domingo, 8 de marzo de 2015

A P O L O Y D I O N I S O S


           

                                                                                                                   
                                                                           
     Creo que fue un filósofo europeo quien dijo algo así como:"emborrachaos, emborrachaos de amor, o de justicia, o de belleza, o de cultura, o de naturaleza, o....de lo que sea, pero emborrachaos".
    
     Don Quijote era un borracho. Calixto y Melibea, Romeo y Julieta y los amantes de Teruel estaban, eran borrachos. Y Cristo era un borracho de justicia y de amor. Y Francisco de Asís, y Mahoma, y Einstein, y Marx, y Teresa de Calcuta, y... El mundo es de los borrachos, porque ellos rompen el molde. Un borracho nunca conoce el límite. Al borracho le pasa lo que al amante, que nunca dirá "basta","hasta aquí hemos llegado","ya está bien".Si lo dijeran estarían perdidos, dejarían de serlo. Siempre es posible algo más. Hasta la muerte si es necesario.¿No lo han hecho así los grandes hombres que en el mundo han sido?.

     Los europeos, sin embargo, desde el siglo XVIII, no sólo somos sobrios sino que, además, estamos orgullosos de ello, incluso lo pregonamos. Y esto es lo que nos ha perdido, porque nos hemos convertido en mojigatos. Podremos sobrevivir, estirarnos lánguida­mente, arrastrarnos por la existencia, arrancar algunas hojas más del calendario, pero la supravida, la vida intensa, la vida intere­sante, nos estará siempre vedada.

     Un sobrio querrá siempre vivir más años, un borracho, un ebrio, deseará vivir mejor, más profunda e intensamente, apurar los posos de la copa de la vida.

     El sobrio es el moderado, el calculador, el que se marca unos mínimos y unos máximos que nunca y bajo ningún pretexto deberán ser sobrepasados para no exponerse a perecer ante sí o ante los demás.

     Ese mismo filósofo, creo, denominó a estos dos tipos de hombres, el "dionisíaco" y el "apolíneo".
  
     Pero comencemos por Apolo. Este era un dios orgulloso y calculador, un dios racional en extremo, seguro de sí hasta la osadía. Tanto lo era que se atrevió a desafiar al amor y a sus dardos, porque estaba segurísimo de sí.
  
   Apolo era el gimnasta, el bello de cuerpo, el de la voz justa, el del vestido perfecto, el de la lozana juventud, el de despejado talen­to, el de la talla "canon" y el del peso ideal, el creador de la poesía, con sus ritmos medidos y sus asonancias o consonancias perfectas, el padre de la música, con sus compases medidos, el frío, nato y neto calculador. Con todo eso, o precisamente por eso, nunca logró el amor de ninguna mujer. Él era siempre el moderado. Ni mucho ni poco, sino siempre en la media. Incluso en los consejos que le daba a su hijo Faetón:"no seas excesivamente tímido ni demasiado audaz; evita llegar al cielo o descender hasta la tierra; sigue siempre el camino equidistante, es el único que te conviene".

     Dionisos, en cambio era lo contrario. Era el dios del vino y la alegría, el dios de la jarana. Dionisos canta y baila, pero su cante y su baile son a su aire. Puede cantarlo y bailarlo todo, y lo hace, pero a su manera, como le da la gana, con voz aguardentosa y torpes movimientos, pero toca todos los "palos" y se marca cualquier "paso".

     Sólo Dionisos fue capaz de enfrentarse a los gigantes cuando éstos se atrevieron a escalar el cielo. Dionisos, como el amante y como el borracho nunca encontrará un obstáculo lo demasiado potente como para no poder enfrentarse a él. Sus armas eran los tirsos, los címbalos y los timbales (Véase su significado en la nueva edición, nº 21, del Diccionario de la Real Academia de la Lengua).No es de extrañar que todos los pueblos se le sometieran gozosos, sin derramar una gota de sangre.

    Sus trajes eran exóticos y se le representaba como un joven imberbe, fresco, mofletudo, vividor, con una corona de hiedra o de hojas de parra sobre su cabeza. Y a menudo aparece sentado sobre un tonel o descansando a la sombra de una parra cargada de uvas. También se le llamaba Baco o Liber, Libre. Porque el vino, ale­grando el espíritu, lo libera, al menos momentáneamente, de toda preocupación, y le da libertad de palabras y de acciones.
     Se propuso el amor de Erigona y, tras muchas estratagemas, ¡va­ya si lo consiguió¡.

    Toda esta introducción viene a cuento porque me haríais feliz, muy feliz, lectores de estas líneas, si salvarais vuestra vida redimiéndoos a vosotros mismos mientras residís en la llanura de la vida. Y eso se consigue, mientras se es joven de espíritu, no sólo de cuerpo, siendo dionisíaco, báquico, ­dejando de ser apolíneo.

