domingo, 8 de noviembre de 2015

¿CUÁLES SON MIS RAÍCES?



         Yo, Tomás Morales, natural de Salamanca y vecino de Málaga, ¿soy un salmantino que trabaja y vive  en Málaga o soy un malagueño al que nacieron en Salamanca?

         Una de las leyes de la evolución es la Adaptación al medio.

         El ser vivo, cualquier ser vivo, ante el medio que le ha tocado vivir o en el que se ha metido, ante las condiciones que ese medio le impone, sólo tiene dos salidas: o adaptarse a él para sobrevivir (de lo contrario, morirá)  o adaptarlo a él.
        
Durante la mayor parte de la presencia de la vida en la tierra los seres vivos sólo pudieron responder de la primera manera. Sólo muchos, muchísimos años después, cuando  el hombre comenzó la aventura de la ciencia y de la tecnología (es decir, más o menos, anteayer) pudo poner en práctica la segunda respuesta.

         El aire acondicionado, el frigorífico o la estufa, el ventilador y veinte mil inventos más son manifestaciones de adaptarlo a él.

         “SAVOIR – POUVOIR – PREVOIR” era el lema de la Edad moderna.

         Los vegetales, como enseñaba el sabio Aristóteles, realizan, llevan a cabo, las funciones propias de su alma vegetativa: nacer, alimentarse, crecer, reproducirse y morir, pero anclados, “enraizados” con sus raíces en el suelo. Ni los árboles ni las lechugas se dan paseos por el campo. Sus hojas y sus raíces, sobre todo, son las dos grandes fuentes de alimentación.

         Los animales (vivientes sensibles), por su parte, con su alma sensitiva, realizan todas las funciones que realizaban los vegetales (nacer, alimentarse….) más las funciones propias de su alma, tienen sentidos para conocer, tienen instintos para actuar y poseen la potencia locomotriz, para moverse. Ni el pájaro ni el perro están “enraizados”. Se mueven, cambian de lugar para conseguir comida o para librarse de ser comidos.

         El hombre, en cambio (siempre según Aristóteles), además de hacer todo lo que hacen los vegetales (nacer, alimentarse, crecer….) y de lo que hacen los animales (sentir, mamar, huir, andar….) realizan las funciones propias de su alma racional: el conocimiento superior (inteligencia y razón) para conocer, voluntad para querer y libertad para optar, para elegir.

         El hombre, por medio de este conocimiento superior, conoce la naturaleza, descubre las leyes de su actuación para, así, aprovecharse de ella, para ponerla a su servicio.

         El hombre no tiene raíces. Su alimento está en lo alto, se llama cultura. Y ésta siempre está más allá del nivel puramente biológico. Somos biografías distintas montadas sobre biologías iguales o muy parecidas (un corazón, dos ojos, dos riñones,…. en los mismos sitios….). “Ca uno é ca uno” – que diría el refranero vulgar. Cada uno es guionista de su propia bio-grafía. En la vida cada uno es/debe ser autor, actor, director, tramoyista,…

         Yo suelo decir, muchas veces, que a mí “me nacieron en Salamanca” pero que, luego, “me hice andaluz”.
        
         Uno no es del lugar en que lo nacen sino del lugar en que se hace. Yo me hice educador, esposo, padre, abuelo, articulista, conferenciante,… yo me hice y sigo haciéndome mi yo (estudioso, conferenciante, articulista….) en Andalucía.

         ¿Cuáles son mis raíces? ¿Las biológicas o las culturales? ¿De qué se alimenta mi persona?

         Mi padre, allá en la Tierra del Vino castellana, tenía la costumbre de plantar una viña cada vez que le nacía un hijo (Bueno, la verdad es que cuando le nació el cuarto, mi hermano el pequeño, plantó un pinar). Una de las tres viñas, la 2ª,  era “el majuelo de Sito” (Sito, de Tomasito, yo),
         Pero mi padre plantaba unas cepas llamadas “americanas”, que “agarraban” muy bien y que “encepaban” muy de prisa, pero a los dos años las injertaba con “varas” de “tinta  Toledo” o “tinta Madrid”, porque –decía él – esos injertos, en esas cepas, producen uva de calidad superior a la que le correspondería en su cepa.

