Ya he escrito muchas veces
que así como no existe “la juventud” sino “jóvenes concretos” y cada uno es
hijo de su madre y de su padre, alto o bajo, guapo o feo, culto o inculto,
honrado o no, educado o sinvergüenza,…. igual ocurre con “la vejez”, que no
existe, sino que lo que existen son viejos y viejos, distintos.
Y así como uno puede cruzarse
en la calle con viejos encorbatados, con chaleco y trajeados, como San Luises,
otros van muy informales, bastante dejados.
El viejo, en general, muestra
una cierta apatía en el vestuario. ¿Por qué no ponerse hoy lo mismo que ayer y
mañana lo mismo que hoy?. ¿Lo que valió ayer ya no vale hoy?.
El viejo, en general, no es
que le tenga manía a la ropa, es que es un despegado respecto a ella.
Todos sabemos que el vestido
es una de las necesidades básicas (con el comer, el beber, el respirar y el
dormir). Hay que resguardarse del frío. Esa fue la primera causa del vestido. Y
la 2ª causa fue tapar o esconder los órganos sexuales para no excitar al otro
dentro de la sociedad en que se vive. Sólo así se integra uno en las costumbres
de un grupo humano.
Pero es que el vestido es, en
tercer lugar, un lenguaje de comunicación muy activo y directo.
No es cierto cuando (sobre
todo) una mujer dice “me visto para mí”.
Una se viste para los otros.
En casa, a solas, a las 12 de
la noche, ella no se pintas ni se vistes como si fueras a salir.
El vestido atrae o repele a
quienes te rodean y, si está sola, no es necesario.
El vestido suscita emociones
de atracción o de huida en el otro.
Vestirse es definirse.
Uno puede vestirse para
llamar la atención, ser foco de miradas, ser envidiado, sobresalir, no pasar
inadvertido….o, por el contrario, vestirse para pasar inadvertido y que nadie
se fije en ti.
Dos mujeres (sobre todo
mujeres) en el mismo acto, con el mismo vestido es, más que un problema, un
martirio, un “trágame, tierra”.
Un joven, perteneciente a una
tribu urbana cualquiera, se viste así como para protestar de tener que vivir en
este mundo con todos los demás.
El uniforme es una manera de,
por una parte, no tener que pensar qué ponerse, y por otra parte, ser distinto
automáticamente, como uno más del colectivo X.
Hay muchas personas que lo
prefieren, como hay muchas personas que lo odian. Son personas distintas, igual
de respetables.
Pero es curioso que el vestido
y la palabra suelen ir de la mano. Dos personas desnudas se hablan poco.
Las palabras sobran si son
amantes y, si no lo son, la escena misma es estrambótica y no salen las
palabras.
¿Qué decir cuando mirar y ver
ahogan y te hacen un nudo en la garganta?.
El problema del viejo y su
ropa.
No hablo del desaseo, del
desaliño, del sudor, de la halitosis. Todo eso es guarrería.
Me refiero a la elegancia o
no elegancia.
No de ir vestido sino de ir
bien o mal vestido y, sobre todo, de saberse vestir bien.
El viejo, normalmente, ya no
necesita enviar mensajes de atracción social o sentimental. ¡Claro que, si lo
necesita o lo considera conveniente, cumple con lo establecido, (y aquí estoy
yo, vestido formalmente, para demostrarlo)¡.
Si no lo requiere el sexo ni
el status, no es que vaya a ir desnudo (eso jamás) pero sí bastante pasota tanto
en el aseo (afeitado o peinado) como en el vestido.
La exterioridad no le
preocupa. La convención tampoco, va feliz como va, a su aire.
Para lo que él pretende, el
ir bien vestido no le es de utilidad alguna. O, como suele decirse, “el viejo,
normalmente, es un buque sin bandera porque ya no es un buque de combate”
Pero ¿y si se siente
marginado por el desaseo o por el adanismo en el vestuario?.
En cuanto fuera consciente de
que la marginación era el efecto, automáticamente o buscaría otro colectivo
donde, por eso, no lo fuera o cambiaría los hábitos.
Una de las necesidades
básicas de la pirámide de las necesidades es la aceptación social.
Para que el viejo participe como
miembro de un grupo no puede ir desnudo ni mal vestido.
Debe hacerlo correctamente,
sin afectación (pareciendo un dandy) pero tampoco descuidadamente.
Como él ya no tiene que
demostrar nada, ni en lo sentimental ni en lo social, no siente urgencias en el
vestuario, porque ya no siente afán de conseguir nada nuevo.
¿Para qué necesita él un
vehículo si ya no quiere viajar?.
Pero vestir de manera pulcra
es también una manera de enviar el mensaje de que no quiere desentonar, que
quiere ser admitido y participar. Es una manera de respetar a los otros,
cumpliendo las reglas de lo correcto.
Me pregunto qué pensaría de
esto D. Antonio Machado, al que, ya en Baeza, lo llamaban D. Antonio Manchado,
por lo descuidado en el vestir.
El mal vestir puede equivaler
a buscar la marginación. No es lo normal. Pero la sociedad le dará de lado, por
lo molesto que resulta, como resulta molesto que invites a alguien a tu casa y
acuda sucio y mal vestido.
En sociedad, ir bien
vestidos, correctamente vestidos, es la primera manera de decirles a los demás
que sientes respeto por ellos.
Si el mal vestir es un
insulto, el bien vestir es un saludo.
El vestido, pues, es también
un lenguaje.
Ya sabemos que una casa vieja
es una casa vieja, pero ésta puede ser restaurada, y entonces gusta, se hace
atractiva, acogedora, o, por el contrario, podemos dejarla que se arruine poco
a poco y se venga abajo cada vez un poco más.
O sea, que bien mirado, no es
que el viejo necesite ir bien vestido de cara a sus necesidades, porque es tan inteligente
que las ha reducido, así no tendrá que satisfacerlas, sino que son los demás
quienes precisan que el viejo vista bien para atender y complacer las suyas.
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