     Lo DIONISIACO y lo APOLINEO. He ahí TODO el secreto de la vida y el secreto de TODA la vida. Y me voy a explicar.

     Nos han educado en lo apolíneo. Vivimos en lo apolíneo, inclu­so dormimos apolíneamente (aunque en los sueños Dionisos suele vengarse, por lo general).Todo lo tenemos numerado. Desde el Carnet de identidad al libro de familia, desde el domicilio a la losa de la tumba, donde pondrán la fecha de tu nacimiento (día, mes, año) y la fecha de tu muerte (día, mes, año).Y el hombre que lo vea, si es apolíneo, calculará cuántos años viviste. El apolíneo está casado con la matemática, es un calculador, es amigo inseparable del número. El templo griego era apolíneo (tantos metros de largo, por tantos de alto, por tantos de ancho; tantas columnas de lado y tantas de frente, tantos metros de frontón y...También el escultor griego era apolíneo, amigo de las medidas ideales. Todo está justo. Todo tiene que estar ajustado. Es el reino de la armonía.
    Así nos han educado y así estamos educando. Somos apolíneos. Nos preocupamos de cuántos años tenemos, o cuántos hijos, o cuántos kilos de más, o cuánto ahorramos, o cuánto cuesta. ­Hemos contado infinidad de veces los 15,17 ó 23 pasos que hay hasta llegar al piso.

     Cuando el apolíneo sale de viaje lo calcula todo. A tal hora salgo, a tal hora llegaré, hay tantos kilómetros, gastaré tantos litros que equivaldrán a tantos euros.

     Cuando el apolíneo entra en una tienda a comprarse una prenda de vestir, le guste mucho o no le guste tanto, lo primero que hace es darle la vuelta a la etiqueta para ver cuánto marca el precio. O calcula el valor del conjunto teniendo en cuenta que este bolso puede hacer juego con aquella falda plisada, o los zapatos que no combinan con el jersey, que se matan.

   Apolíneos. Así nos han educado y así estamos educando.¿Acaso no es la matemática la asignatura más importante de nuestra cultu­ra?.Hasta sentiremos compasión por ti si suspendes en Matemática a pesar del sobresaliente en Plástica, en Educación Física y en Ética, como si el hobby, la salud y la honradez, como si la felici­dad tuviera que estar bajo la calculadora de cuántas tiradas debo hacer para que me salgan dos bolas blancas y una negra. ¿Desde cuándo  y hasta cuándo el "cuánto" y el "cuándo" estarán subyu­gando al "cómo"?.

     Incluso cuando está en una fiesta o en una feria el apolíneo sigue siendo apolíneo, porque, a la mañana siguiente, contará a los demás cuántas cervezas, cuántos cubatas de Larios, cuántas hambur­guesas...Como si lo importante fuera la cantidad. Y que se marcha­ron a las siete de la mañana. Como si el número pudiera ser patrón, medida, del placer.

   Es el gran error de toda la cultura occidental. El cuantificar­lo todo. Y como resulta que la ciencia comenzó a avanzar cuando las cualidades (peso, calor, distancia,...) fueron cuantificadas, no­sotros, más papistas que el papa, ¡a cuantificarlo todo¡, hasta la felicidad, hasta la vida, como si se pudiera coger agua con una cesta.

   !Apolíneos¡!Tristes apolíneos¡.Hay que comer a las tres y cenar a las diez; hay que dormir ocho horas y descansar tales días, y sacar un cinco, y pesar cincuenta y nueve, y ochenta-cin­cuenta-ochenta.   

    Dionisos es otra cosa. Es el dios de lo cualitativo, del estar bien y del sentirse a gusto; es el dios de la juerga.

     Un dionisíaco come cuando tiene hambre y duerme cuando tiene sueño. Si se va es porque quiere irse, no porque tenga que marchar­se. Si emprende un viaje quizá sepa cuándo sale pero no se preocu­pa por la hora a que tiene que llegar porque no tiene que llegar a ninguna hora. Es dueño y señor del tiempo y lo gasta o lo tira como quiere y cuando quiere.

    El apolíneo, todo ufano él, le echará en cara al dionisíaco que ha empleado media hora menos en el viaje, que su coche cuesta quince mil euros más, que tiene el doble de cubicaje, que subió el puerto a ochenta con el siete por ciento de pendiente,...!Es tan feliz manejando cifras el pobre hombre!. El dionisíaco, en cambio, disfru­tará viajando, sin prisa en llegar ni en salir.¿Por qué la prisa si está siendo feliz mientras va?. Ni contará kilómetros, ni escalones, ni litros, ni cuántas veces por semana tiene que hacer el amor con su mujer para ser feliz.¡Como si la felicidad estu­viera ahí, fuera de uno, esperándolo!,¡como si la felicidad no estuviera dentro de él!.

