VARONES
Y MUJERES
La ambigüedad del lenguaje es
algo manifiesto y lleva a que, muchas veces, nos equivoquemos al hablar, y no
digamos lo que queríamos decir o nos equivoquemos al entender, y no
interpretemos correctamente el discurso del hablante, al oírlo, y entendamos
otra cosa. Cuando decimos “el hombre” podemos querer referirnos al “género
humano”, a todos los hombres, o sólo a la mitad de ellos, a los “varones”.
Decir que “el hombre es
mortal, es un viviente sensible, es un animal religioso, es el único animal que
habla,…” nos referimos al género humano. No sólo los varones lo son, también
las mujeres son mortales, vivientes sensibles, religiosas, habladoras...
Decir que “el hombre iba
borracho, conduciendo en dirección contraria, a 190 Klms/hora,….” Nos estamos
refiriendo a un individuo concreto, del sexo masculino (no me gusta hablar de
“género masculino”, porque esta locución es sólo gramatical. “Perro” es un
término bisílabo, del género masculino, número singular…).
Decir que “el hombre andaluz
es perspicaz, senequista y amigo del bien vivir….” Estamos refiriéndonos a un
sujeto colectivo, compuesto por todos los varones…
Un filósofo actual, Jesús
Mosterín, se ha inventado (¿) el término “humanes” para referirse al género
humano, y allí van incluidos tanto los varones como las mujeres.
Yo sigo con “varones” y
“mujeres” y cuando uso el término “hombre/s” es para referirme a la humanidad.
¡Varones y mujeres!. ¡Mujeres
y varones”.
Se cuenta que un Presidente
de E.E.U.U. y su esposa visitaban unas granjas del estado, pero por separado. A
ella la acompañaban las mujeres de mantenimiento de la granja. Al pasar por uno
de los gallineros y ver a un gallo copulando una y otra vez, intensa y
frenéticamente, la esposa del presidente, sorprendida y admirada, se interesó
por la frecuencia amatoria del susodicho gallo.
- “Docenas de veces al día” –
le respondió la guía.
- ¡Por favor!, díganselo a mi
marido cuando pase por aquí.
Cuando momentos más tarde
pasó el Presidente, por el mismo gallinero, y el gallo seguía en su actividad
copulatoria, se quedó observándolo. Momento que la guía aprovechó para
comentarle la anécdota con su esposa.
El Presidente, meditabundo,
preguntó a la guía:
- ¿Y lo hace siempre con la
misma gallina?.
- No. No. Cada vez con una
gallina distinta –respondió la guía.
- Pues, ¡por favor!,
“dígaselo a mi mujer” – sentenció el presidente.
La anécdota, ya de por sí, es
machista. En la batalla dialéctica ha salido vencedor el varón.
Pero es que la Historia de la humanidad
ha sido (y, por desgracia, sigue siéndolo) muy machista. No hay más que
asomarse a los telediarios un día sí y otro también.
Somos iguales, varones y
mujeres, iguales de personas, con los mismos derechos y los mismos deberes.
“Los Derechos Humanos” atañen a toda la humanidad. Somos iguales,
esencialmente, no desiguales.
Pero somos distintos
biológicamente, cuerpos distintos, órganos sexuales, tanto primarios como
secundarios, distintos.
Sobre esta distinción
biológica, durante toda la historia (aún hoy en casi toda la faz de la tierra),
se ha montado la distinción cultural. Distinción discriminatoria negativa. La
mujer es inferior, como persona, al varón, por tener un cuerpo distinto, que
conlleva una función distinta.
El varón posee la naturaleza
humana completa, la mujer también tiene naturaleza humana, pero subordinada, el
niño, finalmente, la tiene pero incompleta. ¿Quién va a detentar el poder, todo
tipo de poder (familiar, político, social, económico, cultural, religioso,
científico…)?
Hasta el genial Aristóteles
(debemos contextualizarlo para no deformarlo), en una de sus principales obras
“Metafísica” nos dice que “las hembras son, por naturaleza, más débiles y más
frías (que el varón) y hay que considerar su naturaleza como un defecto
natural”.
Las mujeres, cuyas funciones
fundamentales son las de “hijas”, “esposas” y “madres” tienen un status
diferente al de los varones. Es decir, discriminación negativa por razón de
sexo, debida a la supuesta debilidad de su sexo.
Engels y el marxismo afirmarán que la primera condición de la liberación de la mujer era el “abandono de la teoría de las tres K (la mujer está destinada a Kinder, Küche, Kirche (niños, cocina, iglesia). Si le añadimos la cama (por lo del marido y los niños) tendríamos los cuatro lugares en que debería estar, siempre ubicada, la mujer; las cuatro patas de la esclavitud.
La tradición judeo-cristiana
y la Edad Media
lo estropearon todavía más. La misoginia, pues, estaba servida.
