Hoy, más que nunca, la educación tiende a crear científicos
y técnicos, teniendo como objetivo principal suministrar mano de obra
cualificada a la clase empresarial.
Así se domestica a la juventud y se la hace súbdita del
trabajo. Nunca antes ha sido puesta en funcionamiento, tan intensamente, aunque
tan sibilinamente, la “alienación
laboral”.
Son muy pocos los que trabajan en una actividad que les
resulte gratificante.
Mucha racionalidad científica y tecnológica, mucho nivel de
preparación, pero con el que no van parejos los salarios percibidos.
Y si los salarios fallan más falla aún la “racionalidad
filosófica” que les ayudaría tanto a crear como a desarrollar la crítica que
posibilitaría la libertad y la responsabilidad.
Interesa, para que esta sociedad mantenga su ritmo, mano de
obra eficiente y, si puede ser barata, mejor que mejor, no cabezas pensantes.
Desconociendo, una vez más, que la finalidad de la
inteligencia no es tanto la adquisición y creación de conocimientos como la
consecución de la felicidad.
Pensamos, en primer lugar, para ser felices.
Pero esto no le importa a la clase empresarial, que sólo
busca y desea resultados.
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