viernes, 12 de febrero de 2016

CON LOS AÑOS A CUESTAS (15) EL VIEJO, LOS RECUERDOS, LAS VIVENCIAS


Por eso el viejo rechaza toda amistad que pueda ser perturbadora y, de entrada, todo lo desconocido lo es.
El que alguien, no él, pueda remover, sin su permiso, los recuerdos asentados, ya sedimentados, es hacer sangre en el alma.

Dialogar con un viejo es más dialogar con la historia que con la actualidad o con el futuro. “En mis tiempos esto no ocurría….”, o “si Franco levantara la cabeza….”.

Pero en una entrevista, es el entrevistado el que debe hablar, no el entrevistador, pecado muy corriente que comete quien se acerca al viejo, sobre todo si lleva cargada la escopeta de la contradicción y del contraejemplo a todo lo que el viejo manifiesta.

Sus recuerdos los presenta él como a él le gusta recordarlos, que seguramente no son totalmente fieles a los hechos sucedidos, pero en el conocimiento cada uno pone sus filtros que, naturalmente, siempre son interesados.
Es su historia, es su biografía.
El colorea su pasado, que sólo le ha pasado a él, siendo él el protagonista.
Siempre será un relato edulcorado, no una descripción fiel. Para eso, por eso, es su pasado.

El drama para el viejo es cuando se le cambia el escenario y se le traslada a otro lugar, con otras gentes.
Es la soledad en medio de tanta gente.
Incrementa su melancolía al no tener a mano con quien compartir recuerdos.

Por eso, también, al viejo le gusta viajar pero, en general, sólo si va rodeado de viejos de su entorno.
Él, más que conocer cosas nuevas (que también), lo que más le gusta es el entorno humano que va con él en el viaje y que comparten amistad e intereses.
Puede, un día de lluvia, estar jugando a las cartas, a 1000 kilómetros de su casa, pero está con sus amigos. Y es que, en los viajes, se vive durante más tiempo en su compañía. Y esto es lo gratificante.

Llévate, en general, a una persona mayor, aislada, a contemplar una ermita romántica del Camino de Santiago y no sentirá la alegría que siente yendo a Fuengirola con vecinos y amigos.

Yo he estado en Astorga, ante la Catedral, con algunos viejos de mi pueblo, explicándoles las estatuas pornográficas de las cornisas y algunos lo único que querían era ir a ver el cuartel donde habían hecho la mili.

El viaje, para el viejo, va cargado de personas más que de ansias de conocimientos.
La historia o el paisaje son coartadas que la amistad emplea.

Es, como diría un filósofo, la astucia de la amistad que se vale de ellos para ella afirmarse e incrementarse.

Si quieren ir cada vez a más sitios, es para ir, cada vez, con la misma gente o más gente.

Esta sociedad en que vivimos se parece más a un ring que a un jardín.
Y los mayores no queremos competir sino, paseando, disfrutar.

Si al joven le interesa ganar, al viejo no.
Si el joven pelea por ser el líder, el viejo quiere a su alrededor a otros como él.

El joven está más cerca del caudillismo, el viejo, en ese sentido, es más democrático.

Si el joven hace alarde de esfuerzo físico, para vencer, el viejo, sin hacer alardes, desarrolla esfuerzos éticos para vivir amistosamente.

El joven es más depredador de lo social; el viejo desea conservarlo.

No me imagino a un viejo (a no ser que las neuronas las tenga alborotadas) que haga pintadas grafiteras en las paredes de una catedral, que ensucie cualquier superficie limpia, que arranque un árbol adolescente, que saque de cuajo un banco del parque, que rompa el cristal de una puerta sin motivo alguno para ello, sólo por tener la sensación de ser autor.

¡Cuántas veces le habré yo preguntado a mis alumnos si hacían eso en su casa, en su mesa de estudio, como lo estaban haciendo en su pupitre de clase; o si en su casa tiraban los papeles al suelo, como la hacían en clase…y me respondían que, “por supuesto que no”.
Como si ellos no formasen parte de ese “común” llamado propiedad colectiva.


“Esta mesa es de todos o de cualquiera, aquella, la de mi casa, es la mía”. Como si él no fuera uno de ese “todos” y, en este momento, no fuera ese cualquiera que estaba usando la mesa….

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