“Soy hombre por naturaleza y francés por accidente” – decía
un crítico francés.
Yo, Tomás, también. Soy hombre por naturaleza, salmantino de
nacimiento por accidente (porque mis padres biológicos estaban allí), soy
andaluz por propia voluntad y por adopción y soy malagueño por devoción y de
corazón.
He dicho muchas veces que yo no nací, que me nacieron en
Salamanca. Yo no lo hice; otros lo hicieron por mí, me nacieron.
Pero uno no es del lugar en que lo nacen sino del lugar en
que uno se hace.
Y si me hice universitario en mi maravillosa Salamanca, me
hice amante, esposo y padre en mi no menos maravillosa Andalucía.
Y soy tan inteligente que no cambio el amor por la verdad.
La meta de las personas no es saber, sino ser felices. La
felicidad prima sobre la verdad.
Pero si las circunstancias de la vida me obligasen cambiaría
de domicilio, de nacionalidad, de lengua, de religión y de ideología, pero a lo
que no renuncio y lo que nunca dejaría de ser es hombre.
Pero si la Biología a todos nos iguala (un corazón, dos
riñones, dos ojos, un estómago,…) en el mismo lado, las biografías son lo que
nos diferencia a la vez que nos identifica.
Yo soy yo, así. Tú eres tú, así. Tú no eres yo, yo no soy tú. Nadie es fotocopia de nadie. En
esto todos somos originales, no copias.
Yo, Tomás, soy como soy y soy así.
Soy una persona, además, crítica.
Ser crítico no es ser
corrosivo y echar por tierra todo lo que se ponga a tiro.
Criticar significa clarificar, iluminar, hacer que haya luz,
que se vean las cosas para poder elegir con “criterio” (de crítica) y poder,
así, elegir lo que más me conviene y rechazar lo que me perjudica.
El crítico le dispara a todo lo que se menea. Y se puede
criticar positivamente una buena película, al Pensador de Rodin, una buena
novela, una buena acción, que el AVE llegue a Málaga,…. Críticas positivas.
Pero también se puede criticar negativamente lo que el otro
dice o hace y, también se puede/se debe practicar la autocrítica, para
rectificar o para ratificarse.
Yo soy un crítico.
Por ejemplo. Últimamente ha llegado a España el Sr. Algore.
Un perdedor de las elecciones en Estados Unidos y al que de repente le ha dado
la fiebre de la denuncia sobre las causas y las consecuencias del cambio
climático por el calentamiento o recalentamiento de la atmósfera.
Se está convirtiendo la ecología en ecolatría. Y esto siempre
es peligroso. El adorado exige creyentes y clientes, pero no críticos.
En toda latría, sea la que sea, el crítico es peligroso,
puede ser excluido, eliminado, callado. Es, en sí mismo, contaminante.
Y viene a España, en plan santón, y todos le hacen la ola a
lo que dice.
Y resulta que su país, Estados Unidos, donde él quería
gobernar, contamina el 30% de la contaminación mundial.
Y resulta que España contamina (vamos a decirlo así) el
triple de lo que le corresponde contaminar.
Ahora salen los críticos monoculares y ponen a los pies de
los caballos al que se ha atrevido a “decir” que ese problema, seguramente, no
está tan bien planteado como lo que muchos creen y a primera vista aparece.
Estos críticos monoculares critican negativamente las
palabras que uno ha dicho, pero no critican las acciones de lo que otros y ellos
mismos hacen.
Hay que criticar las palabras. Pero, por más motivo, habrá
que criticar los hechos.
Yo, ¿qué quieren que les diga?. Será deformación profesional
(soy filósofo). Yo disparo a todo lo que se menea, lo critico, lo clarifico, me
aclaro, y pongo por las nubes palabras y hechos o pisoteo hechos y palabras,
porque no me duelen prendas, soy fiel a mi profesión, lo llevo en mi
naturaleza. ¿Que me equivocaré?. Muchas, muchísimas veces. Pero en cuanto vea
mi error, lo reconozco y cambio de perspectiva. Lo propio de los hombres es
equivocarse. Por eso el inteligente no es tanto el que acierta como el que
reconoce su error. Esto sí que es un acierto. La mejor o la única manera de no
caerse del burro es bajarse de él en cuanto uno vea que va mal montado o que el
burro no está domado y te vas a pegar el costalazo.
Aquí y ahora nos hemos saltado 100 pueblos. De ser estudiosos
de la naturaleza y reconocer la ecología como una ciencia, hemos dado un salto
y nos hemos colocado al otro lado del burro, y en vez de ecología ahora
practicamos la ecolatría.
De ser estudiosos del
medio ambiente y de la naturaleza, nos hemos convertido no sólo en respetuosos
con ella, (que nos interesa a todos porque en ella tenemos que vivir), sino en
adoradores de la misma. “No violentemos a la naturaleza, no la molestemos,
adoremos a la nueva Diosa, sacrifiquémonos por ella”.
Es decir dejemos que una célula cancerosa (que también es
naturaleza) se propague. Dejemos que una enfermedad natural siga su curso.
Dejemos que la gripe ataque ¿Cómo vas a molestar a la vida con antibióticos?.
Del esnobismo a la ridiculez apenas hay un pequeño paso y
nosotros hemos hecho la carrera del siglo.
Nosotros, los hombres, no sólo somos naturaleza, somos los
seres más dignos de la naturaleza. Porque hemos desarrollado capacidades o
facultades como el saber, el querer, la libertad,… Y tenemos la obligación de
conocer al resto de la naturaleza para poder aprovecharnos de ella.
Si somos cuidadosos e higiénicos en nuestro hogar particular,
porque nos interesa, debemos serlo, igualmente en este otro hogar común que es
el medio ambiente.
Ese “eco” de “eco-logía”, significa, precisamente eso, lugar
común, espacio común, el nicho ecológico, donde desarrollamos la vida.
Yo hablaba anteriormente de biología y de biografía.
Y decía que si la biología a todos nos iguala, las biografías
a cada uno nos distinguen del otro.
Cuando hablamos de derechos nos estamos refiriendo a los
seres humanos, a las personas.
Sólo quienes son sujetos de deberes son sujetos de derechos,
y viceversa.
Los derechos fundamentales que yo tengo, y que puedo
reclamar, los tengo por ser persona, no por ser y llamarme Tomás.
Como tú eres exactamente igual que yo, como persona, tienes
los mismos derechos fundamentales que tengo yo, te llames como te llames y seas
como seas.
Yo iniciaba este escrito citando a un francés, pero esa frase
la hago mía.
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