Como ya he escrito en otros lugares, mi padre era una gran tipo, con una solvencia moral a prueba de bomba.
Estuvo en la guerra civil desde el 18 de Julio, que le pusieron un fusil en la mano, hasta el 1 de Abril (“único día que comimos decentemente, una paella, aunque sólo había arroz, ni tajadas ni marisco”) en que se lo quitaron.
Pasó las de Caín, desde Madrid a Cáceres, pasando por Zaragoza y terminando en Lérida “echando de España a los rojos republicanos quemaconventos y asesinos de curas y monjas” (-“eso era lo que nos decían”- y para nosotros era verdad).
En las interminables horas que pasábamos juntos trabajando en el campo, jamás salió de sus labios un reproche a los vencidos.
A él lo pilló el “alzamiento” en zona nacional (como si no fuera igual de nacional la zona legal republicana), y lo alistaron donde le correspondía.
Como era el pequeño de los hermanos y estaba soltero, según la ley que permitía que sólo uno de ellos estuviera en el frente, los otros dos se volvieron a su casa.
Pasó más hambre que…., de suciedad hasta arriba, de higiene cero patatero, de comodidades ninguna, dormir con el agua hasta la rodilla, en las trincheras, más de una noche, tomar el “matarratas” matutino para calentar el estómago, casi siempre, …
Resultó “vencedor” como podría haber resultado “vencido”, pero nunca lo esgrimió como mérito. Pero, eso sí, se indignaba cuando se sentía injustamente tratado y/o perjudicado. “¿Y. para esto, hice yo la guerra”? –decía, entonces.
¿Ventajas obtenidas?. Absolutamente ninguna y sus descendientes (yo, por ejemplo) tampoco.
Era un hombre entero, de una pieza, un hombre de fiar, muy sabio en su medio analfabetismo. Luchador infatigable para que sus hijos sacaran la cabeza de aquel hoyo de tanta y tan variada miseria de los años 40.
¡Cuántos días de puro invierno, en mi pueblo, con las calles embarradas y heladas, llamaban a la puerta un matrimonio con x hijos y sin nada que comer¡.
Él le pedía a mi padre un saco de paja para poder “poner lumbre” y ella, a mi madre, algo de comida.
Yo era el encargado de ir con la llave al pajar y mi madre entraba en la despensa a cortar medio pan y un buen trozo de tocino.
¿¡Cuántas “gracias” les daban a mis padres aquellos “desgraciados” mientras iban camino de sus casas (¿casas?)?
¡Todavía hoy se me saltan las lágrimas de la entonces miseria pasada por muchos¡.
A mi padre le gustaba ir a los toros (se crió entre bueyes de labor, vacas de labor y de cría y de terneros que siempre había en los corrales). Pero no a los toros de la feria de San Mateo, en Salamanca, sino a los toros de los pueblos de alrededor.
Sobre todo le gustaban los encierros y correrlos por las calles. Nunca nos perdimos los de Fuentesaúco y muchas veces fuimos a Villaescusa, a Guarrate, a Fuentelapeña y a Villamor de los Escuderos.
Montados en la burra, en la negra, (la bicicleta Orbea entró tarde en mi casa), yo, pequeñajo, delante y el detrás, fumando “pota o caldo de gallina” y, siempre, contándome historias-anécdotas de lo que pasó en la guerra.
De su labor de espía, disfrazado de paisano, por las noches, en los bares de los pueblos “enemigos”. De su labor recogiendo cadáveres o heridos entre los dos frentes, cuando cesaba el fuego.
Se sentía orgulloso del reloj de bolsillo que le había arrancado a un cadáver enemigo.
Alababa a un sargento cojo, valiente como él sólo, y se reía de los fascistas italianos y de los moros, por su miedo, “cuando oían las balas, silbando sobre sus cabeza, es que se cagaban”.
Pero, en general, nunca lo oí quejarse.
¿Cuáles pueden ser los méritos de quien hace lo que se debe hacer?.
¿Pueden darse premios a los conductores que no infringen las normas de circulación o a los peatones que sólo cruzan por los sitios indicados y cuando los semáforos se lo permiten?.
¿Se le puede pedir cuentas y responsabilidades a una persona, hoy, por las infracciones que pudiera haber cometido su abuelo, hace años?.
Yo sí les daría un premio a los políticos del P.S.O.E y a los del P.P. si fueran capaces de hacer lo que se debe hacer: exponer su discurso sin “mentar” al otro (compruébenlo Uds. mismos).
¡Qué pena y qué asco los prejuicios culturales y partidarios¡.
¡Y qué suerte la mía¡
¡Suerte de tener al padre que tuve y que, además, se llamaba Eu-genio (“bien nacido”). Si a eso le sumamos que mi madre se llama Eugenia (“bien nacida”) yo, Tomás, soy “un bien nacido al cuadrado”). ¡Casi ná¡.
Si hubiera sido padre de un varón lo habría llamado Eugenio. Con la herencia de “bien nacido al cuadrado” x T (de Tomás) habría sido “el no va más de lo más”.
En mi pueblo no había cine y la Tele entró tarde (cuando yo empecé a trabajar). Fue el primer regalo que les hice en Navidades.
Mi padre no sabía que existiera un tal Charles Chaplin, pero habría firmado su pensamiento:
“Ya perdoné errores casi imperdonables, intenté sustituir personas insustituibles y olvidar personas inolvidables”.
Un buen tipo, mi padre, sí señor.
P.D. Me he quedado con el remordimiento de no ser un buen novelista, un gran escritor y no haber grabado todas las peripecias que pasó mi padre en la guerra, habría sido una novela estimulante con un contenido ejemplar.
De tal palo, tal astilla.
ResponderEliminarTu padre debió ser un gran hombre, no me cabe la menor duda. De otra forma, no hubiera podido tener un hijo como el que tuvo.
Felicidades por haber tenido la suerte de que ese fuera tu padre.
De donde le tocara estar... ¡qué más da! El mio estuvo en el otro bando y también fué una gran`persona, aunque yo desgraciadamente no tuve la suerte que tu tuviste de poder tratar con él estos asuntos.
Nuestros padres fueron demasiado para nosotros, Tomás.
Yo no voy a hablar de mi padre, murió siendo yo un niño de 7 años y mis recuerdos son pocos.
ResponderEliminarVoy a hablar de mi ex-suegro, ya fallecido, era carabinero (de los que iban cobrando los impuestos y tasas por los pueblos) dependiente del Ministerio de Hacienda de la República.
Cuando se produjo el golpe de estado promovido por los militares golpistas en 1936, le pilló en el bando de los alzados en armas, por lo que fué detenido como miembro de las fuerzas republicanas, por los falanguistas del pueblo donde vivía y de los que era compañero de chatos y vinos, porque en aquel momento no era ni republicano ni nacional ni nada, era un empleado público y nada más.
Pasó muchos años en un campo de concentración condenado a trabajos forzados. Cuando lo liberaron volvió a su pueblo en tal estado que su esposa (que trabajaba como nodriza) tuvo que darle el pecho como a un bebé para que recuperara la salud.
Se recuperó y gracias a su trabajo (y al de sus hijos) prosperó económicamente y vivir holgadamente.
Los más asombroso de todo fue que, después de lo que había sufrido y padecido bajo el franquismo, se convirtió en un defensor de Franco, su obra y su sistema y tuvimos algunas agarraditas por la diferencias entre su postura y la mía respecto al franquismo.
Increible pero cierto.