Todos hemos dicho y oído, más de una vez, que “el pez grande
se come al chico”, que “la justicia no es igual para todos”, que “el
neocapitalismo es la ley de la selva, la ley del más fuerte”,… y que siguen
vigentes hoy, en las sociedades y estados modernos aunque, eso sí, camuflados,
de manera encubierta y no manifiesta. Sólo hay que leer el significado latente.
La justicia nos parece que no se aplica igual para el rico
que para el pobre, para el ladrón de guante blanco que para el simple
ladronzuelo, para el político que para el ciudadano de la calle.
Y solemos decir que el Derecho, la Justicia, la
Democracia,….no son sino palabras bonitas, biensonantes, pero que ocultan una
dominación muy sutil, pero no menos salvaje.
El texto, irónico, de B. Brecht, de su obra “Historias de
almanaque”, es sumamente ilustrativo.
“SI LOS TIBURONES FUERAN HOMBRES –preguntó al señor K, la
hija pequeña de la patrona- ¿se portarían mejor con los pececitos?
-
Cierto que sí- respondió el señor K.
Si los tiburones fueran hombres
harían construir en el mar cajas enormes para los pececitos, con toda clase de
alimentos en su interior, tanto plantas como materias animales. Se preocuparían
de que las cajas tuvieran siempre agua fresca y adoptarían todo tipo de medidas
sanitarias. Si, por ejemplo, un pececito se lastimase una aleta en seguida se
la vendarían de modo que el pececito no se les muriera prematuramente a los
tiburones. Para que los pececitos no se pusieran tristes habría, de cuando en
cuando, grandes fiestas acuáticas, pues los pececitos alegres tienen mejor
sabor que los tristes. También habría escuelas en el interior de las cajas. En
esas escuelas se les enseñaría a los pececitos a entrar en las fauces de los
tiburones. Pues necesitarían tener nociones de geografía para mejor localizar a
los grandes tiburones que andan por ahí holgazaneando. Lo principal sería,
naturalmente, la formación moral de los pececitos. Se les enseñaría que no hay
nada más grande ni más hermoso para un pececito que sacrificarse con alegría. También
se les enseñaría a tener fe en los tiburones y a creerles cuando les dijesen
que ellos ya se ocupan de forjarles un hermoso porvenir. Se les daría a
entender que ese porvenir que se les auguraba sólo estaría asegurado si aprendían
a obedecer. Los pececitos deberían guardarse bien de las bajas pasiones, así
como de cualquier inclinación materialista, egoísta o marxista. Si algún
pececito mostrase semejantes tendencias, sus compañeros deberían comunicarlo,
inmediatamente, a los tiburones.
Si los tiburones fueran hombres se harían, naturalmente, la
guerra entre sí para conquistar cajas y pececillos ajenos. Además, cada tiburón
obligaría a sus propios pececillos a combatir en esas guerras. Cada tiburón
enseñaría a sus pececillos que entre ellos y los pececillos de otros tiburones
existe una enorme diferencia. Si bien todos los pececillos son mudos,
proclamarían, lo cierto es que callan en idiomas muy distintos y por eso jamás
logran entenderse. A cada pececillo que matase, en una guerra, a algunos
pececillos enemigos, de esos que callan en otros idiomas, se le concedería una
medalla y se le otorgaría, además, el título de “héroe”.
Si los tiburones fueran hombres también tendrían su arte.
Habría hermosos cuadros en los que se representarían los dientes de los
tiburones en colores maravillosos, y sus fauces como hermosos jardines de
recreo en los que da gusto retozar.
Los teatros del fondo del mar mostrarían a hermosos
pececillos entrando entusiasmados en las fauces de los tiburones, y la música
sería tan bella que, a sus sones, arrullados por los pensamientos más
deliciosos, como en un ensueño, los pececillos se precipitarían en tropel,
precedidos por la banda, dentro de esas fauces.
Habría, así mismo, una religión, si los tiburones fueran
hombres. Esa religión enseñaría que la verdadera vida comienza, para los
pececillos, en el estómago de los tiburones.
Además, si los tiburones fueran hombres, los pececillos
dejarían de ser todos iguales, como lo son ahora. Algunos ocuparían ciertos
cargos, lo que los colocaría por encima de los demás. A aquellos pececillos que
fueran un poco más grandes se les permitiría incluso tragarse a los más
pequeños, Los tiburones verían esta práctica con agrado pues les proporcionaría
mayores bocados.
Los pececillos más gordos, que serían los que ocupasen
ciertos puestos, se encargarían de mantener el orden entre los demás
pececillos, y se harían maestros y oficiales, ingenieros en la construcción de
cajas, etc…
En una palabra, habría, por fin, en el mar una cultura si
los tiburones fueran hombres”
¡Vaya repaso a nuestro mundo occidental¡ Nada queda fuera de
esta critica. Ni el estado ni la iglesia, ni los capitalistas ni el ejército,
ni la administración ni el arte, ni la cultura ni la religión, ni la moral ni
la enseñanza.
¡CHAPEAU¡ MAESTRO BRECHT.
Del que, en mis tiempos universitarios, ensayamos una obra
suya, aunque nunca logramos representarla. Creo que era “El Círculo de tiza
caucasiano”.
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