A los viejos se nos educó en
“La Pastoral
del miedo” aunque, luego, muchos la hayamos superado.
Yo, en concreto, leyendo y
haciendo mío el pensamiento de aquel Emperador y Filósofo romano: “Si los
dioses existen, no pueden ser malos y querer nuestro mal; y si no existen ¿para
qué preocuparse?”
Y es que la muerte no es el
“punto final” sino que, antes de presentarse, está preñada de incógnitas, de
interrogaciones.
¿Habrá algo después, detrás,
de ella?, ¿Y qué será? ¿Bueno o malo? ¿Creer que existe es afirmar que existe?
¿Es la creencia en algo causa de ese algo? ¿Querer que exista o que no exista
implica su existencia o su no existencia? ¿Y si, luego, nada hay? ¿Pero y si sí
hay? ¿Y qué será?..¿……?, ¿……..?.
Además, la muerte para el
viejo no es como la muerte para el joven.
Mientras éste la ve como un
fracaso injusto, que le arrebata un derecho (el joven cree que tiene todos los
derechos del mundo para vivir y seguir viviendo), el derecho a la existencia
física el viejo la ve esperándolo a la puerta o a la vuelta de la esquina, sin
saber de qué esquina.
Lees las necrológicas y ves
que uno ha fallecido con 90 años y dices “¿qué iba a esperarse ya?, lo normal”;
si el fallecido tiene 66 piensas “¡qué poco ha disfrutado de la jubilación¡”;
si tiene 50 tu comentario es “¡qué pena, pero ¡bueno¡”. Ahora bien, como tenga
25 “¡qué desgracia, con toda la vida por delante¡”, como si no hubiera árboles
de hoja perenne y árboles de hoja caduca, como si no hubiera flores que sólo
duran un día y flores que aguantan más.
Tener 90 no es motivo para
morirse (podría seguir hasta los 105), como tener 25 no es motivo para matarse
en cualquier fin de semana en moto o en coche pero con alcohol.
Ninguna de las dos muertes es
necesaria.
Yo no sé si cuando los curas
hablan del más allá, de esa manera trágica y tétrica, de castigos eternos y de
fuego que no se consume, se lo creen ellos mismos o es, más bien, un arma que
tienen en sus manos para, entrando y saliendo en las conciencias de los
hombres, seguir sometiendo a vasallaje a los vivos que les escuchan.
¿Uds. creen que será una realidad
real o es sólo un medio dialéctico para seguir detentando el poder?.
¿No es el “coco” de los niños
un arma en mano de los padres?.
“ ¿Y ya qué pinto yo en este
mundo?”, solía repetirme mi padre muchas veces, últimamente. Yo creía animarlo
y convencerlo al decirle “hay que seguir vivo todo el tiempo posible” y quería
hacerle ver que la vida es un fin en sí mismo.
Pero mi padre entendía la
vida como felicidad y a él ya le dolía todo y le fallaban ya muchas de sus
facultades y no era feliz. ¡Quién lo vio y quién lo ve¡.¡Con lo que el fue y lo
que era ahora¡.
¿Sin calidad de vida merece
la pena la vida?.
Cuando te falla la capacidad
de moverte, y la vista y el oído se van apagando a diario, sin interés por la
radio ni la TV ni
la conversación, obligatoriamente encerrado en sí mismo, ensimismado, moviendo
los labios no sé si rezando o musitando, mascullando recuerdos de tiempos
mejores, con la vista perdida, sin control de orina y de… ¿Eso era vida?. Yo
comprendía su deseo: “que me recoja pronto el Señor”.
La muerte para él fue un
descanso. Se limitó a cerrar los ojos definitivamente, a sellarlos para no
tener que abrirlos a la mañana siguiente y seguir sufriendo, cuesta abajo, sin
freno y con movimiento uniformemente acelerado.
Quizás el mayor sufrimiento
del moribundo sea ver y oír llorar a los familiares a su alrededor antes de
morir definitivamente, cuando, para todos, el morirse es ya lo mejor.
