La Ilustración, entronizando
a la Diosa Razón Universal, aspiraba al consenso de toda la humanidad acentuando,
precisamente, eso que es común a todos los hombres, la Razón, la misma Razón,
las leyes Racionales.
Cada uno razonamos desde
nuestra Razón, pero todos razonamos de la misma manera, desde las premisas
hasta la conclusión, de manera correcta, sin falacias interpuestas.
El Romanticismo, en cambio,
antiilustrado, desdeñaba la Razón y la Ciencia. Enfatizaba en aquello que
separaba a los hombres: la nación, la etnia, la raza, la religión, el folklore,
la tradición, las artes populares, las costumbres,….., en una palabra, lo
singular, lo intransferible, lo propio y exclusivo de cada comunidad.
Estoy viendo un reportaje
sobre la adhesión de España a la O.T.A.N., años 80, y cómo los nacionalismos
votaron mayoritariamente NO, como si el formar parte de una Organización
mundial supusiera un robo de su identidad.
Los Nacionalismos son unos
románticos, sin perspectivas de futuro real a largo plazo. Miran el pasado, que
consideran glorioso, y lo que quieren es recuperarlo, revivirlo y, si puede
ser, imponerlo.
Rechazan, de entrada, los
modelos extraños, las normas universales.
Incluso ahora mismo, en
España, mientras estoy escribiendo esto, cuando los nacionalismos, haciendo de
bisagras, votan a favor del Gobierno Central, me cabreo, sobre todo porque sé
que, aunque cínicamente, afirmen que lo hacen “por la gobernabilidad de
España”, y “como un acto de responsabilidad política”, siempre lo hacen después
de un chantaje al gobierno de turno y haber pasado por caja para cobrar, en
especie, el apoyo a prestar.
Ahora mismo estoy viendo el
“cabreo” nacionalista porque los dos partidos nacionales, mayoritarios, se han
puesto de acuerdo para reformar la Constitución y poner un techo al
endeudamiento de los variados gobiernos.
Cuando ellos, con su apoyo al
gobierno de turno, suman algo más del 50% de los votos de la Cámara, todo es
maravilloso, todo está muy bien. Pero cuando entre los dos partidos, de acuerdo
en algo, suman más del 80 % entonces echan sapos y culebras por la boca en sus
declaraciones.
Mientras un Ilustrado hace un
discurso racional, apoyable o rebatible pero con razones, basado en argumentos,
aunque no tengan por qué ser los más firmes, un Romántico está más cerca de un
predicador que ha encandilado a las
masas y éstas lo han apoyado, y como, en democracia, lo que cuenta es la
cantidad de votos que uno tiene detrás….
Pero están obsesionados por
imponer sus anteojeras nacionalistas a los no nacionalistas (el esperpento del
Senado, con los pinganillos y traductores, supera a Valle Inclán), es como para
“correrlos a gorrazos”, pues en su vida diaria se manejan con el lenguaje
común, español o castellano.
¿Deben conservarse las
culturas particulares?. Por supuesto que sí, son una riqueza, pero no a costa
de empobrecer a los suyos no permitiéndoles acceder u obstaculizando el acceso
a la cultura universal.
Yo brindo con bebidas
autonómicas distintas a la mía, me encanta el pulpo autonómico, alabo y
disfruto con especialidades autonómicas varias,… pero no por lo que tengan de
nacionalistas, sino por su calidad.
Jamás querré imponer el baile
de sevillanas o malagueñas, pero que no se me obligue a la sardana o a la
muñeira.
Para consumo interno está muy
bien.
La cultura general,
científica, se expresa con y por la razón, mientras las peculiaridades de las
culturas nacionalistas se expresan con el sentimiento, la emoción, la
intuición.
La razón es un campo abierto,
un terreno neutral, de encuentro, en el que pueden exponerse razones a
discutir. Con el sentimiento y la emoción no ocurre esto, porque ellos habitan
en otro campo.
Oponerse a los valores
universales es un contrasentido. Encerrarse en los particularismos es apostar
por el empobrecimiento. Despreciar y sentir cierta repugnancia por los modelos
exteriores, manifestar, incluso, odio y hostilidad, por el prejuicio de
considerarlo una amenaza,….
Un ilustrado no se “casa” con
nadie porque se “casa” con todo el que exponga razones, a debatir, con lo
universal, con lo humano, y no con sentimientos a los que, necesariamente,
adherirse.
Alentar las diferencias, menospreciar
las similitudes, sobrevalorar la identidad cultural,… provienen de
supersticiones y prejuicios que enraízan en las tradiciones ancestrales, una
vez depuradas, coloreadas, interesadamente interpretadas, vestidas de fiesta, …
¿Dónde está, aquí, la razón
argumentativa que demuestre ser juicios y no prejuicios, realidades y no
supersticiones?.
¿Y si una cultura se niega a
reconocer la igualdad de “todos los hombres” (varones y mujeres), independiente
de la raza, religión, nación, lengua,…y defiende la superioridad de uno sobre
otros, con exclusión social,…. habrá, también, que defenderla?.
¿Habrá que tolerar a las
culturas intolerantes?.
¿Habrá que tratar,
democráticamente, a quienes tienen como un objetivo primario la destrucción de
la democracia?.
¿Habrá que respetar a las
culturas racistas porque “como siempre han sido así”….
No bailo este tipo de
músicas.
Soy más de Kant, racional y
universalista, que de Herder, sentimental, ombliguista, exclusivista.
Soy más de Ernest Cassirer
que de Heidegger.
Soy más de Sartre que de Levi
Straus.
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