¡Hay que ver el valor o la fe
de la hemorroísa, al acercarse a Jesús (si es que es cierto el episodio),
sangrando, para que le cure su mal!
La sangre, en general,
siempre ha sido tabú. Todavía lo sigue siendo para algunas religiones (las que
se niegan a las transfusiones) por considerar que la sangre está relacionada
con el alma, su sede. ¡Cuánto peor la sangre menstrual y hemorroidal¡ Han sido
consideradas como enfermedades, como recordatorios divinos de que en ellas no
todo lo que hay es bueno.
“Las mujeres están tan llenas
de veneno, en el tiempo de su menstruación, que ellas envenenan animales con su
mirada, infectan a los niños en sus cunas, ensucian el más limpio de los
espejos. Y cuando quiera que los varones tienen contacto sexual con ellas, se
convierten en leprosos y, a veces, cancerosos. Y porque un demonio no puede ser
evitado a menos que sea conocido, aquellos que quieran evitarlo deben
abstenerse de este costo impuro y de muchas otras cosas que son enseñadas en
este libro”.
El libro en cuestión es
“Sobre los secretos de las mujeres”, de autor/es anónimo(s), siglo XIII.
Pero no creamos que fue la
ideología religiosa la única causante de la discriminación negativa de la
mujer, siempre y eternamente Eva.
Todavía en el siglo XVIII, el
siglo de las Luces, de la luz de la razón, de la ilustración, con el triunfo
del liberalismo y de las revoluciones burguesas, la mujer sigue siendo
discriminada, excluida de la famosa Declaración de los derechos del hombre
(léase “varón”) y del ciudadano (masculino). Sólo ellos tienen derechos, sólo
ellos son ciudadanos, sólo ellos pueden detentar el poder político, sólo en
ellos florece la racionalidad.
Suele decirse que fue
Rousseau el padre de la democracia moderna, por aquello de la “voluntad
general”, pero, en su doctrina, las mujeres siguen estando excluidas.
En una de sus principales
obras “Emilio o de la educación” podemos leer:
“Cultivar en las mujeres las
cualidades de los hombres (varones) y descuidar las que le son propias, es
trabajar en detrimento suyo… Creedme, madres juiciosas, no hagáis a vuestra
hija un hombre de bien, que es desmentir a la naturaleza. Hacedla mujer de bien
y, de esta forma, podéis estar seguras de que será útil para nosotros y para sí
misma….. La mujer está hecha, especialmente, para agradar al hombre (varón)….
Bien dirigida, hasta la sujeción en que se la tiene, lejos de debilitar su
cariño, no hará otra cosa que aumentarlo, porque, siendo la dependencia el
estado natural de las mujeres, propenden a la obediencia…. Por la misma razón
que deben tener poca libertad, se extralimitan en el uso de la que le dejan”.
“La política, pues, pertenece
a los varones, al igual que les pertenece la racionalidad, la jerarquía, la
cultura, el temple, el valor, el carácter,… Las mujeres deben estar excluidas
de la política y limitarse al buen arreglo de su casa, a la obediencia, a la
dulzura y, en general, facilitar el éxito de los varones, a cuya autoridad han
sido subordinadas”.
Todavía en el siglo XX,
durante la primera guerra mundial, muchas mujeres tuvieron que desarrollar el
trabajo de los varones (incorporados a filas). Valían para trabajar como ellos,
pero el Derecho al voto, como los varones, sólo ocurrió en Inglaterra, en 1918
y en E.E.U.U. en 1919. En el resto de los países tendría que esperar.
A la mujer se le ha exigido
que sea representativa de su posición social. Ella siempre fue “relativa”,
estaba “en relación con…”. Ella siempre fue “hija de” (su padre, varón),
“esposa de” (su marido, varón), “madre de” (sus hijos, niños-niñas).
Hoy, gracias a la razón, al
tiempo, a la historia, a la sociedad, a la educación, a la preparación…la mujer
habita en el campo de la libertad y respira aires de independencia y de
responsabilidad, quiere ser “ella”, no quiere ser “…..de” nadie, quiere
conseguir, por sí misma, status, no que se lo den o lo herede.
Cuando una mujer, al
levantarse, ante el espejo, se pregunta:”¿qué me pongo hoy?” está gritando:
“soy libre, quiero ser yo misma, quiero individualizarme, quiero atraer las
miradas, quiero seducir, quiero ser deseada, quiero llamar la atención pero sin
caer en la provocación, quiero que me vean atractiva, quiero controlar mi
propia vida…No sólo soy libre, “me siento libre”.
¡Mucho te ha costado, mujer,
pero lo has conseguido¡. Eso mismo, los varones lo teníamos por descontado.
“Mi enhorabuena, mujer”
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