Aclarémonos de una vez por
todas.
ACTIVIDADES que te gusten,
que te llenen, que te realicen.
ACTIVIDADES satisfactorias,
que no son, ni tienen por qué serlo, las mismas para todos.
Hay ACTIVIDADES CULTURALES,
ARTÍSTICAS, CREATIVAS, DEPORTIVAS, RECREATIVAS, Actividades de VOLUNTARIADO.
Cuando tú eliges una o varias
actividades, es porque te gustan ésas y no otras.
Cuando son actividades
voluntariamente asumidas, llevan adosadas una carga de gratificación, llamada
FELICIDAD.
Uno es y se siente feliz
haciendo esto o lo otro.
Son Actividades FELICITANTES.
Pero el SUSTANTIVO es la ACTIVIDAD.
Y el ADJETIVO es la
felicidad, la acompañante de la actividad
Si alguien cree que la
felicidad es un estado en el que una vez que se entra en él se permanece todo
el tiempo o mucho tiempo, está equivocado.
La vida humana no viene
definida por la posesión de la felicidad ni de nada definitivo, sino por la
búsqueda. Somos los eternos caminantes.
Yo he dicho muchas veces que
la vida no es un viaje. El viajero, cuando viaja, tiene una meta, llegar al
lugar elegido. El paseante no. El paseante no tiene que ir a ninguna parte,
pasea, va de acá para allá y de allá para acá, o se sienta en un banco a leer,
a mirar, a escuchar…
El viajante descansa, deja de
viajar, cuando llega a la meta. Sólo entonces es feliz, cuando llega al final
del viaje. El paseante no. El paseante pasea, no tiene meta, o mejor, su meta
es pasear, y es feliz paseando y mientras pasea.
La felicidad no es una meta
del vivir, sino la acompañante de la vida. Ser feliz “mientras”, no ser feliz
“cuando”. Hablamos de “presente” no de “futuro”. La vida no puede ser
hipotecada por nada, pues ella es lo más.
Sintiéndose feliz mientras se
vive la vida.
Lo fundamental no es la
libertad, sino sentirse libre. Si uno no se siente libre no es libre.
Lo fundamental no es la
felicidad, sino sentirse felices. Si uno no se siente feliz, no es feliz.
Hay un método casi infalible
para medir (si es que se puede medir) el grado de felicidad de una persona.
Consiste en hacer el experimento de imaginar que le quedan a uno unos pocos
días de vida y comprobar si continuaría haciendo las mismas cosas que estaba
haciendo o las dejaría y haría otras distintas. El algodón no engaña. No eras feliz haciendo lo que hacías.
La felicidad es “flor de un
día”, es “algo que dura un instante” – dice el poeta. Es imposible para el ser
humano un estado de felicidad más o menos permanente.
¿Se imaginan Uds. un orgasmo
mantenido, permanente? Eso no hay cuerpo que lo aguante. No sólo es agotador,
es perjudicial.
Hay por ahí un libro de un
psicólogo, que se titula “Salga de su mente y entre en su vida”. Despotrica
sobre lo que él denomina “dictadura de la felicidad” entendida como el afán de
la sociedad moderna por venderle a las personas recetas fáciles de felicidad.
Desde Corporación Dermoestética a Cambio Radical pasando por el coche que pasa
de 0 a 100
en 4 segundos.
Dice este psicólogo y en este
libro que la felicidad consiste (apunten) en “planificar la vida, descubrir
cuáles son los valores propios de cada uno y vivir según ellos”.
Es decir que tú y yo
planificamos nuestras correspondientes vidas, pero como mis valores son éstos y
tus valores son esos, tú y yo no podemos vivir de la misma manera y con las
mismas cosas, con las mismas actividades. Tú tendrás que vivir así y yo tendré
que vivir asao. Lo que a mí me hace feliz no tiene por qué ser lo mismo que te
haga feliz a ti y viceversa.
Pero ocurre que, aunque haya
diferencias, hay/tiene que haber unos valores comunes, que son los que afectan
a todos los hombres, por el mero y simple hecho de ser personas.
Dice J.L. Sampedro:
“Ahora bien, si entre los valores que
uno ha instaurado en su proyecto vital, a medida que (uno) se va haciendo lo
que es, figuran algunos que tienden a mejorar el bienestar o el
perfeccionamiento colectivo, y no sólo el propio, entonces el compromiso
consigo mismo se amplía y se convierte en compromiso, también, con los demás”
Si las religiones han tenido
y tienen sus templos desde los que se nos predica la felicidad, la sociedad
compleja consumista en la que vivimos tiene sus templos profanos, tiene sus ritos y tiene sus objetos
a comprar y consumir.
Afirma Castilla del Pino:
La misa como actividad, al
menos semanal, obligatoria (“santificarás las fiestas”) ha sido sustituida por el shopping en la
nueva catedral laica que imparte sacramentos
de felicidad barata en el Corte Inglés o en los Factorys.
Esos escaparates llenos de
objetos presentados de manera atractiva y atrayente es, hoy, lo que podríamos
denominar “la felicidad visible”, el reino del tener. Si tienes esto y esto y
lo de más allá serás feliz.
La sociedad de consumo se
alimenta de nuestros deseos, de los más inmediatos y caducos, el último modelo
de coche o de móvil, o los últimos zapatos de moda. Una felicidad hasta con
“rebajas”, Días de oro y Semanas fantásticas. Todo legítimo, todo legal, no sé
si inmoral, pero de vida corta, “flor de un día”, de una temporada.
