KINDER, KÜCHE, KIRCHE
Niños, cocina e iglesia, las
tres K que la sociedad conservadora alemana reservaba a la mujer.
Papel que Hitler y su
movimiento harán suyos –al menos los dos primeros- como reacción a la libertad
y emancipación de Weimar.
El nazismo será un
pensamiento eminentemente masculino y misógino, pero explotará a la perfección
la imagen de una mujer entregada a su ideal, englobando en su organización -sin
ningún poder decisorio- a muchas de ellas, seducidas por la verborrea de sus
líderes.
“Las respetamos demasiado
para mantenerlas en contacto con las miasmas de la democracia parlamentaria”
dirá el flamante Ministro de Propaganda, Goebbels.
Para los jerifaltes del
partido la mujer ideal será aria, rubia,
de ojos azules, sin apenas maquillaje y con anchas caderas que prometiesen una
larga descendencia. No debía fumar para no perjudicar a sus hijos, pues ante
todo su deber era el de ser madre:
Se oficializa el 12 de agosto
como Día de la Maternidad
y se premia a las familias numerosas que permiten, en palabras del Fürher, “la
permanencia de nuestra raza”.
La mujer sale del mercado
laboral y vuelve al hogar familiar, su educación se centra en labores como el
bordado, la cocina, la limpieza, la administración y control de la casa, etc…
De la enseñanza, en especial de
la universitaria, desaparecerán casi por completo o les estará prohibida.
Por el contrario, se
encuadran en organizaciones como la
Liga de Jóvenes Alemanas, Unión de Mujeres
Nacionalsocialistas y Liga de Mujeres de Alemania.
En el amplio tiempo libre que
la mujer tendrá tras atender a su familia y ordenar la casa, se fomenta la
colaboración en tareas sociales, visitas a la iglesia o la lectura de una
revista donde, como es de suponer, se ensalza a la mujer madre virtuosa y
obediente.
La guerra –tras los primeros
reveses nazis desde 1941- hizo que las mujeres volvieran a cobrar cierto
protagonismo en tareas auxiliares, como había ocurrido en 1914-1918.
Carteras, camareras,
secretarias e incluso obreras de fábricas de armamento suplirán la mano de obra
que está en el frente.
No obstante, la propaganda
siempre tuvo a la mujer en la creencia de que vivía en el mejor de los mundos
posibles, abnegada frente al “sufrimiento” del hombre e incluso siendo más
fanáticas que los propios nazis, como se demuestra en los casos extremos de
guardianas de campos de exterminio o en los últimos meses de la conflagración,
donde las mujeres contribuyeron muchas veces a mantener alta una moral ya
tocada de muerte.
Con el inicio del nuevo
régimen, las esposas de los jerarcas nazis debían ser como, según cuentan, dijo
el César: “no sólo serlo, sino aparentarlo, parecerlo”.
De esta forma ante la mujer
alemana ellas representaban el más alto grado de perfección del ideal ario:
devoción, amor incondicional al esposo, hijos y furibunda militante de los
principios del nazismo.
En palabras de Heinrich
Himmler: “Una mujer es amada por un hombre de tres maneras:
1.- Como niña querida a la
que hay que reñir y quizá también castigar por su sinrazón.
2.- Como esposa leal y
comprensiva, que comparte la vida con uno luchando.
3.- Como diosa a la que se le
deben besar los pies, con su sabiduría femenina y con su santidad cándida y
pura”.
La ordenanza Lebensborn de
1936 prescribía que todos los miembros de las SS debían ser padres de cuatro
hijos, dentro o fuera del matrimonio.
Se protegían a los hijos
bastardos y a sus madres.
El propio Himmler, por
ejemplo, adoptó a un niño de un oficial SS fallecido.
Dejando aparte a Hitler, de complicadas relaciones con las mujeres, las
mujeres de los mandatarios nazis y otras muy apegadas al régimen serían figuras
relevantes de la propaganda del mismo, pero en general, como escribiría
Goebbels: para los nazis “la mujer es compañera sexual y de trabajo del
hombre”, nada más.
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