martes, 3 de noviembre de 2015

FE Y RAZÓN (3)



Debo de ser uno de los millones de personas de ese 25% de españoles que se declaran indiferentes (en mi caso, agnóstico) o ateos declarados.

Religiosamente, en el mundo estamos asistiendo al estancamiento del catolicismo, que se encuentra como a principios de siglo, al tiempo del acelerado crecimiento del islamismo y el aumento, en proporción geométrica de agnósticos, indiferentes y ateos, tanto teóricos (los menos) como prácticos (los más), los que viven al margen de Dios, como si Dios no existiera y en nada interviene en su vida diaria.

¿Qué ha pasado para que se produzca este terremoto poblacional religioso?
Sin duda que la razón ha tenido mucho que ver en esto, como la causa fundamental del salto dado desde la ingenuidad, el infantilismo, la credulidad,…a una posición más madura, de mayoría de edad, sin necesidad de tutores oficiales que no te permiten pensar por ti mismo, sino sólo aceptar la verdad por ellos aceptada.

Cuando alguien declara, tajantemente, que no cree en Dios, siempre me pregunto cuál es el concepto de Dios que tiene.
Porque, quizá, muchos creyentes también declaran no creer en ese Dios del ateo.

El Dios de los teólogos, el de los catecismos, nada tiene que ver con el Dios de los místicos, y es a este Dios al que hay que regresar para sentirlo, vivirlo, sin necesidad de entenderlo, pues, para ellos Dios es “inefable”, es decir, “indecible”, que no puede explicarse con palabras, es una experiencia profunda en la vida, de carácter enriquecedor, que les proporciona nuevas fuerzas en bien de los demás.

Contra Sartre y su “el infierno son los otros”, para los creyentes “Dios son los otros”
“Cuanto hicisteis a uno de nuestros hermanos, a Mí lo hicisteis”, “quien no ama a los hermanos que ve, ¿cómo va a hacérmelo a Mí, a quien no ve?”

Los grandes místicos parten de que Dios es indescriptible, innominable. La única teología que más se acerca a Dios es la Teología Negativa. De Dios podemos decir lo que no es, no lo que es. Las palabras no son aptas, no valen para vaciar en ellas lo que Dios es.

Recuerdo, como si fuera ayer, cuando explicaba, en las clases de bachillerato, las cinco vías tomistas para demostrar la exientencia de Dios y las tres vías para su esencia.
No creo que a nadie hayan convencido. Más aún, afirmo que, una vez conocidas, y tras haber leído a los teólogos y haber oído y escuchado a los predicadores desde el púlpito, las iglesias están quedándose más vacías, porque ese Dios siempre calificado de “infinito” en todas las cualidades, es un Dios al que se le puede temer, pero no amar.

Ese Dios “infinitamente bueno, sabio, justo y poderoso, principio y fin de todas las cosas, premiador de buenos y castigador de malos” no puede estar, ni en la mente ni en el corazón de los hombres.

Para el gran San Agustín Dios es inefable y más fácilmente podemos decir lo que no es que lo que es” y Santo Tomás afirma algo por el estilo: “De Dios no podemos saber lo que es, sino lo que no es”
Pero siempre se nos enseñó lo que era, como si el mar pudiera ser medido con un dedal.
Puros antropomorfismos.
Buenos, sabios, justos, poderosos, inteligentes,… en mayor o menor proporción, son atributos humanos, y sólo pueden ser aplicables a Dios impropiamente.
Dios está fuera de categorías como “espíritu, persona, bondad, inteligencia, justicia, poder,…”

Eso mismo decía el “viejo profesor”, agnóstico, Tierno Galván: “De Dios no sabemos nada, salvo que es una hipótesis”.
Un Dios personal, para él, es impensable y menos trascendente.
Dios o está en la vida o no existe.
Cuando, incluso ya en 1.215, en el IV Concilio de Letrán, se decía: “Entre el Creador y lo creado hay más desemejanza que semejanza”.

