Siempre he distinguido (y
sigo haciéndolo) entre “creyentes” y “crédulos”.
Mientras éstos lo tienen
clarísimo (cuando, en realidad, es oscurísimo) y la fe está por encima de la
razón, incluso contra la razón, los otros, los “creyentes” no son así.
Tertuliano fue un Padre de la Iglesia de finales del II
y comienzos del III, creyente hasta la médula (“crédulo”), que ha pasado a la
historia, entre otras cosas, por sus paradójicas y/o contradictorias
declaraciones:
“¿En qué se asemejan el filósofo
(la Academia )
y el cristiano (la Iglesia )?...
en que el primero corrompe la verdad, mientras el segundo la restablece”.
La filosofía –para él – no
sólo es inútil para el cristiano, sino que es más, es perjudicial, porque el
filosofar es la causa de las herejías, pues el razonar aparta al creyente de la
fe.
Se lamenta profundamente de
que haya algunos cristianos que pretendan
“apoyar” la fe en la razón.
Ésta es una tarea imposible.
Pero, es más, la más evidente
confirmación de la verdad de los dogmas cristianos en el hecho de que estén en
contradicción con los principios filosóficos obtenidos mediante la razón.
En esta postura se basa la
célebre fase que se le ha atribuido: “Credo quia absurdum (est)”, es decir,
creo, tengo fe “porque es absurdo”, porque es contradictorio.
Por ejemplo, respecto al
dogma de la Trinidad
(tres personas distintas, que son dioses, pero que sólo hay un solo Dios), no
es que intente demostrar o hacer ver a los no creyentes en ella, demostrando o
mostrando que no es absurda.
NO.
Su respuesta es tajante:
“tenéis razón, paganos, el Misterio de la Trinidad es un absurdo y una contradicción para
la razón humana, pues, precisamente por eso, yo lo creo, yo lo admito, yo tengo
fe en dicho dogma.
Aunque se ha dicho que dicha
frase no aparece en sus escritos, literalmente, sí aparecen otras expresiones
similares:
“El Hijo de Dios fue
crucificado; no nos avergüenza, porque es realmente vergonzoso. Y el Hijo de
Dios murió: totalmente creíble, porque es ridículo. Y, sepultado, resucitó: cierto,
porque es imposible”
Esto es una fe inconmovible.
Ésta es la credulidad.
Comulgar, si fuera necesario,
con ruedas de molino.
Pero ha sido largo el camino
de las relaciones entre Fe y Razón, Razón y Fe.
Desde la oposición anterior
de Tertuliano (“credo quia absurdum”) hasta la equivalencia agustiniana:
“Nostra vera philosofía est nostra vera religio” o “crede ut intelligas et
intellige ut credas”; desde los dialécticos (“primacía de la Razón sobre la Fe ”) a los antidialécticos
(“primacía de la fe sobre la razón”, desde la armonía y no oposición entre
ambas, cada una con su campo, y un campo común a ambas, los “preambula fidei”
(verdades que pueden ser sabidas (por los sabios) o pueden ser creídas (por los
no sabios),de una Santo Tomás de Aquino, a la separación total entre ambas, ya
en el siglo XIV, con Guillermo de Ockham (“lo que se cree no se sabe, lo que se
sabe no se cree”).
Los que tuvimos que aprender
el catecismo del Padre Astete, o el del Padre Ripalda, cos sus Preguntas y
Respuestas, teología pura y dura, pero vulgarizada, hasta la Respuesta : “eso no me lo
preguntéis a mí, que soy un ignorante. Doctores tiene la Santa Madre Iglesia, que le
sabrán responder” o soportar los soporíferos sermones, vacíos, huecos, y
catequesis varias de los curas, más crédulos que inteligentes hasta que pudimos
liberarnos de ellos con otras lecturas más de la época en que vivíamos, tuvo
que pasar un tiempo.
Pero uno consiguió liberarse
de la mediación de los dirigentes religiosos y empezar a andar por su cuenta,
preguntando, con sus propias preguntas a quienes podían y sabían responder de
otra manera.
