Pero “vulgarizar” puede/debe
entenderse como poner a nivel del vulgo, o sea, del pueblo, de la gente normal
y corriente, no instruida, (y menos en filosofía) uno saberes vitales que deben
importar a toda persona.
Se trata de ser, en pleno
siglo XXI, un Sócrates.
Como la verdad desnuda
siempre es vergonzosa, no en sí misma, sino para quien no está acostumbrado a
los desnudos, no es mala idea semivestirla, (que no quiere decir taparla y
esconderla), dosificarla.
No es, del todo, condenable
ponerle un poco de aliño a un producto exquisito, con tal de que el no experto
en sabores lo saboree. Tiempos llegarán en que lo saboree en sí mismo.
Pero, en los últimos tiempos,
el gremio de los filósofos oficiales se ha especializado tanto, que ha empujado
a la filosofía a expresarse en un lenguaje cifrado, tan oscuro que sólo los del
gremio (y cada vez menos) lo entienden, alejando aún más, si cabe, a la
filosofía de las mentes del común de los mortales.
Si alguien te pregunta cuál
es tu profesión y respondes que “profesor”, automáticamente surge la segunda
pregunta: “y de qué”. Si respondes que “de Matemáticas” o “de Química” te sueltan
un laudatorio “JooPeee”, pero si respondes que “de filosofía” (como yo he hecho
toda mi vida) pueden ocurrir dos cosas: 1.- que surja, encadenada, la tercera
pregunta clave: “y eso qué es” o 2ª que se compadezcan de ti y piensen, para
sus adentros, lo que decía el torero El Guerra: “aquí hay gente “pa tó”.
La filosofía, desde mediados
del siglo XX, parece que la han enclaustrado y la han secuestrado y hablar de
ella, a la gente normal, es como hablarle de los mundos paralelos.
Muchos de los filósofos
oficiales parecen disfrutar con la práctica del oscurantismo, con la
incomprensibilidad, con el uso y abuso de un lenguaje críptico (“la nada
nadea”), alejado de la vida y sus problemas, convirtiendo el don preciado de la
filosofía en un somnífero masoquista preñado de aburrimiento.
“Lo que puede decirse debe
ser dicho claramente y, si no, lo mejor es callarse”.
No es el caso de filósofos
como Fernando Savater o José Antonio Marina, muy criticados por el gremio, pero
a los que, sin dejar de ser filósofos, se les entiende todo lo que dicen.
Cumplen el consejo de Ortega:
“la claridad es la cortesía del filósofo”.
Quien ha llegado hasta ahí
tiene que ser capaz de mostrar claramente el camino de cómo ha llegado y de
cómo llegar.
Es verdad que el hombre es un
animal, porque es un viviente sensible, pero también es verdad que la filosofía
ayuda a desanimalizarse, a superar el nivel meramente animal, porque siembra
curiosidad, extrañeza, asombro,… que, desde Aristóteles, es la condición del
filosofar, del querer saber.
Pero filosofar supone estar,
siempre, abierto al diálogo y nunca dogmatizar.
“Filosofía” y “dogmatismo”
son dos conceptos incompatibles, como “filosofía” y “fanatismo”.
El filósofo ilustra, echa luz
sobre los problemas de la vida y espera que los demás también los iluminen para
salir, todos, bien parados o mejor parados, de ellos.
La filosofía invita a la
amistad, a la cooperación, ayuda a vivir, no más, pero sí mejor, al tiempo que
te prepara para los momentos infelices que toda vida trae consigo.
Si quedasen fuera los
fanatismos ideológicos varios y los fundamentalismos religiosos, y fuésemos
capaces de sentarnos a dialogar en el lugar neutro del campo de la razón,
echando a la arena sólo argumentos, ¿habría tántas guerras, tánta violencia y tánta
estupidez?.
Si fuésemos capaces de
exponer y de solicitar razones, sólo razones (e ir al diálogo ayunos de
consignas) de lo que se dice y de lo que se hace ¿estaría el mundo tan mal como
está?.
Si, además, los filósofos se
empeñan en vivir en el espacio etéreo, en las nubes, no es de extrañar que los
no filósofos, terrestres, los miren con desinterés si no es con desprecio o con….
¿Tan difícil es retirar el
papel que cubre el regalo?
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