(AVISO A NAVEGANTES POR ESTAS
REDES):
Hace 2.000 años, un hombre
pobre y humilde, de nombre Jesús, sentenció: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida y quien creyere en Mí…”
Yo, Tomás, un jubiloso
jubilado, unos cuantos años ha, ni soy Camino para Nada, y menos para Nadie, no
vivo en la Verdad
(la que siempre ando buscando) pero que estoy instalado en la Duda constante y continua
(como buen escéptico) y la Vida ,
la única que sabemos que existe (que es ésta) intento vivirla, solo o acompañado,
de la manera más lúcida, placentera y feliz posible.
Así que, si cualquiera
creyera en mí e intentará seguir mi Camino, mi Verdad y mi Vida se equivocaría,
al menos, tantas veces como yo.
Yo sólo soy el dependiente
de, el administrador de, esta tienda:
El pobre hombre era un hombre
pobre.
Toda la vida trabajando en el
campo, para el señorito del lugar, pero sin estar dado de alta en la Seguridad Social
por lo que, al no haber cotizado, su pensión casi no era pensión sino limosna
con la que, apenas, le llegaba para mantener su vicio, el tabaco
Acababa de cumplir los 65
años y lo jubilaron.
Violencia y explotación
infantil fue lo suyo, pues nunca pisó la escuela.
Ya a los 5 años comenzó de
trillique y fue ascendiendo en trabajos cada vez más gravosos.
Caminaba por la calle, como
todos los días, no muy bien vestido y buscando colillas sin apurar para liarse,
con tres o cuatro, un cigarrillo.
Pero, ese día, lo que vio en
el asfalto fue una moneda de 1 euro, allí, justo al lado de una colilla
atractiva y del kiosco de “Loterías y apuestas del estado”
Sin pensárselo dos veces probó
a la suerte y se lo jugó a la primitiva.
Y le tocó, con bote y todo. !Vaya
que si le tocó¡.
Varios millones.
Compró todo lo que quiso y
más. Se vio rodeado de cosas. De muchas cosas.
Todas sus frustraciones del “tener”
se vieron sobradamente satisfechas y, aún, le sobraba mucho dinero.
Nunca nadie poseyó tantas
cosas pero nunca nadie se sintió tan solo. No es que viviera en soledad, es que
era un solitario.
Pensó, pues, que ahora
necesitaba a las personas, necesitaba amar y ser amado.
Y también, necesitaba la Verdad.
Se puso manos a la obra.
Buscó el amor. Algo al alcance de cualquier pobre pero su impericia lo hacía incapaz
de conseguirlo este nuevo rico.
Acostumbrado a habitar en la garita
solitaria, era incapaz de dialogar. Y el amor, ayuno de diálogo, desde la
difícil palabra y desde la verticalidad, a lo más que puede llegarse es a comprar
sexo.
Con dinero sólo puede
comprarse eso, sexo, no amor.
“No hay en el mundo dinero //
para comprar los quereres // que el cariño verdadero (bis) ni se compra ni se
vende” –como dice la canción.
O, como dicen Fito y
Fitipaldis, en “Soldadito marinero”: “Él también quiso ser niño // pero le
pilló la guerra. Soldadito marinero // conociste a una sirena // de esas que
dicen “te quiero” / si ven la cartera
llena”
La amistad, el compañerismo,
el afecto, la ternura, la querencia, el cariño, la simpatía, el AMOR, nada sabe
de dineros.
“Con dinero y sin dinero…”
seguía siendo un solitario.
Renunció, tuvo que renunciar,
a lo que nunca había disfrutado, por desconocerlo.
Y es que, como a cualquier
persona, ayuna del arte de saber dialogar, los canales por los que pueda entrar
y salir el Amor, se encuentran obstruidos, atorados.
Renunció a las personas y se automutiló como persona.
Paseaba, solitario, por la
ciudad.
Miraba escaparates por el
simple placer de decirse a sí mismo: “ya lo tengo”, “ya lo tengo”, “ya lo
tengo”….
Masturbación interna viaria.
Tiendas y más tiendas.
Pero chocó con un viejo,
pequeño y sucio escaparate. Oscuro. Con unos visillos medio descolgados. Se
frenó en seco. Levantó la vista y en la marquesina nada había escrito.
Aplastó su nariz sobre el
cristal.
Sobre un atril, al fondo,
había un cartel, escrito a mano y con trazos inarmónicos: “Tienda de la
verdad”.
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