Para los creyentes es clarísimo que ha habido y hay
milagros.
Para los científicos los milagros son ajenos a su campo.
Los creyentes se apoyan en su evidencia subjetiva.
Los científicos dicen que de ellos no hay evidencias
objetivas.
Los primeros lo aseguran, pero con una seguridad que…
Los segundos aseguran que nadie puede, ni debe, estar seguro
de aquello de lo que no se tiene evidencia intersubjetiva, al alcance de
cualquier otro. Si algo es verdadero
–dicen ellos- debe ser verdadero
para cualquiera, siempre que se encuentre en las mismas circunstancias
Y, entre tanto aquí estamos los filósofos, en “tierra de
nadie”, como dice B. Russell, “no man´s land”, gente de frontera, expuestos a ser atacados y tentados por ambos,
recibiendo sopapos de los unos o de los otros o recibiendo guiños y siendo
tentados por los otros o por los unos para tener relaciones cuando ambos saben o
deben saber que nosotros estamos ya comprometidos con la razón y que no
queremos serle infiel, que lo único que
intentamos hacer es encender la luz para ver qué es lo que puede verse. Pero,
eso sí, siempre escépticos, siempre dispuestos a bajarse del burro en cuanto la
razón nos lo indique. Un filósofo dogmático es una contradicción. El filósofo
siempre tiene que estar dispuesto a quitarse la ropa que tenía puesta, sin
sentir vergüenza de ello, aunque entre ropaje y ropaje se encuentre, a veces,
desnudo.
¿Qué es un milagro? “La alteración del orden natural causada
por una intervención directa de Dios o indirecta, a través de la Virgen o de los Santos”.
El concepto de milagro, pues, no es un concepto científico,
no pertenece al lenguaje de la ciencia, no habita en su campo.
El concepto de milagro pertenece al campo religioso, habla
el lenguaje de la religión.
La ciencia, pues, no tiene nada que decir. Un científico, en
cuanto científico, es ajeno a, no está en contra de, los milagros. Es como el
jugador de petanca que, en cuanto jugador, no puede decir nada de la termodinámica
o del electromagnetismo, sólo juega.
Una cosa es decir: “esta curación no ha ocurrido por ninguna
causa conocida”, (por lo tanto tiene que ser por causas desconocidas) y otra
cosa es decir que la causa de esa curación ha sido Dios, o la Virgen o no sé
qué Santo. Esto ya es dar un paso más alto. Lo podrá dar alguien por motivos
religiosos, por motivos subjetivos, pero nada más. Un científico, ante este
hecho, lo verificará, pero no irá más allá.
¿Quiere esto decir que los milagros son falsos? NO.
¿Quiere esto decir que los milagros son verdaderos? NO.
Una curación inexplicable por causas conocidas, para una
persona de la calle, no es un milagro, es una curación inexplicable por las
causas que actualmente conocemos, nada más. Sólo el creyente, con su fe, lo
reconoce y lo denomina como milagro.
Hay muchas personas piadosas que son muy piadosas pero, a
veces, bastante miopes.
Los eclipses de sol, durante mucho tiempo, fueron fenómenos
milagrosos y el arco iris, como todos sabemos, durante muchos siglos no fue un
fenómeno atmosférico sino la firma del pacto que Dios firmó con Noé, tras el
diluvio universal.
Cuando alguien entra en una catedral y mira una vidriera que
representa la huída a Egipto ve que en la escena los personajes, incluido el
burro, van caminando hacia la izquierda.
En ese mismo momento alguien que vea esa vidriera desde
fuera verá que caminan hacia la derecha.
Ambos miran lo mismo pero ambos ven cosas distintas. ¿Quién
de los dos tiene razón? Los dos tienen razón porque nadie tiene La Razón. Sencillamente
la verdad es perspectiva. Sería absurdo que ambos vieran lo mismo desde
situaciones y perspectivas distintas. Y aquí estamos los filósofos a cuestas
con el relativismo de la verdad y luchando contra todo exclusivismo y
dogmatismo.
Nuestro mundo occidental, tan racional y tecnológico él,
está afectado por una especie de virus permanente de superstición y credulidad
asombrosas.
Ponemos la TV
o leemos la prensa y aparecen una cantidad de kioscos o chiringuitos de todo
tipo. Desde los que te adivinan lo por-venir, hasta los que dicen que pueden
hacerte millonario. Desde los que hacen amarres a los que te encuentran el amor
eterno o el trabajo que tú anhelabas. Horóscopos, videntes, astrólogos,
tarotistas, echadores de cartas. Los que te leen la mano o los posos del café.
¡Dios mío, qué ejército tan numeroso y tan variopinto¡ (Pero, eso sí, todos
cobrando).
Cualquier Rapel o cualquier Aramís Fuster se lo montan a lo
grande sobre la credulidad y la miopía de tanta gente buena y sencilla, pero
ingenua.
Pero es curioso que los milagros donde más se dan es en las
religiones monoteístas.
Para los maestros religiosos orientales el levitar, la
ubicuidad, la meditación trascendental, la curación por la mente, la
concentración extrema…es algo normal, no tiene que ver nada con los milagros.
Para las culturas arcaicas y para el hombre primitivo todo
era milagroso. Desde la salida o puesta del sol, hasta el nacimiento de un niño
o la llegada de la primavera. Desde la lluvia hasta la cosecha. Todo era
milagroso. La vida era un milagro continuo y perpetuo.
Pero ¿Son o no son milagros? ¿Los milagros son verdaderos o
son falsos?
Y pregunto yo: ¿de qué color es el amor?, ¿cuánto pesa la
tristeza?, ¿Cuánto mide la melancolía?, ¿a qué sabe el odio?
¿Es que, acaso, no existen los colores, los pesos, las
medidas, los sabores?
¿Es que, acaso, no existen el amor, la tristeza, la
melancolía y el odio?
Pues entonces….
Que quizás lo que nos hacen falta son científicos que sean
sabios y religiones que sean inteligentes.
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