Los ánimos fueron cada vez
caldeándose más y un primer intento de restablecer el orden fue el
pronunciamiento de Sanjurjo, la “Sanjurjada”, el fallido golpe de Estado contra
la República ,
en la madrugada del 10 de Agosto de 1.932, desde Sevilla, al ser considerada
sectaria la Constitución ,
no laica, sino anticatólica.
Igualmente, la matanza de
Casas Viejas, en 1.933 y el aplastamiento de la Revolución de Asturias,
en 1.934.
La sociedad española estaba
ya, y así se manifestaba, totalmente politizada y escindida en dos bandos cada
vez más intransigentes.
Por una parte Las Derechas
(los burgueses y los curas) y por otra parte Las Izquierdas (los parias de la
tierra y los desheredados, en general).
Y, religiosamente, los
católicos de toda la vida y los agnósticos, ateos y antiteos.
Socialmente, el casino versus
la taberna, el sombrero versus la gorra, los zapatos versus las alpargatas.
Enemigos, ya no adversarios,
cada día más irreconciliables.
Las dos Españas, cada una de
las cuales “ha de helarte el corazón” machadiano.
Cada una queriendo catequizar
a la otra, para convertirla o exterminarla.
La burguesía, el capital y el
funcionariado, que temían por sus propiedades o por sus privilegios de clase,
constituyeron la CEDA
(Confederación Española de Derechas Autónoma”) cuyo miembro más representativo
era Acción Popular, el partido de Gil Robles.
Desde sus primeros momentos,
al gobierno de Azaña le dieron menos problemas y quebraderos de cabeza los
partidos de la oposición (Partidos Católicos, Carlistas Navarros y Radicales de
Lerroux) que los nacionalistas catalanes dispuestos a independizarse, aunque
fuera en una Confederación.
Al final, todo quedó en una
Generalitat semi-independiente y administrada por Esquerra Republicana de
Catalunya, con Lluis Companys.
Y es verdad que desde
principios de siglo (y aún antes) existía un vivo debate sobre la disgregación
de España en distintas nacionalidades.
Y sobre este problema de la
disgregación de España escribía UNAMUNO, a tres meses de la proclamación de la República y ante las
urgentes prisas de ciertas regiones (y que podría leerse (y así lo leerán
muchos) en nuestra situación actual de ciertas Autonomías):
“Es, pues, por
individualismo, es por liberalismo por lo que cuando se dice “Vasconia libre”
(“Euskadi askatuta” en esperanto eusquérico) o “Catalunya lliure” o “Andalucía
libre”, me pregunto: “Libre ¿de qué?, libre ¿para qué?”. ¿Libre para someter al
individuo español que en ella viva y la haga vivir, sea vasco, catalán o
andaluz, o no lo sea, a modos de convivencia que rechace la integridad de su
conciencia? Eso no. Y sé que ese individuo español, indígena de la región en
que viva o advenedizo a ella, tendrá que buscar su garantía en lo que llamamos
Estado español. Sé que los ingenuos españoles que voten por plebiscito un
Estatuto regional cualquiera tendrán que arrepentirse, los que tengan
individualidad consciente, de su voto, de su voto cuando la región los oprima,
y tendrán que acudir a España, a la
España integral, a la España más unida e indivisible, para que proteja
su individualidad. Sé que en Vasconia, por ejemplo, se le estorbará y empecerá
ser vasco universal a quien sienta la santa libertad de la universalidad vasca,
a quien no quiera ahogar su alma adulta en pañales de niñez espiritual, a quien
no quiera hacer de Edipo”
(Miguel de Unamuno,
“Individuo y Estado”, en El Sol, 21 de Julio de 1.931)
Y estoy acordándome de los
andaluces en Cataluña o los castellanos y extremeños en Vasconia, que quieran
seguir siendo españoles y no sólo catalanes o vascos.
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