jueves, 3 de noviembre de 2016

MI VISIÓN/VERSIÓN DE LA SEGUNDA REPÚBLICA (11)


Apenas nacer la República, ya en Mayo ocurrieron: la quema de conventos, la confiscación, al ya ex rey, de su fortuna personal legalmente obtenida y la agresión al periódico monárquico ABC.

Apenas conocido el resultado de las elecciones Maciá, por su cuenta, proclamó la República Catalana y fue precisa una intervención urgente del Gobierno de Madrid para que se agregara dentro de “La República Federal Española”.

Y otro problema grave, además del de Barcelona, era Sevilla en la que la Exposición Iberoamericana, que había dejado bellos edificios, pero que, cuando pasó el evento, se creó un grave problema social ya que, al terminar las obras, miles de obreros se quedaron en paro.

¿Qué ocurrió?
Pues que resucitó, y con potencia, la vieja tradición anarquista que se echó a las costillas los problemas sociales de Sevilla (ampliables a una vasta zona de Andalucía) y que sería un quebradero de cabeza para los dirigentes republicanos.

El infantilismo político, la inmadurez democrática, interpretó mal los primeros resultados porque ganar ganaron, pero ganar la primera batalla del 31 no era ganar la guerra, no era un triunfo consumado e irreversible, como se vería en Noviembre del 33.

Y el mesianismo se frustró.

Y todo este alborotado ambiente inquietó a los intelectuales que habían celebrado el fin de la Monarquía y el nacimiento de la República.
Unos se implicaron directa e intensamente, como Julián Besteiro y Fernando de los Ríos.
Había otros, republicanos burgueses, como Azaña y otros críticos, como Unamuno, Marañón y Ortega que, a pesar de que les reservaban embajadas y otros honores eran conscientes de que el poder efectivo caía en manos de personas mediocres, de ampulosos oradores (los “tenores” de Ortega) y de extremistas (los “jabalíes”, también en palabras de Ortega.

Ni por hablar mucho y bien, ni por ser salvaje se solucionan los problemas reales.
La buena voluntad de la gente no iba a estar en manos expertas.
Porque cambiar la bandera bicolor (rojo y amarillo), la de toda la vida, por la tricolor republicana (rojo, amarillo y morado), desde ese mismo momento la bandera bicolor quedó como la bandera monárquica.


Las elecciones generales, sin la tradicional presión caciquil, dio un amplio triunfo a republicanos y socialistas.

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