Pero hay otra, la auténtica,
la “felicidad invisible”, la que podríamos llamar “reserva de felicidad”,
Una poetisa, no sé quien,
definía así esta Felicidad Invisible, con una metáfora preciosa. “La Felicidad es –dice ella-
como la reserva de aguas profundas de un pozo artesiano que te permite, en
momentos de escasez, acudir a ella para no sucumbir de sed en medio de la
tragedia”.
Esta Felicidad Invisible se
alimenta de estas reservas, tira de ellas en momentos de dolor, de miedo, de
tragedia y asciende a la superficie cuando consigues dar un sentido a tu vida.
Felicidad invisible es desde
“triunfar en esa actividad que te gusta” a “crear poemas hermosos” o “bucear en
reflexiones filosóficas”, “hacer feliz a esa persona”, “descubrir una vacuna”,
“despellejarse por salvar el pellejo de los demás”, “aliviar el dolor humano”,
“edulcorarle la pena amarga por la pena del ser querido perdido”…
Estas “felicidades
Invisibles” son compatibles con el dolor de muelas, con el suspenso de tu hijo,
con la pérdida de una familiar, con la estrechez económica…
Pero no buscar ni el dolor,
ni el sacrificio, ni la pena y menos resignarse ante ellos.
Cuando un cura dice, desde un
púlpito, al recién viudo/a “resignación”, “Dios se lo ha llevado porque lo/la
amaba”… me parece una blasfemia.
La teoría del dolor como
mérito va contra el sentido común, es una imbecilidad. El dolor todo lo vuelve
sospechoso.
¿Recuerdan el pasaje del
evangelio de Jesús y la samaritana?
Están ante el pozo. Ella va a
buscar agua. Él le pide agua. Ambos hablan del agua, pero ella habla del agua
que quita la sed, Jesús habla de que “quien beba del agua que yo le daré no es
que le quite la sed, es que nunca volverá a tener sed”. Ésta es la Felicidad Invisible.
Ninguno habla de aguantar, de soportar, de ofrecer el sacrificio de la sed.
¿Qué mérito puede ser aguantarse la sed? ¿Qué tipo de Dios puede alabar eso?
¡Por Dios¡
En una entrevista que le
hicieron a J.A. Marina para una revista manchega, se declara una persona
reflexiva entusiasta, que siempre ve los vasos medio llenos, que declara su
mayor defecto ser poco sociable (que ama la soledad, pero que esta soledad
buscada, como compañera, es la que le inspira, la que le oxigena, la que le permite hablar mucho
consigo mismo) y confiesa que su mayor virtud es “ser de fiar”, que se puede
confiar en él, que no te va a fallar. Que le tiene miedo al dolor más que a la
muerte y que preguntado si la ignorancia da la felicidad, ahí, taxativamente
dice que NO.
“Para ser feliz –dice- hacen
falta tres elementos: Salud, Suerte e Inteligencia, pero sólo la inteligencia
nos permite disfrutar de las otras dos”.
Para la Salud es fundamental la Inteligencia. Hay
que ser inteligentes para no perderla y dejarla escapar si ya se la tiene o
para conseguirla si se la perdido.
Cada vez sabemos más y mejor
de los alimentos que no debemos tomar para no espantarla o que debemos ingerir
para acercarla, cogerla y disfrutarla. El ignorante no sabe cómo hacer ninguna
de las dos cosas. El inteligente sí. Por lo tanto la Inteligencia como
requisito para la Salud.
Por otra parte, la Suerte. La suerte está
a la vuelta de la esquina. Pero hay muchas esquinas, y hay qué saber a la
vuelta de cuáles puede estar, para tropezar con ella y agarrarla.
La lotería o las quinielas no
le toca a casi nadie, a muy pocos, pero sólo le toca a quienes juegan. A los
que no juegan que no se quejen de que no les toca, pero los que juegan que no
reclamen si pierden, porque están jugando. Pero se puede jugar inteligentemente
o estúpidamente. El inteligente sabe aprovechar mejor las oportunidades que el
necio.
“Frente al valor individualista,
que predomina en nuestra sociedad, muchos propugnamos una creciente solidaridad,
nuevo valor que, curiosamente, es básico en el Tercer mundo.
Desarrollar este tema –denunciar los
valores vigentes ya nocivos, frente a los deseables- llevaría mucho tiempo, por
lo que sólo insistiré en que uno debe aprovechar todas las ocasiones posibles
para impulsar lo que cree mejor”
Así murió él.
Hasta el último suspiro con
la mente puesta en los otros, solidario, belicoso contra los que se empeñan en
mantener el individualismo y contra los que sólo ven el progreso en su cara
economicista.
No es un añorar el pasado y
querer volver a él.
“Yo no creo que se pueda volver atrás; hay que
plantearse otros estados de equilibrio, no la vuelta atrás”
Y añade:
“…Esta sociedad irracional no tiene sentido del límite,
como lo tenía el mundo clásico. Pero ¿quién impone el “basta” a los hambrientos
cuando no hay voluntad de “redistribución”?
No. Retornar al pasado me parece muy difícil; en
cambio, habría que buscar un nuevo estado de equilibrio.
Creo, además, que a lo largo de la Historia se ha ido
progresando de esa manera, buscando nuevas formas”
Tiempos nuevos, formas
nuevas.
Los viejos moldes ya no
sirven para las nuevas situaciones.
Si fuéramos conscientes de
que la felicidad de los otros no sólo no resta, no mengua, sino que amplía, la
felicidad de cada uno…otro gallo nos cantaría.
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