Es incómodo morir así. Ya no
digo nada cuando la medicina inicia una pugna encarnizada en la carne del moribundo
para intentar mantenerlo en vida, sea la que sea, a toda costa.
¿Qué mejor que morir con los
ojos abiertos, sin gente alrededor, despidiéndose del reloj, compañero de
tantas horas y testigo durante tantos años, con la luz entrando por la ventana,
apretando las pastas del último libro que estaba leyendo….?.
Plácidamente, serenamente,
morirse yéndose, como paseando, sin alaridos ni alharacas, despidiéndose,…
¡Cuánto deberíamos aprender
de los animales moribundos, que se apartan de la manada y, en soledad, se dejan
morir, tranquilamente, dejando y permitiendo que la manada siga adelante con la
vida¡.
Aquí no.
Rodeado de muchos, llorando,
hablando, fumando en el pasillo, dándole ánimos a un exánime.
¡Absurda situación¡.
En vez de recogerse, concentrarse,
rezar, entrar en comunicación con lo trascendente, en paz, en silencio,
agarrando esa mano invisible. Y no que lo distraen con mentiras piadosas, como
si al ser piadosas ya no fueran mentiras, molestándole, descolocándolo.
Yo creo que el moribundo, al
cerrar los ojos, lo hace más por aislarse del mundo familiar que por otra cosa.
En esos momentos finales,
cuando más debería ser respetado, menos lo hacemos, entrometiéndonos.
¿Qué es, realmente, la muerte
para el que se muere?. ¿Es el final?. ¿Es el principio de no se sabe qué?. La INCERTIDUMBRE es lo
que martiriza, pero es la que deja una puerta abierta o entreabierta.
Ni el creyente crédulo, ni el
ateo recalcitrante lo tienen tan difícil como el hombre normal, como tú y como
yo, que dudamos, tenemos esperanzas, sospechamos, deseamos, pero a los que nos
falta la firme creencia de que sí o de que no.
Tú y yo, muchos, somos
compañeros del “quizás”.
¿Datos fiables del más allá?.
Absolutamente ninguno. Ningún rastro. Sólo deseos de que sí.
Intuiciones, emociones,
sospechas, anhelos,….. muchísimos. Datos objetivos, absolutamente ninguno.
¿Será el final?. ¿Será pasar
a otra dimensión?. ¿Es llegar al límite de un camino para empalmar con otro que
te lleve a otra vida distinta y superior?. ¿Es chocar con el muro final y
estrellarte contra él cayéndote muerto y que otros recojan tus restos?.
Todo es posible, nada es
seguro.
Cuando queda muy poco de más
acá es cuando los de aquí más ruido hacen entorpeciendo la posible llegada del
más allá al moribundo.
Todo su cerebro poblado de
vivencias pasadas, de recuerdos entremezclados que llegan en tropel.
Respetemos que el moribundo
se recluya en sí mismo, disfrutándolos.
Entre el nacimiento y la
muerte media la vida que empieza a ser y que, ahora, está acabando de ser.
Muchas veces me he preguntado
por qué se alegra tanto la gente de la vida futura, que aún no es, que no se
sabe cómo va a ser, si va a ser y no se va a ver truncada, que sea posiblemente
peligrosa,…..y no alegrarse de que el moribundo se abrace a su vida ya vivida y
pasada, con sus intensas y recordadas emociones.
¿Pensar en castigos eternos
en el más allá?. Pero…¿a qué mente calenturienta se le puede haber ocurrido
semejante insensatez?.
A mis nietecillos, cuando
hacen algo mal, es el hada mala la que se lleva sus juguetes preferidos o les
da un coscorrón contra la esquina de la mesa.
Luego llegará el hada buena a
restituirle lo robado.
Tu, también, amigo que estos
escuchas o lees ¿sigues creyendo en las hadas?.
Si “el hombre es malo”, como
dijo aquel filósofo, “los hombres son buenos”, digo yo. Quedémonos con esa
imagen del moribundo, una buena persona que se está despidiendo, respetémoslo.
No hay moribundo malo.
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