lunes, 2 de noviembre de 2015

FE Y RAZÓN (2)



Siempre he distinguido (y sigo haciéndolo) entre “creyentes” y “crédulos”.

Mientras éstos lo tienen clarísimo (cuando, en realidad, es oscurísimo) y la fe está por encima de la razón, incluso contra la razón, los otros, los “creyentes” no son así.

Tertuliano fue un Padre de la Iglesia de finales del II y comienzos del III, creyente hasta la médula (“crédulo”), que ha pasado a la historia, entre otras cosas, por sus paradójicas y/o contradictorias declaraciones:
“¿En qué se asemejan el filósofo (la Academia) y el cristiano (la Iglesia)?... en que el primero corrompe la verdad, mientras el segundo la restablece”.

La filosofía –para él – no sólo es inútil para el cristiano, sino que es más, es perjudicial, porque el filosofar es la causa de las herejías, pues el razonar aparta al creyente de la fe.

Se lamenta profundamente de que haya algunos cristianos  que pretendan “apoyar” la fe en la razón.
Ésta es una tarea imposible.

Pero, es más, la más evidente confirmación de la verdad de los dogmas cristianos en el hecho de que estén en contradicción con los principios filosóficos obtenidos mediante la razón.
En esta postura se basa la célebre fase que se le ha atribuido: “Credo quia absurdum (est)”, es decir, creo, tengo fe “porque es absurdo”, porque es contradictorio.
Por ejemplo, respecto al dogma de la Trinidad (tres personas distintas, que son dioses, pero que sólo hay un solo Dios), no es que intente demostrar o hacer ver a los no creyentes en ella, demostrando o mostrando que no es absurda.
NO.
Su respuesta es tajante: “tenéis razón, paganos, el Misterio de la Trinidad es un absurdo y una contradicción para la razón humana, pues, precisamente por eso, yo lo creo, yo lo admito, yo tengo fe en dicho dogma.
Aunque se ha dicho que dicha frase no aparece en sus escritos, literalmente, sí aparecen otras expresiones similares:

“El Hijo de Dios fue crucificado; no nos avergüenza, porque es realmente vergonzoso. Y el Hijo de Dios murió: totalmente creíble, porque es ridículo. Y, sepultado, resucitó: cierto, porque es imposible”

Esto es una fe inconmovible.
Ésta es la credulidad.

Comulgar, si fuera necesario, con ruedas de molino.

Pero ha sido largo el camino de las relaciones entre Fe y Razón, Razón y Fe.

Desde la oposición anterior de Tertuliano (“credo quia absurdum”) hasta la equivalencia agustiniana: “Nostra vera philosofía est nostra vera religio” o “crede ut intelligas et intellige ut credas”; desde los dialécticos (“primacía de la Razón sobre la Fe”) a los antidialécticos (“primacía de la fe sobre la razón”, desde la armonía y no oposición entre ambas, cada una con su campo, y un campo común a ambas, los “preambula fidei” (verdades que pueden ser sabidas (por los sabios) o pueden ser creídas (por los no sabios),de una Santo Tomás de Aquino, a la separación total entre ambas, ya en el siglo XIV, con Guillermo de Ockham (“lo que se cree no se sabe, lo que se sabe no se cree”).

Los que tuvimos que aprender el catecismo del Padre Astete, o el del Padre Ripalda, cos sus Preguntas y Respuestas, teología pura y dura, pero vulgarizada, hasta la Respuesta: “eso no me lo preguntéis a mí, que soy un ignorante. Doctores tiene la Santa Madre Iglesia, que le sabrán responder” o soportar los soporíferos sermones, vacíos, huecos, y catequesis varias de los curas, más crédulos que inteligentes hasta que pudimos liberarnos de ellos con otras lecturas más de la época en que vivíamos, tuvo que pasar un tiempo.

Pero uno consiguió liberarse de la mediación de los dirigentes religiosos y empezar a andar por su cuenta, preguntando, con sus propias preguntas a quienes podían y sabían responder de otra manera.

