Por eso el viejo rechaza toda
amistad que pueda ser perturbadora y, de entrada, todo lo desconocido lo es.
El que alguien, no él, pueda
remover, sin su permiso, los recuerdos asentados, ya sedimentados, es hacer
sangre en el alma.
Dialogar con un viejo es más
dialogar con la historia que con la actualidad o con el futuro. “En mis tiempos
esto no ocurría….”, o “si Franco levantara la cabeza….”.
Pero en una entrevista, es el
entrevistado el que debe hablar, no el entrevistador, pecado muy corriente que
comete quien se acerca al viejo, sobre todo si lleva cargada la escopeta de la
contradicción y del contraejemplo a todo lo que el viejo manifiesta.
Sus recuerdos los presenta él
como a él le gusta recordarlos, que seguramente no son totalmente fieles a los
hechos sucedidos, pero en el conocimiento cada uno pone sus filtros que,
naturalmente, siempre son interesados.
Es su historia, es su
biografía.
El colorea su pasado, que
sólo le ha pasado a él, siendo él el protagonista.
Siempre será un relato
edulcorado, no una descripción fiel. Para eso, por eso, es su pasado.
El drama para el viejo es
cuando se le cambia el escenario y se le traslada a otro lugar, con otras
gentes.
Es la soledad en medio de
tanta gente.
Incrementa su melancolía al
no tener a mano con quien compartir recuerdos.
Por eso, también, al viejo le
gusta viajar pero, en general, sólo si va rodeado de viejos de su entorno.
Él, más que conocer cosas
nuevas (que también), lo que más le gusta es el entorno humano que va con él en
el viaje y que comparten amistad e intereses.
Puede, un día de lluvia,
estar jugando a las cartas, a 1000 kilómetros de su casa, pero está con sus
amigos. Y es que, en los viajes, se vive durante más tiempo en su compañía. Y
esto es lo gratificante.
Llévate, en general, a una
persona mayor, aislada, a contemplar una ermita romántica del Camino de
Santiago y no sentirá la alegría que siente yendo a Fuengirola con vecinos y
amigos.
Yo he estado en Astorga, ante
la Catedral ,
con algunos viejos de mi pueblo, explicándoles las estatuas pornográficas de
las cornisas y algunos lo único que querían era ir a ver el cuartel donde
habían hecho la mili.
El viaje, para el viejo, va
cargado de personas más que de ansias de conocimientos.
La historia o el paisaje son
coartadas que la amistad emplea.
Es, como diría un filósofo,
la astucia de la amistad que se vale de ellos para ella afirmarse e
incrementarse.
Si quieren ir cada vez a más
sitios, es para ir, cada vez, con la misma gente o más gente.
Esta sociedad en que vivimos
se parece más a un ring que a un jardín.
Y los mayores no queremos
competir sino, paseando, disfrutar.
Si al joven le interesa
ganar, al viejo no.
Si el joven pelea por ser el
líder, el viejo quiere a su alrededor a otros como él.
El joven está más cerca del
caudillismo, el viejo, en ese sentido, es más democrático.
Si el joven hace alarde de esfuerzo
físico, para vencer, el viejo, sin hacer alardes, desarrolla esfuerzos éticos
para vivir amistosamente.
El joven es más depredador de
lo social; el viejo desea conservarlo.
No me imagino a un viejo (a
no ser que las neuronas las tenga alborotadas) que haga pintadas grafiteras en
las paredes de una catedral, que ensucie cualquier superficie limpia, que
arranque un árbol adolescente, que saque de cuajo un banco del parque, que
rompa el cristal de una puerta sin motivo alguno para ello, sólo por tener la
sensación de ser autor.
¡Cuántas veces le habré yo
preguntado a mis alumnos si hacían eso en su casa, en su mesa de estudio, como
lo estaban haciendo en su pupitre de clase; o si en su casa tiraban los papeles
al suelo, como la hacían en clase…y me respondían que, “por supuesto que no”.
Como si ellos no formasen
parte de ese “común” llamado propiedad colectiva.
“Esta mesa es de todos o de
cualquiera, aquella, la de mi casa, es la mía”. Como si él no fuera uno de ese “todos”
y, en este momento, no fuera ese cualquiera que estaba usando la mesa….
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