domingo, 14 de febrero de 2016

CON LOS AÑOS A CUESTAS (17). EL ARMARIO DEL ABUELO



Ya he escrito muchas veces que así como no existe “la juventud” sino “jóvenes concretos” y cada uno es hijo de su madre y de su padre, alto o bajo, guapo o feo, culto o inculto, honrado o no, educado o sinvergüenza,…. igual ocurre con “la vejez”, que no existe, sino que lo que existen son viejos y viejos, distintos.

Y así como uno puede cruzarse en la calle con viejos encorbatados, con chaleco y trajeados, como San Luises, otros van muy informales, bastante dejados.

El viejo, en general, muestra una cierta apatía en el vestuario. ¿Por qué no ponerse hoy lo mismo que ayer y mañana lo mismo que hoy?. ¿Lo que valió ayer ya no vale hoy?.

El viejo, en general, no es que le tenga manía a la ropa, es que es un despegado respecto a ella.

Todos sabemos que el vestido es una de las necesidades básicas (con el comer, el beber, el respirar y el dormir). Hay que resguardarse del frío. Esa fue la primera causa del vestido. Y la 2ª causa fue tapar o esconder los órganos sexuales para no excitar al otro dentro de la sociedad en que se vive. Sólo así se integra uno en las costumbres de un grupo humano.

Pero es que el vestido es, en tercer lugar, un lenguaje de comunicación muy activo y directo.

No es cierto cuando (sobre todo) una mujer dice “me visto para mí”.
Una se viste para los otros.
En casa, a solas, a las 12 de la noche, ella no se pintas ni se vistes como si fueras a salir.
El vestido atrae o repele a quienes te rodean y, si está sola, no es necesario.

El vestido suscita emociones de atracción o de huida en el otro.

Vestirse es definirse.

Uno puede vestirse para llamar la atención, ser foco de miradas, ser envidiado, sobresalir, no pasar inadvertido….o, por el contrario, vestirse para pasar inadvertido y que nadie se fije en ti.

Dos mujeres (sobre todo mujeres) en el mismo acto, con el mismo vestido es, más que un problema, un martirio, un “trágame, tierra”.

Un joven, perteneciente a una tribu urbana cualquiera, se viste así como para protestar de tener que vivir en este mundo con todos los demás.

El uniforme es una manera de, por una parte, no tener que pensar qué ponerse, y por otra parte, ser distinto automáticamente, como uno más del colectivo X.
Hay muchas personas que lo prefieren, como hay muchas personas que lo odian. Son personas distintas, igual de  respetables.

Pero es curioso que el vestido y la palabra suelen ir de la mano. Dos personas desnudas se hablan poco.
Las palabras sobran si son amantes y, si no lo son, la escena misma es estrambótica y no salen las palabras.
¿Qué decir cuando mirar y ver ahogan y te hacen un nudo en la garganta?.

El problema del viejo y su ropa.

No hablo del desaseo, del desaliño, del sudor, de la halitosis. Todo eso es guarrería.
Me refiero a la elegancia o no elegancia.
No de ir vestido sino de ir bien o mal vestido y, sobre todo, de saberse vestir bien.

El viejo, normalmente, ya no necesita enviar mensajes de atracción social o sentimental. ¡Claro que, si lo necesita o lo considera conveniente, cumple con lo establecido, (y aquí estoy yo, vestido formalmente, para demostrarlo)¡.

Si no lo requiere el sexo ni el status, no es que vaya a ir desnudo (eso jamás) pero sí bastante pasota tanto en el aseo (afeitado o peinado) como en el vestido.

La exterioridad no le preocupa. La convención tampoco, va feliz como va, a su aire.
Para lo que él pretende, el ir bien vestido no le es de utilidad alguna. O, como suele decirse, “el viejo, normalmente, es un buque sin bandera porque ya no es un buque de combate”

Pero ¿y si se siente marginado por el desaseo o por el adanismo en el vestuario?.
En cuanto fuera consciente de que la marginación era el efecto, automáticamente o buscaría otro colectivo donde, por eso, no lo fuera o cambiaría los hábitos.
Una de las necesidades básicas de la pirámide de las necesidades es la aceptación social.

Para que el viejo participe como miembro de un grupo no puede ir desnudo ni mal vestido.
Debe hacerlo correctamente, sin afectación (pareciendo un dandy) pero tampoco descuidadamente.

Como él ya no tiene que demostrar nada, ni en lo sentimental ni en lo social, no siente urgencias en el vestuario, porque ya no siente afán de conseguir nada nuevo.

¿Para qué necesita él un vehículo si ya no quiere viajar?.

Pero vestir de manera pulcra es también una manera de enviar el mensaje de que no quiere desentonar, que quiere ser admitido y participar. Es una manera de respetar a los otros, cumpliendo las reglas de lo correcto.

Me pregunto qué pensaría de esto D. Antonio Machado, al que, ya en Baeza, lo llamaban D. Antonio Manchado, por lo descuidado en el vestir.

El mal vestir puede equivaler a buscar la marginación. No es lo normal. Pero la sociedad le dará de lado, por lo molesto que resulta, como resulta molesto que invites a alguien a tu casa y acuda sucio y mal vestido.

En sociedad, ir bien vestidos, correctamente vestidos, es la primera manera de decirles a los demás que sientes respeto por ellos.

Si el mal vestir es un insulto, el bien vestir es un saludo.

El vestido, pues, es también un lenguaje.

Ya sabemos que una casa vieja es una casa vieja, pero ésta puede ser restaurada, y entonces gusta, se hace atractiva, acogedora, o, por el contrario, podemos dejarla que se arruine poco a poco y se venga abajo cada vez un poco más.

O sea, que bien mirado, no es que el viejo necesite ir bien vestido de cara a sus necesidades, porque es tan inteligente que las ha reducido, así no tendrá que satisfacerlas, sino que son los demás quienes precisan que el viejo vista bien para atender y complacer las suyas.


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