A mí me gustaban las novelas de Chesterton y la quíntuple saga del Padre Brown, un cura de pueblo, metido a detective, pero que sólo usa la razón en su investigación y llega a decirle a un cura: “Ud. atacó a la razón. Y eso es una mala teología” y buscando explicaciones racionales a pretendidos fenómenos sobrenaturales.

Me gusta la definición que hace Borges de Chesterton: “un hombre que presenta un misterio, propone una aclaración sobrenatural y la reemplaza, luego, con una explicación racional”.

Nadie más ajeno que él a la teología del “ordeno y mando” y nadie tan entusiasmado como él por encontrar las razones bajo los aparentes misterios sobrenaturales.

Si somos hombres, obremos como hombres; si somos racionales, obremos racionalmente.
Ser honrado es anterior y superior a ser cristiano.

La fe, contra lo que y los que trataron de metérnoslo en la cabeza, no es “creer lo que no vimos”, sino que es una experiencia vital, racional.
Un hombre de experiencia no es un ciego sentimental, ni un menor de edad mental.

La lógica aristotélica, deductiva, con sus silogismos, en el que una premisa tenía que ser universal, por lo tanto, no verificable, llevaba a un callejón sin salida a la ciencia, por lo que en el Renacimiento hubo que sobrepasarla con el nuevo método hipotético-deductivo, en que partiendo de la experiencia, aplicándole, primero la razón inductiva, se lanza una hipótesis como posible causa de los hechos de experiencia de los que hemos partido, pero si eso fuera verdad (¿) entonces también deberían darse estos otros hechos. ¿Se dan, ocurren? Entonces la hipótesis quedaría confirmada, y si no, otra vez a empezar.
Esa mezcla de experiencia y razón, inductiva y deductiva, la de Galileo y Newton, será el nuevo método científico, que hará avanzar la ciencia, y ya no la lógica deductiva aristotélica.

Igualmente esa lógica aristotélica es la que utilizó (¿utiliza?) la teología oficial, todo muy frío, nada que ver con la experiencia vital del creyente en su vida diaria.

Me maravillé el día que en ambas manos tuve una biblia cristiana, en la que había más notas que texto, notas que mostraban la interpretación de lo que debía entenderse con esos textos a cargo de los teólogos.
No había libertad de interpretación, otros pensaban por ti, diciéndote lo que debías pensar y cómo lo debías interpretar.
Pero la otra biblia, la protestante, estaba desnuda de notas, sólo y todo era texto. Eras libre para interpretarla. El diálogo posterior con otros que, también a su manera la interpretaban, ayudaban a una mayor y mejor comprensión.

Ya hemos dicho algo del Papa intelectual, Pío XII, quien afirmaba que eran las ciencias críticas las que debían desvelar el sentido de la Biblia, pues la fe está en otro plano espiritual, cuyo marco debe ser lo que la ciencia descubra, y no al revés.

Que Jesús de Nazaret vivió y murió, crucificado, es, seguramente, una verdad histórica de la que nada tiene que decir la fe.
La fe añade algo no histórico a esa verdad histórica, “que murió por nosotros, para redimirnos”

Mientras ambos se mantengan en sus campos, no puede ni debe haber contraposición.

Si existió o no, si murió o no, es el campo de la ciencia. Por qué murió es el campo de la fe, de la creencia.
No tiene por qué haber oposición.

Si la ciencia descubre algo con certeza, la fe no puede ni combatirlo ni despreciarlo, aunque esa haya sido la tónica general, hasta ahora mismo, de la Iglesia oficial.
(Piensen en el aborto, en la fecundación in vitro, en la eutanasia,…)

La infalibilidad de los papas y de los concilios, aunque sólo sea “en materia de fe y de costumbres” ha alejado a mucha gente de la iglesia.


Siempre, lo primero, es la propia conciencia, la razón, por encima de la costumbre y por encima de la razón de los otros si, al compararlas, consideras de más peso la tuya.

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