Los filósofos (otra vez)
solemos distinguir entre “voluntad” y “veleidad”.
Voluntad es “querer”.
El veleidoso es el que todo
lo “desea”, pero que no está dispuesto a sacrificarse por nada.
Ante la primera dificultad,
ante el primer sacrificio, da marcha atrás y desea otra cosa, desea a otra
persona, luego… no lo/la quería realmente.
El veleidoso va mariposeando
sobre las cosas y las personas.
El voluntarioso, en cambio,
el que quiere, el amante, se agarra férreamente al objeto, a la persona amada y
no la suelta pase lo que pase, cueste lo que cueste. Aguanta lo que haya que
aguantar, hace lo que tenga que hacer.
Una madre, toda la noche en
blanco, a la cabecera de la cama de su hijo, en un hospital, es un signo
maravilloso de “querer”, de “amar”, de “amor”.
Una cosa es el capricho, otra
cosa es el amor.
Al caprichoso se le pasa el
capricho y se olvida. Al amante jamás.
El amante permanece, el
veleidoso, el caprichoso, pasa.
Por eso no pueden “quererse”
muchas cosas, aunque pueden “desearse” todas.
Los vínculos del amor y del
deseo son muy diferentes.
Amar supone seleccionar, el
deseo no, el deseo es acaparador, el deseoso, el caprichoso, es un
coleccionista.
El enamoradizo creo que,
siempre, será un mal amante.
Libre para elegir, terco en
lo elegido, constante en conservarlo. Así somos los mayores. En nosotros el
querer aumenta, el deseo disminuye, ¿lo entendéis ahora?.
Sócrates paseando por los
mercadillos de las calles de Atenas solía decir: “hay que ver la de cosas que
no necesito”.
Los viejos tenemos mucho de
socráticos. Deseamos pocas cosas porque necesitamos pocas cosas, pero las que
queremos, las queremos intensamente.
Los años suelen ser una
especie de filtros de las necesidades.
No es que seamos tozudos, es
que queremos intensamente las pocas cosas que queremos.
Prefiero llamarlo
“perseverancia” más que “tozudez”.
Somos perseverantes, no se
nos quita fácilmente de la cabeza lo que queremos.
El joven, en cambio, está más
por el “deseo”, los mayores estamos más por el “querer”
.
Para el joven muchas mujeres
son/pueden ser sus Beatrices. Para el viejo sólo hay una Beatriz, ésa.
En los mayores, los pocos
deseos los hemos concentrado en querer. Por eso insistimos.
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