martes, 18 de mayo de 2010

EL TIEMPO HUMANO.

Cuando, en mis tiempos de estudiante, nos escaqueábamos y hacíamos novillos de alguna clase de ese profesor pelmazo que todos hemos tenido alguna vez, solíamos ir al bar Los Villares. Allí íbamos a echar alguna partida al villar “a una banda” y, ya que estábamos allí, aprovechábamos para tomar el bocadillo de calamares calentitos que, en una buena política de ventas, Diosdado los había puesto al mismo precio que el bar de la facultad.

Jugar al villar a una banda.

Hoy recuerdo aquellos ratos felices, pero la madurez y las circunstancias me incitan a practicar y a animar a que se practique la crítica a cuatro bandas.
Criticar, como ya he escrito muchas veces, es clarificar, iluminar para ver, discernir, distinguir para separar el trigo de la paja y. así, poder quedarse con el grano.
Las cuatro bandas son: 1.- El Arriba celeste (lo divino), 2.- el Abajo terrenal (lo material), 3.- y 4.- la derecha y la izquierda social, política, económica, moral,… (todo lo humano).

Todos hemos nacido y todos moriremos porque, entre tanto, hemos vivido.

Vivir supone cargar con un pasado, arrostrar un presente e ir configurando y proyectando un futuro.
No solo cada uno de nosotros, también la sociedad entera, presente y pasada.

Hay un tiempo pasado (al que llamamos Historia) como hay un tiempo presente (denominado Política) y un Futuro, siempre incierto y nunca totalmente previsible, con el que soñamos, al que solemos llamar Porvenir (porque, todavía, no ha venido).

Debemos conocer el pasado, no para enterrarlo sino para sacar consecuencias y no cometer los mismos errores que cometieron nuestros antepasados. Pero nadie debe ensañarse con lo que ya no es y que fue. Nadie, hoy, es responsable de lo que otros hicieron. La responsabilidad siempre habita en la persona concreta, nunca en el todo social. Nadie puede responsabilizarme de lo que fueron e hicieron mis bisabuelos al ser republicanos en tiempos de monarquía o por ser monárquicos en tiempos de la república. Al pasado no se le puede juzgar, realmente, porque ya no están presentes sus protagonistas, aunque deba ser conocido, para aprender de él.

El futuro es sagrado y sería uno un terrorista si lo pusiera en peligro. El futuro es como el río al que deben tender y “confluir” todos los afluentes para aumentar su caudal, para hacerlo navegable, para diseñarlo como espacio lúdico.
Si nadie debe ensañarse con el pasado, que perteneció a nuestros antecesores, nadie debe poner en peligro el futuro, tanto nuestro como de nuestros descendientes.

Convertir en objetivo principal de la vida la revisión y resurrección del pasado, para que los ya muertos pidan perdón a los que fueron matados, es impropio de personas sensatas.
Habrá que resarcir a las víctimas inocentes con la proclamación de su inocencia y debemos sacarlas de donde fueron tiradas para poder ser amorosamente lloradas y enterradas por sus descendientes, pero sin resentimiento y sin revanchas.
Tenemos, todos, la obligación moral de desenterrar a los muertos mal enterrados, fueran del bando que fueran, rojos, azules o negros, pero es insensato cebarnos con sus enterradores, porque, entre otras cosas, éstos ya no existen, y sus descendientes no pueden cargar con las culpas de su abuelo, como no puede cargar mi Santi con la carga de este su abuelo sinvergüenza. Toda la posible responsabilidad es sóla y únicamente mía y mientras esté vivo.
Las culpas morales no se heredan, como no se heredan los méritos de las víctimas ni los deméritos de los verdugos. La cátedra de un catedrático y el alcoholismo o la condena de un alcohólico o de un ladrón se van con ellos a la tumba, no son heredables.
La consideración permanente de “víctimas” y de “verdugos”, a los ya fallecidos, siempre los acompañará en el recuerdo de todos.

Si practicáramos el “ojo por ojo y diente por diente” viviríamos en una sociedad tuerta y desdentada.

Igual de insensato es el hipotecar toda nuestra vida presente y real, la única que tenemos, en aras de la creencia en la existencia de una vida eterna, proporcional al mérito contraído por el dolor sufrido y soportado. Eso es impropio de personas sensatas.

No podemos ni debemos vivir mirando sólo por el espejo retrovisor, pero tampoco sin mirarlo, como tampoco debemos hacerlo mirando únicamente por el parabrisas.

Se trata de VIVIR.

Y VIVIR es “saber a qué atenerse” sabiendo, sin olvidar y sin despreciar el de dónde venimos, sabiendo y amando lo que somos y anticipando, ilusionados el dónde queremos ir.

Y NADA MÁS

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