A mí me gustaban las novelas
de Chesterton y la quíntuple saga del Padre Brown, un cura de pueblo, metido a
detective, pero que sólo usa la razón en su investigación y llega a decirle a
un cura: “Ud. atacó a la razón. Y eso es una mala teología” y buscando
explicaciones racionales a pretendidos fenómenos sobrenaturales.
Me gusta la definición que
hace Borges de Chesterton: “un hombre que presenta un misterio, propone una
aclaración sobrenatural y la reemplaza, luego, con una explicación racional”.
Nadie más ajeno que él a la
teología del “ordeno y mando” y nadie tan entusiasmado como él por encontrar
las razones bajo los aparentes misterios sobrenaturales.
Si somos hombres, obremos
como hombres; si somos racionales, obremos racionalmente.
Ser honrado es anterior y
superior a ser cristiano.
La fe, contra lo que y los
que trataron de metérnoslo en la cabeza, no es “creer lo que no vimos”, sino
que es una experiencia vital, racional.
Un hombre de experiencia no
es un ciego sentimental, ni un menor de edad mental.
La lógica aristotélica,
deductiva, con sus silogismos, en el que una premisa tenía que ser universal,
por lo tanto, no verificable, llevaba a un callejón sin salida a la ciencia,
por lo que en el Renacimiento hubo que sobrepasarla con el nuevo método
hipotético-deductivo, en que partiendo de la experiencia, aplicándole, primero
la razón inductiva, se lanza una hipótesis como posible causa de los hechos de experiencia
de los que hemos partido, pero si eso fuera verdad (¿) entonces también
deberían darse estos otros hechos. ¿Se dan, ocurren? Entonces la hipótesis
quedaría confirmada, y si no, otra vez a empezar.
Esa mezcla de experiencia y
razón, inductiva y deductiva, la de Galileo y Newton, será el nuevo método
científico, que hará avanzar la ciencia, y ya no la lógica deductiva
aristotélica.
Igualmente esa lógica
aristotélica es la que utilizó (¿utiliza?) la teología oficial, todo muy frío,
nada que ver con la experiencia vital del creyente en su vida diaria.
Me maravillé el día que en
ambas manos tuve una biblia cristiana, en la que había más notas que texto,
notas que mostraban la interpretación de lo que debía entenderse con esos
textos a cargo de los teólogos.
No había libertad de
interpretación, otros pensaban por ti, diciéndote lo que debías pensar y cómo
lo debías interpretar.
Pero la otra biblia, la
protestante, estaba desnuda de notas, sólo y todo era texto. Eras libre para
interpretarla. El diálogo posterior con otros que, también a su manera la
interpretaban, ayudaban a una mayor y mejor comprensión.
Ya hemos dicho algo del Papa
intelectual, Pío XII, quien afirmaba que eran las ciencias críticas las que
debían desvelar el sentido de la
Biblia , pues la fe está en otro plano espiritual, cuyo marco
debe ser lo que la ciencia descubra, y no al revés.
Que Jesús de Nazaret vivió y
murió, crucificado, es, seguramente, una verdad histórica de la que nada tiene
que decir la fe.
La fe añade algo no histórico
a esa verdad histórica, “que murió por nosotros, para redimirnos”
Mientras ambos se mantengan
en sus campos, no puede ni debe haber contraposición.
Si existió o no, si murió o
no, es el campo de la ciencia. Por qué murió es el campo de la fe, de la creencia.
No tiene por qué haber
oposición.
Si la ciencia descubre algo
con certeza, la fe no puede ni combatirlo ni despreciarlo, aunque esa haya sido
la tónica general, hasta ahora mismo, de la Iglesia oficial.
(Piensen en el aborto, en la
fecundación in vitro, en la eutanasia,…)
La infalibilidad de los papas
y de los concilios, aunque sólo sea “en materia de fe y de costumbres” ha
alejado a mucha gente de la iglesia.
Siempre, lo primero, es la
propia conciencia, la razón, por encima de la costumbre y por encima de la
razón de los otros si, al compararlas, consideras de más peso la tuya.
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