Ya sabemos, y constatamos, que nuestro mundo es plural en religiones y creencias, que hay muchas y muy variadas, pero también hay más de 1.000 millones de no creyentes (seguramente más que cristianos, ahora mismo, y es la religión que más fieles concentra. No sabemos si el Islamismo la sobrepasará de aquí a unos años, al ritmo que va).

¿Cómo es posible que el cristianismo, que es minoría respecto a la población creyente mundial, siga considerándose el ombligo del mundo y poseedora de la exclusiva religiosa?

¿Se puede afirmar que las religiones han sido un adelanto moral para la humanidad cuando, si repasamos la historia, ésta esta llena de guerras religiosas, de torturas, de abuso de poder de los dirigentes religiosos, de conculcación de los derechos humanos, de inquisición ideológica, de censura arbitraria, de colonización inhumana de otros países, de persecuciones de cristianos y entre cristianos,… Y esto lo han hechos todas las religiones, queriendo ensanchar sus territorios con sus ocupantes y atraerlos a la causa. Lo han hecho TODAS. Cada una en sus momentos.

Y si hay tantas y tan variadas religiones ¿tiene que haber tantas morales religiosas como religiosas? Un caos moral.
¿Por qué no, al menos, intentar una “Ética mínima común”, para poner orden en ese caos?
¿Es tan difícil?

Hace muchos siglos decía Buda: “No creáis con demasiada facilidad si alguno afirma que una cosa es totalmente buena o mala. No creáis en libros, en escritos, en teorías, en doctrinas de escuela y en comentarios simplemente porque fueron recopilados por ancianos maestros. No existe motivo alguno para conceder fe a alguien únicamente porque se trate de un maestro, de un superior, de un hombre poderoso o de una autoridad. Vosotros debéis sopesar las cosas por vosotros mismos y asentir si vuestra propia conciencia así los decide, porque sea beneficioso y traiga buenas consecuencias para vosotros y para los demás: sólo entonces comportaos con toda tranquilidad de acuerdo con ello”.

“Examinadlo todo y quedaos con lo bueno” y no ser ciegos seguidores –decía San Pablo

Entonces ¿Tienen los creyentes algo que no tengamos los no creyentes para considerarse privilegiados?
Yo, no creyente, concedo que ellos tengan una idea de Dios (personal, trascendente, omni….) que yo no tengo pero ¿en la vida, su comportamiento respecto a los demás, es/tiene que ser, de manera necesaria, de más y mejor calidad que el mío?

No hablo de ideas, hablo de vida interior y de comportamiento externo.

“El que busca la verdad, busca a Dios; tanto si lo sabe como si no lo sabe” –decía Edith Stein, la discípula de Husserl, atea primero, carmelita después para morir mártir a manos de los nazis.

Si la única diferencia entre el creyente y el no creyente es la “idea de Dios” que uno tiene y el otro no, ¿hay alguna diferencia entre ellos en la moral?
¿Es necesaria la idea de Dios en la mente y creer en su existencia real para tomar conciencia, con la razón, de los deberes, y saberse obligado a  ellos?

Si no todos son creyentes, pero todos somos racionales ¿por qué no intentar crear una Moral Racional, una Ética laica, común a todos?
Sólo así, en el terreno común, en el de la racionalidad es posible un auténtico diálogo, en pie de igualdad, al ser, todos, igualmente racionales.

Es lo que Bertrand Russell llamaba el “no man`s land”, el terreno neutral, en tierra de nadie.

La regla de oro de la moral no es privativa de nadie y es común para todos, creyentes o no: “no hagas al otro lo que no quisieras que te hicieran a ti”
Aunque yo la prefiero enunciar en positivo: “obra, trata a los demás, como quisieras que los otros te trataran a ti, obrasen contigo”

Quizá los creyentes tengan que cambiar el chip y llegar a la conclusión de que no es la religión la base de la moral, sino al revés, la moral como base de la religión.


Esa debe ser la verdadera experiencia humana, practicar esa regla de oro, en positivo, y no intentar meter a presión la religión en la cabeza o discriminar moralmente a quien no cree.

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