Debo de ser uno de los
millones de personas de ese 25% de españoles que se declaran indiferentes (en
mi caso, agnóstico) o ateos declarados.
Religiosamente, en el mundo
estamos asistiendo al estancamiento del catolicismo, que se encuentra como a
principios de siglo, al tiempo del acelerado crecimiento del islamismo y el
aumento, en proporción geométrica de agnósticos, indiferentes y ateos, tanto
teóricos (los menos) como prácticos (los más), los que viven al margen de Dios,
como si Dios no existiera y en nada interviene en su vida diaria.
¿Qué ha pasado para que se
produzca este terremoto poblacional religioso?
Sin duda que la razón ha
tenido mucho que ver en esto, como la causa fundamental del salto dado desde la
ingenuidad, el infantilismo, la credulidad,…a una posición más madura, de
mayoría de edad, sin necesidad de tutores oficiales que no te permiten pensar
por ti mismo, sino sólo aceptar la verdad por ellos aceptada.
Cuando alguien declara,
tajantemente, que no cree en Dios, siempre me pregunto cuál es el concepto de
Dios que tiene.
Porque, quizá, muchos
creyentes también declaran no creer en ese Dios del ateo.
El Dios de los teólogos, el
de los catecismos, nada tiene que ver con el Dios de los místicos, y es a este
Dios al que hay que regresar para sentirlo, vivirlo, sin necesidad de
entenderlo, pues, para ellos Dios es “inefable”, es decir, “indecible”, que no
puede explicarse con palabras, es una experiencia profunda en la vida, de
carácter enriquecedor, que les proporciona nuevas fuerzas en bien de los demás.
Contra Sartre y su “el
infierno son los otros”, para los creyentes “Dios son los otros”
“Cuanto hicisteis a uno de
nuestros hermanos, a Mí lo hicisteis”, “quien no ama a los hermanos que ve,
¿cómo va a hacérmelo a Mí, a quien no ve?”
Los grandes místicos parten
de que Dios es indescriptible, innominable. La única teología que más se acerca
a Dios es la Teología Negativa.
De Dios podemos decir lo que no es, no lo que es. Las palabras no son aptas, no
valen para vaciar en ellas lo que Dios es.
Recuerdo, como si fuera ayer,
cuando explicaba, en las clases de bachillerato, las cinco vías tomistas para
demostrar la exientencia de Dios y las tres vías para su esencia.
No creo que a nadie hayan
convencido. Más aún, afirmo que, una vez conocidas, y tras haber leído a los
teólogos y haber oído y escuchado a los predicadores desde el púlpito, las
iglesias están quedándose más vacías, porque ese Dios siempre calificado de
“infinito” en todas las cualidades, es un Dios al que se le puede temer, pero
no amar.
Ese Dios “infinitamente
bueno, sabio, justo y poderoso, principio y fin de todas las cosas, premiador
de buenos y castigador de malos” no puede estar, ni en la mente ni en el
corazón de los hombres.
Para el gran San Agustín Dios
es inefable y más fácilmente podemos decir lo que no es que lo que es” y Santo
Tomás afirma algo por el estilo: “De Dios no podemos saber lo que es, sino lo
que no es”
Pero siempre se nos enseñó lo
que era, como si el mar pudiera ser medido con un dedal.
Puros antropomorfismos.
Buenos, sabios, justos,
poderosos, inteligentes,… en mayor o menor proporción, son atributos humanos, y
sólo pueden ser aplicables a Dios impropiamente.
Dios está fuera de categorías
como “espíritu, persona, bondad, inteligencia, justicia, poder,…”
Eso mismo decía el “viejo
profesor”, agnóstico, Tierno Galván: “De Dios no sabemos nada, salvo que es una
hipótesis”.
Un Dios personal, para él, es
impensable y menos trascendente.
Dios o está en la vida o no
existe.
Cuando, incluso ya en 1.215,
en el IV Concilio de Letrán, se decía: “Entre el Creador y lo creado hay más
desemejanza que semejanza”.
