vivimos estamos operando, sumando o restando, estamos “siendo”, no “somos”.
¡Parece una paradoja¡
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