         Digo todo esto porque, hace ya casi 40 años, un castellano (o sea, yo) cruzó Despeñaperros y bajó a Andalucía, (primero Córdoba, luego, y finalmente, Málaga) y aquí sigo  ¿”enraizado”?
         Si mañana mismo, mis hijas (¡ironías de la vida!, una en Madrid y la otra en Ciudad Real), solicitasen mi presencia por tiempo indefinido, cogería mis bártulos (o sea, mis libros) y una vez “desenraizado” me “enraizaría” de nuevo en otro lugar

         ¿Salamanca? Me encanta. Pero mi vida, y todo lo que más quiero, ha nacido en Andalucía.

         ¿Soy andaluz? Por supuesto. ¿Menos que otros, nacidos aquí? No lo creo. Recuerden las viñas de mi padre.

         Recuerden lo que tantas veces he dicho: “Nos nacen hombres, nos hacen humanos, nos hacemos personas”

         No elegimos ni nacer ni dónde nacer ni cuándo nacer. Nos tocó lo que nos tocó. Nos podría haber tocado otra cosa.
         No elegimos ni la cultura, ni la educación. Nos fueron moldeando así. Nuestros padres, nuestros maestros, el ambiente alrededor. Nos hicieron así.
         Pero sobre esa estructura humana cada uno de nosotros somos más o menos responsables del tipo de persona que somos.
         No elegimos vivir, pero sí podemos/debemos elegir qué tipo de vida queremos vivir. La vida, más que en un lugar, está en el modo.

         En el hombre las “raíces” son una metáfora. Una metáfora bella. Pero metáfora.
        
         Transcribo las palabras de un periodista en la prensa local de Málaga: “Los seres humanos estamos hechos para andar, no para estarnos quietos, como si estuviéramos plantados en un arriate. “Desarraigo” suena mal pero, siguiendo la metáfora, es lo que nos permite ir de acá para allá, tanto espacial como intelectualmente. Yo al menos me alegro de haberme desarraigado de muchas de las cosas que me vinieron impuestas por mi tiempo y de algunas en las que creí con convicción sentimental. Las raíces son una metáfora nostálgica en un mundo cada vez más cosmopolita. Nada tienen de malo como figura del apego a determinadas costumbres, pero sí me parecen perniciosas convertidas en imposición histórico-cultural.
         No es bueno mirarse (uno) demasiado las raíces, corre uno el riesgo de pasar del dicho al hecho y quedarse tan inmóvil como un vegetal”.

         ¡Chapeau¡

         En las últimas elecciones generales, previendo que no iba a estar en Málaga, solicité el voto por correo (por aquello del deber moral (no legal) de votar). A su debido tiempo me llegó un sobre con todas las candidaturas. Las había graciosas, las había ridículas, las había nostálgicas, algunas utópicas, otras realistas, pero había una que no me encajaba, la de Nafarroa Bay (¿se escribe así?) en Málaga.
         Luego me enteré que había personas concertando citas por teléfono con aquellos que tuviesen un apellido navarro, para convencerlos de que, si sus raíces son navarras, sólo pueden/deben votar la lista Navarra, porque las raíces no se pierden nunca…
         Si todos los Sánchez (de Sancho), Domínguez (de Domingo), González (de Gonzalo), Rodríguez (de Rodrigo), García (de Garcés),….o todos los Perales, Robles, Manzanos, Naranjos,….(nombres de árboles, procedentes de los judíos en suelo español), o los Zamarrillas, Margaritas, Azucenas, Rosas,….. (Nombres de flores, procedentes de los árabes) y que viven en el País Vasco tuvieran/debieran votar a la candidatura acorde con sus “raíces”…


         ¡PATÉTICO¡ - Oiga­-  ¡Raíces de un ser desarraigado!

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