Ya sabemos, y constatamos,
que nuestro mundo es plural en religiones y creencias, que hay muchas y muy
variadas, pero también hay más de 1.000 millones de no creyentes (seguramente
más que cristianos, ahora mismo, y es la religión que más fieles concentra. No
sabemos si el Islamismo la sobrepasará de aquí a unos años, al ritmo que va).
¿Cómo es posible que el
cristianismo, que es minoría respecto a la población creyente mundial, siga
considerándose el ombligo del mundo y poseedora de la exclusiva religiosa?
¿Se puede afirmar que las
religiones han sido un adelanto moral para la humanidad cuando, si repasamos la
historia, ésta esta llena de guerras religiosas, de torturas, de abuso de poder
de los dirigentes religiosos, de conculcación de los derechos humanos, de
inquisición ideológica, de censura arbitraria, de colonización inhumana de
otros países, de persecuciones de cristianos y entre cristianos,… Y esto lo han
hechos todas las religiones, queriendo ensanchar sus territorios con sus
ocupantes y atraerlos a la causa. Lo han hecho TODAS. Cada una en sus momentos.
Y si hay tantas y tan
variadas religiones ¿tiene que haber tantas morales religiosas como religiosas?
Un caos moral.
¿Por qué no, al menos,
intentar una “Ética mínima común”, para poner orden en ese caos?
¿Es tan difícil?
Hace muchos siglos decía
Buda: “No creáis con demasiada facilidad si alguno afirma que una cosa es
totalmente buena o mala. No creáis en libros, en escritos, en teorías, en
doctrinas de escuela y en comentarios simplemente porque fueron recopilados por
ancianos maestros. No existe motivo alguno para conceder fe a alguien
únicamente porque se trate de un maestro, de un superior, de un hombre poderoso
o de una autoridad. Vosotros debéis sopesar las cosas por vosotros mismos y
asentir si vuestra propia conciencia así los decide, porque sea beneficioso y
traiga buenas consecuencias para vosotros y para los demás: sólo entonces comportaos
con toda tranquilidad de acuerdo con ello”.
“Examinadlo todo y quedaos
con lo bueno” y no ser ciegos seguidores –decía San Pablo
Entonces ¿Tienen los
creyentes algo que no tengamos los no creyentes para considerarse
privilegiados?
Yo, no creyente, concedo que
ellos tengan una idea de Dios (personal, trascendente, omni….) que yo no tengo
pero ¿en la vida, su comportamiento respecto a los demás, es/tiene que ser, de
manera necesaria, de más y mejor calidad que el mío?
No hablo de ideas, hablo de vida
interior y de comportamiento externo.
“El que busca la verdad,
busca a Dios; tanto si lo sabe como si no lo sabe” –decía Edith Stein, la
discípula de Husserl, atea primero, carmelita después para morir mártir a manos
de los nazis.
Si la única diferencia entre
el creyente y el no creyente es la “idea de Dios” que uno tiene y el otro no,
¿hay alguna diferencia entre ellos en la moral?
¿Es necesaria la idea de Dios
en la mente y creer en su existencia real para tomar conciencia, con la razón,
de los deberes, y saberse obligado a ellos?
Si no todos son creyentes,
pero todos somos racionales ¿por qué no intentar crear una Moral Racional, una
Ética laica, común a todos?
Sólo así, en el terreno
común, en el de la racionalidad es posible un auténtico diálogo, en pie de
igualdad, al ser, todos, igualmente racionales.
Es lo que Bertrand Russell
llamaba el “no man`s land”, el terreno neutral, en tierra de nadie.
La regla de oro de la moral
no es privativa de nadie y es común para todos, creyentes o no: “no hagas al
otro lo que no quisieras que te hicieran a ti”
Aunque yo la prefiero
enunciar en positivo: “obra, trata a los demás, como quisieras que los otros te
trataran a ti, obrasen contigo”
Quizá los creyentes tengan
que cambiar el chip y llegar a la conclusión de que no es la religión la base
de la moral, sino al revés, la moral como base de la religión.
Esa debe ser la verdadera
experiencia humana, practicar esa regla de oro, en positivo, y no intentar
meter a presión la religión en la cabeza o discriminar moralmente a quien no
cree.
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