(Abundamiento a la entrada anterior)
La enorme rapidez de la
expansión del Islam fue la consecuencia tanto de la fuerza propia que le daba
su religión como de la debilidad de los imperios vecinos: el Bizantino y el
Persa Sasánida, para que, en menos de un siglo, llegara a dimensiones tan
enormes, desde la India
hasta París, queriendo hacer del Mare Nostrum el Mare Islamicum.
El Imperio Persa
desaparecería y el Bizantino quedó arrinconado en la Península de Anatolia
(la actual Turquía asiática).
Y, así, casi hasta hoy.
La expansión islámica actuó muy
diplomáticamente, respetando las estructuras políticas de los territorios
conquistados, a la vez que integró ideas y normas de los pueblos conquistados.
Eso sí, los paganos eran
obligados a convertirse a la nueva religión y, durante los primeros tiempos,
los musulmanes conversos fueron mantenidos en un nivel inferior frente a los
árabes musulmanes.
(¿Recuerdan lo de los
“cristianos viejos”…..?)
A los judíos y cristianos
(“gentes del libro”) se les permitió continuar con su culto SIEMPRE Y CUANDO
pagaran un impuesto al Estado ya que eran considerados como “minorías
protegidas por pacto” entre el Estado musulmán y dichas comunidades.
Se les concedía la
posibilidad de conservar sus costumbres, riquezas y propiedades, pero, también
eran mantenidos en un estado de inferioridad frente al musulmán.
(Así que cuando a alguien se
le llena la boca con lo de “la tolerancia islámica y bla bla bla….) frente al
fanatismo cristiano y bla, bla, bla….)
Y es que el Islam se
consideraba una religión que continuaba, integraba y perfeccionaba al judaísmo
y al cristianismo, las grandes religiones monoteístas preislámicas.
Incluso hubo, durante la
dinastía Omeya, desde Damasco, una discriminación entre los musulmanes árabes y
los musulmanes no árabes, cuyo malestar será utilizado por los abbasíes (otro
clan de la tribu quareisita), que aprovecharon las debilidad omeya, por sus
luchas internas de poder, y se apoderaron del Califato Imperial, con un cruento
golpe de Estado, sobreviviendo, únicamente, el omeya Abderramán, que escapó y
vino a España, restableciendo la dinastía Omeya y fundando Al-Andalus.
Durante el gobierno árabe de
los abbasíes se permitió el acceso al poder de los musulmanes no árabes, restableciendo
la igualdad dentro de la “umma” y trasladando la capital a Bagdad, ciudad
fundada por el segundo califa abbasí.
Allí se desarrolló el período
de mayor esplendor del Imperio Islámico, con el estímulo de la vida urbana, el
comercio, la vida intelectual, la ciencia y la filosofía.
(En un primer momento éste
era el comienzo de estas reflexiones, preparar el camino, poner las bases para
las APORTACIONES CIENTIFICO-TECNOLÓGICAS de los musulmanes al acervo cultural
europeo, pero……)
Desgaste posterior de los
abbasíes aprovechándose dinastías regionales, al tiempo que los musulmanes
árabes fueron perdiendo poder frente a los turcos islamizados, que ocupaban
puestos de responsabilidad tanto en el Ejército como en la Administración ,
quedando reducidos los Califas, cada vez más, a una autoridad simbólica.
A partir del siglo X el
califato abbasí fue manejado, en su mayoría, por dinastías de origen turco.
Los Sultanes turcos basaron
su dominio en el poder militar y serán los turcos otomanos los primeros
musulmanes no árabes que asuman el poder califal, aunque manteniendo la
denominación de sultanes.
Durante el siglo X, además,
el Califato Abassí de Bagdad sufrió la aparición de dos Califatos rivales: el
Omeya, en Córdoba y el Fatimí, en El Cairo.
Éste último supuso un desafío
mayor, pues los fatimíes tenían un origen chií ismailí y habían proclamado su
autoridad sobre toda la comunidad musulmana (no así los Omeyas, que redujeron
su influencia sólo a la zona de Al-Ándalus).
Los fatimíes expandieron su
califato entre Túnez, por el Oeste, y Palestina, por el Este, gobernando
durante dos siglos de amplia prosperidad cultural y comercial, aunque, tras su
caída, no quedaría descendencia de la comunidad chií ismailí.
Los fatimíes serían
reemplazados por los ayyubíes de Saladino hasta que, en el siglo XIII (año
1.254), los mamelucos, que ocuparon lugares relevantes en el ejército, tomaron
el poder.
A mediados del siglo XI, la
dinastía turca selyúcida tomó el mando del califato abbasí y comenzó una
expansión hacia el Oeste invadiendo posesiones del Imperio Bizantino, lo que
fue una de las causas de las Cruzadas.
Por su parte, los mongoles
saquearon Bagdad en 1.258 y se apoderaron de Damasco, siendo detenidos en su
avance por los mamelucos, instalados en El Cairo.
En el siglo XIV los turcos
otomanos están en plena expansión y, en 1.453, conquistaron Constantinopla, que
pasó a denominarse Estambul (fin del Imperio Bizantino).
Y en 1.517 conquistaron,
también, Egipto, y destronaron a los mamelucos, llegando hasta Argelia, por el
Oeste y tomando Irak e Irán, por el Este.
Los otomanos pusieron la
capital de su imperio en Estambul, siendo la primera vez que el Califato era
ocupado por un musulmán no árabe, sino turco.
La abolición del Sultanato y
del Califato, ya pertenece al siglo XX, con Mustafá Kemal, luego llamado
Atartük (“el padre de los turcos”).
La abolición del Califato
puso fin a una institución que, durante casi 13 siglos, había representado
(aunque con vicisitudes) la unidad e identidad musulmana.
Durante los Califatos el
Imperio Islámico fue la región más rica, poderosa, creativa e ilustrada del
mundo y, durante la mayor parte de la Edad Media la Europa Cristiana
se mantuvo a la defensiva frente a su poder.
Ya en el siglo XX surgirían
nuevas fuerzas ideológicas, como el nacionalismo, el socialismo o el comunismo
que intentarán dirigir a los países islámicos, aunque la ideología islámica
nunca se retiró del escenario político, tomando el poder en algunos países y
siendo una fuerza de gran influencia en otros.
Hoy día, gran parte de la
realidad musulmana, muchas veces sumida en la pobreza, en la fragilidad
institucional y en las divisiones políticas aspira y se proclama la
restauración del Califato, como una reivindicación recurrente de los
movimientos islamistas, que reconstruirían el pasado califal como una unidad
esplendorosa y que está siendo obstaculizada por la injerencia de países
extranjeros y gobernantes musulmanes “apóstatas”.
Así estuvimos, el “paraíso
perdido” y así estamos, el “infierno impuesto”.
El fundamentalismo y la
“yihad” quedan justificados.
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