Me confieso como visitador
impenitente de iglesias.
Cada ciudad o pueblo que
visito e iglesia que veo, iglesia en la que entro y, por lo general, sentado en
el primer banco miro y veo la riqueza o la pobreza arquitectónica, escultórica,
pictórica,…al tiempo que, lejos de la Iglesia como institución, remuevo mi fe, sin
rezos, sin liturgias, sin…
Hace, poco más o menos, un
mes, paseando por Salamanca, Rúa adelante y la puerta de la Catedral Nueva abierta.
Era temprano.
Sólo era posible asistir a
misa.
Asomado a la capilla,
maravillosa, y un cura celebrando misa.
Entramos y, solos, estábamos
los dos, mi mujer y yo.
El cura pedía la bendición de
Dios “para su pueblo, presente en la celebración de la Eucaristía ”
Me sentí a gusto.
Entro en cualquier iglesia y,
si está celebrándose un culto religioso cotidiano (misa, rosario o novena)
puedo contar cuántos son los asistentes y constato que todos son viejos, muy
viejos.
Obvio bodas y bautizos,
porque en ellos la masiva asistencia nada tiene que ver con la fe sino con el
rito social de “hoy por ti, mañana por mí”.
Y sin contar a tanto turista hambriento de arte.
Y sin contar a tanto turista hambriento de arte.
Y me acuerdo del soneto de
Alberti.
“ENTRO, SEÑOR,
EN TUS IGLESIAS...
Entro, Señor,
en tus iglesias... Dime,
si tienes voz,
¿por qué siempre vacías?
Te lo pregunto
por si no sabías
que ya a muy
pocos tu pasión redime.
Respóndeme,
Señor, si te deprime
decirme lo que
a nadie le dirías:
si entre las
sombras de esas naves frías
tu corazón
anonadado gime.
Confiésalo,
Señor. Sólo tus fieles
hoy son esos
anónimos tropeles
que en todo ven
una lección de arte.
Miran acá,
miran allá, asombrados:
ángeles,
puertas, cúpulas, dorados...
y no te
encuentran por ninguna parte.
GENIAL.
El ambiente post-cristiano,
profundamente secularizado, tan presente hoy día y que tan genialmente describió
y previó Rafael Alberti
El hombre perdió el paraíso,
como hemos afirmado más arriba, al usar perversamente la razón para escalar el
cielo por un atajo.
El viejo nunca es un
blasfemo. Ha temido demasiado a Dios para tener ahora que ofenderlo, cuando no
está tan lejos el encuentro con Él.
El más allá no es, para él,
un problema sino una estación más de la vida, una meta sencilla y cercana,
aunque sea un misterio.
El viejo es religioso, pero
no se siente iglesia, sino pueblo de Dios. La iglesia es y representa el poder
y él abomina del poder.
“Yo creo en Dios pero no en
los curas” – frase que se repite insistentemente.
Un viejo con poder y aferrado
al poder es un esperpento de persona y resulta perverso.
La religiosidad del viejo es
una religiosidad de corazón, no necesariamente de iglesia. Demasiado lo ha
amenazado la Iglesia ,
durante su vida, en tantos sermones y catequesis, con las penas eternas del
infierno en la otra vida, como para seguir encadenado a sus amenazadores.
La religiosidad del viejo no
es del cumpli-miento (cumplo y miento), sino una religiosidad íntima, de
corazón, no liturgista, sentida, vivenciada.
Es normal que, incluso
asistiendo al culto en la iglesia, ni atiende ni le hace caso a lo que el cura
dice. Eso es ruido que a penas roza su preocupación y su fe.
El anciano calla y mira. Reza
en silencio profundo, sin oraciones
canónicas, oraciones muertas, peticiones ininteligibles (perdona nuestras
deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores). ¿Qué son las deudas, las
hipotecas?. ¿Te las va a perdonar Dios, si tú a quien se la debes es al del
banco de la esquina?. ¿Y tú perdonas lo que se te debe?. Ya sé que ahora lo han
cambiado por “ofensas”
El viejo masculla esas
oraciones preestablecidas, exangües, secas, pero no las siente.
El viejo no trata a Dios de
Señor sino de tú, y le guiña pidiéndole cualquier cosa y paseando o sentado en
un banco o cuando levanta la vista de la prensa gratuita o cuando ve jugar a un
niño y recuerda, con añoranza, su niñez.
Cumple el mandato de Jesús,
de no tener que ir al templo para hablar con Dios y, si está en él, es como si
no estuviera.
Aquí, directamente, sin
intermediarios, es más barato y más fresco el producto, de tú a Tú, como un
hijo con su padre y no como un súbdito con su señor.
Habla poco de religión porque
en él hay mucho de fe y de religiosidad, siente más que razona, porque todo en
él es religioso, no eclesiástico.
Es religioso como estar vivo.
Siempre ve un final feliz.
A él, de esperarle algo, le
espera la gloria. Se la merece, méritos tiene acumulados, siente esa seguridad
interna y que nadie intente removérsela.
Es palabra viva, sin
catecismo. Éste es letra escrita, lo otro es vida íntima y no suelen coincidir.
La existencia no es, para él,
amenazante, ni llena de violencia.
Él ha sido luchador, rival,
contrincante, pero nunca enemigo.
El fuego eterno, si existe,
no está hecho para él.
¡Hay que ver lo que le ha
tocado vivir en este mundo como para que en el otro, si existe, encima, le
toque sufrir eternamente con los sufrimientos temporales que ha soportado en
éste¡.
El viejo alimenta esperanzas.
El viejo siempre tiene
esperanzas.
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