   El apolíneo siempre va detrás de la felicidad. Para él la felicidad se encuentra siempre al final (cuando apruebe, cuando le suban el sueldo, cuando pague la última letra de…, cuando...cuan­do...Estará tan pendiente de las fechas del futuro que cuando éstas lleguen estará tan nervioso, tan preocupado o cabreado, que no sabrá qué hacer, porque no está entrenado, no sabe ser feliz, no está acostumbrado a convivir con la felicidad.

         (¿Quién fue el que dijo que el máximo placer que se saca de una puta es cuando se está subiendo la escalera del prostíbulo?).
  
   El dionisíaco no. El dionisíaco va disfrutando mientras va y cuando llega sigue disfrutando porque la felicidad nunca le es ajena. Está siendo feliz mientras está siendo. Nunca pone a plazo fijo la felicidad. Nunca la hipoteca

         (¿Quién fue el que distinguió entre el placer de haber comido y el placer de estar comiendo?).

      Uno algún día será feliz, el otro siempre lo está siendo. Uno es esclavo del cuándo, el otro es señor del ahora.

   Al apolíneo le pasa lo que al avaro, que pasará todo el tiempo contando el tiempo (o el dinero) no teniendo tiempo para disfrutar­lo (¡qué ironía!).Siempre recordando el pasado.

         (¡La de cosas que cuenta haber hecho cuando fue joven...cuando tuvo una novia...cuando fue a ...cuando vino de...) y amigo del futuro (¡la de cosas que hará cuando...y cuando....y cuando....). El dionisíaco, en cambio, no es que sea amigo del presente, es que está amancebado con él. Lo abraza, lo aprieta, lo estruja, lo apura. No tiene que contar nada a nadie, lo está viviendo, es feliz, está siendo fe­liz, convive con la felicidad.

         ¡Los apolíneos me recuerdan a los japoneses, Sony en mano, grabándolo todo, para disfrutar del pasado en vez de ordeñar el presente!

    Mientras el apolíneo necesita contarlo, al dionisíaco le basta y le sobra con vivirlo. El apolíneo, sin público, se muere; al dionisíaco ni le estorba ni lo necesita. El apolíneo moriría sin un reloj al que consultar constantemente. Teme el desorden y la desorientación. Necesita saber cuánto falta para...o cuánto ha pasado desde...Dirá que ya es hora de irse porque son las tres o que es hora de levantarse porque son las siete. El dionisíaco, en cambio, permanecerá en la fiesta mientras lo pase bien, se levanta­rá cuando ya no tenga sueño y desayunará cuando tenga ganas.

   El apolíneo dirá que su piso es de 230 metros, que costó 600.000 y que su dormitorio, de nogal escocés del valle de Mac, se puso en los veinte mil euros. El dionisíaco, en cambio, vivirá cómodamente en cualquier piso barato de alquiler, dormirá en cualquier módulo plegable, sobre cualquier goma espuma.

   El apolíneo no sólo necesita cosas, es que disfruta teniéndolas y sobre todo contando que las tiene; al dionisíaco todo eso le importa un rábano "revenío" porque, aunque apenas tenga, es feliz.

   El apolíneo dirá "sábado sabadete..." para el dionisíaco cualquier momento es sábado. El apolíneo tendrá que vestir así o "asao", el dionisíaco vestirá como le dé la gana.

   El apolíneo será un lógico, un matemático; el dionisíaco será un bohemio, un poeta de rima libre, un amigo de las metáforas.   

   ¡Cuántas veces os habremos dicho, constantemente, machaconamente,"que estu­diéis", "que ahorréis", "que os calléis", "que empleéis bien el tiem­po", "que seáis unos hombres de provecho", "que invirtáis vuestra juventud", "que sacrifiquéis vuestro tiempo libre", "que dejéis recogido el cuarto de baño cuando os duchéis", "que seáis ordenados", "que seáis educados", "que seáis puntuales", "que....!

   Amigo que esto lees, los consejos son como los euros, nunca deben darse si nadie te los pide, pero yo, apolíneo, te lo voy a dar: "nunca, a tu edad, hagas caso de un apolíneo". Rompe la baraja y apúntate a otro juego. Escucha lo que te digo, escúchame con atención, por favor, que es vital para ti, atiende mi consejo:"no hagas caso de mis consejos". Atrévete a ser dionisiaco, atrévete a ser joven.

     (Claro que, el día de mañana,¿quién va a correr con los impuestos?,¿y quién va a pagar mi jubilación, y mis medicinas gratui­tas, y...?

         De nuevo me sale Apolo

         ¡No tengo remedio¡



                  Hacedme el favor de ser felices o, al menos, intentarlo.

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